GABRIEL ALBIAC
La enfermedad no es el populismo. Ni lo es ahora, ni lo fue en la Europa de entreguerras. El populismo es síntoma. Ahora como entonces. De algo enfermo. Y no es el síntoma el que mata. Es el no haber entendido que el síntoma era aviso. Que, ignorada su alarma, lo peor acaba necesariamente por llevarse a quienes niegan su presencia.
El síntoma dice y oculta. Simultáneamente. No miente jamás. Miente quien lo malinterpreta. O quien no juzga siquiera necesario interpretarlo. Como síntoma de un malestar profundo, el populismo había sido analizado, hace más de un siglo, en un libro de Gustave Le Bon cuya impresión en Freud es explícita: “Sean cuales sean los sentimientos, buenos o malos, manifestados por una muchedumbre, presentan siempre el doble carácter de ser muy simples y muy exagerados… Inaccesible a los matices, la muchedumbre ve las cosas en bloque y no conoce las transiciones… La simplicidad y la exageración de los sentimientos de las muchedumbres hacen que éstas no conozcan ni duda ni incertidumbre”. Estalinismo y nazismo venían de camino.
El ascenso de los nuevos populismos –con etiquetados diversos, a izquierda o derecha, según los países de la UE– es síntoma. De que algo primordial se ha roto. Y de que no hay en el horizonte análisis racional lo bastante sólido, lo bastante satisfactorio, como para poner freno al goce enfermo de chapotear en el síntoma: la delectación en la propia desdicha y la profundización en el desastre que promete. La UE no es Europa. Y eso no hubiera supuesto nada grave, si así se hubiera dejado claro desde un primer momento. Europa es una mitología con asiento geográfico. La UE una gestión más funcional ante una economía mundializada. Fundir ambas en una misma fantasía, era rentable a la hora de disparar las tendencias centrípetas en el Continente. A la larga, no matizar ambos conceptos ha generado un malentendido que puede ser letal: la amalgama de sentimentalidades y cálculo monetario. Lo incompatible.
La victoria ya de ese populismo en Grecia, su ascenso espectacular en Francia y en España, son síntomas de que hay que refundar todo el proyecto. Síntomas de que no estamos ante una fisura parcial. Puede que Grecia y España no pongan totalmente ante el abismo a la UE. La victoria de Marine Le Pen en Francia sí lo haría. Y esa victoria dejó, hace ya bastante, de ser inverosímil. La identificación de las masas con aquellos que les acarician el lomo y rinden aquiescencia a sus doloridas fantasías, llevan, es cierto, necesariamente a lo peor.
Pero ese síntoma no lo inventaron ni los populistas españoles, ni los griegos, ni los franceses… Ese síntoma es la voz dolorida de aquellos a quienes la política de la UE hundió en el desconcierto. Y tan sólo la cura de esa política –aun quirúrgica y dolorosa– hará que el síntoma se disuelva. Y un principio de racionalidad política sea restablecido. Lo bueno de lo malo es que nos permita comprender. Para evitar lo peor. Lo peor es repetir que aquí no pasa nada.
Fuente:abc.es
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