AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO
El Índice Global de Terrorismo muestra un crecimiento sostenido de los atentados desde 2004. Las causas de un fenómeno que parece imparable.
Las estadísticas presentadas a fines de 2014 por el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) son elocuentes. Entre 2004 y 2013 (último año con datos procesados), el número de ataques terroristas en el mundo pasó de 1.000 a casi 10.000.
En el mismo período, las muertes causadas por estos eventos treparon de unas 5.000 a cerca de 18.000. El incremento fue de un 260 por ciento.
Lo más preocupante es que si uno analiza los gráficos difundidos en el Índice Global de Terrorismo 2014, encuentra que, lejos de haber señales de estancamiento, lo incidentes y las muertes crecen año a año. Como si esto no fuera suficiente, no están contemplados los sucesos de 2014, año en el que Estado Islámico pasó a ocupar el centro de la escena en Medio Oriente, haciendo escalar los niveles de violencia en Siria e Irak a niveles nunca vistos.
El 60% de los ataques ocurrieron en cinco países: Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria, en ese orden. Sin embargo, está lejos de ser un problema excluyente de esa región: en el resto del mundo, los atentados aumentaron un 54% durante 2013. El brutal ataque del pasado 7 de enero contra Charlie Hebdo en París, en el que dos terroristas asesinaron a 12 personas, evidencia que ningún país está exento.
La Guerra de Irak
“El punto de inflexión fue la invasión de Irak (2003), que realmente disparó el número de incidentes terroristas, tanto en cantidad de ataques como de víctimas. Al comienzo, Irak fue el epicentro, pero luego se extendió a otros puntos, como Afganistán, la región del Magreb y, de manera más reciente, Siria, donde hay un crecimiento constante de las víctimas y de los incidentes”, explica Manuel Torres, director del Curso Universitario en Análisis del Terrorismo Yihadista de la Universidad Pablo de Olavide, España, consultado por Infobae.
Una de las consecuencias no buscadas de la caída del régimen de Saddam Hussein fue la anarquía que propició. En un contexto marcado por la falta de autoridades y de límites, se favoreció la proliferación de organizaciones terroristas.
Eso en el plano interno. Pero la Guerra de Irak también generó reacciones inesperadas en el resto del mundo.
“Lo que sucedió allí se convirtió en un motivo de agravio para organizaciones ubicadas en otros puntos del planeta, que empezaron a buscar venganza. Como Estados Unidos estaba concentrado en Irak, y bajó la atención en otros países, estos grupos aumentaron su actividad”, dice Torres.
A los problemas desatados por la guerra hay que agregar los causados por la retirada de Irak de las tropas estadounidenses. “El repliegue ordenado por la administración Obama debía hacerse, pero antes tendrían que haberse fortalecido las instituciones democráticas, considerando la gran diversidad étnica del país”, dice George Chaya, consultor experto en relaciones internacionales, seguridad y prevención del terrorismo, en diálogo con Infobae.
“La retirada de Obama, tanto de Afganistán como de Irak, fue apresurada a mi juicio. Hacerla asíallanó el camino a grupos terroristas que estaban replegados. Además emergió una confrontación que estaba latente, pero controlada durante la época del dictador Saddam, entre el islam suni y el islam chii. Y esto dio lugar a la violencia desatada posteriormente y lo que estamos viendo hoy con la pretensión de Estado Islámico de instaurar un califato”, agrega.
La falsa primavera árabe
La serie de revueltas que comenzaron en Túnez a fines de 2010, y que se extendieron rápidamente por el Magreb y Medio Oriente, tuvieron un efecto no deseado similar al de la invasión estadounidense en Irak: sembraron el caos y la inestabilidad política en una región que ya venía muy convulsionada.
“Yo he sido uno de los primeros en señalar que no ha habido tal cosa que llamar ‘primavera árabe’. Hubo movilizaciones populares que pretendían reivindicar derechos genuinos vulnerados por dictaduras laicas, como las de Muammar Khadafi (Libia), Ben Ali (Túnez), Hosni Mubarak (Egipto) y Al Assad (Siria). Pero en el corto plazo los grupos islamistas secuestraron esas demandas, las hicieron propias, y de alguna manera se alzaron con estos cambios que pretendía la ciudadanía de forma pacífica”, explica Chaya.
En el mismo sentido se manifiesta Torres. “La caída de los regímenes en Egipto, Libia, Túnez y Yemen creó un escenario adecuado para que los grupos terroristas puedan incrementar sus actividades. La debilidad institucional, la reducción de los controles de seguridad, la incertidumbre sobre el futuro, son condiciones propicias para que puedan entrenarse, ampliarse y mover sus recursos. Estos países han experimentado escaladas terroristas inéditas en su historia“.
