SARA SEFCHOVICH
Aunque usted no lo crea, pero 138 de los detenidos en una cárcel de alta seguridad, le han mandado una carta a la Comisión Nacional de Derechos Humanos para quejarse por el trato que reciben y las condiciones en las que viven en la prisión, que les parecen “indignas e inhumanas”. Se quejan de hacinamiento, suciedad, mala alimentación, confinamiento excesivo.
Parece broma pero no lo es. Esos “hombres que torturaron, desmembraron y decapitaron a inocentes”, como dice el autor de la nota que informa sobre el hecho, el corresponsal en México del diario El País, Jan Martínez Ahrens se olvidan de dos cosas: de lo que ellos les hicieron a otros y de que están en ese lugar para ser castigados.
Sí, parece broma pero no lo es. Esos hombres que quebrantaron la ley y corrompieron a funcionarios, policías y jóvenes, sin dar oportunidad de decir no porque la elección era entre plata o plomo, ahora se quejan de que hay corrupción e ilegalidad en el penal.
Y por si las anteriores incongruencias no bastaran, se quejan además de que a los familiares que los visitan, los tratan sin el menor “sentido de la ética profesional y menos el humano”, ellos que asesinaron hasta al bebé de la familia, a los que inocentemente jugaban en un casino, y a cualquiera que se atravesó en su camino y que trataron a todos sin consideración alguna. Que lo digan si no los migrantes centroamericanos y las muchachas bonitas.
Pues sí, eso estamos viendo hoy, aunque usted no lo crea, aunque parezca una broma.
Estamos viendo a delincuentes violentísimos que piden respeto a sus derechos humanos, cumplimiento de la legalidad, ellos a quienes les importó muy poco respetar los derechos de nadie y cuidar la legalidad. Y los escuchamos hablar, vaya cinismo, de ética y humanismo, de respeto a la dignidad de las personas.
Y no sólo eso: le están pidiendo que los defienda precisamente a la institución que con tanto esfuerzo de los ciudadanos, esos cuyas vidas han destruido y aterrorizado sin piedad, se logró que existiera, una institución del Estado mexicano al que ellos combaten. Es demasiado cinismo.
La cuestión es jurídica pero ante todo filosófica: ¿De verdad deben existir todos los derechos para todos? Suena bonito, pero ¿Debe respetarse a quien no respetó a los demás? ¿Debe darse a esos victimarios los mismos derechos y el mismo trato que tenemos los ciudadanos decentes?
La pregunta se ha planteado ya: en los juicios de Núremberg contra los nazis, en los que se hicieron contra los asesinos de la ex Yugoslavia, del ERI y la ETA, contra los militares latinoamericanos como Pinochet o Ríos Mont. ¿Por qué en México esto ni siquiera se debate?
Cuando en los años noventa entrevisté a autoridades y defensores de los derechos humanos para ver cómo se veía a la Comisión que empezaba a existir, uno de aquellos me dijo: “Los delincuentes cuentan con la protección de los organismos de derechos humanos” y se quejó de que “se defendía a los delincuentes más que a las víctimas”. Hoy eso parece ser verdad y mientras miles de familias lloran a sus muertos y nunca saldrán del infierno del dolor, estos señores se permiten exigir derechos y comodidades.
Es un hecho que han sabido usar las leyes y las instituciones a su favor, sea para hablar de debido proceso o para solicitar la defensa de sus derechos humanos, algo que no pueden hacer por cierto, quienes no tienen dinero, como los indígenas presos, los inocentes que llevan años sin juicio y por supuesto, las víctimas.
Es hora de debatir seriamente sobre esto; hora de tomar decisiones que aunque suenen políticamente incorrectas, sean las correctas; hora de aceptar que no todos tienen derecho a que se respeten sus derechos y que los que tienen que ser castigados deben saber que parte del castigo consiste, precisamente, en no pasarla bien, ni tener comodidades.
Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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