Una ciudad en la periferia del helenismo: Sepphoris

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO.

Tomé las notas que ahora han dado lugar a estas reflexiones y recuerdos, siendo profesor de Literatura Comparada en la Universidad israelí de Haifa, entre clases de Historia y clases de Literatura Comparada. Desde lo alto de la cordillera del Carmel, a horcajadas entre el mar Mediterráneo y el rico valle de Israel, que da feraz pórtico a la Baja Galilea.

En los atardeceres hermosísimos del norte de Israel, azotada la torre de la universidad por el viento del desierto, recuerdo haber sentido el tórrido hálito del hamsin a principio de curso, en el otoño temprano. Hasta el aula, asomada a los pinares, llegaban los ecos del mar de la Historia mientras mis alumnos y yo hablábamos de la importancia del mundo clásico, de su literatura, para el entendimiento de la cultura mediterránea no sólo antigua, sino también actual. Fue entonces cuando salió a relucir por vez primera en mi experiencia de profesor viajero la ciudad de Sepphoris, tan cerca de donde nos encontrábamos. Quise conocerla, y mi primer encuentro con ella me hizo exclamar: «He ahí, ante nuestros ojos, una ciudad en la periferia del helenismo». Y así es como he querido titular este breve trabajo.

Sepphoris, como llamaron a la ciudad los griegos, un día capital de la Baja Galilea, en el camino de Ptolemaida (San Juan de Acre, Akko actual), y la vieja Via Maris, se encuentra en medio de dos mares: el Mediterráneo y el de Tiberiades (cf. mapa de la alta y baja Galilea, figura 1). Emplazada al Norte de Nazaret, no lejos del monte Tabor, la tradición quiere que sea patria chica de Joaquín y Ana, lugar de infancia de María, la madre de Jesús. Sorprende la vinculación a la ciudad de este matrimonio, supuestamente observador de las normas de vida judía tradicionales, en un medio helenizado lleno de apicoresh, o seguidores de Epicuro, que es como tildaban los judíos ortodoxos a los que se asimilaban a los modos de vida de los griegos o goyh, poco propicios al seguimiento de esa observancia, gentes helenizadas, fácil presa de la temida hitbolelut, asimilación a los modos foráneos, o dispersión de la esencia judía y de su integridad.

Figura 1

El topónimo hebreo, Zippori, obedece a su ubicación en la cima del monte, donde se posa como un pájaro; y al hecho de que en hebreo la referencia a cuanto hay de bello y querido se plasma metafóricamente con esa voz ‘pajarito mío’.

Pero al margen del topónimo, la esencia y el espíritu de esta ciudad, en la periferia del helenismo, su vocación, son griegos. Participó, tal vez a través de Alejandría, de aquella cultura, en la que se engolfó, y de la que se nutrió. Durante varios siglos, desde el final del mundo clásico hasta los años en que allí influyó Bizancio, fue la cultura griega, la pervivencia de su recuerdo, lo que permeó la historia menor de este enclave judío.

Herodes Antipas, en tiempos de Antonino Pío, la llamó Diocesarea, lo que muestra el grado de helenización que había alcanzado. Su esplendor e importancia se debió en buena medida a la acción civilizadora de Herodes el Grande, el constructor de ciudades, y al hecho de estar habitada por algunas familias poderosas de judíos de Alejandría. Los recuerdos de esa ciudad son constantes en los mosaicos exhumados en villas y edificios públicos.

Herodes la convirtió en su posesión más preciada, seguramente porque se sentía seguro y a gusto en un medio helenizado. Por eso se volcó en ella, y la dotó de autonomía, instituciones y formas de vida afines a la cultura cosmopolita de su tiempo, a la par que mostraba amistad al pueblo romano, políticamente hegemónico, que estaba hecho a ver el mundo a través de una óptica griega. Reconstruyó la ciudad, haciendo de ella un lugar hermoso de Galilea, con privilegios similares a los que disfrutaban las ciudades de la Decápolis, según relata Flavio Josefo (Antigüedades Judaicas XVIII). En las monedas que acuiió, sus ciudadanos se daban orgullosos a sí mismos, a la griega, el nombre de Tsephoren o las gentes de Sepphoris.

Con Félix, procurador de Judea (ca. 52), siendo rey Agripa 11, fue capital de Galilea (Flavio Josefo, Vida 9), y rival directa de Tiberiades que buscaba aquella distinción para sí.

