ANTONIO CORBILLÓN
Los judíos europeos se sienten como el canario que utilizaban antiguamente los mineros para detectar el grisú bajo tierra. Muerto el canario, explosión de gas inminente. «Somos como ese pajarito. Cuando nos atacan así, es que el aire se está haciendo irrespirable», lamenta el presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, Isaac Querub.
La chaqueta de Dan Uzan, el vigilante asesinado en la sinagoga de Copenhague el pasado domingo por un yihadista islámico, aún colgaba estos días de la verja del templo. Evitó una masacre entre los fieles. Inhumado este miércoles, Dan es el último ‘canario’ judío. Antes lo fueron las cuatro víctimas en un supermercado ‘kosher’ de París, después del asalto a la revista ‘Charlie Hebdo’. Y aún están recientes los tres colegiales y el rabino tiroteados en Toulouse en 2012 y los cuatro visitantes del museo hebreo de Bruselas que perecieron un mes después.
En todos estos casos, los autores fueron terroristas islamistas. El nuevo y creciente radicalismo árabe parece tomar el relevo de la extrema derecha que, poco a poco, va diluyendo su antijudaísmo. «Tanto en España como en toda Europa sacar la bandera antisemita ya no es popular. Las extremas derechas las han metido en un cajón», resume Gonzalo Álvarez Chillida, profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos y autor de ‘El antisemitismo en España. La imagen del judío 1812-2002’. Además, los que fomentan el odio religioso pueden acabar entre rejas. El Código Penal español lo castiga con hasta tres años de cárcel. Otras legislaciones europeas son más duras.
Siete décadas después del Holocausto, el pueblo judío se sigue sintiendo víctima del fanatismo. «Todos los pensamientos extremos se parecen y todos confluyen en el antisemitismo», reflexiona Isaac Querub al analizar los últimos ataques. Frente a la expansión islámica por Europa, los judíos son minoría allá donde habitan. Apenas un millón y medio en Europa (alcanzan los dos millones si sumamos el Este y sobre todo Rusia). Y poco más de 15 millones repartidos por 134 países, con Israel, Estados Unidos y Francia a la cabeza.
A finales de septiembre pasado, con motivo de la celebración de la fiesta de Rosh Hashaná (Año Nuevo hebreo), el Centro Rabínico de Europa y la Asociación Judía Europea decidieron tomar la temperatura al sentimiento religioso de los suyos. La decepción fue total entre las 800 comunidades consultadas. El 40% de los actuales herederos de Abraham en el Viejo Continente ocultan su religión para evitar problemas. El 70% ni siquiera pisa una sinagoga en fechas tan relevantes. La mayoría de sus hijos acuden a colegios convencionales. «Por cada judío que nace, hay otro que se asimila (diluye su origen)», lamentó al presentar los datos Menachem Margolin, rabino belga y presidente de ambas organizaciones. Es el mismo líder religioso que propuso, tras el atentado a la tienda judía de París, que se ampliara el permiso para que puedan llevar pistola. El resto de los rabinos europeos se le echaron encima.
Con más de medio millón de judíos, Francia, la tercera comunidad más importante del mundo, vuelve a ser el centro del debate. El pasado fin de semana fueron profanadas más de 300 tumbas en un cementerio en Alsacia. En 2014 hubo en el país 851 ataques, el doble que un año antes. «Los judíos representan el 1% de la población francesa, pero son el blanco del 40% de la violencia racista», concluye el anuario del Servicio de Protección de la Comunidad Judía en el país. Y todo esto acontece en un país cuyo primer ministro, Manuel Valls, está casado con una judía. También el ex presidente Nicolás Sarkozy es hijo de una sefardí griega y nieto de un rabino. El líder de la derecha gala es además el mejor ejemplo de ‘asimilado’ y no practicante.
La reciente violencia yihadista está relacionada con «el relato atroz que hace la prensa islámica del conflicto entre Israel y Palestina», sostiene Florencio Portero, profesor de Historia Contemporánea de la Complutense, que considera que «las grandes bolsas de árabes de a pie con escasa educación absorben este discurso con facilidad». Curiosamente, en la Europa del crisol racial, «al judío no se le nota que es judío, pero el musulmán no suele pasar desapercibido», precisa Portero.
Tampoco en España, donde permanece lo que este historiador denomina «rechazo popular castizo histórico», con expresiones que aún están en la calle, como el ‘complot judeomasónico’, hacer una ‘judiada’ o ‘ser un judío’. Dobles sentidos que invitan a la desconfianza desde la incultura. Los apenas 45.000 miembros de esta religión en España se diluyen en comunidades repartidas por Madrid, Barcelona y la Costa del Sol (90% del total).
