La sombra del Plan Andinia

 

RICARDO LÓPEZ GÖTTIG

El reciente incidente en el Lago Puelo, en donde un grupo de turistas israelíes fue violentamente atacado por su condición de judíos, nos llama la atención sobre una teoría conspirativa que lleva decenios circulando en Argentina: la del Plan Andinia.

Escrito por Walter Beveraggi Allende, un antiguo profesor de la Universidad de Buenos Aires, el panfleto sobre el supuesto Plan Andinia es un hijo directo de los Protocolos de los Sabios de Sión, un texto cuya falsedad se ha demostrado en varias ocasiones. Los Protocolos habrían sido escritos por la policía zarista, la Ojrana, como instrumento de propaganda antisemita para ser difundida en Francia a principios del siglo XX. Un 40% del texto fue plagiado de una obra satírica de Maurice Joly, de 1864, llamada Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. A pesar de la avalancha de pruebas sobre su falsedad, los Protocolos fueron ampliamente difundidos, leídos y creídos en los años de entreguerras, ya que eran un instrumento útil de propaganda antisemita.

Beveraggi Allende no sólo se inspiró en ese texto falso, sino que lo citó y adaptó a la República Argentina, sosteniendo que hay un plan del gobierno secreto del Kahal para implantar un nuevo Israel en la Patagonia argentina y chilena. ¿Su gran prueba? Los ex soldados israelíes que viajan como mochileros por las latitudes australes, que estarían recabando datos para la eventual invasión y posesión. Beveraggi Allende se las ingenió para ir adaptando el texto de acuerdo a las cambiantes circunstancias políticas de Argentina y Chile en los años setentas y ochentas. De acuerdo a su visión conspirativa, en este plan concurrían gobiernos títeres manipulados por el sionismo en las sombras, a saber: Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética, el Vaticano –Juan Pablo II-, el presidente Raúl Alfonsín e, infaltable, la orden masónica. El primer paso de este plan de dominación fue dado en 1889 con el desembarco del primer grupo de inmigrantes judíos que se establecieron en Moisés Ville.

En el libro Los pasajeros del Weser, de Silvio Huberman, se relatan los pesares y tribulaciones de esos inmigrantes: timados a lo largo del viaje desde Rusia hasta Argentina, sobrevivieron hacinados durante dos meses en la Estación Palacios, en la provincia de Santa Fe, perdiendo a sesenta niños por tifus o psitacosis. Huberman narra detalladamente cómo fue el arribo de esa gente desesperada por huir de las persecuciones en la Rusia zarista y que, en rigor, sólo tenía una vaga idea de qué era Argentina. Algunos, incluso, creyeron que se podía ir en tren. Signada por la improvisación, azotada por fraudes y promesas incumplidas, el Barón Maurice de Hirsch los auxilió a través de la Jewish Colonization Association por razones humanitarias meses después de haber arribado a Argentina. No hubo un plan coordinado, sino una necesidad de salvar a los judíos de los pogroms avalados por las autoridades rusas.

Theodor Herzl, fundador de la Organización Sionista a fines del siglo XIX, planteó los posibles lugares en donde crear el futuro Estado judío: la región de Palestina –entonces bajo dominio del Imperio Otomano-, o las tratativas con el gobierno de Argentina para que cediera una parte del territorio. En la centuria decimonónica no era extraña la compra de territorios: Francia vendió la Luisiana a los Estados Unidos en 1803, y el Imperio Ruso vendió Alaska por 7.200.000 dólares en 1867. El objetivo de recrear el Estado judío con capital en Jerusalem ya es evidente en el nombre de “sionismo”; e incluso fue rechazada la propuesta británica de crear tal estado en Uganda, en un acalorado debate en el congreso sionista de 1903. Lo cierto es que toda la labor diplomática de Theodor Herzl estuvo enfocada a lograr el visto bueno de las cancillerías de Francia, el Reino Unido, el Imperio Alemán, el Austro-Húngaro y el Otomano para posibilitar el retorno a Jerusalem.

En el actual Estado de Israel, el servicio militar obligatorio se extiende por tres años para los hombres, y dos años para las mujeres. Riguroso y disciplinado, bajo la permanente tensión de recibir un ataque inminente, es reconocido y respetado por su capacidad de combate por las fuerzas armadas de todo el mundo. Los soldados, cuando terminan esta conscripción tan extensa como exigente, suelen tomar un año de viaje por el planeta, viajando por Europa, India, Sudeste asiático y el continente americano. Según Beveraggi Allende y los cultores de la teoría conspirativa del Plan Andinia, estos veinteañeros serían agentes encubiertos que desde hace más de cuarenta años recaban datos, como si fueran expertos en geografía, geología, hidrografía y estrategia… A esta teoría también se sumó, en los años noventa, Norberto Ceresole, personaje que circuló en las más diversas corrientes autoritarias, recalando en sus últimos años en la negación de la Shoá. ¿Qué tendríamos que pensar, entonces, de las grandes cantidades de turistas japoneses, coreanos y chinos que fotografían y filman todo lo que hallan a su paso? De ser así, ya habrían conquistado Europa y Estados Unidos hace más de cuarenta años.

Creer en una teoría conspirativa aquieta la mente: nos da una geografía simple del mundo que nos rodea. Ordena, encuadra, hace categorías, ubica a “buenos y malos”. Permite que todo se acomode tras una sola causa que todo lo explica: de allí que resulten tan fáciles de difundir y seguir. Si algún evento o dato la contradice, se la refutará como parte de esa misma conspiración. Durante milenios, la humanidad creyó que toda enfermedad se debía a un designio maligno, hasta que la medicina avanzó sobre las tinieblas de la superstición y logró explicar el funcionamiento del cuerpo humano. Esa superstición es la que nutre los panfletos y libros repletos de odio y prejuicios de hace cuarenta o cien años, que siguen dando frutos emponzoñados. Ante ellos, hay que hacer el esfuerzo de explicar que los fenómenos sociales son mucho más complejos y dinámicos que lo que puede resumir la simpleza de cualquier teoría conspirativa.

Fuente:infobae.com

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