Jacobo Zabludovsky: Una vida entre lo importante y lo ridículo

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO.

Don Jacobo, creo que no es casualidad que estemos sentados frente a frente, hoy, precisamente a 70 años del Holocausto. Hace 70, usted tenía 16. ¿En dónde estaba? ¿Cuál fue la primer noticia y cómo la tomó?

“Bueno, yo estaba en México. En ese momento, 1945, había entrado a la preparatoria en San Ildefonso. La noticia de lo que llamamos ahora Holocausto, que es un fenómeno de crueldad única en la historia, no llegó de pronto así, completa, como de que: ‘Oye, descubrimos el Holocausto’. No. Llegó como una noticia de que unos soldados soviéticos habían llegado a un campo de concentración que se llamaba Auschwitz, que ni siquiera estábamos familiarizados con el nombre todavía, y que habían encontrado un infierno. Pero llegó a cuenta gotas. Además había dos factores muy importantes: uno, que muchas veces creíamos que era propaganda de los aliados; y otra cosa, que había muchas noticias similares que, algunas se confirmaban y otras no. De modo que no fue una sorpresa súbita. Lo fuimos descubriendo poco a poco, dándonos cuenta de la magnitud”.

Y Don Jacobo, ya con algún deseo de dedicarse al periodismo, ¿cómo percibía estos pequeños tintes de lo que estaba sucediendo con la Guerra Mundial?

“Bueno, eramos lectores de periódicos en mi casa. Además, ya había empezado a trabajar. Mi licencia de locutor, que la conservo, tiene fecha del 3 de enero de 1945”.

¿Y la conciencia del Jacobo de 16 años ante estos hechos?

“El Holocausto es un fenómeno particular y único. Pero la persecución judía no era una sorpresa para nosotros. La persecución sistemática de los nazis comenzó en 1933 cuando Adolfo Hitler tomó el poder en Alemania, con distintas leyes, y discriminaciones, y humillaciones, y agresiones, y robos, y encarcelaciones. Así es que estábamos conscientes del odio antisemita de los nazis y nos causaba mucha tristeza, pero ya no causaba sorpresa”.

¿Eran pequeñas puñaladas?

“No pequeñas. Pero muchas”.

Don Jacobo, ¿qué pasa por sus venas cuando se encuentra frente a grandes ‘monstruos’ de la historia?

“Te voy a decir una cosa que te va a parecer muy rara. Yo siento una gran pasión por lo que hago y ahorita la estoy sintiendo cuando tú me entrevistas a mí. Porque es como si yo estuviera en tu lugar y tu en el mío. Y nos intercambiáramos. Y yo te siento, en tu búsqueda de darle un interés a nuestra platica. Y entonces yo no sé de qué lado estoy. Pero es muy emocionante, a pesar de que tengo 70 años de periodista, porque nunca me he dedicado a ninguna otra cosa. Y ahorita todavía, cuando tu me entrevistas, me sudan las manos. A mi me sudan las manos solamente cuando estoy nervioso”.

A mi también me sudan hoy.

(Risas) “Todavía me sudarán dentro de un rato cuando entre yo a la cabina de radio para mi programa De Una a Tres. Luego se me quita mientras trabajo. Porque nunca he perdido la emoción, ni la sensación de que estoy en el filo de la navaja, entre lo importante y lo ridículo. Porque muchas preguntas que tu haces para obtener una respuesta, la que tu quieres, ingeniosa o distinta, la pregunta puede parecer tonta”.

7:19 AM. 19 de Septiembre. 1985. El Terremoto de la Ciudad de México. Insisto, Jacobo la persona. En su auto, con su teléfono alámbrico.

“Fue una lucha entre la necesidad de cumplir con una tarea, que era la de informar, y mi propio sentimiento. Yo tenía ganas de llorar. Sobre todo cuando llegué a la oficina de los noticieros en Televisa, que yo dirigía. La vi totalmente derrumbada. Era una montaña de cascajo. Y yo sabía quiénes estaban sepultados ahí. Yo les había dado el trabajo. Yo les había dado el horario. Yo les había dado el escritorio. Y todo lo que representaba esa empresa donde yo había trabajado más de cincuenta años en aquella época, ya. Fue muy triste. La lucha era entre narrar o llorar. ‘No es hora de llorar, hay que narrar'”.

Treinta años ya. Se cumplen este año.

“Sí. La herida está abierta. Y la lágrima fácil”.

