IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – ¿Qué es el terrorismo islámico internacional o el Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS, por sus siglas en inglés)? La versión islámica de lo que hace casi mil años fueron las cruzadas cristianas, un intento apasionado y devoto por “liberar” al mundo de la maldad satánica y someterlo todo a la voluntad de D-os.
Dentro de ese panorama lleno de aristas y particularidades, una constante es la lucha interna por el poder. Inevitablemente, toda gran cultura o civilización desarrolla grupos con intereses específicos que, tarde o temprano, entran en guerra para imponerse a los otros.
Dicho conflicto abarca muchos aspectos, porque el ejercicio del poder político pasa, obligadamente, por convencer a la sociedad a que así es como deben ser las cosas. Dicho convencimiento puede basarse en una ideología política o económica, o en una creencia religiosa, o -en los casos más extremos- en el terror impuesto por una estructura de poder autoritaria e intolerante.
La humanidad ha evolucionado, y en el caso de Occidente podemos ver que en la antigüedad el eje alrededor del cual giró el conflicto por el poder tuvo a la religión como un elemento fundamental del discurso.
En el caso de nuestra cultura -el Occidente europeo-, el marco religioso de ese conflicto fue el Cristianismo. Desde su consolidación como religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV, las disputas entre las diferentes tendencias cristianas (por ejemplo, gnósticos vs. antignósticos, arrianos vs. nicenos) estuvieron vinculadas a las luchas entre los bandos políticos.
Es lógico: en ese tiempo (y durante toda la Edad Media y parte de la Edad Moderna) estuvo presente la profunda convicción de que el derecho a ejercer el poder provenía directamente de D-os. Por lo tanto, sólo el portador de la “correcta creencia” (o, en una palabra, la ORTODOXIA) tenía derecho a gobernar.
Por ello, dentro de un mismo bando religioso (por ejemplo, católico o protestante), el conflicto por el poder se dirimía cuando la máxima autoridad religiosa reconocida (por ejemplo, el Papa) legitimaba a una persona como emperador o rey. Luego, en el siguiente nivel, seguía el conflicto con “la otra tendencia” y sus respectivos reyes o príncipes.
Europa se tardó más de un milenio en entender lo inútil de la violencia que derivaba de este modo de entender e intentar resolver los conflictos. El componente religioso empezó a menguar desde la Ilustración y, como consecuencia, la Revolución Francesa, pero el hábito de resolver todo a punta de balazos siguió prácticamente hasta la II Guerra Mundial.
Sólo hasta entonces se puede ver que la sociedad europea en su generalidad entendió que la violencia bélica tenía que ser relegada como última opción.
Lamentablemente, hay un problema que los europeos -y todos aquellos que culturalmente somos su extensión- no hemos podido resolver, y acaso ni siquiera terminado de entender: el hecho de que como cultura Occidental se haya logrado entender la conveniencia de la separación entre Religión y Estado, y la democracia representativa como estructura política e ideológica preferente a los regímenes totalitarios, no significa que TODO EL MUNDO PIENSE ASÍ, o por lo menos ESTÉ DISPUESTO A PENSAR ASÍ.
Este problema se acentuó debido a la aceptación del marxismo en amplios sectores “progresistas”, tanto en Europa como en América. La idea que se generalizó es simple: todo está íntimamente relacionado con los modos de producción. O, en lenguaje vulgar, con los “intereses económicos”. Todavía en una versión más rudimentaria, la culpa de todo es por el petróleo.
La consecuencia inevitable fue que en estos medios se descartó a la religión como un elemento relevante en los conflictos internacionales. La mayoría de las veces, la idea que se repite hasta el cansancio es que “la religión sólo es un pretexto o un mecanismo de manipulación para disimular los intereses económicos…”.
De ese modo, occidente se ha imposibilitado a sí mismo para dos cosas: la primera, entender al Islam; la segunda, resolver sus conflictos con los musulmanes.
El Islam, al igual que el Cristianismo, es ante todo UNA RELIGIÓN. Una religión que, por supuesto, ha generado toda una civilización, pero todavía cuando nos referimos al “mundo islámico”, nos referimos a un universo que se define, antes que nada, por la práctica de una religión en común.
En ese aspecto, el Islam y el occidente son distintos, debido a que la evolución social, política y económica hace mucho que provocó que, de este lado del mundo, religión y estado se diferenciaran. Como consecuencia, la ciencia y la cutura también se independizaron del control de la religión.