Agripa el Joven trajo aquí el tesoro real y la administración de justicia. La amistad de Sepphoris hacia Roma concitaba odios, celos y rivalidades de los demás enclaves urbanos y rurales de Galilea, hasta el punto de que Justus, autor de un manifiesto añorando los tiempos en que Tiberiades gozaba de la capitalidad, habla de arrebatar a Sepphoris su poder. Herodes había construido aquí uno de sus palacios-fortaleza, donde resistir llegado el caso, y que abandonó cuando fundó Tiberiades, a orillas del mar de Galilea. Poco después comenzaba la rivalidad entre ambas ciudades, y se acentuaba la singularidad política de Sepphoris: su afección al modo griego de vida, como hemos visto, y a la órbita cultural del poder romano.

Esta afección fue grande en tiempos” de Vespasiano y Trajano, y se prolongó hasta los tiempos de Bar-Cochba, en los días del emperador Adriano. Por aquel entonces (s. II) el rabino Joseph dice:

Yo vi a la ciudad de Sepphoris en los tiempos de su mayor prosperidad y poder, cuando sólo entre tabancos y tabladillos y puestos de venta de especias había muchos miles.

Tenía dos mercados grandes. La cercanía del mar, el hecho de ser morada de una población abigarrada, parecida al mundo de Alejandría, aunque a muy menor escala, la había convertido en centro comercial y puesto de intercambio con el mundo mediterráneo. A Sepphoris llegaban las mercancías que luego se redistribuían por toda la Galiiea y la Palestina interior, hasta Arabia, contando al parecer con una especie de consulado de mar en el puerto del Pireo. El puerto de Tolemaida (San Juan de Accre) era punto de entrada y  salida. La importancia de la ciudad se medía también por el tipo de moneda que acuñó, las tressis, de curso en el medio romano. La importancia del lugar como emporio comercial atrajo a judíos de todo el mundo mediterráneo, sobresaliendo la colonia de los judíos de Alejandria. Entre las lenguas más escuchadas estaba el griego.

En tiempos de Antonino Pío (mediados del s. II) la ciudad se llamó en sus monedas Diocaesarea, lo que habla de una mayor helenización de Sepphoris. Antes se había llamado Neronia y Irenopolis, cambios de nombre que muestran un proceso de síntesis entre la fe judía, la filosofia griega y la ideología y pragmatismo romano. Sepphoris había estado expuesta a corrientes de pensamiento nuevo, y a lo más representativo de la espiritualidad, de las letras y de la política de su tiempo. Fue testigo y partícipe de un momento estelar de la cultura en aquel lugar del mundo, donde el contacto con Alejandría, el foco de cultura del Mediterráneo, y la exposición a la filosofía griega, con lo que ello suponía de tolerancia, hicieron de Sepphoris una de especie ciudad-estado renacentista avant la lettre, abierta a todas las corrientes, y alejada de los fanatismos propios de los judíos ortodoxos de su tiempo. Filón, hombre sabio y a la vez piadoso, en sus oraciones rituales no dejó nunca de repetir, acaso premonitoriamente:

Que no cese nunca el influjo de Roma’sobre nuestras ciudades, porque cuando ello suceda, desapareceremos víctimas de nosotros mismos.

Aludía al complejo mosaico de poderes locales, y la inestable balanza de los políticos aborígenes.

No es por ello, Sepphoris, una ciudad apóstata, sino un ejemplo valioso, en parte truncado, de la cultura helenística, la paideia de su tiempo (I a.C.). El contacto con la luz de Grecia y el espíritu del Derecho romano liberó a sus ciudadanos del componente o ganga semítica para revestir su pensamiento de las formas refinadas de la filosofía. El humanismo griego se abría paso sin afectar a la pureza de la doctrina judía, sino sólo a la actitud del hombre ante la vida. No se pierde la reverencia por la tradición legislativa que corría paralela al lado de la Ley, y de la que se echaba mano en casos difíciles, la haldha, ni se menospreció el componente maravilloso o ejemplarizante de la hagaddá que había enriquecido las costumbres del pueblo. Por eso, más que un sincretismo, lo que se logra en Sepphoris es el triunfo de la razón, que no repugnaba a la fe judía, y que todo lo asumía. Tal vez de este momento de la Historia date la proclividad del pueblo judío hacia el universalismo. Se huye del rigorismo farisaico o del fanatismo zelote, y todos se avienen a gozar con mesura de los bienes del cuerpo y de la aplicación a todo de la inteligencia que una civilización avanzada permitía. No hubo en Sepphoris concesiones papanatas a lo novedoso, por el hecho de serlo, sino que todo se juzgó y ponderó en su justo medio, sin aferrarse tampoco a la tradición, sino con mentes abiertas. Sepphoris supuso nada más y nada menos que eso. Por eso fue triste que sucumbiera, porque su ausencia llenó de sombras a la Galilea romana, antes faro y después ruina …, aunque ruina de luz. Después de todo, su historia se había desenvuelto al filo y en la confluencia de tres grandes corrientes: judaísmo, helenismo y romanidad, entre herodianos cosmopolitas y epicúreos, ansiosos de vivir, y celotes constantemente asomados al camino por donde creían ver venir de continuo al Mesías. Participaba del afán legalista de los fariseos, del pietismo de los esenios, del espíritu crítico del helenismo, del pragrnatismo romano, en un equilibrio imposible entre lo apocalíptico y lo gnóstico.

