IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – en medio de todas sus visiones, el libro de Daniel contiene algo especial que nos ofrece una clave para la interpretación de la Historia. Y, con ello, nos da la pauta para calcular lo que va a suceder en el futuro.
Pero debo advertir: a algunos podría parecerles decepcionante que esta serie de artículos no pretenda ser una “interpretación” del “panorama profético” en el Medio Oriente. Curiosa y paradójicamente, al final de la serie sí voy a decirle a la gente qué es lo que va a pasar en el futuro, basándome siempre -por supuesto- en el Libro de Daniel, uno de los más extravagantes y raros que tenemos en la Biblia, debido a que es el único texto de perfil apocalíptico que fue aceptado en el canon oficializado por los fariseos durante el siglo I AEC.
¿Por qué es raro? Porque los fariseos siempre fueron enemigos de la ideología apocalíptica, cuyos principales exponentes fueron los Qumranitas (que, por cierto, detestaban a los fariseos).
Pero con el Libro de Daniel se hizo una excepción, y la tradición rabínica dice que allí está contenida la clave para saber cuándo vendrá el Mesías.
Entonces, comencemos hoy explicando dos ideas básicas respecto al Libro de Daniel que nos aclaran por qué NO ES UN LIBRO PROFÉTICO, un concepto fundamental para poder entender de qué manera Daniel nos habla sobre el futuro.
Habrá quien encuentre contradictorio lo que acabo de decir: no es un libro profético, pero ¿nos habla de lo que sucederá en el futuro?
Pues sí.
Y es que aquí empieza el periplo: la gente suele confundirse con lo que significa “profecía”. Así que comencemos a poner las cosas en su lugar.
I. Profecías y Oráculos
Daniel no es un libro profético. Es un libro de oráculos. Y hay una gran diferencia entre ambas cosas. Basta comparar Daniel con los libros verdaderamente proféticos, tales como Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce Profetas Menores, para corroborarlo.
¿En dónde radica la principal diferencia? En que los libros proféticos están enfocados, principalmente, A LA CRÍTICA DE SU SOCIEDAD.
Ser profeta no es predecir el futuro. Eso lo puede hacer hasta un astrólogo. Suponer que la “profecía” es “el anuncio de las cosas antes de que sucedan” es reducirla al mero rol de horóscopo.
La profecía es algo más complejo que eso y, por lo tanto, el rol del profeta es más relevante que sólo “anunciar cosas antes de que sucedan”. La profecía es, ante todo, un análisis de lo que sucede alrededor del profeta y de sus contemporáneos. Análisis que le permite, antes que nada, establecer juicios morales y éticos en los que señala cuáles son los errores que están desgastando el tejido de su sociedad. Es en función de ello -siempre, inequívocamente- que el profeta anuncia LO QUE PUEDE SUCEDER si las cosas no cambian.
Este es el único punto donde el oficio del profeta y el del predictor del futuro se entrelazan. Pero ojo: el profeta no habla de un futuro inevitable, de algo equivalente a un destino que forzosamente se tiene que cumplir. El profeta habla de cosas futuras que, en última instancia, pueden ser conjuradas por medio del arrepentimiento (un ejemplo muy claro de esto está en el Libro de Jonás, donde se anuncia la destrucción de Nínive, misma que al final de cuentas no sucede).
El Libro de Daniel no entra en esta categoría. Carece de ese nivel de análisis que sí encontramos en Isaías, Jeremías o Ezequiel. Por lo tanto, NUNCA se le consideró “profecía”. Cierto: está lleno de oráculos o predicciones para el futuro, pero sin el otro componente, se queda en el nivel de “libro de oráculos y de predicciones”, no en el de libro profético.
Hay otro aspecto técnico que no permite que consideremos al libro de Daniel como un “texto profético”, y es que un profeta no sólo debe conocer el futuro, sino también el presente. Y es un hecho que el Libro de Daniel tiene varios errores. Severos, por cierto.
II. Imprecisiones en el Libro de Daniel
Yo no confío en los anuncios sobre el futuro que pueda darme alguien que se equivoca en la descripción del presente. Y eso, sorprendentemente, le pasa a Daniel. El libro está lleno de inexactitudes a la hora de describir su supuesto presente, si nos atenemos a la tradición según la cual fue escrito por un autor del siglo VI AEC que estaba cautivo en Babilonia.