Israel y Palestina. Una lucha interminable.

“Lo vivo como todo ser humano. Procuro en el ejercicio de mi profesión, no inmiscuirme con mis propios sentimientos y convicciones personales. Yo lo que creo en este conflicto es que deben llegar a la paz. ¿Son enemigos, verdad? ¿Sabes con quién se hace la paz siempre? Con los enemigos. Con tu cuate no haces la paz. Estás en paz. Son dos naciones. Deben tener fronteras seguras. Una vecindad mutuamente respetuosa. La garantía de que no se van a agredir. Trabajar juntos y procurar que sus pueblos vivan conscientes de que uno existe y el otro también y procuren lo mejor para sus habitantes, palestinos e israelíes”.

La mirada de Jacobo, con tantas cosas que ha vivido, que ha dolido, que ha testificado. No es cualquier vida. ¿Cómo vive una cabeza tan llena?

“No pasa absolutamente nada. Tengo muchas formas de evadirme de realidades agresivas o desagradables, o incluso agradables. Soy lector constante. Abro un libro y estoy metido en el libro, hasta que me da sueño y lo dejo. O hasta que me canso. No hay problema entre el cúmulo de cosas que tienes en tu cabeza y tu mismo, porque tu eres lo que piensas, y lo que acumulas, y lo que recuerdas”.

¿En algún momento de su carrera consideró dejarlo todo?

“Siempre. Cuando tengo un compromiso por cumplir, quiero dejarlo todo y largarme (risas). La columna de El Universal, la escribo, porque escribo muy despacio, se publica el lunes, la empiezo a escribir desde el jueves. Entonces estoy de un humor de la cachetada. Estoy con ganas de renunciar y de largarme al Tibet. Entonces me siento frente a la computadora, si ya tengo el tema. Si no, lo busco. ¿Sabes? Yo no puedo escribir con mucha anticipación. Necesito la hora del cierre del periódico. Eso es como una adrenalina”.

“Cuando yo era reportero en Bucareli, donde estaban todos los periódicos, todos teníamos la nota que íbamos a entregar al periódico desde la mañana. Pero nadie se ponía a trabajar en ella. Y te encontrabas a todos los cuates en el Quico’s o en La Mundial si les gustaba la cerveza, esperando a las seis o siete de la tarde, que era la hora del cierre (risas), cuando el jefe de redacción empezaba a gritar. Y entonces, te sientas en la mesa. A las doce del día no te salía la nota. Pero a las seis y media de la tarde, cuando te quedaban 20 o 30 minutos para entregar a un señor de malas, le entrabas a la nota (risas). Esa adrenalina te estimula. Es como una droga”.

México hoy.

Dice la gente: ‘Oye, ¡qué situación hay en México!’. México siempre ha vivido alguna crisis. Nunca hemos estado ajenos a las crisis. Es una manera de vivir. Vivimos en crisis. Nunca hemos vivido largas temporadas en la opulencia. Siempre hemos tenido problemas y los seguimos teniendo. Siempre. Yo nací unos meses antes de que asesinaran a Álvaro Obregón, en plena rebelión cristera. Hubo más de un millón de muertos, o no sé cuántos. Ahí nací, en la Colonia de los Doctores que todavía era un lugar de establos para vacas y bodegas antiguas. Tenemos problemas, sí. Vamos a salir de ellos”.

Pero ahora también hay redes sociales. Y existe este poder de convocatoria masiva.

“Es muy sano. Desde luego que la técnica nos ha dado la posibilidad de que cada uno diga su verdad y ser escuchado por otros, y que puedan conversar gratuitamente y simultáneamente. Esto es formidable. Hemos pasado de una época reciente en donde había una concentración de las herramientas para la divulgación de las ideas y las noticias. De una concentración absoluta a una apertura absoluta, también. ¿Si se podría convertir en un abuso? Yo prefiero que haya un abuso de la libertad de expresarse, a que haya la mínima posibilidad de una dictadura o de una limitación de la libertad de hablar y de opinar”.

Esta sección se llama SELFIE. ¿Qué signfica para usted el fenómeno de las selfies?

“Puede interpretarse de varias maneras. Puede interpretarse como una elefantiasis del ego (risas). Me voy a retratar a mi mismo para dejar constancia de mi belleza a la humanidad. Y para ir al otro extremo, puede considerarse como una deformación periodística. Entre esos dos extremos hay muchas otras interpretaciones”.