No es fácil presentar una ciudad antigua tan compleja como Sepphoris, abstracción hecha de la gran ciudad de Alejandría. Sin embargo, su época dorada estaba cercana al final, con las luchas y rebeliones del elemento patriota judío contra la dominación político-cultural del elemento gentil. Se devolvió el viejo topónimo a la ciudad, ya al final del mandato de Antonino Pío.

Antes de suceder esto, su vocación había estado asomada al mundo exterior, desvinculándose del provincialismo medioriental. Su destino se ligaba al de las corrientes culturales de fuera. Las villas romanas, las mansiones de la grandes familias judías, helenizadas, la infraestructura lúdrica y cultural, el espíritu ciudadano, todo transpiraba aires de libertad venidos de la tradición grecolatina. En los mosaicos, en la configuración de las viviendas, en todo estaba presente su influjo.

El modo de vida helenizado es patente en todas las manifestaciones artísticas. Así, en los motivos decorativos los gustos y las modas obedecen a la tradición griega pasada por Roma. Las artes suntuarias encontraban aquí un poderoso reflejo. Ejemplo de lo que decimos aflora de manera importante en el mayor edificio público excavado en Sepphoris. Los elementos ornamentales empleados son los que causaban furor en el momento: el tópico o motivo nilótico que aparece en el salón principal de la mansión, dotada de desagües y canalizaciones para el profuso empleo que se hacía del agua, seguramente en relación con ritos y fiestas relativas al río Nilo, depictado bajo la alegoría de una hermosa mujer.

Ejemplos de la novedad y progreso que esta época supuso, son algunos elementos recientemente excavados, como la presencia de la astrología, con inscripciones bilingües (hebreo-griego) en la decoración de una de las sinagogas de la ciudad (figura 2)., (Equinoccio de otoño. Parte del espléndido mosaico de la vieja sinagoga de Sepphoris. Aunque las sinagogas del judaísmo antiguo podían incluir motivos zodiacales, no era en absoluto normal la presencia de la figura humana, y menos de una dama con atuendo alejado del decoro. La influencia griega, cuya lengua se utiliza, hace que todo exhale aires de paganismo exultante).

Figura 2

Caso también notable de influencia cultural es la lápida hallada en el cementerio romano de Monte Reda, perteneciente a un judío que proclama con orgullo su nombre y patria: Akona, hombre de Ziporin (figura 3), judío rico avecindado en Roma, donde ofrecía banquetes simposiales a los grandes de la Ciudad Eterna, individuo helenizado que había tenido trato con Atenas, pero que no olvidó nunca sus orígenes ni su memoria cultural. El personaje, localizado históricamente, era Johannan o Johannis, que helenizó su nombre en Ionios, presidente o cabeza principal de la comunidad judeo-libanesa de Tsor, luego ubicado en la capital del Imperio, capaz de escribir en griego y en latín …, y a duras penas en hebreo.  (J.Vilnai, Vijes en Eretz Israe4 Tel-Aviv 1933) (Alusiva al mismo personaje, Ionios (helenización del hebreo Johannan), es otra inscripción en la sinagoga de Sepphoris) (figura 4).

Figura 3

Figura 4

Elemento ciertamente curioso es la existencia del retrete (figura 5) junto al comedor, provisto de desagüe, como muestra una vivienda de Sepphoris habitada por judíos helenizados, donde se lee la voz griega «salud», aludiendo al lugar, curiosa inscripción, bien avenida con la connotación de buena salud que en el Oriente Medio tiene la acción de aliviar el vientre, atestiguado por dichos y frases cuya reproducción aquí no viene al caso. El uso occidental del retrete está enraizado en la cultura cretense, donde se sabe que no era una rareza el water con cisterna.

