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Por Laura Ben-David
Vivimos en un país pequeño. Difícilmente se encuentra a alguien que no haya sido tocado por la pérdida de un soldado en nuestras fuerzas armadas. En Israel todos conocen a un soldado de las FDI; ya sea en el pasado, el presente o el futuro. Incluso un nuevo inmigrante que acaba de formar una familia está consciente de que al igual que otras fases de crecimiento, el servicio en las Fuerzas de Defensa de Israel es una etapa natural a lo largo del camino.
Para la mayoría de la gente aquí es un gran honor y una enorme responsabilidad contribuir en la protección y la defensa de la tierra de Israel y el pueblo de Israel. La responsabilidad y el compromiso van acompañados del conocimiento de que algunos soldados, en defensa de su amada tierra, pueden algún día pagar el sacrificio supremo. Es algo que todos sabemos y sin embargo reprimimos esos pensamientos en los lugares más recónditos de nuestra mente, creyendo que las estadísticas están de nuestro lado.
El problema de confiar en las estadísticas en un país tan pequeño como Israel es que rara vez están de nuestro lado. En un país pequeño donde todo está entrelazado, cada pérdida afecta a cada uno de nosotros como una tonelada de ladrillos. Tanto más cuando se trata de un vecino, un amigo, un primo, un hijo.
Esta semana, otros dos soldados fueron asesinados en la frontera norte de Israel en un ataque sorpresa por parte de Hezbolá. Todo esperamos escuchar los nombres. Incluso antes de que se anunciaran, los residentes en Gush Etzion comenzaban a susurrar – es uno de los nuestros. Enseguida me di cuenta exactamente quién era uno de los soldados caídos y qué tanto estaba conectado con mis hijos. Ocho de los miembros de mi familia extendida detuvieron todo para asistir al funeral. Incluso mi hijo menor se vio afectado como alumno de sexto año de primaria en la escuela donde asistió el Mayor Yojai Kalangel de niño. Pese a no haberlo conocido, me dijo mientras contenía las lágrimas, que uno de los antiguos maestros de Yojai lo elogió al soldado caído en una ceremonia escolar, recordando su sonrisa y la forma en que había tocado a la gente desde entonces. Yo también contenía mis lágrimas.
Israel es una tierra, un país, una nación. Pero tal vez, por encima de todo, Israel es una gran familia. No se trata sólo de que todos nuestros hijos son o serán soldados, sino que todos nuestros soldados son nuestros hijos. Todos ellos. Mientras que ellos ponen sus vidas en peligro para protegernos y defendernos, nosotros nunca – ni por un momento – los damos por sentado. Y nunca – ni por un momento – olvidamos el sacrificio de aquellos que dieron sus vidas.
Traducido desde Times of Israel para Agencia de Noticias Enlace Judío México
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