El privilegio de haber nacido Jacobo.

“No sé si es privilegio o no. El privilegio de haber nacido, sí. De haber nacido Jacobo, pues eso fue después. Primero nací y luego me pusieron nombre”.

Y luego ese nombre se hizo hombre.

“Bueno, sí. Si no te mueres, te haces hombre”.

Y Don Jacobo no se murió. Se hizo hombre. Y ¿qué hombre se hizo Jacobo?

“Pues no sé. Dí tú. Tú me estas viendo. Yo no puedo opinar de mi mismo. Pues, estoy muy agradecido por muchas circunstancias que han normado mi vida. Primero, haber nacido en la familia en que nací, con su cultura, con sus tradiciones. Luego, haber nacido en México, que fue un privilegio, donde obtuve educación gratuita, laica, sin ninguna limitación. Mi papá no tenía dinero para pagar una escuela. Simplemente llegó y me inscribió. Y así, gratuitamente, terminé la carrera de abogado. Estoy encantado de esa suerte”.

¿Cómo son hoy 24 Horas con Jacobo Zabludovsky?

“Me levanto a las cinco de la mañana. Incluso sábados y domingos, igual, porque ya es una costumbre. Me despierto. Empiezo a recibir periódicos a los que estoy suscrito. Oigo cuando pasa el que los reparte. Me meto un rato al sauna y allí los leo. El calor seco no moja el papel periódico. Luego me baño con agua fría, todos los días. Está saliendo muy fría, pero aún así. (risas). Tomo un cafecito. Hablo con mi esposa, que se levanta también temprano. Y me vengo a Radio Centro. Estoy aquí a las siete de la mañana. A las ocho tenemos una junta, para ver qué travesuras hacemos durante el día. Para ver qué nos falló el día anterior. El nuestro es un pequeño periódico de radio, pero lo cuidamos mucho. Reparto las órdenes a mis reporteros, al helicóptero y me voy a mi oficina particular, donde me ubiqué hace unos 15 años en marzo del año 2000 cuando salí de Televisa, súbitamente. Esa mañana yo no sabía que ya no iba a estar en Televisa después de 50 años de estar ahí. Y ese día me encontré que ni las tarjetas de visita que tenía yo, dejaban de tener el logo de Televisa. No tenía tarjetas de visita mías. (risas). Y entonces dejé a la entrada, con el policía mi celular, porque tampoco tenía un celular mío, porque era de Televisa. Fue un cambio radical de mi vida. No un cambio de trabajo, ni un cambio de chamba. No. Un cambio de vida. Yo había pasado en Televisa más tiempo que en mi casa, de soltero o de casado. Algunos amigos me ofrecieron sus casas para oficinas. No quise, porque no tenía un plan definido de qué iba a hacer. Yo tenía en ese momento alrededor de 70 años. Incertidumbre absoluta. Setenta años de edad y te quedas sin tu casa, sin tu trabajo, sin tus rutinas, sin tus amigos, sin tu sueldo, sin tu obligación. Encontré cerca de la Fuente del Petróleo, un edificio que estaba por ser terminado, muy cerca de donde tengo mi casa. Quedaba un espacio y mi hermano que era arquitecto lo vio y resolvió que era suficiente para mis necesidades. Muy personal. Llevé allí algunos de los libros de mi casa, los de más frecuente consulta: diccionarios, enciclopedias, colecciones literarias. Me llevé unos cinco o seis mil libros. Y así empecé a funcionar. Recibí ofertas de trabajo desde antes. Así fue. Allí, trabajo en otras cosas que no son de radio. Escribo mucho. Escribo en El Universal una vez a la semana, desde hace ya más de 400 artículos, sin fallar ni uno”.

¿Don Jacobo escribe para él?

“Para mi escribir es un oficio. Sigue siendo un oficio en el más valioso significado de lo que es un oficio. Oficio es algo que hay que tratar con respeto, con cuidado, con dedicación. No escribo para mí”.

“Cuando las máquinas eran mecánicas, antes de las eléctricas, ya no digamos de las computadoras, en mi Smith Corona, en mi Olivetti o en mi Remington portátil, escribía yo con dos dedos, pero muy aprisa. Cuando tuve que aprender a escribir, porque entré a El Universal hace siete años, por una invitación de mi querido amigo Juan Francisco Ealy Ortíz, tuve que aprender a escribir en computadora. Me cuesta mucho trabajo hasta la fecha. No solo es otra máquina distinta, sino que tampoco mis dedos son como eran. Mis dedos eran derechos. Y ahora con uno escribo y con la otra mano corrijo (risas). Me cuesta mucho trabajo pero me da una gran satisfacción. Si no me diera una gran satisfacción o una gran alegría, no trabajaría. Tengo una vida bastante moderada; austera. Claro, gano un sueldo, soy un profesional, no soy un amateur, pero no solo es el sueldo que es importante, es que te guste lo que haces, y a mi me gusta”.