Pero quizás la consecuencia más grave de la mal llamada “primavera árabe” fue exacerbar el enfrentamiento al interior del islam. “Lo que se llama la primavera árabe, una caracterización bastante romántica que confunde más de lo que aclara, es en realidad una guerra regional intra islam, entre los sunis y los shias (chiis)”, dice, en diálogo con Infobae, Khatchik Derghougassian, Ph. D. en Estudios Internacionales por la Universidad de Miami, Estados Unidos, e investigador de la Universidad de San Andrés, Argentina.
La guerra del islam
“La caída del régimen de Saddam -continúa Derghougassian- inevitablemente estableció una ventaja en favor de Irán y del islam chiíta. Esto generó preocupación en parte de las monarquías del Golfo y entre los sunis en general”.
Uno de los países más decididos a poner un freno al avance iraní es Turquía. Tras muchos años de una política internacional relativamente pasiva, empezó a modificar su estrategia.
“El giro de Turquía de una política de cero problemas con los vecinos a una política neootomana, por un lado, la guerra civil en Siria y el avance de grupos islamistas leales a Al Qaeda en la oposición al régimen (de Al Assad), y ahora el fenómeno de Estado Islámico, todo esto, genera una suerte de balance que rompe la creciente shia“, dice Derghougassian.
En este contexto, el fortalecimiento de algunas organizaciones terroristas enfrentadas al islam shia empezó a ser visto como un contrapeso frente a Irán. Si no, no se podría comprender la rapidez con la creció Estado Islámico en la región.
“Turquía se posicionó en la guerra siria en favor de la oposición, aún cuando se tornó islamista. Le facilitó todo a esa oposición. Es imposible pensar que todo esto (en relación al avance de Estado Islámico) podría haber pasado sin cierta colaboración del régimen de Tayyip Erdogan. Es por la frontera con Turquía desde donde entran las armas y los combatientes”, agrega el catedrático.
¿Una estrategia equivocada?
La sola lectura de los datos estadísticos despeja toda duda: la estrategia de las potencias occidentales para combatir el terrorismo no ha sido exitosa. Pero un análisis más fino permite encontrar algunos matices.
En primer lugar, el objetivo principal de los líderes mundiales frente a esta amenaza fue y es evitar ataques en su propio territorio. En este punto, los resultados no fueron tan negativos.
Luego de los bárbaros atentados de Madrid y Londres, en 2004 y 2005 respectivamente, pasaron casi diez años sin ataques de una envergadura comparable. En ese lapso, miles de planes terroristas fueron desbaratados por las fuerzas de seguridad. Recién en este año el fantasma de la Yihad Islámica reapareció con fuerza, con la masacre de Charlie Hebdo.
“Si la estrategia era proporcionar seguridad a Occidente -dice Torres-, pues ha venido teniendo éxito. Pero en términos políticos, se está produciendo un agravamiento de la situación a nivel internacional, con estados que no tenían problemas de estabilidad, y que ahora están en crisis, y donde los terroristas tienen posibilidades reales de controlar territorios”.
Como también evidencian las estadísticas, el grueso de los ataques ocurrieron en el norte de África y en Medio Oriente. Ahora bien, que el avance de los grupos extremistas haya sido tan firme y sostenido provocó una verdadera tragedia humanitaria frente a la cual Occidente no puede ser indiferente. Porque además, tarde o temprano terminará siendo una amenaza para su propia seguridad. Esto significa que el fracaso más rotundo fue la política hacia la región.
“Probablemente sea necesario adaptar esa estrategia para no quedarse sólo en lo contraterrorista, es decir en desbaratar el atentado y atacar a las células, y pasar a un enfoque mucho más amplio, de carácter político, diplomático, económico, destinado a reforzar a los estados frente a la amenaza interna que están sufriendo”, sostiene Torres.
Para Chaya, el error de Occidente es seguir librando batallas militares, que llevan a una espiral de violencia sin principio ni final, en la que nadie gana. “Hay otra guerra por librar: el combate por las ideas. Las incursiones militares han generado siempre una respuesta desde el terrorismo, golpeando como pueden y donde pueden”, dice.
“Occidente tendría que dar una batalla para conquistar la mente y los corazones de los ciudadanos árabes. Ganar la calle árabe a través de apoyo en lo político, en lo social y en lo económico. Eso significa acercarse de otro modo, comprendiendo las diferencias en la idiosincrasia. Porque si no se comprenden esas diferencias es muy difícil que pueda llegar a buen puerto cualquier iniciativa”, concluye.
Fuente:infobae.com
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