Sally Perel: “De noche era judío. De día, joven hitleriano”

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

 

El escritor alemán afincado en Israel recuerda el tiempo que, huyendo de la deportación, pasó oculto en un centro de formación nazi. Su historia inspiró el filme ‘Europa, Europa’.

Sally Perel ha estado tantas veces cerca de la muerte que morirse no entra en sus planes. “No puedo ni caer enfermo”, dice. “Tengo tantas cosas que hacer: viajar, escribir… Viajo tanto que volveré a escribir cuando me jubile”. En abril cumplirá 90 años y parece decirlo sin ironía. Lo que piensa escribir es la continuación de un libro que, contra lo que suele ser habitual, no se le resistió: fue él el que se resistió al libro. Tú tienes que vivir—por fin traducido por Claudia Müller para Ediciones Xorki con prólogo de Andrés Neuman— narra su huida de la persecución nazi y su ingreso por error en una academia de las Juventudes Hitlerianas, donde sobrevivió tres años ocultando su condición de judío. Al final de la guerra se reencontró con su hermano para descubrir que su padre había muerto de hambre en el gueto de Lodz, su hermana había sido fusilada y su madre gaseada en un camión.

Fue ella la que le dio la orden de vivir a toda costa usada como título de la versión española. El original sería Salomón, miembro de las Juventudes Hitlerianas —“esas palabras juntas ya indican una contradicción para cualquier lector alemán”— y otras traducciones utilizan el mismo de la adaptación cinematográfica de 1990 que convirtió el libro en un fenómeno mundial: Europa Europa. “Me gustó la película, sí”, cuenta Perel, de paso por Madrid. “Hay una escena que refleja bien la escisión que vivía: esa en la que de madrugada dibujo en la ventana la estrella de David y a la mañana siguiente grito ‘Heil Hitler’ con mis compañeros. Vivía con dos identidades: de noche era judío; de día, joven hitleriano”. Un joven que evitaba las duchas comunales para que la circuncisión no le delatara, pero obligado a lavarse con jabón fabricado, según los rumores que corrían por la academia, con grasa de los judíos asesinados.

Sally Perel, que nació en Peine (Alemania) en 1925 y ahora vive en Israel, evitó durante años poner por escrito su peripecia. Por dos razones: ni quería recordar ni compararse con los supervivientes de los campos de concentración, por los que él no pasó. “Escribí estas memorias para dejar un ejemplar en el Museo del Holocausto y para la familia, pero lo tradujeron y…”. ¿Ha cambiado algo después de escribirlas? ¿Se siente ahora digno de contar esa historia? “Sí, porque el hecho de escribirlo ha sido una terapia. Me di cuenta de quién era realmente: una víctima entre los verdugos y no un verdugo de cara a las víctimas”.

Cuenta Perel que a la hora de enfrentarse a su relato tuvo presente a deportados que —como Primo Levi o Imre Kertész también relataron su experiencia: “Si esto es un hombre me marcó. Mi libro habla desde el otro lado. Ellos narran la situación en los campos, cómo uno dejaba de ser persona y se convertía en número. Yo cuento cómo se adoctrinaba a la gente para que pudiera pasar algo así”. Algunos supervivientes expresaron su mala conciencia por serlo cuando tantos otros habían muerto. ¿La sintió él? “Nunca. Yo no me hice reproches, me los hicieron algunas víctimas de los campos. Hubo quien me dijo que se habría suicidado antes que llevar una cruz gamada. Es fácil decirlo cuando todo ha pasado, pero cuando tienes 16 años…”.

No era la primera vez que sufría la incomprensión de los suyos. Perel, cuyos padres habían emigrado a Alemania desde Rusia al comienzo de la revolución de 1917, recuerda la frialdad de los judíos locales hacia los judíos orientales. “En casa se lamentaban, pero a mí no me importaba”, cuenta. “Si no entendía la diferencia entre un judío y un no judío, cómo iba a entender la diferencia entre un judío y otro”. Paradójicamente, cuando su familia decide instalarse en Polonia huyendo de la discriminación de las leyes de Núremberg, los judíos de Lodz se burlarán de él llamándolo alemán. Pronto unos y otros sufrirían el mismo destino. La invasión de Polonia en septiembre de 1939 les llevó a ser confinados en un gueto. Los padres de Perel decidieron que él y su hermano huyeran a Rusia. “Tenéis que vivir”, les dijo su madre después de que su padre los bendijera y los forrara en abrigos rodeados por un extravagante cinturón de paraguas plegables, “la absoluta novedad en aquella época”. Su hermano los había sacado de la fábrica en la que trabajaba y la idea era canjearlos por comida cuando lo necesitaran, pero a punto estuvieron de resultar letales cuando Sally se cayó del transbordador que cruzaba el río Bug y perdió de vista a su hermano. No sabía nadar. El sobrepeso tampoco ayudaba. Solo un guardia ruso se apiadó de él y lo sacó del agua. Al día siguiente continuó la huida: “En un cruce hubo que decidirse por un camino. Solo quedaba rezar para que fuese el correcto”.

Finalmente, fue acogido en el orfanato soviético de Godno. A los dos años, la invasión alemana de Rusia lo volvió a poner todo patas arriba y su vida dio un giro inesperado. Tenía 16 años, pero parecía un niño. En Minsk, última estación de su huida, destruyó sus documentos antes de ser detenido por el Ejército alemán. Cuando le preguntaron si era judío, respondió: “Soy alemán de origen”. Estaba salvado. Pasó un tiempo como intérprete en la 12ª división de tanques de la Wehrmacht antes de ser enviado a una academia de las Juventudes Hitlerianas. Había cumplido la orden de su madre.

Fuente:elpais.com

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