NATALIA SANCHA
Tras cuatro años de guerra y más de 200.000 muertos, las ejecuciones de homosexuales aumentan en el reino del EI que se extiende entre Siria e Irak.
Las imágenes de dos jóvenes empujados desde la azotea de un edificio en Irak dieron la vuelta al mundo. Con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, eran lanzados al vacío al tiempo que el verdugo voceaba: “¡Musulmanes, sed testigos de la aplicación de la ley!”.
En 2010, y antes de que estallaran las primeras revueltas sirias, Ibrahim fue arrestado en virtud del artículo 520 del Código Penal sirio en vigor desde el protectorado francés. Aquellos que realicen “actos sexuales innaturales” serán condenados a hasta tres años de cárcel, reza el artículo. Bajo tortura, uno de sus amigos detenidos le delató. La familia de Ibrahim, que pertenece a una conocida tribu, decidió tapar el escándalo recurriendo a contactos en el régimen y previo pago de 18.000 euros. Ibrahim salió de la cárcel, pero la libertad le duró poco: “Cuando pensé que todo había pasado, empezó lo peor. La revolución comenzó, el caos se apoderó de Raqqa, el Ejército Libre Sirio mutó en Al Nusra [filial de Al Qaeda en Siria] y en el EI”.
Tres de sus amigos homosexuales fueron ejecutados por los yihadistas. Uno murió de un infarto mientras era torturado. Los otros dos, de un tiro en la nuca. “En Raqqa, la comunidad gay era activa. Pero solo a los que reciben en el acto sexual se les considera gays. Muchos de aquellos que tenían mujeres y se acostaban con hombres fueron a parar a las filas de Al Nusra y del EI. Para expiar sus culpas entregaron a todos los gays que conocían de su fase prerevolucionaria. Mis tres amigos pagaron con su vida y de sus teléfonos sacaron los números de decenas de otros como yo”, relata con amarga sonrisa.
Al poco, Ibrahim fue secuestrado y torturado por los yihadistas. Su tribu intervino por última vez pagando 10.000 euros por su vida. “Tenía familiares cercanos al EI y Al Nusra que pedían mi cabeza. Mi tío logró negociar mi libertad pero me dieron dos horas para abandonar Raqqa. Yo había deshonrado a mi familia y a mi tribu”.
Ibrahim pagó 18.000 euros por salir de la cárcel y 10.000 por escapar del califato
Su primera parada fue Damasco, zona leal al régimen y donde aún perduran varios hamam (baños) convertidos en lugares de encuentro para homosexuales. “Es ilegal pero si los dueños untan a la policía, estos hacen la vista gorda”, espeta al teléfono desde Madrid Jorge, joven de 35 años de padre sirio y madre española. En marzo de 2012, Jorge quedó con su novio en un hotel. “La policía nos pilló en la cama. Nos arrastraron desnudos por los pasillos y por la calle. Nos llamaban enfermos mentales al tiempo que nos pateaban”, rememora este antiguo profesor de Filología Hispánica. Logró pagar los 3.000 euros de fianza para salir del calabozo. “Al poco me convocaron para alistarme en el Ejército. Al ser hijo único estoy exento del servicio militar por lo que supe que era una trampa para encarcelarme por ser gay. Hice las maletas y huí a España”, concluye Jorge a quien le salvó su pasaporte español.
Ibrahim también escapó. Ahora, como refugiado sirio en Líbano, aún guarda esperanzas de una nueva vida: “Hemos estado años bajo la represión del régimen y a la comunidad internacional no le ha importado. Llevo siete meses en espera de asilo político en Europa. Intento mantener la cordura, porque sé que merezco un nuevo comienzo. Pero hasta ahora no me han dado la oportunidad”.
Beirut, refugio para el asilo político
Varios jóvenes homosexuales sirios intercambian sus relatos en las oficinas de la ONG Proud Lebanon, a las afueras de Beirut. Consigo arrastran un doble trauma acumulado en su huida de la guerra y en su lucha por sobrevivir a su sexualidad. Perseguidos tanto en zona leal como rebelde, a la comunidad homosexual siria tan sólo le queda el exilio para sobrevivir. En 2013, el libanés Bertho Makso y cofundador de la ONG, comenzó acogiendo a refugiados sirios gais.
“Proporcionamos servicios médicos, psicológicos, cursos de formación y un plato caliente. Para muchos será el único que ingieran en el día”, explica Cosette Maalouf, trabajadora de la ONG. El centro acoge a 320 homosexuales, más del 60% sirios. “La mayoría ven Beirut como un lugar de paso para ir a Europa”, explica Makso, quien asegura que el pasado año, 70 de ellos obtuvieron asilo político.
A diferencia del resto de refugiados sirios, están solos. Han roto con su familia y huido de régimen y rebeldes. “Se trata de una comunidad muy vulnerable dentro de los refugiados sirios, pero no hay estudios u organismos que realmente monitoreen estos casos. No son solo perseguidos por el Estado Islámico, [EI] sino por rebeldes, las leyes sirias y la propia moral social. Los ataques del EI son más visibles por su policía moral” apunta Nadim Khoury, director de Human Rights Watch en Beirut.
Entre los 320 beneficiarios, tan sólo se cuentan cuatro mujeres. “En nuestra sociedad no se considera que la mujer tenga una sexualidad, y durante la guerra estamos recluidas en el hogar. De ahí que a las lesbianas nos sea más fácil pasar desapercibidas. No sé de ninguna ejecución de una mujer homosexual”, cuenta desde Alepo al teléfono Bahiya, de 28 años.
Fuente:cciu.org.uy
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