De chinos y judíos

GUSTAVO D. PEREDNIK

El frecuente ostracismo que se intentó imponer al Estado judío desde diversos foros internacionales fue quebrado en varias ocasiones. Entre ellas destaca el establecimiento en 1992 de relaciones diplomáticas con China, seguida por una veintena de países. La potencia con casi la cuarta parte de la población mundial y una economía vertiginosa pasaba a ser formalmente amiga del pequeño país cuya inserción global ya era irreversible. Hoy en día las relaciones entre los dos países florecen.

Aunque en 1950 Israel había sido el primer Estado meso-oriental en reconocer a China, la formalización de relaciones demoró cuatro décadas debido a que, en la previsión china, los regímenes árabes lograrían su cometido de destruir la soberanía hebrea.

A primera vista separan a chinos de judíos inmensas diferencias: el corazón de Asia frente al puente entre Occidente y Oriente, y una extensión geográfica que cabe en las otras cuatrocientas veces. La población del país judío (aproximadamente la mitad de la judería mundial) es doscientas veces menor que la china.

Sin embargo, muchos denominadores comunes unen a ambos pueblos, portadores de las dos civilizaciones más antiguas e ininterrumpidas de la historia (una es más antigua, la otra más ininterrumpida). La milenaria antigüedad de ambas naciones fue redefinida al promediar el siglo pasado, y tanto Israel como China albergan minorías nacionales de aproximadamente el 10% de la población.

Desde el punto de vista cultural, en un mundo que favorece los idiomas occidentales, ambas naciones permanecen fieles a sus antiguos lenguajes y a sus alfabetos singulares. La renovación en tiempos modernos del idioma hebreo bíblico tiene su paralelo en la simplificación china del antiguo mandarín.

Similarmente, las respectivas religiones nacionales -judaísmo y confucianismo- no se fundamentan en dogmas sino en acciones recomendadas. Para ninguna de las dos la teología ocupa un lugar central, y comparten una aproximación básicamente optimista acerca de la naturaleza humana. La máxima fundamental en ambas civilizaciones es: «No hagas al prójimo lo que no quieres que te hagan a ti», que se encuentra tanto en el Talmud (Shabat 31a) como en los Analectos de Confucio (15:23). Además, ambas cosmovisiones son estrictamente no-misioneras y tolerantes para con el mundo exterior.

Confucio predicó en la misma época de los profetas hebreos, y las dos culturas se consolidaron por escrito entre los siglos VIII y IV antes de la era cristiana, por medio del profetismo en Israel y del taoísmo en China. La ciudad de Confucio, Qufu, se autodefine como «la Jerusalén de China»; ambas se remontan a tres milenios. El conocido filósofo judío moderno Martín Buber fue explícitamente influido por el pensamiento chino.

La historia de una y otra nación también ofrece similitudes, como la persecución que ambas padecieron; sus pérdidas durante la Segunda Guerra Mundial (que encontró aliados a sus respectivos enemigos, Alemania y Japón) llevaron al nadir de su tragedia. Los chinos tienden a comparar el Holocausto con la llamada Violación de Nanjing.

Cabe consignar también que China carece de judeofobia profunda; es frecuentemente mencionada como el único país en el que nunca hubo expresiones de odio antijudío, y las excepciones a esta regla son muy escasas. Los chinos, en contraste con la versión que se ha forjado en las historias cristiana e islámica, están libres de estereotipos sobre los judíos e Israel. En China, cuando los judíos son un símbolo, en general son uno positivo: el de un pueblo inteligente y voluntarioso.

El reencuentro judaico en la era moderna tiene raíces poco exploradas, tan remotas como la presencia judía en China. Casi cuatro siglos antes de Marco Polo varios judíos fueron pioneros en viajes a China; desde los días de Carlomagno (c. 750) fueron de los primeros europeos en establecer contactos con el Lejano Oriente. Una carta en caracteres hebreos del año 718 (hallada en el Turkestán chino y actualmente exhibida en el Museo Británico) revela la presencia judía, que pasó casi inadvertida hasta la época moderna cuando, paradójicamente, prácticamente han dejado de existir.

