¿Quién eres, pueblo de Israel?

MICHAEL LAITMAN

El pueblo judío ha sido perseguido y acosado en innumerables ocasiones. Yo mismo, como judío, me he preguntado muchas veces el motivo de este incesante padecimiento. Hay quienes piensan que las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial no tendrían cabida en el mundo de hoy. Sin embargo, observamos de qué manera tan rápida y sencilla está volviendo a surgir el estado de opinión previo al Holocausto, con todos esos “Hitler tenía razón” que empiezan a sonar sin pudor y con demasiada frecuencia.

Pero hay esperanza. Es posible revertir esta corriente de opinión. Únicamente tenemos que entender la situación desde una perspectiva global.

Dónde nos encontramos, de dónde procedemos

La humanidad se encuentra en una encrucijada. Con la globalización hemos tejido unos lazos que nos hacen interdependientes, pero al mismo tiempo, crece el odio y el distanciamiento entre seres humanos. Una situación difícilmente sostenible y altamente explosiva que nos compele a tomar una decisión sobre nuestro futuro como humanidad. ¿Dónde encajamos nosotros, los judíos, en este escenario? Para entenderlo es preciso remontarse al lugar donde todo empezó.

El pueblo de Israel apareció hace 4.000 años en la antigua Babilonia. En aquel entonces, Babilonia era una civilización en todo su apogeo cuyas gentes se sentían unidas, conectadas. Tal y como recoge la Torá: “Toda la Tierra hablaba la misma lengua y las mismas palabras” (Génesis 11:1).

Pero a medida que estrechaban los vínculos, también crecía su ego: fue el comienzo de la explotación a otros seres humanos. Hasta llegar al odio mutuo. Las gentes de Babilonia, al verse entre la espada y la pared, no tuvieron más remedio que buscar solución a esa desoladora situación.

Dos soluciones para la crisis

La búsqueda de esa solución hizo que aparecieran dos posiciones opuestas. La primera fue la propuesta por Nimrod, rey de Babilonia, y era natural, de sentido común: que las personas se dispersaran. Efectivamente, el rey sostenía que cuando los seres humanos ponen tierra de por medio, se terminan los conflictos.

La segunda solución la propuso un renombrado sabio babilonio llamado Abraham. Él sostenía que, según la ley de la naturaleza, la humanidad está destinada a unirse; por ello, se esforzó en unir a los babilonios a pesar de sus egos. Precisamente por encima de sus crecientes egos.

Dicho brevemente: el método de Abraham consistía en hacer conectar a la gente yendo por encima del ego. Cuando empezó a defender este método entre sus conciudadanos, “millares, decenas de millares se congregaron en torno a él, y… Él instaló esta sabiduría en el corazón de todos ellos”, escribe Maimónides (Mishná Torá, Parte I). El resto de la gente eligió el método de Nimrod, la dispersión, tal y como hacen los vecinos mal avenidos, que procuran no volver a cruzarse en el camino. Esa gente que se dispersó, con el tiempo, llegó a ser lo que llamamos “sociedad humana”.

Y solamente ahora, unos 4.000 años después, podemos empezar a evaluar cuál de los dos métodos era el adecuado.

Los orígenes del pueblo de Israel

Abraham y sus seguidores tuvieron que salir de Babilonia, así lo ordenó Nimrod. Su siguiente destino fue lo que más tarde conoceríamos como “la tierra de Israel”; y se esforzaron por lograr unión y cohesión, en consonancia con el principio “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Fueron capaces de conectarse superando sus egos, y gracias a ello descubrieron “la fuerza de la unidad”, la fuerza latente en la naturaleza.

Toda sustancia se compone de dos fuerzas opuestas, conexión frente a separación, y ellas mismas se equilibran. Sin embargo, la sociedad humana evoluciona empleando únicamente la fuerza negativa: la fuerza del ego. Si observamos el plan de la naturaleza, vemos que esta nos impulsa a equilibrar de manera consciente la fuerza negativa con la positiva: la unidad. Y fue Abraham quien descubrió la sabiduría que permite llegar a ese equilibrio. Hoy en día, cuando hablamos de esa sabiduría, la denominamos “sabiduría de la Cabalá”.

“Israel” significa “directo al Creador”

Los seguidores de Abraham se hacían llamar Ysrael (Israel) por su deseo de ir Yashar El (directo hacia Dios, el Creador). Es decir, sintieron el deseo de descubrir la fuerza de unidad de la naturaleza para equilibrar el ego que se erigió entre ellos. Gracias a su unión se vieron inmersos en la fuerza de unidad, que constituye la raíz, la fuerza superior de la realidad.

Además de ese descubrimiento, Israel también se dio cuenta de que, en el proceso del desarrollo humano, el resto de babilonios –aquellos que siguieron los consejos de Nimrod, que se dispersaron por todo el mundo y llegaron a ser la humanidad de hoy–, también tendrían que alcanzar la unidad. Y aún hoy puede sentirse esa discordancia entre el pueblo de Israel, que se formó a raíz de la unión, y el resto de la humanidad, que se formó a raíz de la separación.