Ahora bien: eso comenzó a suceder en Europa hace unos 500 años. Y el Islam comenzó su periplo unos 600 años después que el Cristianismo.
Además, hay que resaltar que hace medio milenio, cuando el racionalismo empezaba a liberar las ciencias, las artes y la política de la religión en Europa, la mayoría de los sectores sociales todavía estaban sometidos a los criterios que venían de los clérigos (fuese cual fuese su tendencia o adscripción). En realidad, los resultados de ese proceso se empezaron a consolidar apenas hace poco más de 200 años, y sólo se masificaron a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Esa es la razón por la que el Islam NO PUEDE asimilar nuestros “modernos” conceptos de democracia: están en otra fase de su evolución como civilización, donde ni siquiera cabe la idea de que religión y estado caminen por separado. Semejante concepto -el laicismo- les parece una absoluta aberración.
Podríamos decir que están en su “edad media”. Al igual que en la Edad Media en Europa, la característica fundamental es que todo se interpreta a partir de criterios religiosos. Falso que la religión sea sólo un pretexto detrás de lo cual subyacen “intereses económicos”. Eso es creíble en occidente, donde la religión ya fue relegada a un lugar no más importante que otros (como la cultura o la ciencia). Pero las sociedades islámicas no han pasado por el proceso indispensable para que esta separación se dé. Por el contrario: la religión impregna todo lo que se hace, religiosa, cultural, política y económicamente.
Al igual que en Europa hace unos 500 años, en el Islam empiezan a surgir núcleos progresistas que ya perciben la necesidad de entender y practicar la religión desde una persepctiva racionalista, pero siguen siendo la minoría. En realidad, las mayorías musulmanas están en la etapa donde la religión crea grandes efervescencias y todos pueden ser fácilmente movilizados a involucrarse -o, por lo menos, apoyar- verdaderas cruzadas, similares a los irracionales y brutales intentos cristianos por “liberar” Tierra Santa hace casi un milenio.
Ningún proyecto occidental por “democratizar” a los países islámicos va a funcionar. Lo pudimos ver con las falaces “primaveras árabes”: lejos de convertirse en movimientos que trajeran mejoras políticas, sociales y hasta culturales en países como Libia, Marruecos, Yemen, Egipto o Siria, a lo mucho sólo cambiaron al grupo en el poder. En el mejor caso -Egipto- las cosas lograron quedar igual a como estaban antes. En el peor -Siria- se inició una guerra civil que ya lleva tres años y más de 200 mil muertos.
Peor aún: mientras los sectores progresistas sigan pensando que “todo es una cuestión económica y la religión sólo es un pretexto”, las posibilidades de lograr un acercamiento y entendimiento con los diferentes sectores del Islam serán muy reducidas, si no es que nulas. Y, en este punto, uno de los temas fundamentales es la violencia.
El terrorismo islámico tiene que entenderse como lo que es: un problema religioso, más que económico o político.
La facilidad con la que los extremistas islámicos -especialmente los sunitas salafistas de Boko Haram, Hamas o Isis, o los chiítas de Hizballá- están dispuestos a morir por su causa (aún en irracionales ataques suicidas) evidencia que la inspiración es netamente religiosa, ya que su convicción absoluta es que después de eso estarán en el Paraíso.
Para esta gente la distribución de la riqueza no necesariamente es un gran dilema, pese a que viven en sociedades feudales donde reducidas minorías viven en la ostentación absoluta, y las grandes masas viven en situaciones precarias o incluso franca pobreza. A muchos de ellos les parece tan natural como al europeo del siglo X podía parecerle normal que los señores feudales y los clérigos tuvieran todas las comodidades, “porque era la voluntad de D-os”.
Esta mentalidad permea en todos los asuntos. Acaso, el más evidente y destacado es el conflicto con Israel. ¿Por qué este tipo de Islam extremista insiste en la destrucción de Israel?
Los ideólogos progresistas en occidente han construido una gran cantidad de explicaciones al respecto, y en todas ellas se ha desdeñado el factor religioso. Incluso, se ha llegado al extremo de aceptar sin ningún tipo de cuestionamiento ideas carentes de sustento histórico que van desde “la ocupación israelí”, hasta el abyecto revisionismo histórico que ya ha propuesto que sitios históricos del Judaísmo en realidad son “palestinos”, o que incluso el mismo Jesús de Nazaret no fue judío, sino palestino.
