OSVALDO PEPE
El kirchnerismo vive el momento más crítico de su dilatado ciclo de poder. Jaqueado por la sombra cada vez más extendida de la muerte de Nisman y con la Presidenta imputada, es decir en proceso de investigación por presunto encubrimiento en la voladura de la AMIA. También, por ahora en un segundo plano, con el sector de la Justicia no domesticada que husmea en los negocios privados de la Presidenta y de Lázaro Báez, el empresario asociado a los Kirchner, o acaso su testaferro.
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Obstinada como es, la Presidenta, sin embargo, ha decidido concluir su mandato haciendo flamear la bandera de guerra hasta el final. Y manda a sus escuderos políticos a ladrar amenazas veladas o conjeturas grotescas, como las del jefe de Gabinete y Aníbal F. Y desde el coto de la Justicia adicta ejerce en paralelo presiones de sesgo stalinista sobre jueces y fiscales que adhieren a la Marcha del Silencio: la fiscal Caamaño pasó lista con rigor mussoliniano para saber quiénes concurrirán.
La Presidenta se refugió en El Calafate, días después de sus primeras, infaustas apariciones públicas en donde Nisman fue ninguneado y su familia destratada, desdén ahora amplificado en dos discursos consecutivos el sábado y ayer, donde ni se dio por aludida ante la imputación del fiscal Pollicita. La Presidenta puede hacer eso. Puede ordenar a los penosos levantamanos del Congreso que voten en soledad leyes trascendentales para la Argentina que viene. Puede mandar a romper los diarios que quiera a través de funcionarios acríticos que transmiten con obediencia debida sus fobias personales. Puede incitar a cantar y bailar a sus fans adolescentes que “militan” en el Patio de las Palmeras. Pero el grueso de la sociedad no parece dispuesto a recomponer con ella sus lazos emocionales. Al menos eso dicen las encuestas difundidas, y las calladas, sobre el deterioro en picada de su imagen.
Ya no son los tiempos del poder dorado del 54% de los votos de 2011, entonces con una sufriente viudez a cuestas. Ahora el muerto no es su marido, sino el fiscal que la había acusado encubrir a los sospechosos del peor atentado terrorista sufrido por la Argentina. Suicidio o crimen, la lectura política no cambiará. Nisman está muerto y, como el escritor Emile Zola en el caso Dreyfus, en la Francia del siglo XIX, su cadáver será un fantasma errante que mortificará al kirchnerismo con un “yo acuso” que durará una eternidad. Zola tuvo razón sobre la inocencia de Dreyfus en un caso de espionaje, con fuerte tinte antisemita, que conmocionó al mundo. Pero no tuvo suerte: apareció muerto en su casa, asfixiado por la chimenea de una estufa tapada adrede, según se conjeturó entonces.
Fuente:clarin.com
#CasoNisman
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