CARLOS MALAMUD
La muerte del fiscal Alberto Nisman y el manejo mediático gubernamental de las dos últimas semanas influirá, posiblemente, en las próximas elecciones presidenciales argentinas. El problema, sin embargo, es determinar cuánto y cómo. En ese aspecto, un desarrollo posible, aunque de momento bastante improbable, sería una coalición de las distintas fuerzas políticas de la oposición.
Para responder con mayor certeza la pregunta anterior es conveniente ver cuál es el contexto y las tendencias electorales actuales. Para comenzar, tras tres elecciones consecutivas, no se presentará ningún miembro de la familia Kirchner. Cristina Fernández está imposibilitada constitucionalmente (no puede gobernar tres mandatos consecutivos, aunque es posible una nueva elección dejando transcurrir un mandato) y Máximo Kirchner está demasiado verde políticamente hablando, como para tener ciertas opciones de triunfo. Caso contrario más de uno ya estaría pensando que valdría la pena correr el riesgo de la aventura.
Así se interrumpe el proyecto kirchnerista de una presencia prolongada al frente del gobierno. Tras la muerte de Néstor Kirchner éste se presentó con la fórmula “Cristina eterna”. Esta situación sitúa a la política argentina, y en particular a la oposición, ante una situación desconocida desde 2002. En 2007 y 2011, ante las escasas opciones de las fuerzas opositoras, los candidatos mejor colocados preferían reservarse para el futuro, aunque éste nunca llegara.
La tendencia era favorecida por un sistema de partidos devastado, aunque el peronismo mantenía su hegemonía. Era casi el único protagonista capaz, y lo sigue siendo, de ocupar buena parte del espectro político. Pese a lo que el “relato” oficialista busca rescatar el carácter fundacional y revolucionario del kirchnerismo, buena parte de la estructura “partidaria” y los votantes que respaldaron a Menem en su día respaldaron a Néstor Kirchner y posteriormente a Cristina Fernández. Por eso, muchos se preguntan si hay futuro político fuera del peronismo y si hay alguna posibilidad de que el próximo presidente no hubiera coqueteado con él en algún momento.
La crisis del sistema de partidos, que incluso afecta al peronismo, condiciona el contexto electoral. Ahora bien, si el peronismo se mantiene relativamente cohesionado detrás de la presidente Fernández se debe a su control del poder y del presupuesto nacional. La crisis también explica la debilidad de la oposición, incapaz de constituirse en una verdadera alternativa de gobierno, pese a los esfuerzos de dos de los candidatos mejor situados: Mauricio Macri y Sergio Massa. Hasta ahora, ninguno supo articular un discurso que enfrente exitosamente el relato kirchnerista.
A día de hoy las elecciones están marcadas por la incertidumbre, con cuatro opciones con alguna posibilidad de triunfo. Sólo dos han definido su cabeza de cartel, aunque no la fórmula completa, al faltar el candidato a vicepresidente. Su identidad dependerá de las alianzas que se tejan. Por orden de aparición está Sergio Massa, que se presenta como representante del “peronismo renovador”, tras su deserción del kirchnerismo (fue Jefe de Gabinete), pese a haberse iniciado en política en un partido liberal-conservador.
El segundo es Mauricio Macri, Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y líder del PRO (Propuesta Republicana). Proviene del centro derecha, aunque inicialmente manifestó simpatías por Carlos Menem. Su principal problema es que carece de estructura en muchas provincias del interior, algo similar le ocurre a Massa, y por eso necesita forjar alianzas a escala provincial, especialmente con el radicalismo, aunque también pueden valer otras opciones regionales de entidad. Recientemente se ha visto reforzado por su acercamiento a Lilita Carrió.
De las dos fuerzas restantes sólo el oficialismo tiene opciones de triunfo, gracias a su control del aparato del estado y los medios públicos. Sin embargo, su debilidad es la falta de un candidato claro. Hay un nutrido grupo de aspirantes, entre gobernadores provinciales (Daniel Scioli, Buenos Aires; Sergio Uribarri, Entre Ríos y Juan Manuel Urtubey, Salta), ministros (Florencio Randazzo, Interior; Anibal Fernández, Jefe de Gabinete y Agustín Rossi, Defensa; inclusive se puede especular con Axel Kicilloff, Economía, pese a no haberlo concretado aún) o parlamentarios (Jorge Taiana, ex ministro de Exteriores y el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez). Sin embargo, sólo Scioli tiene opciones. Su principal problema es que es rechazado por tibio desde las entrañas del kirchnerismo, especialmente por Cristina Fernández, que lo considera poco comprometido con el proceso.
La última fuerza es UNEN (Encuentro Progresista), coalición de radicales y socialistas con algunos grupos progresistas. Su futuro está en el aire por las tensiones entre ellos y más tras el abandono de Carrió. Sus principales precandidatos son los radicales Ernesto Sanz y Julio Cobos, el socialista Hermes Binner y Fernando “Pino” Solanas. La coalición no ha fraguado aún y dentro de ella hay muchos radicales partidarios de concurrir en una fórmula común con Macri o inclusive con Massa. El radicalismo también está dividido en las provincias y a escala nacional entre los que quieren concurrir con UNEN y los partidarios de formar alianzas con Macri o con Massa.
La definición de los candidatos depende de las PASO (Elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias), a celebrar en agosto. Inclusive para aquellos que ya decidieron su fórmula se trata de una gran prueba de fuego, la verdadera elección antes de la elección y la posibilidad de realizar un profundo cribaje entre los candidatos, vistos los apoyos reales de cada opción y reorientando el voto útil.
Las últimas encuestas no aclaran demasiado. Los tres principales candidatos recibirían entre el 20 y 27% de los votos aproximadamente, lo que lleva a no descartar una segunda vuelta. En este caso, la incertidumbre sería todavía mayor, ya que el resultado final dependería en buena medida de los dos candidatos que disputen la elección definitiva y si uno representa o no al kirchnerismo.
Desde un punto de vista económico, lo más probable es que las cosas sigan como hasta ahora, sin grandes turbulencias. Esto le permitirá al gobierno mantener su política de gasto público, pese al incremento del déficit, un problema que deberá solucionar el próximo gobierno, sea quien sea, y que se une a la herencia cada vez más pesada que dejará el kirchnerismo.
El gobierno se ha lanzado a garantizarse la mayor cuota de inmunidad posible previendo futuras acciones legales contra la presidente y su entorno por corrupción. Por ahora el tema no le ha pasado factura. La lucha por el control del poder judicial, del servicio de inteligencia o la elección popular de diputados al Parlamento del Mercosur van en esta dirección. Al mismo tiempo Cristina Fernández intenta mantener su capacidad de influencia sobre el peronismo.
Como señalaba al comienzo, todavía es pronto para ver cómo y cuánto afectará a la candidatura oficialista la muerte de Nisman. Todavía queda mucho tiempo para agosto y más para octubre. Y si bien, la última versión de lo ocurrido parece haber permitido al gobierno recuperar cierta iniciativa política, lo que está en disputa es la identidad de la verdadera víctima. Cristina Kirchner ha pretendido arrebatarle a Nisman esta condición, lo que la llevó a adoptar un perfil más inhumano. Habrá que ver cómo procesa esto la sociedad argentina. En ocasiones anteriores el victimismo le sirvió a la presidente, pero no había habido ningún desplazamiento del dolor.
Fuente:infolatam.com
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