BBC MUNDO
Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Dachau… nombres familiares que retumban por haber sido campos de trabajo, concentración o exterminio del Tercer Reich alemán que quedaron fijos en la conciencia humana por las atrocidades cometidas a manos de la que se consideraba una nación civilizada.
Aunque no todos son tan famosos, hay uno en particular que es casi desconocido: Ravensbrück.
A pesar de que fue uno de los primeros en instalarse -en 1939, poco antes de que empezara la guerra, a 80 kilómetros de Berlín, en un escenario idílico en la costa báltica- y el último en ser liberado -en 1945-, este campo de trabajo y, al final, de exterminio ha permanecido en los márgenes de la historia.
Ravensbrück era específicamente para mujeres.
A finales de la Segunda Guerra Mundial, 130.000 habían pasado por las puertas.
Entre 30.000 y 50.000 murieron, de hambre, de agotamiento, de frío, o por las balas o el gas administrados por las guardas nazis.
La historia de las mujeres de Ravensbrück quedó tras las Cortina de Hierro.
Aunque algunas de las internas eran judías, la mayoría no lo eran. Había prisioneras políticas, gitanas, enfermas mentales o “asociales”, es decir prostitutas o cualquier mujer considerada “inútil” por los nazis.
“Ravensbrück era una historia con la que me había topado y me di cuenta de que era casi desconocida”, le dice a la BBC Sarah Helm, cuyo libro sobre Ravensbrück acaba de publicarse.
El título que escogió fue “Si esto es una mujer”, haciendo eco a la célebre obra de Primo Levi “Si esto es un hombre”, que describe su arresto por ser miembro de la resistencia antifascista italiana y su encarcelamiento en el campo de exterminio Auschwitz.
“Así como Auschwitz fue la capital del crimen contra los judíos, Ravensbrück fue la capital del crimen contra las mujeres”, declara Helm.
“Estamos hablando de crímenes específicos de género, como abortos forzados, esterilización, prostitución forzada”.
“Es una parte crucial de la historia de las atrocidades nazis”, insiste.
En la fase final del campo, mucho después de que se hubiera suspendido el uso de cámaras de gas en el este, se construyó una en Ravensbrück. Incluso trajeron partes de las cámaras desmanteladas de Auschwitz, así como algunos de los exterminadores de allá. Hasta esa exterminación -en la que murieron 6.000 mujeres y fue la última exterminación masiva de la historia nazi- ha sido en gran medida pasada por alto”.
Trabajo esclavo
Selma van der Perre fue una de las internas y le contó a la BBC cómo eran los días en ese lugar.
“Nos levantaban a gritos a las cuatro de la mañana, luego teníamos que responder al llamado de lista y paso seguido nos daban café. Nos dejaban ir al baño y a eso de las 05:30 teníamos que ir trabajar a la fábrica de Siemens, donde pagaban por las prisioneras: no lo recibíamos nosotras, se lo daban a las SS”, recuerda.
“Trabajábamos 12 horas y después volvíamos al campo de trabajo, y a eso de las ocho de la noche nos daban un plato de sopa y nos dormíamos”.
Esto, salpicado de casos de crueldad de los cuales se ha hablado poco.
Tragedias que, al escucharlas de boca de sobrevivientes, llenaron de lágrimas los ojos no sólo de Helm sino de sus traductores, como la descripción de una francesa sobre cómo dejaban a los bebés morir de hambre deliberadamente.
O testimonios de que “hacían que las mujeres se pararan casi desnudas en la nieve hasta que morían” y sobre cómo “gérmenes de sífilis eran inyectados en la médula espinal”.
Coraje en medio de la desesperación
“Ignorar Ravensbürg no sólo es olvidar la historia del Ravensbrück fue el último campo en ser liberado y el escenario del último exterminio con gas nazi.
Pero Helm también destaca las historias de valentía y solidaridad, como la de los 77 “conejas”, que encapsula lo mejor y lo peor de Rovensbrück.
Desde 1942, las prisioneras fueron usadas como conejillos de indias. En “operaciones especiales” les cortaban los músculos de la piel y les insertaban vidrio, madera y tierra en las heridas. Algunas no recibían tratamiento y otras sí, con distintos tipos de drogas. Los experimentos fueron repetidos pero cuando llegó el momento de remover la evidencia y matar a las “conejas”, todo el campo conspiró para esconderlas.
“Los experimentos no probaron nada para la ciencia -escribe Helm- pero sí para la Humanidad”. Pero, ¿por qué se sabe tan poco sobre este campo de mujeres?
“Una de las razones principales es que después de los juicios por crímenes de guerra, que vinieron inmediatamente después del fin de la II Guerra Mundial, empezó la Guerra Fría, la Cortina de Hierro cayó y Ravensbrück quedó al otro lado -en el oriental- de manera que en gran parte quedó escondido de Occidente, inaccesible”, señala Helm.
“Ignorar Ravensbürg no sólo es olvidar la historia del campo de concentración mismo sino también la de las mujeres”, dice Helm.
“Los que estaban en el este no olvidaron a Ravensbrück, pero lo presentaron como un centro de resistencia comunista, de manera que el recuerdo de las mujeres occidentales y las judías desapareció por completo de la historia. También desapareció la historia de las alemanas que estuvieron ahí al principio, que es una de las más olvidadas de todas”.
Mujeres como la austríaca defensora de los derechos de la mujer, miembro de la Resistencia y socialdemócrata Rosa Jochmann; o de Läthe Leichter, la más destacada feminista socialista de la Viena Roja en la entreguerra; y la de la alemana Elsa Krug, una prostituta de BDSM que se rehusó a golpear a las otras prisioneras.
“Ignorar Ravensbürg no sólo es ignorar la historia del campo de concentración mismo sino también la de las mujeres”, concluye Helm.
Fuente:cciu.org.uy
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