“He ejercido todos los tipos de periodismo en el mundo. El periodismo de cine, radio, televisión, impreso. Pero lo que más me divierte en el periodismo es el periodismo de radio, porque todo lo haces tu. Todo entra por el oído. Tu tienes que decirles a qué huelen las cosas, a qué distancia están, de qué color son, de qué tamaño. De qué piso se aventó el suicida de las Torres Gemelas cuándo impactó el segundo avión en la segunda torre. Los que estaban por televisión lo estaban viendo y los grandes conductores de la televisión americana no salían de: “Oh my God”. Pues para eso mejor me quedo en mi casa. No salían de eso. Y no los necesitábamos. Mejor que se callaran. Pero en la radio no. En la radio todo lo haces tu. Todo. Porque es como un silencio: llénalo. Como la tela de un pintor: llénala”.

La música.

“Me gusta muchísimo. Es una de mis aficiones grandes. Sobre todo la música sinfónica. Tengo mis preferidos. Lugar común: Beethoven. Maller. Por razones de mis programas, se ha hecho muy popular que soy aficionado al tango. Sí lo soy. Pero mucha gente cree que no escucho otra música que no sea la de tango. Pónganme una zarzuela y se las canto. Creo que es un género precioso. Lo viví de niño en los teatros del barrio de La Merced. El Arbeu, el Virginia Fábregas, el Teatro Colonial, el Principal. A Plácido Domingo lo vi casi de niño. Llegó con su papá y su mamá, Pepita Embil y Plácido Domingo. También soy muy aficionado a la música moderna. Al jazz. La música popular mexicana. El bolero”.

Platillo predilecto.

“El mole. No tengo ninguna duda. No es payasada barriobajera. Me encanta. Frío, caliente, recalentado. Con nopalitos, con pollo, con guajolote. Con lo que sea”.

¿Usted cocina?

“Cocino la única paella auténtica del mundo. La paella es un platillo de amigos. Por eso es redondo, para que se reúnan alrededor. Tiene que ser con llamaradas, no con parrillas eléctricas. A mi me enseñó a hacer la paella Fermín Espinoza “Armillita”, el gran maestro de toreros, sabiendo que yo no era su partidario, pero tampoco su enemigo. Yo era partidario de Lorenzo Garza. “Armillita” me enseñó las proporciones, que son muy importantes. El orden en que deben irse poniendo. Y yo la hago muy buena”.

¿Qué le saca una sonrisa a Jacobo?

“Mira, una carcajada te la saca cualquier güey. Una sonrisa no. Por eso hay tanto cómico que hace carcajear, pero muy pocos que hagan sonreír. Porque en la sonrisa hay algo que la carcajada, que es explosiva, no tiene, que es una reflexión. Me hace sonreír un niño de la edad que sea. Me hace sonreír un buen libro. Releo constantemente El Quijote y me hace sonreír. Me asombra siempre. Me hace sonreír comer con mi esposa. Ver a mis hijos. Me hace sonreír cada mañana pensar que voy a venir a trabajar. Hay muchos motivos para sonreír”.

Y ¿a qué le llora?

“Soy muy llorón. Prefiero no decirlo, porque el que quiera hacerme llorar, ya sabrá por donde (risas)”.

¿El toro más bravo de su vida?

“La muerte de un niño muy chiquito, que fue mi hijo. Pero fueron unas cuantas horas. Muy bravo. La muerte de mi madre, de mi padre, por supuesto, de mis hermanos. Y otras muertes cercanas. Esos son toros bravos. La muerte”.

La merced.

“Mi casa”.

Bialystock.

“Donde nacieron mis padres. Una ciudad en la frontera de Polonia, cerca de Rusia. Gran parte de la población era de judíos, que fueron exterminados por los nazis en las cámaras de gas, entre ellos toda la familia de mi padre y de mi madre. Mi madre fue de un pueblito cercano a Bialystock. Esa es mi muy cercana relación con esa ciudad”.

