En nombre de Franco: Arcadi Espada le corta las alas al Ángel de Budapest

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La investigación revela que el diplomático salvó miles de judíos siguiendo órdenes del gobierno de Franco para garantizar la supervivencia del régimen tras la derrota nazi.

La primera vez que tuve noticias de Sanz Briz fue en una revista de Historia en los años 90. Recuerdo que alguien a mi alrededor, alguien mayor, dijo: qué bien, con una mano salvaba judíos y con la otra asesinaba republicanos. Por si alguien no lo sabe, el diplomático franquista Sanz Briz salvó a miles de judíos de los nazis en 1944 en Budapest.

La historia, por fuerza, tenía algo extraño. Algo especial. ¿Un arrebato humanitario jugándose el tipo en un diplomático de Franco de los años 40? Antes de eso, Sanz Briz había sido un quintacolumnista en el Madrid republicano durante la guerra. Actuó dentro de la sección de protocolo del Ministerio del Estado. Tuvo que conocer puntualmente y al detalle todas las matanzas propias de aquella contienda ‘moderna’ que cometieron los nacionales. La masacre de Badajoz, la toma de Toledo, los bombardeos de castigo…

A mí no me cuadraba que alguien que formaba parte de todo aquello y estaba bien situado y protegido, tuviera una iniciativa personal de salvar miles de vidas poniendo en riesgo la suya propia. De hecho, su motivación se ha discutido hasta la llegada de este libro de Arcadi Espada. ¿Órdenes de Franco o actuación por su cuenta y riesgo? La duda persistía por inclinaciones ideológicas. Es difícil hacer una concesión humanitaria al dictador que murió en la cama. Desde la perspectiva contraria, ocurría lógicamente lo opuesto. Como ha dicho Espada en ‘Biblioteca Pública’, un programa de Radio Nacional, en España tenemos problemas con nuestra memoria y somos un país terriblemente maniqueo.

Pero esa es la conclusión de su investigación. Los héroes de la embajada de España en el Budapest nazi “fueron cuatro personas justas y dignas, que lograron salvar a miles de judíos de la barbarie nazi. Franquistas buenos, qué oxímoron irremediable”, sentencia Arcadi Espada. Y lo hicieron “en nombre de Franco”, como indica deliberadamente, así lo ha reconocido el autor, el título de la obra. Aunque hasta en eso hay matices.

Entre los héroes de Budapest solo había un español, Sanz Briz. El resto eran Elisabeth Tourné, que antes de que llegaran las órdenes procedentes de España de salvar judíos ya lo había hecho, ésta vez sí, por su cuenta y riesgo y fue denunciada por ello en Madrid. Zoltán Farkas, franquista convencido en su lucha contra el bolchevismo tal vez interiorizada tras la breve dictadura comunista en Hungría de Bela Kun. Y Giorgo Perlasca, un bon vivant italiano que rentabilizó posteriormente todo el heroísmo de los demás.

Según cuenta la obra, la evolución de la historia no puede ser más sencilla y lógica. La estrategia del gobierno español con respecto a la ‘cuestión judía’ fue la correspondiente a su condición de país neutral. Aunque, para los aliados, concretamente para los soviéticos que tenían a la División Azul en su territorio, eran el “menos neutral de los neutrales”, escribe Espada. Todo cambió cuando desde dentro del régimen fueron constatando que los nazis iban a perder la guerra. Hubo contactos en Lisboa con representantes judíos llegados de Estados Unidos y se cursó la orden de salvar al mayor número posible de ellos en Budapest.

La investigación revela que estos judíos protegidos por la legación española fueron alojados en guetos, que por fuerza tuvieron que ser organizados por los nazis, aunque estuvieran separados del terrible gueto común. Las condiciones de vida en ellos fueron infernales. Cincuenta personas en dos habitaciones, cuenta una superviviente. Piojos, prohibición de entrar en los refugios durante los bombardeos, hambre, y constantemente hostigados por los nazis húngaros, los nyilas.