Una encuesta reciente entre estudiantes españoles refleja que el 56% no querría tener a un judío sentado junto a él. «Es extraño -lamenta Isaac Querub-. Porque la mayoría no han conocido nunca a uno, ni serían capaces de reconocerlo. Todo es derivado de lo que se oye en casa, de los tópicos. Cualquier batalla tiene que ver más con la educación que con la legislación».
Vuelta a Israel
En esa lucha trabaja el Centro Sefarad, que ofrece a los docentes y a los colegios españoles formación para dar a conocer la cultura hebrea, en especial todo lo relacionado con el Holocausto. Más de mil educadores han pasado ya por sus aulas. «Aunque todavía hay profesores que encuentran rechazo entre sus compañeros de profesión cuando se acercan a nosotros», lamentan sus portavoces.
Su actividad como colectivo también resulta casi invisible en España, más allá de la explotación turística de su historia, como esa Red de Juderías con los restos de su cultura en 24 ciudades españolas. En algunas grandes superficies de Madrid y Barcelona ya se ven góndolas con alimentos ‘kosher’ (certificados por un rabino), aunque la mayoría se importan de Israel y Francia. Sus organizaciones ofrecen treinta lugares de oración, aunque muchas veces «se reúnen varias personas en casa y rezan juntas con discreción». Los tópicos les retraen en la vida pública. «No hay ningún banquero judío, ningún político judío de primera o segunda fila, ningún militar judío de alta graduación, ningún judío que tenga más poder que el de su saber hacer», resumía su desazón, después de siete décadas en España, el anterior presidente de su federación, el escritor Jacobo Israel Garzón.
Pero también es una comunidad que agradece los esfuerzos conciliadores, como el del pueblo burgalés de Castrillo Matajudíos, que está en el proceso legal de cambiar tan significativo nombre. El embajador de Israel en España, Alon Bar, visitó la villa este miércoles para agradecerlo, pero también para advertir de que «ningún país puede decir que está libre de esta violencia». El Observatorio contra el Antisemitismo casi se quedó en blanco el pasado año en España. Por eso su portavoz, Isaac Querub, admite que no se sienten en peligro, «pero en cuanto la Policía baje la guardia seremos objetivo».
«Hay profesores que son rechazados por sus compañeros cuando se acercan a nosotros»
En medio del temor que se ha instalado en el continente, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha cabreado a los líderes europeos con su llamamiento: «Israel os espera con los brazos abiertos». En Francia, más de 7.000 judíos se apuntarán este año a la ‘aliyah’ (emigración hacia Israel). Serán el doble que en 2014. «No os vayáis. Sois Francia», clamó como respuesta el primer ministro Valls. La Agencia Judía por Israel gestiona los trámites que han permitido que la población hebrea del país haya crecido en más de un millón de habitantes desde el año 2000 y ya supere los seis millones. Cuando se creó su Estado en 1948, apenas eran 700.000.
Comunidad invisible
45.000 personas y un legado de cinco siglos. Un elevado porcentaje de los 45.000 judíos españoles no son practicantes. Disponen de 30 sinagogas en las que no cabrían más de 800 personas juntas. Programas de radio y televisión tratan de mantener la llama de una comunidad que fue expulsada en 1492 por los Reyes Católicos. Sefardíes llegados de Marruecos y argentinos de profesiones liberales y comerciantes forman sus principales agrupaciones. No se les nota ni en el ámbito laboral. «Los practicantes que tienen que trabajar el sábado (’sabbath’ es su día de culto) cierran sus negocios o cambian turnos de trabajo con otros compañeros. Así de simple», resumen en la Federación de Comunidades Judías.
1.412 judíos españoles han emigrado a Israel desde que se creó el Estado en 1948. Este país ha aprovechado el clima de violencia para promover la ‘aliyah’, el derecho a emigrar a la tierra prometida. En Dinamarca, último país en sufrir ataques yihadistas, no ha tenido el éxito de Francia, donde esperan duplicar las 3.500 peticiones de 2014. «No tiene mucho sentido marcharse por miedo. Además, deberían pensar en la seguridad que les da ahora Israel», advierte Gonzalo Álvarez, profesor de Historia de los Movimientos Sociales y Políticos.
Fuente:cciu.org.uy
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