Hay bastante documentación sobre los enclaves judíos durante los siglos XIX y XX en varias ciudades chinas, pero poca sobre asentamientos antiguos, salvo la comunidad de Kaifeng en China central.

La información es vasta acerca de los que llegaron a Shanghai y a Harbin, donde la vida comunitaria fue activa, con celebración de festividades, y éxitos tanto en el mundo gubernamental como en el financiero. Crearon un refugio para los judíos perseguidos, y finalmente desaparecieron debido a la exogamia y asimilación.

Shanghai fue abierta como un puerto comercial gracias al Tratado de Nanjing de 1842, y tres años después se asentaron en ella judíos de Bagdad liderados por Elias Sassoon. Antes de la Segunda Guerra Mundial volvió a albergar judíos cuando unos veinte mil centroeuropeos refugiados del nazismo llegaron a la ciudad, probablemente la única en el mundo que a la sazón no requería visas para judíos.

La historia de Harbin, por su parte, se relaciona a la concesión a Rusia, en 1896, del derecho de construir las vías del tren del Este. Manchuria se transformó en una colonia de Rusia, cuyo gobierno posibilitó allí una atmósfera tolerante para estimular la inmigración de minorías.

Bien diferente es la historia de la judería de Kaifeng. Un grupo de hebreos nómadas de ascendencia persa ingresaron por los portales de la ciudad durante la dinastía Song, que gobernó China durante cuatro siglos creativos (del X al XIII) que produjeron inventos como la imprenta y la pólvora.

Durante dicha dinastía, Kaifeng fue, con un millón de habitantes, la ciudad más grande del mundo. Judíos se radicaron allí en 1120, y en 1163 construyeron unasinagoga. Mientras los asentamientos israelitas en otros centros chinos se desvanecieron, Kaifeng se mantuvo incólume y única, y sobrevivió por mil años hasta mediados del siglo XIX.

Una historia fascinante

La crónica de los judíos de Kaifeng fue preservada en cinco estelas. Comienza con su arribo en 1120 y sigue con la sinagoga bajo la guía del rabino Lie-Wei (Levi). En junio de 1127 la ciudad fue invadida y saqueada por los soldados de la dinastía Jin; dejó de ser capital real y nunca retornó a su gloria pretérita (en 1272 la capital fue trasladada a Beijing).

Tres siglos más tarde, un emperador Ming (la última dinastía nativa) confirió a los judíos siete apellidos por los que son identificables hasta el día de hoy: Ai, Lao, Jin, Li, Shi, Zhang y Zhao.

La primera sinagoga fue destruida por una inundación en 1461, y la que se erigió en su lugar se incendió un siglo y medio después. También la tercera fue arrasada por las aguas; pero la comunidad continuó prosperando.

Una autoridad mundial en sinología, la israelí Irene Eber, describió el proceso por el que atravesaron los judíos chinos como «sinificación»: combinaron características chinas con costumbres judías. Por ejemplo, la estela de 1489 sostiene que los principios del judaísmo y los del confucianismo son similares, y supone que en la sinagoga hay, como en los templos chinos, incienso para honrar a los personajes bíblicos -y también a Confucio.

La presencia de los judíos en China fue desconocida hasta un encuentro casi cómico que obró de punto de inflexión, el 26 de junio de 1605. El misionero italiano Mateo Ricci dialogó con el mandarín judío Ai Tian, quien había viajado desde Kaifeng para mejorar su asignación en el sistema del servicio civil.

Pocos años antes había arribado a Beijing un grupo de religiosos extranjeros. Ai Tian, al enterarse, procuró contactarlos. No conocía personas del exterior, y esos extranjeros en particular llamaron su atención porque argüían creer en un Dios pero no eran musulmanes (el único grupo monoteísta conocido por Ai Tian, amén de su propio judaísmo). Ricci quedó azorado: después de una búsqueda de dos décadas «finalmente había hallado un cristiano en China»; Ai Tian, por su parte, celebraba encontrar por primera vez «un judío del extranjero».