Lo que sí que señala Espada es que estas órdenes se cumplieron, por parte de Sanz Briz, digamos que con exceso de celo. No se limitó a seguirlas escrupulosamente, también alojó judíos en su propia casa, sin ponerlo en conocimiento del gobierno español, y en otros edificios. Sin embargo, los nyilas no respetaban a los países neutrales. Asaltaron la embajada sueca, por ejemplo, en busca de judíos. Y fue aquí, impidiendo estos desmanes, donde Sanz Briz resultó decisivo. Tuvo la audacia de aportar fondos al gobierno nyila para ayudar a los agricultores húngaros desplazados ante el avance soviético y, por tanto, refugiados. Ese gesto sirvió para que las placas donde ponía ‘España’ en los edificios de Budapest se respetaran. No era poca cosa en aquel escenario apocalíptico.

Con todo, la salvación en sí fue mucho más compleja que lo que la desencadenó. Conforme Espada va reuniendo los hechos irrefutables vamos encontrando más héroes anónimos y decisivos, además de causalidades que permitieron la salvación de los judíos de España, los sefardíes y los que tenían algún pariente español. Pero todo, por órdenes del gobierno español y de Franco. Tal y como reconoció en diversas ocasiones después el propio Sanz Briz.

Nada de esto significa, no obstante, que los diplomáticos españoles estuvieran escandalizados por los sucesos de los que eran testigos en la Europa ocupada. Múltiples testimonios y cartas muestran su espanto ante el asesinato de ancianos y niños en las calles o en las medidas de exterminio organizado que fueron descubriendo paulatinamente.

Dicho todo esto, hay varias razones por las que merece la pena leerse ‘En nombre de Franco’:

Uno, porque es trepidante. La narración en primera persona de la investigación, con las manías y obsesiones de Arcadi Espada colándose por el hueco entre cada aluvión de datos, es muy entretenida. ¿Qué manías y obsesiones? Pues, por citar una ‘al azar’, aparece don Jordi Pujol. Cuando Espada explica la deshumanización del enemigo, cuando los nazis mataron a héroes de la I Guerra Mundial, orgullosos alemanes, porque eran judíos, los habían desprovisto de la nacionalidad alemana. Igual que en España, dice, Franco se rebeló contra la antiespaña, no contra otros españoles, especifica. Entonces, a la hora de explicar el concepto de ‘alemanidad’ que tenían los nazis, traza la analogía con el “catalán es todo aquel que vive y trabaje en Cataluña y quiere serlo” del molt honorable. Detallito.

Dos, porque humaniza por fin al diplomático. A mis ojos ya no es el ‘Ángel de Budapest’. Ahora es Ángel Sanz Briz. Y eso es importante en un país que tiende tanto a los ángeles históricos como a los demonios. Su gesta fue loable, digna de ser narrada. Pero lo relevante es lo que subyace. La política de Franco para que el siguiente en caer después de Hitler no fuese él. Así como el siguiente encaje de bolillos que tuvieron que hacer después, silenciar a Sanz Briz en el juego de la política exterior entre Israel y los árabes. Un extremo que llegó hasta el punto de condecorar al italiano, Perlasca, que tuvo un papel muy secundario, pero que convino en su momento al estado español tapar lo hecho por nuestra legación, casi ocultarlo por nuestra afinidad con los árabes, y atribuirle a él todo el mérito.

Y tres, por el escenario del colapso nazi. Escenas espantosas, un crimen desatado que llevó a los propios diplomáticos de Franco a enviar a Madrid el mensaje de que la población en estos países tenía asumido que los soviéticos no podían ser peores que los nazis.

De propina, Espada se ha topado con cierta censura al haber publicado en el libro un testimonio que decía que Sanz Briz tenía una amante. Un nimio detalle que ha agriado la recuperación de su ‘heroicidad’ después de haber contado con la estrecha colaboración de la familia en los cinco años que ha tardado en concluir el trabajo. Teniendo en cuenta que, por otra parte, en Hungría vuelve a haber veleidades antisemitas, qué triste panorama también le queda a uno al levantar la vista de estas páginas.

Álvaro González

Fuente: Valencia Plaza

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