El exilio

Los seguidores de Abraham, el pueblo de Israel, experimentaron numerosas luchas internas. No obstante, durante 2.000 años, hubo un ingrediente esencial que les permitió permanecer juntos: su unidad. De hecho, aquellos conflictos tenían como propósito que aumentara el amor entre ellos.
Hace unos 2.000 años, sin embargo, sus egos aumentaron hasta tal punto que no fueron capaces de mantener su unidad: apareció entre ellos un odio infundado, un gran egoísmo que provocó su exilio. De hecho, el exilio de Israel no fue la expulsión física de la tierra de Israel, sino un exilio de ese estado de unidad. Y este distanciamiento entre los miembros del pueblo de Israel ocasionó su dispersión entre las naciones del mundo.

Hoy en día, la humanidad se encuentra en una situación muy similar a la que experimentaron los antiguos babilonios: una creciente interdependencia junto a una creciente desavenencia. La solución de Nimrod, la de alejarnos y perdernos de vista, no parece muy práctica esta aldea global e interconectada en la que vivimos. En un mundo como el de hoy es preciso utilizar el método de Abraham. Por eso, el pueblo judío, aquel que en tiempos pasados implementó el método de Abraham y se unió, debe reactivar esa unidad y enseñar a toda la humanidad el método de la conexión. Y de no hacerlo por nuestra propia iniciativa, las naciones del mundo nos obligarán a hacerlo; pero por la fuerza.

En ese sentido, es interesante recordar las palabras de Henry Ford, fundador de la Ford Motor Company y destacado antisemita, en su libro El judío internacional – Un problema del mundo: “La sociedad tiene una gran demanda para él (el judío), que… comience a llevar a cabo… la antigua profecía: que a través de él, todas las naciones del mundo puedan recibir la abundancia”.

Las raíces del antisemitismo

Durante miles de años hemos volcado todos nuestros esfuerzos en traer la prosperidad a la sociedad humana siguiendo el método de Nimrod. Pero ahora las naciones del mundo empiezan a entender que la solución a sus problemas no es ni tecnológica, ni económica ni militar. Subconscientemente, sienten que la solución radica en la unidad, que el método de conexión se halla en el pueblo de Israel y, por ende, reconocen que dependen de los judíos. Al entender que los judíos poseen la clave para la felicidad de la humanidad, los hacen culpables de todos los problemas del mundo.

No en vano, precisamente cuando la nación israelita cayó de su esplendor moral del amor al prójimo, comenzó el odio de las naciones del mundo hacia Israel. De ese modo, a través del antisemitismo, las naciones del mundo nos apremian a revelar el método de conexión. Y el Rabí Kook, el primer gran rabino de Israel, señaló ese hecho con estas palabras: “Amalek, Hitler, etc., nos impulsan hacia la redención” (Ensayos del Raaiah, Vol. I).

Sin embargo, el pueblo de Israel no es consciente de que tiene la llave de la felicidad del mundo ni de que la raíz del antisemitismo es que el pueblo judío es custodio del método de conexión, la clave de la felicidad, la sabiduría de la Cabalá, y no lo revelan a todos.

Revelación obligatoria de esta sabiduría

Mientras el mundo sufre bajo la presión de dos fuerzas confrontadas –la fuerza global de conexión y la fuerza divisoria del ego– vamos cayendo a un estado que ya existió en la antigua Babilonia, antes del colapso. No obstante, hoy, es imposible escapar unos de otros para apaciguar nuestros egos: nuestra única opción es trabajar en nuestra conexión y unidad. Lo que se espera de nosotros es que incorporemos al mundo la fuerza positiva que equilibra la fuerza negativa de nuestro ego.

El pueblo de Israel, descendientes de aquellos antiguos babilonios que siguieron a Abraham, deben implementar la sabiduría de la conexión, también conocida como sabiduría de la Cabalá. Deben ser un ejemplo de ello para toda la humanidad y volverse “luz para las naciones”.

Las leyes de la naturaleza determinan que alcanzaremos el estado de unidad. Pero tenemos dos vías para llegar hasta allí: 1) por el camino de un mundo con guerras, catástrofes, pandemias y desastres naturales, o 2) por el camino de la estabilización paulatina del ego, el camino que Abraham depositó en sus discípulos. Y es el último de los dos el que parece más aconsejable.

La solución es la Unidad

En El libro del Zóhar está escrito que “todo se sostiene sobre el amor” (Porción VaEtjanán). “Ama a tu prójimo como a ti mismo” no solo es el mayor precepto de la Torá, sino que además constituye la esencia del cambio que la sabiduría de la Cabalá le ofrece al mundo. Y es obligación del pueblo judío unirse para compartir el método de Abraham con toda la humanidad.

Rabí Yehuda Ashlag, autor del Comentario Sulam (escalera) sobre El Libro del Zóhar, dijo: “Recae sobre la nación de Israel el capacitarse a sí misma y a toda las naciones del mundo… y desarrollarse hasta adoptar esa sublime labor del amor a los demás, lo cual constituye la escalera hacia el propósito de la creación”. Si cumplimos esto, encontraremos soluciones a todos los problemas del mundo. Y con ello la erradicación del antisemitismo.

Michael Laitman es Profesor de Ontología, Doctor en Filosofía y Cabalá, y Máster en Bio-Cibernética Médica. Fue el primer estudiante y asistente personal del Rabí Baruj Ashlag (el RABASH). El Profesor Laitman ha escrito más de 40 libros que han sido traducidos a decenas de idiomas y es un solicitado conferenciante. Más información sobre Michael Laitman en la página:michaellaitman.com

Fuente:unitedwithisrael.org

 

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