Es irracional, paradójicamente. Y todo, por la necedad de no querer admitir que la obsesión islámica extremista para destruir a Israel parte de una motivación eminentemente religiosa.
No debería ser tan difícil aceptarlo. Basta con revisar el propio ideario oficial de la República Islámica de Irán, o de organizaciones como Hamas y Hizballá, donde de manera puntual y específica dicen que Israel debe ser destruido porque representa un estorbo para la expansión del Islam.
En vano se va a buscar en el discurso de Hamas, por ejemplo, algo que pueda identificarse como una “reivindicación” del “pueblo palestino”. Si el objetivo de Hamas fuese una reivindicación de tipo social o económico, ellos mismos quedarían mal parados porque su modo de gobierno es absolutamente tiránico y no aceptan ningún tipo de disidencia. Y mientras la mayoría de la población vive con grandes limitaciones, sus líderes están en la opulencia total.
El caso es todavía más radical con Hizballá y con Irán. Ellos -como organización y como país, respectivamente- ni siquiera se han visto afectados directamente por la existencia de Israel. Sólo ideológicamente, y específicamente en el ámbito religioso.
En realidad, el asunto no es un misterio: el Islam está viviendo su propia Edad Media. Apenas están empezando a descubrir que si la religión lo domina todo, la irracionalidad y la violencia se pueden justificar con mucha facilidad y las consecuencias son catastróficas: sociedades retrasadas, empobrecidas y sistemáticamente agredidas. Amplios sectores marginados (empezando por las mujeres), y una total incapacidad del ciudadano promedio para enfrentarse a los tratos injustos de sus gobernantes.
A la par de ello, una obsesión insana por parte del sector clerical por controlar la ciencia, el arte y la cultura. ¿De qué manera? De la única que funciona en ese esquema: la violencia.
Ciertamente, poco a poco se van consolidando los núcleos donde se van a gestar las tendencias ideológicas que permitirán que, eventualmente, el Islam tenga la opción de superar esta crisis interna que lo tiene hundido en la barbarie.
Lamentablemente, occidente no está ayudando a que este proceso se facilite. Por el contrario: en su necedad de creer que las cosas son iguales aquí que allá, y -peor aún- que se pueden entender igual aquí que allá, seguirá soslayando el factor religioso como una poderosa dinámica que determina la conducta de muchos musulmanes, especialmente la de los más extremistas.
Peor aún: seguirá reduciendo el papel de las sociedades islámicas a meros brutos que no tienen iniciativas ni decisiones propias, sino que sólo reaccionan a los estímulos que vienen de occidente, como si fueran entes manipulables sin vida propia.
Es una confrontación de dogmáticos contra dogmáticos: por un lado, la cultura occidental, excristiana, que cree que la religión sólo es un pretexto; por el otro, la cultura islámica convencida de que su religión lo es todo.
¿El resultado? Un violento choque entre una modernidad occidental que todavía no logra traducirse en una mejor real en las condiciones de vida de las mayorías, y un feudalismo medieval en el que viven atrapados cientos de millones de musulmanes que todavía no logran ser conscientes de su condición.
Sólo entendiendo esto podemos tener una idea clara de lo que es el terrorismo islámico internacional o el Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS, por sus siglas en inglés): la versión islámica de lo que hace casi mil años fueron las cruzadas cristianas, un intento apasionado y devoto por “liberar” al mundo de la maldad satánica y someterlo todo a la voluntad de D-os.
Las cruzadas cristianas no sirvieron para nada al final de cuentas. En cambio, lo que sucedió a partir del siglo XV fue que la situación se polarizó, y a la par que surgían sectores lúcidos y abiertos que sentaron las bases del moderno laicismo, se reagruparon también los sectores fanáticos e intransigentes que garantizaron que Europa viviera una guerra tras otra hasta llegar al clímax en la II Guerra Mundial, y acaso su peor resaca en la Guerra Civil de la ex-Yugoslavia.
Esa ha sido la ruta de esa gran bola de nieve.
Lamentablemente, la bola de nieve del Islam está alcanzando un tamaño similar. En consecuencia, su ruta y destino no será demasiado diferente.
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