AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO
Desde hace algunos años ha venido creciendo por tierras españolas la Orden Nueva de Toledo. Comunidad sin estatutos, ni comités de disciplina, ni lista.
Sus miembros aman el silencio. Hablan y callan en silencio. Escuchan. Es la liga del silencio. Es ése el camino que siguen hacia donde la intimidad se va haciendo más profunda, fieles de amor.
Y denuncian. Los miembros de la Orden son críticos con todo poder, sin límites. Críticos con toda ley. Porque la respetan. Por eso son críticos. Porque saben que no podemos vivir sin ley. Siempre. Alguna. En cada momento. Y en cada momento, buscan y exigen siempre la mejor. Porque callé, mis huesos se consumían.
Han visto los desastres a los que ha conducido el verlo todo con un solo ojo, el someterlo todo a un único principio único, sea éste el espíritu, o sea la materia. Son los totalitarismos… y los miembros de la Orden son sus declarados enemigos. El llamado materialismo histórico y sus incontables ramificaciones, con un solo ojo, al convertir en dogma la razonable obviedad de que todo tiene una dimensión económica, ha conducido al relativismo moral, a la increencia inane, a la vergüenza de la razón, a la confusión del valor con el precio y al nihilismo beato, colaborador con los peores horrores y con la indiferencia. Pero hacen falta dos principios, al menos. Quizá, en un límite del mundo, o en un más allá de todo, todo se reduzca a uno. Pero aquí, hoy, en el tiempo que somos, espíritu y materia se necesitan, uno a otro: Ilusión y experiencia. Proyecto y camino. Deseo y posesión. Intenciones y resultados. Quietud y acción. Por eso, los miembros de la Orden se miran en aquellos Caballeros Templarios que inauguraron oficialmente en el mundo la doble militancia, la del alma y la del cuerpo. Monjes guerreros, ermitaños en la calle, espíritus combativos, en su doble militancia templaron el más extremo valor, indiferente al éxito o fracaso momentáneo o personal, indiferente a equivocarse y rectificar una y otra vez, sin fin. Y tienen, también como aquéllos, su Gran Maestre. Se trata de un quieto e inquieto pensador: Antonio Escudero Ríos.
Guerreros, he aquí la gran máxima de esta Orden: NO MATARÁS. Es, desde luego, muy antigua. Y sin embargo, parece increíble que esté tardando tanto tiempo el ser humano en darse cuenta de ella y aceptarla, a través de un larguísimo camino. He aquí, en este camino, dos momentos: Uno fue cuando el Imperio Romano y el humanismo antiguo: cuando primero entre judíos, y luego entre cristianos, se empezó a poner coto, lenta y progresivamente, a la pena de muerte. Y otro, más tarde: Cuando el humanismo renacentista fue dando lugar a una versión más profunda de esa máxima, que, aunque muy repetida, es poco comprendida y aplicada: VIVE Y DEJA VIVIR. Tal máxima, hoy se dice inspirar no sólo las relaciones humanas sino las de toda la naturaleza. Sí. ¡Por la vida! ¡Por el placer y la alegría de vivir!
Sí: Libre circulación por todo el mundo. Libertad de tránsito, externo e interno, libertad de comercio entre los seres y los no seres. Libertad, cada vez, siempre extrema. La libertad de todos es la civilización, invitación al viaje… Éste fue, precisamente, el trabajo del templario: la protección del viajero, un trabajo en la tradición recibida, y tan olvidada, de esa otra sublime máxima del Libro: AMARÁS AL EXTRANJERO.
Por eso, desde el otro extremo del Mediterráneo, esta Orden marca su nombre con el de una ciudad que otro tiempo fue vivo hervidero de espíritus, lenguas y cuerpos: Toledo. El nacionalismo español acabó con él. Quizá hoy, sobre los Derechos Humanos, un nuevo Toledo pudiera recuperar aquella vieja vida… Pero ahora, en paz duradera. Un símbolo, un ideal, para el mundo. En Toledo se puede vivir y también se puede soñar, y… me desperté, en el Toledo de la fe y del futuro.
Los caminos, son muy largos. Hay muchos, en España… en Hispania, Al-Andalus, Sefarad… ¿Quién no está, por San Saturio, en Soria, más cerca, y más remoto, de si mismo? Es ése, también, un lugar, en el firmamento de la Orden. Junto al Árbol del Conocimiento, está el árbol del Desprendimiento. El amor. Que, dejamos aquí, en una prenda, como punto final: un jazmín.
EN TOLEDO Y SORIA
ANNO TEMPLI DCCCXCIII
Fernando Carbonell
Comunidad Enlace Judío
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