¿Alguna vez tuvo la oportunidad de pasar por ahí?

“Sí. Estuve en Polonia acompañando al presidente López Mateos en su viaje. Un señor de la cancillería me llevó a Bialystock. No hay ningún pariente, siquiera amigo. Alguien que oyó hablar de los Zabludovsky y dio algunos datos que permitían suponer que sí los había conocido, pero nada más. El cementerio fue destruído. Con las lápidas hicieron calles. Entonces, no encontré nada grato para ser sinceros”.

La vida.

“La capacidad de descubrir cosas que te puedan asombrar. Es una oportunidad, más que otra cosa”.

Sarita.

“Sarita es para mi fundamental. Es todo. Acabamos de cumplir 61 años de casados. Nos conocimos en la calle de San Ildefonso, en el Centro de la Ciudad de México. Es una sola calle, que va de esquina a esquina, nada más. De oriente a poniente. De Correo Mayor a Argentina. Punto. Ahí esta la Escuela Nacional Preparatoria, a la cual tuve la fortuna de entrar, y ahí también, en la Facultad de Derecho que está enfrente, en la misma calle. Yo en mis clases de Derecho y comencé a ver a una señorita que iba a las clases de la prepa de enfrente. Y así nos conocimos. “Te invito un café”. Ibamos al café de chinos a la vuelta, por Argentina. Una calle de librerías, zapaterías, el billar, los cafés. Y ahí nos conocimos. Una calle tan corta, de tan larga historia”.

Sus hijos.

“Son formidables. Tengo tres. Jorge, Abraham y Diana. Todos hicieron sus carreras. Viven honestamente. Trabajan. Han hecho sus familias”.

Los nietos.

“Una delicia todos. Tengo diez nietos y tres bisnietos. Un bisnieto y tres bisnietitas, primas ellas, que se llevan entre sí un mes. Preciosas. Y no lo digo porque sean mis bisnietas. Son preciosas”.

¿Se arrepiente de algo?

“Yo creo que todos nos arrepentimos de algo. Sería una soberbia decir: “Yo no me arrepiento de nada”. “Yo todo lo volvería a hacer como lo hice”. No es cierto. Hay cosas que uno podría haber hecho mejor. Pero no es justo clasificar cierta cosa sin recrear el ámbito, el momento y el lugar donde tuvo sitio. Como dijo Ortega y Gasset: “El hombre es él y su circunstancia”. No es un hombre solo. Entonces, si tu quieres arrepentirte o recordar alguna cosa que hiciste, recuerda cómo eran las cosas”.

Su vida y obra en una frase.

“No sé. No tengo una frase. Te voy a fallar”.

¿Don Jacobo ha vivido loco como El Quijote?

“La locura fue noble, y es por la locura por lo que se hizo famoso. Pero no estaba tan loco. Cervantes tiene otro personaje con cierto toque similar, en una de las novelas ejemplares que se llama El Licenciado Vidriera, que se llamaba Tomás Rodaja, y era un licenciado egresado de Salamanca. Era como estar en la mejor universidad del mundo en esa época. Y le dio por considerar que era de vidrio. Y siendo tan inteligente y tan culto, no se dejaba tocar por miedo a ser quebrado”.

¿Don Jacobo sí se deja tocar?

“Sí. Sobre todo si me tocan Las Golondrinas en una entrevista (risas)”.

Para despedirnos, ¿qué quiere compartirle a nuestros lectores? Al mundo.

“Pues muchas gracias. La verdad es que un periodista, como un actor o como un escritor de libros, no es nadie si no está la otra parte. Esta entrevista no sirve para nada si no hay quien te lea. Soy un hombre afortunado, porque aunque me ha costado mucho trabajo, ha sido un trabajo grato y siempre he tenido la otra parte enfrente. No tengo cadáveres en el clóset. Lo que he escrito, lo que he dicho, lo que he filmado, lo que he grabado, se consulta, se ve. Todo lo hice al aire, todo lo hice en periódicos accesibles. Todo está ahí. Gracias”.

FICHA TÉCNICA

Jacobo Zabludovsky Kraveski

Ciudad de México, 24 de mayo de 1928

Profesión: Periodista y Abogado

Lo conoces por: 24 horas. Noticiario de Televisa que duró casi 30 años al aire.

Actualmente: De una a tres. Noticiario en Radio Red 88.1 FM

@JcbZabludovsky

Fuente de texto y video: Publimetro

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