JORGE F. HERNÁNDEZ
Hace 10 días una niña de diez años de edad, previamente secuestrada por la organización terrorista Boko Haram, se acercó a la entrada del mercado de Maiduguri, capital del estado de Borno en Nigeria. Al parecer, la niña no sabía que iba envuelta con embutidos explosivos que al estallar causaron la muerte a más de una veintena de personas y heridas graves a otro tanto. La niña voló en pedazos y el mundo estaba distraído en otras protestas contra otros horrores.
Hace menos de un año, se aprovechó el espacio de estos párrafos para asegurar que, al parecer, ni los propios miembros de la organización terrorista conocida como Boko Haram de Nigeria saben cuál es el verdadero significado de su nombre. Fundado en el pueblo de Maiduguri como Congregación del Pueblo por la Tradición del Proselitismo y la Yijad, ganaron el apodo de Boko Haram (que podría traducirse como “pecado prohibido”) como epíteto coloquial entre la gente que los identifica desde 2009 como extremistas islámicos no sólo con etimología indefinida, sino también sin límites en su credo enrevesado: la conversión forzosa de todo incauto a su interpretación particular del Islam, al tiempo que no conviven con la población musulmana y la profesión de unir todo militante de su concepto de religión, al tiempo que incluyen ahora criminales incrédulos, mercenarios sanguinarios y radicales irracionales. Mohammed Yusuf, fundador de esta Congregación del Mal, llegó a asegurar en una entrevista con la BBC de Londres que su cofradía luchaba por abatir no sólo la teoría de la evolución de Darwin y las oportunidades de educación entre mujeres, sino rechazar abiertamente la redondez de la Tierra. Para él y sus fanáticos ignorantes, la noción de que vivimos en un planeta esférico contradice las enseñanzas de lo que ellos entienden por Islam, tanto como se niegan a creer que la lluvia es en realidad agua evaporada por el Sol.
La animalidad de la ignorancia se vuelve violenta no sólo porque su condición esencial contenga la palabra mal, sino porque se intentó combatirla no con la razón. Yusuf y sus seguidores se volvieron terroristas contra toda forma de lo que llaman educación y cultura occidental: violencia ante cualquier insinuación de democracia y ni imaginar el asco que les provoca escuchar que alguien hable de fotosíntesis. Sin embargo, antes de que muriera su líder Mohammed Yusuf se supo que llevaba una vida lujosa, que hablaba perfecto inglés y que tenía a su disposición un Mercedes Benz con chofer.
Entra en escena Abubakar Shekau —responsable del secuestro de más de 200 niñas nigerianas y a quien podemos ver en un terrorífico vídeo donde habla con la cabeza inclinada como pantera, con su metralleta cuerno de chivo como báculo, la mirada de odio puro y la mano que se extiende hacia la cámara como lengua de víbora. Shekau es un veneno escurridizo y sanguinario a quien en varias ocasiones se daba por muerto y nadie sabe con precisión si realmente nació en el norte de Nigeria o en la vecina Níger. No se saben las fechas de su edad, pero sí la trayectoria con la que heredó comandar a la Congregación del Mal fundada por el irracional Yusuf. La frase que explica su curriculum quedó filmada en otro vídeo donde afirma “Disfruto matando a todo aquel que Dios me ordena matar, de la misma manera que disfruto matando pollos y carneros”.
Gilbert Keith Chesterton publicó en 1907 El hombre que fue jueves, con el subtítulo Una pesadilla. Se trata de una obra maestra del indispensable autor inglés que entreteje en sus párrafos —tal como hizo en ensayos, artículos y sobremesas— profundos misterios teologales con tramas sabrosas, diálogos perfectos, paseos en prosa y personajes inolvidables. Situada en un Londres de neblina y gabardinas, El hombre que fue jueves es la pesadilla que vive un detective de Scotland Yard llamado Gabriel Syme, que siente un mareo como de insomnio o burbujas de champán desde las primeras páginas de esta historia en la que su misión es espiar a una secreta organización anarquista cuyos siete miembros llevan como sobrenombre los días de la semana. En una tertulia ocasional, Syme discute sobre poesía con un tal Lucian Gregory, declarado anarquista que no sólo cree sino que lucha a favor de convencernos a todos que la esencia de la poesía se encuentra en revuelta, rebelión y revolución contra toda forma de ley. El disfrazado detective defiende la postura contraria e intenta convencer al pelirrojo poeta anarquista que no hay nada más poético que los horarios puntuales de los trenes, la cuadrícula de la ley por encima de toda forma de la anarquía y que no debe quedar nada al azar en los destinos de todas las voluntades humanas. Su discusión, como la de toda la novela, se debate entre la abierta existencia del libre albedrío y la a veces inexplicable recurrencia del mal irracional y masivo.
Curiosamente, las épocas en que anarquistas ingleses lanzaban bombas redondas y negras con mechas chispeantes como de caricaturas se asemejan mucho a los enloquecidos lances de quienes envían virus por correspondencia, bombas en furgonetas o el secuestro de más de doscientas mujeres inocentes sin que puedan ser localizadas por ningún satélite. Aquí donde se esfuman aviones en un vacío que escapa los modernos localizadores cibernéticos que contienen los modernos teléfonos, allí donde las vemos rezando pasajes del Corán en un coro aterrorizado que acompaña los dictados del enloquecido Abubakar Shekau quien afirma que no entiende por qué quieren los padres de esas niñas su salvación o rescate, si él mismo afirma que ya han sido rescatadas al ser convertidas a lo que él cree que es el Islam.
Mientras tanto, tiemblan al filo del abismo las vidas de más de doscientas niñas cuyo único delito según sus captores era ser internas en una escuela donde se preparaban para convertirse en médicos, abogadas, ingenieros, maestras, arquitectas de un mejor futuro para sus familias, para sus comunidades, para otros niños y niñas mucho más allá de las mazmorras de la ignorancia. Al filo de la muerte, hoy hay más de doscientas niñas y jóvenes (alrededor de cincuenta de ellas lograron escapar en el momento de su secuestro masivo), la mayoría de ellas cristianas, aunque en la absurda vehemencia de sus captores se llevaron también a estudiantes musulmanas. Más de doscientas niñas, hoy al filo de la muerte, que han sido arrancadas de sus hogares y del transcurso de sus días por la absurda vehemencia de quienes niegan las razones de la lluvia, la redondez de la Tierra o el origen de las especies. Hoy, al filo de la muerte, más de doscientas niñas… o bien, una sola mujer joven que intenta ejercer su derecho al saber y soñar un mejor futuro para todos los días. Una sola niña a quien se le ordenó que caminara hacia la entrada de un mercado, quizá sin saber que al contemplar una pila de naranjas alguien, algunos, un solo cobarde la haría estallar en mil pedazos para espanto del mundo en medio de tanto silencio.
Fuente: elpais.com
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