Ana Jerozolimski entrevista a Jorge Kainman, sobreviviente de la Shoá

ANA JEROZOLIMSKI

 

Jorge Klainman sonríe mucho. Bromea con su edad-“casi 87”-, asegurando de antemano que aparenta menos de lo que tiene. Y con lo joven del aspecto de su esposa “Tere”(Teresa)-“que todavía no cumplió 79”- a la que conoció en Argentina y que durante muchos años, ya casados, no supo ningún detalle de la vida de su elegido.

“Las dos opciones eran suicidarme o empezar de cero. Opté por comenzar una nueva vida”.

 “Sabía que era sobreviviente, porque no tenía familia, nada, nadie por ningún lado…y tenía que entender que no caí de la nada. Pero ningún detalle…porque yo decidí rodearme de un muro que yo mismo construí”, explica Klainman. Nos recibe pocas horas antes de partir hacia España, contando con una mezcla de orgullo y sencillez, que relatará nada menos que ante las Cortes, su experiencia durante la Shoá. Madrid y Sevilla…dos paradas más en la interminable lista de sitios en los que lo han escuchado.

Es que cuando hace unos años, hubo lo que él sintió como un auge de los negadores del Holocausto, decidió no callar más. “Resolví empezar a contar mi verdad, lo que viví, la familia que perdí, los horrores de la Shoá…porque si permanecía callado, era como colaborar con los negacionistas”.

Lo primero fue escribir su autobiografía, que tituló “El séptimo milagro”, que tiene en español ya cerca de 15 ediciones y ha sido traducido tanto al inglés como al hebreo. “La verdad es que al terminar de escribir, lo leí…y a mí mismo me costaba creer que todo eso había ocurrido”, nos dice desde el salón de su departamento, al que se acaba de mudar, en Rishon Letzion. “Por eso decidí viajar a Polonia, para recabar documentación oficial y con eso agregar datos formales para garantizar que todos crean la verdad”.

Eso significó un viaje nada fácil con su esposa, a la que mostró todos los campamentos de concentración en los que había estado y con la que llegó al último edificio en el que había vivido con su familia de jovencito. Pero al departamento mismo, no tuvo fuerzas de intentar entrar. “Quedé petrificado frente a la puerta, y no pude tocar el timbre. Fue un viaje agotador emocionalmente”.

Es que agota escuchar hasta un resumen de su historia…lo que logra introducir en este encuentro, que inevitablemente es insuficiente para conocerlo todo.

Pero alcanza para comprender cuan cerca estuvo de la muerte. Como aquella vez que junto a otros 99 niños fue “elegido” para una fusilación con especial ensañamiento, de la que quedó vivo porque al oír los disparos se desmayó, la bala le entró por la pierna y volvió a salir, y las otras no le pegaron ya que los otros cadáveres le cayeron encima, como protegiéndolo.

Kleinman nació en la ciudad de Kelce en Polonia y tenía 11 años cuando estalló la guerra. Eran seis en la casa: sus padres, tres hermanos y él, el menor. No quedó nadie, aunque uno de sus hermanos había sobrevivido y hasta llegó a luchar junto a los partisanos pero murió poco después por un ataque de apendicitis.

“Pasé por cinco campos de concentración y exterminio, durante tres años y medio”, relata Klainman. “Cuando me liberaron los norteamericanos del último, que era una filial de Mauthausen, tuve que ir a un hospital para que me alimentaran hasta que pudiera pararme”. De ahí fue a Italia, buscó durante dos años, infructuosamente, a su hermano. Finalmente, decidió viajar a Argentina donde tenía una única familiar viva, una tía, que ya había llegado a Sudamérica en 1923.

Primero Brasil, luego Paraguay para aguardar la oportunidad de entrar clandestinamente a Argentina, lo cual logró en 1947.

“El viaje fue largo y tuve mucho tiempo para pensar. Entonces me di cuenta que tenía dos opciones: seguir en la vorágine y suicidarme, o cambiar todo y empezar de cero. Decidí empezar una nueva vida”.

Para lograrlo, sintió que debía aislarse totalmente del pasado. “Todo el pasado lo enterré en el lugar más profundo de mi mente. Y estuvo durmiendo allí durante 50 años, protegido por un muro que yo mismo levanté. Me separé totalmente de los sobrevivientes. No concurría a ningún acto de solidaridad ni de recordación. Me integré a la sociedad argentina en forma total y absoluta”.

Hasta que decidió empezar a hablar…

Vivió en Israel 19 años, volvió a Argentina a trabajar con el Museo del Holocausto, dictando conferencias continuamente, y hace tres años volvió a Israel. Aquí están sus cuatro hijos, de los que habla con orgullo.

“Hay que seguir contando porque hay todavía en el mundo cientos y cientos de millones de personas que no saben absolutamente nada de lo que pasó, y otros tantos que creen hasta el día de hoy a los negadores. Y esto hay que aclararlo, porque dentro de diez años no va a quedar vivo ni un solo sobreviviente”. Con voz calma y firme, recalca: “Hay que hacer lo máximo posible para dejarle un legado a las próximas generaciones. Es que un crimen de esta envergadura no se puede olvidar. Hay que seguir machacando y contando la verdad”.

Le preguntamos si alguna vez quiso vengarse. Su “no” es rotundo.”Mi mensaje no es en absoluto de venganza. Yo también cuento en mi libro sobre dos nazis que me salvaron la vida. Aunque cuento todos los horrores, el mensaje es optimista. Hay gente que me ha escrito que después de leer mi libro, aprendieron a vivir. Y eso, es mi verdad”.

Al ver la calidez de su trato con su esposa y su hija Claudia, que está en el departamento cuando llegamos a entrevistarle. Preguntamos a Klainman si acaso esa normalidad familiar que logró, el que haya seguido adelante, es quizás una especie de victoria. Parece que le adivinamos el pensamiento.

“Nosotros somos los vencedores, los judíos, no los nazis. Los nazis estaban bajo tierra y los viejos de casi 100 años que todavía viven, ocultan su pasado a veces de sus propios hijos. Nosotros, los que hemos sobrevivido, hemos creado un país que es ejemplo en muchas áreas para el mundo, que en 60 años multiplicó su población diez veces, que está en la cumbre del mundo en agricultura, medicina e inventos”, dice en referencia a Israel. “¿Quién ganó la guerra? ¿Los nazis o los judíos? Siempre pensé que nosotros ganamos. No tenemos nada que ocultar y podemos mirar la cara a nuestros hijos sin vergüenza”.

Respira hondo y agrega, a modo de resumen: “Nunca tuve interés en vengarme. Mi venganza es contar al mundo la verdad, como prevención…porque el mundo no aprendió nada de la Shoá y después de lo nuestro, hubo otros genocidios. Por eso, pido a los jóvenes de hoy que no se dejen llenar la cabeza con ideas fanáticas…y que apoyen siempre la democracia. Y que no olviden jamás”.

Fuente: uypress.net

#Holocausto

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