En el siglo XVII, la comunidad de Kaifeng contaba con cinco mil miembros que hacían esfuerzos por mantener sus tradiciones, tutelados por treinta y cuatro maestros cuya subsiguiente escasez llevó a la reducción de la comunidad a partir del siglo XIX. No había traducción china de la Torá ni tampoco habilidad para leerla en su hebreo original. Ello, agravado por las reiteradas inundaciones del río Amarillo, llevó a la disolución de la comunidad.

La novela romántica Peony (1948) por la escritora Pearl Buck –quien fue criada en China y recibió en 1938 el Premio Nobel de literatura– trata sobre una familia sinojudía en Kaifeng.

Hoy en día, Kaifeng es una ciudad con más de medio millón de habitantes en la provincia de Henan. Mantiene pocos recuerdos de su larga historia judaica y la comunidad ya no existe: la mayoría de los descendientes de judíos casi no se conocen entre ellos. Su única característica distintiva es el deseo de ser reconocidos como judíos.

Una posibilidad para explicar tal reclamo es llamada por Zhou Xun, de la Universidad de Londres, «la construcción de los ‘judíos chinos’»: como la economía local está hoy basada en el turismo, la permanente fascinación occidental por la comunidad judía ha probado ser una importante atracción.

En 1985 fue creado el Instituto Sino-Judaico en Palo Alto, California, con el propósito inicial de establecer un ala judaica en el Museo Municipal de Kaifeng. Ello ocurrió gracias al trabajo del profesor Xu Xin de la Universidad de Nanking, quien desde 2002 llevó a cabo seminarios de historia y cultura judías para algunos descendientes.

Xu Xin es uno de los más importantes promotores de las relaciones sino-israelíes. En abril de 1989 estableció la Asociación China de Estudios Judaicos; en 1993 editó en chino un resumen de mil páginas de la Encyclopedia Judaica, y ayudó a construir la biblioteca judaica más grande del país con casi diez mil volúmenes.

A partir de 1996 algunos descendientes requirieron visas de inmigración a Israel y ya hay unos veinte que se instalaron en el nuevo país. Ninguna familia de Kaifeng practica el judaísmo, aunque algunos jóvenes de allí están actualmente estudiando en Israel, y probablemente ayudarán a revivir la comunidad.

Incluso la pregunta de cuántos son no tiene respuesta inequívoca, ya que no se deduce de la llana demografía sino de las políticas oficiales. Por ello, las personas que aducen ancestros judíos en Kaifeng pueden ser potencialmente miles, aunque una cifra estimativa razonable sería no más de unos pocos centenares.

Kaifeng recibe constantemente visitantes judíos, incluidos muchos israelíes. La calle principal en la zona judía de Kaifeng es llamada La calle de la secta que enseña las Escrituras. Algunas organizaciones judías de EEUU solían incluir Kaifeng como parte de su itinerario en China, una práctica que tiende a discontinuarse debido a los pocos sitios judaicos para visitar: aun el solar de la vieja sinagoga está actualmente ocupado por un hospital.

En la antigüedad Israel se debatía entre dos grandes imperios. El profeta Jeremías fue testigo, hace 2600 años, de cómo la casa real de Judea zigzagueaba entre las potencias de marras: Egipto y Babilonia. Un siglo más tarde, con las Guerras Médicas, las potencias eran Grecia y Persia. Israel, siempre en el medio. Luego, Rom, y posteriormente la competencia se trasladó a Europa de un lado y Asia del otro. Israel seguía enclavada entre dos imperios. El mundo se ha extendido. El siglo XXI puede perfilarse con dos superpotencias: Estados Unidos y China.

Geográficamente equidistante, un país es potencial puente entre ellas.

Fuente:nodulo.org

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