El Ayatollah en invierno

CLIFFORD D. MAY

 

Un yihadista moribundo reflexiona sobre su “misión santa.”

 “El Señor obra en formas misteriosas”. Esa frase no aparece en el Corán. Tampoco se encuentra, de hecho, en la Biblia. Pero en los últimos días probablemente se le ha ocurrido al Ayatollah Ali Khamenei, Líder Supremo de Irán.

Por un lado, él está sufriendo, según se informa, de cáncer en un estadío avanzado. Por el otro lado, está tentadoramente cerca de ganar las batallas que ha estado luchando durante más de un cuarto de siglo, desde que asumió el manto del Ayatollah Ruhollah Khomeini, líder carismático de la Revolución Islámica de 1979 y fundador de la República Islámica de Irán.

Lo más importante: Sus negociadores parecen estar al borde de concluir un acuerdo con el Presidente Obama que suspenderá las sanciones económicas sin el aporte del Congreso (aunque las sanciones más onerosas pueden ser terminadas sólo por el Congreso) y, de hecho, garantizaría a Irán el derecho de poseer armas nucleares en un futuro no muy distante.

A cambio, no está obligado a desmantelar su programa ilícito de armas nucleares o a detener el patrocinio del terrorismo. Tan sólo se le está pidiendo que lentifique el programa. ¿Qué pasa si acepta y luego viola el acuerdo y los estadounidenses se enteran? Dudo que eso le preocupe.

“No soy un diplomático. Soy un revolucionario”, dijo dos años atrás el Líder Supremo. En forma paradójica, eso puede estar entre las razones por las que la diplomacia iraní ha sido tan eficaz. Él trazó líneas rojas y no las movera. Por el contrario, a sus enemigos estadounidenses y europeos –  no los ve como “socios en la negociación” – mostraron flexibilidad en la búsqueda de la “resolución del conflicto.” Ustedes podrían llamar a esto diplomacia asimétrica.
Ha sido obvio que el Sr. Obama – quien comenzó escribiéndole cartas en el año 2009 — estaba más ansioso que él por concluir un acuerdo; y más temeroso de lo que podría seguir si colapsan las conversaciones. Con el tiempo, la definición de éxito del presidente estadounidense se hizo cada vez más modesta: Sería suficiente con terminar con un pedazo de papel que los ingenuos pudieran creer garantiza la paz para nuestro tiempo — siendo nuestro tiempo aproximadamente de diez años cuando entra en acción una cláusula de “expiración” en el acuerdo pendiente y desaparecen la mayoría de las restricciones sobre el programa nuclear de Irán.

Durante el curso de las negociaciones, el Ayatollah Khamenei debió haber sido alentado – aunque si no sorprendido — de encontrar que nada que hicieran él y sus segundos provocara a los estadounidenses. Por ejemplo, el año pasado el ministro iraní del Exterior, Javad Zarif, colocó una ofrenda floral en la tumba de Imad Mughniyeh, el líder de Hezbollah que se cree responsable por los bombardeos en 1983 a la Embajada de Estados Unidos y a los cuarteles de los marines en Beirut, que juntos mataron a 268 estadounidenses, tanto como por ataques en la década de 1990 contra la embajada israelí y un centro judío en Buenos Aires que mataron a 114.

Este pasado fin de semana, Irán anunció un nuevo sistema de misiles crucero tierra-tierra, un agregado importante a su arsenal de cohetes de largo alcance. Continúa la investigación en misiles balísticos inter-continentales que podrían enviar ojivas nucleares a objetivos estadounidenses. Y, anteriormente este mes, fuerzas iraníes destruyeron la réplica de un portaaviones estadounidense en el Estrecho de Ormuz, a través del cual pasa mucho del petróleo del mundo. Un general del Cuerpo de los Guardias Revolucionarios Islámicos  dijo que el ejercicio tuvo la intención de enviar un “mensaje.”

Los mensajes del presidente Obama han sido bastante diferentes. Él ha estado instruyendo al Congreso para que no apruebe legislación que ordene sanciones adicionales en el caso que continúe la intransigencia iraní. La semana pasada, Robert Menendez, el senador demócrata más firme con respecto a impedir a la República Islámica que obtenga armas nucleares, fue acusado de corrupción por el Departamento de Justicia del Sr. Obama.
Yo sospecho que el Líder Supremo es lo suficientemente astuto como para apreciar cuán afortunado ha sido de tener a Estados Unidos como su enemigo. El Presidente George W. Bush asumió la tarea de deponer a la némesis de Irán, Saddam Hussein. Logrado eso, Irak podría haber sido transformado en un aliado estadounidense, proporcionando a los estadounidenses una base militar permanente justo al lado y en el corazón del Medio Oriente árabe.

El Presidente Obama eligió en su lugar retirar las tropas estadounidenses — invitando esencialmente al Líder Supremo a intervenir, lo que hizo, apoyando a los chiitas de Irak y a la represión de los sunitas de Irak. Una consecuencia: El crecimiento del Estado Islámico, un movimiento yihadista sunita y rival de la República Islámica. Estados Unidos está ayudando a enfrentar al Estado Islámico – lo que significa que Estados Unidos está ayudando a las milicias chiitas respaldadas por Irán, similares a las que hace algunos años estuvieron matando a las tropas estadounidenses en Irak.

Gracias a las políticas audaces del Líder Supremo, Irán es ahora la potencia dominante en cuatro capitales árabes: Bagdad, Damasco, Beirut y Sana’a. Hamas, que gobierna Gaza, mantiene vínculos estrechos con Teherán, el que envía armas cuando puede. Por ejemplo, en marzo del 2014 la armada israelí detuvo a un barco comercial llamado el Klos-C que estaba lleno de cohetes sirios de largo alcance.

A Israel, junto con los aliados árabes de Estados Unidos en la región, o sea, Arabia Saudita, Egipto y Emiratos Árabes Unidos, les preocupa que el Presidente Obama tenga la intención de formar una alianza de facto con Irán – una que podría ser mantenida sólo a sus expensas. Eso puede llevar una sonrisa a los labios del Líder Supremo.

Pero tal vez la sonrisa se desvanezca cuando reflexione sobre esta ironía: Él ha dado vida a lo que Saeed Ghasseminejad, un disidente iraní en el exilio y colega mío en la Fundación para la Defensa de las Democracias, llama “una misión santa.” Como Moisés, él ha llevado a sus seguidores a la Tierra Prometida – una tierra no de leche y miel sino de poder y gloria. Pero, también como Moisés,  no puede acompañarlos en el viaje final. Fuentes de la inteligencia occidental citadas por el diario francés Le Figaro estiman que al clérigo de 75 años de edad no le quedan más de “dos años de vida.”

Si, el Señor obra en formas misteriosas. Pero un hombre de fe acepta eso, cuenta sus bendiciones, y se somete a la voluntad divina.

 Fuente: The Washington Times

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

 

 

 

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