Figura 5

Este gusto por la limpieza y la higiene se llevaba bien con los mandatos judíos alusivos a la observancia de la pureza, a la necesidad de evitar la contaminación con cosas inmundas, recogidos en el seder taharot, sexto de la Mishná, compilado precisamente en Sepphoris.

El medallón bizantino (figura 6) aquí hallado recuerda la presencia griega, ahora bajo una cosmovisión cristiana, aunque sin perder de vista la lengua ni la memoria de tiempos clásicos. En él se ensalza el afán de Marianus, proto-médico y hombre notable de Sepphoris, por mejorar su ciudad. También se ensalzan los hechos del obispo Eutropio, encaminados al mismo fin: «Bajo el muy devoto padre Eutropio, obispo, todos los trabajos de mosaicos fueron hechos con la ayuda del doctísimo Mariano, jefe de los médicos y notable de la ciudad en el año, acaso, de 525. Las indictiones, como es sabido, abarcaban un periodo de tres lustros a contar desde el año 315, casi coincidiendo con el Edicto de Milán, triunfo del Cristianismo en el imperio.

Figura 6

A la misma época o periodo pertenece la curiosa inscripción, modelo de sincretismo, que reza: «Dios es nuestra ayuda» -también en griego-, sobre lo que parece un cuenco o zafa de cerámica que porta un grácil centauro (figura 7).

Figura 7

Pero a todo se impone la visión pagana de un mundo que se fue, y tal vez se aflora …, aunque la evocación sea hecha desde la óptica cristiana bizantina. La ciudad vivió asomada a sus recuerdos de grandeza, incluso cuando declinó definitivamente. Muestra, todavía viva, de aquel entusiasmo filogriego es el gran mosaico de la llamada Casa del Festival del Nilo, donde aparece la ciudad soñada, Alejandría, con sus puertas y sus torres redondas, con el famoso faro, y otros hitos urbanos (figura 8). (Puerta de acceso, con sus torres redondas, de la ciudad de Alejandría, obsesión del judaísmo helenizado. A un lado, el famoso Faro, séptima maravilla del mundo antiguo. Estos motivos iconográficos aparecen en un mosaico gigante en el que se representan tambien otros monumentos de aquella urbe hermosísima, como el niló- metro o la poco conocida columna de pórfido. El mosaico, en la llamada Casa del Festival del Nilo, en Sepphoris, es de una belleza tal que ello sólo justifica un viaje a ese extraordinario lugar de Galilea que es Sepphoris).

Figura 8

Una ciudad así, con un recuerdo omnipresente de grandeza, tenía que ser conflictiva. Cuando Judá I escogió Sepphoris para su patriarcado lo hizo pensando en la inexpugnabilidad de la ciudad, sin apercibirse de que el enemigo lo tenía dentro: la población autóctona, desafecta a la presencia de la escuela rabínica y demás instituciones de su tiempo. Y si allí residió la máxima autoridad y estuvo residenciada la sede del Sanedrín, fue a pesar de sus ciudadanos, siempre alejados de unos sabios, que a su vez desdeñaban al pueblo de Sepphoris, del que decían:

La gente de esta ciudad son de duro corazón. Escuchan la voz de la Ley, pero no inclinan su cabeza ante ella.

Era una actitud, la de los ciudadanos de Sepphoris, de hombres libres, que no inclinan la cabeza para acatar las cosas, sino el entendimiento. Esa era la diferencia de talante entre un sedimento popular, una raíz luminosa de Grecia todavía viva, y la actitud oriental y semítica ante la vida: prescindir de la razón, y acatar las cosas a ciegas. Escuchar y criticar: actitudes propias de un pueblo helenizado ajeno a hacer honor a la máxima servil de oír y obedecer, actitud propia de la mentalidad oriental. Por eso se les acusaba de vivir asomados a otro mundo, añorando otro pasado, deseosos de otras formas de vida cuyas mieles ya habían gustado, cuyos frutos de perdición para el elemento ortodoxo tradicional, serían de hecho la desaparición de la ciudad. La memoria de estas cosas se guardaba en la conciencia colectiva de un pueblo dividido por haber aspirado a cosas distintas; por haber permanecido asomados a dos horizontes diferentes: Unos miraron hacia Grecia, Roma, el mundo nuevo. Los otros se habían instalado en la balconada que daba a Oriente y al pasado: al mundo viejo. Pero en la Historia los pueblos o se salvan juntos o desaparecen juntos. Desapareció Sepphoris. Queda de ella el recuerdo de sus horas de grandeza.

Pancracio Celdrán

Universidad de Haifa

Fuente de texto e imágenes: Artículo publicado en Estudios Clásicos

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