Las tres más relevantes son las siguientes:
a) Daniel 5:1 menciona a Belsasar como “rey” en Babilonia. Es incorrecto. Belsasar nunca fue rey en ningún lado. En el momento de colapso del Imperio Babilónico el rey era Nabonido, padre de Belsasar. Se ha querido matizar el error apelando a que “tal vez” Belsasar se habría quedado como regente en Babilonia mientras su padre estableció su sede en Taima. Pero dejémonos de pretextos: el texto no habla de Belsasar como un regente, sino que dice que es el rey. Esto lo podemos confirmar en Daniel 7:1 y 8:1, donde se le toma como referente cronológico (“en el primer año de Belsasar rey de Babilonia… en el año tercero del reinado del rey Belsasar…), cosa que sólo se hace con los reyes, no con los regentes. Además, en el momento de la invasión persa a Babilonia, Nabonido ya estaba de regreso en la capital y su hijo no estaba funcionando como regente de nada.
b) De lo anterior se derivan los siguientes dos errores: Daniel 5:30-31 dice que “la misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos, y Darío de Media tomó el reino…”.
Lo primero es que se da a entender que esa noche en la que Daniel interpretó una visión para Belsasar, la invasión persa dirigida por Darío se cobró en el propio rey a una víctima. Es imposible: los persas derrotaron a los babilonios en la batalla de Opis, y la toma de Babilonia fue pacífica. El imperio caldeo se había desmoronado y se rindió sin oposición ante… Ciro.
Ese es el segundo error: quien conquistó Babilonia no fue Darío el Medo, sino Ciro el Persa. Al respecto también se han intentado poner un montón de pretextos banales, queriendo identificar -sin éxito- a Darío el Medo como el general Gobrías, quien realmente estuvo al mando de la tropa que ocupó Babilonia.
Daniel 6:28 lo confirma. Allí se menciona la longevida de Daniel diciendo que “… prosperó durante el reinado de Darío y el reinado de Ciro…”, con lo que da por sentado que primero fue rey Darío, y luego lo fue Ciro.
La realidad es que fue al revés: primero gobernó Ciro, luego Cambises II -desconocido para Daniel-, y luego Darío. Al final de cuentas, no es un error tan difícil de comprender: el autor de Daniel confunde a Ciro con Darío y viceversa.
c) La genealogía de Darío es otro problema. En Daniel 9:1 se menciona a Darío como “hijo de Asuero, de la nación de los medos…”. Efectivamente, hubo un rey Darío que fue hijo de un rey Asuero (Artajerjes), pero fue Darío II, que reinó entre los años 424 y 404 AEC. Pero a Daniel se nos presenta como un contemporáneo de la toma de Babilonia por los persas (año 539 AEC).
Otra vez tenemos un error: el autor ha confundido a Darío I con Darío II, dos reyes separados por más de un siglo de distancia (en realidad, ha confundido a Ciro con Darío I, y luego a esta confusión la ha confundido con Darío II).
¿Por qué sucede todo esto?
Por algo muy sencillo de explicar: el Libro de Daniel, tal y como lo conocemos, no fue escrito por un autor del siglo VI AEC, sino por uno del siglo II AEC.
Daniel es un producto clásico de la literatura apocalíptica, un tipo de textos que rara vez se escribían en lo que podemos definir como “una sola sentada”. Hay evidencia suficiente para demostrar que la versión final de Daniel -la que tenemos en la Biblia- fue resultado de una continua reelaboración de textos diversos.
Por ejemplo, el capítulo 4 de Daniel habla sobre “la locura de Nabucodonosor”. Hoy día sabemos que es la versión adaptada de un texto anterior, recuperado entre los Rollos del Mar Muerto, donde en un relato idéntico aunque más rudimentario el protagonista no era Nabucodonosor, sino su hijo Nabonido. Del mismo modo, es evidente que el capítulo 9 de Daniel -el oráculo de las 70 semanas- es una reelaboración del llamado Apocalipsis de las Semanas que encontramos en los capítulos 91 al 105 del Libro de Enok.
Lo más probable es que diversas tradiciones sobre Daniel se empezaran a coleccionar desde el siglo VI AEC, pero fueran reelaboradas continuamente durante un proceso de cuatro siglos.
En el siglo II AEC, concretamente durante los años de la Guerra Macabea (167-158 AEC), se llegó a la versión definitiva del libro, aunque hay evidencia para sospechar que todavía se le hicieron añadidos posteriores.
¿Por qué sabemos que la versión definitiva del libro se hizo durante la Guerra Macabea? Muy simple: porque el capítulo 11, el principal recuento histórico del Libro de Daniel, llega hasta la Guerra Macabea. Dicho en otras palabras: es evidente que el autor, pese a algunos dislates como los que ya se mencionaron, conoce la historia de Judea hasta el año 164 AEC. Luego entonces, está claro que la redacción final del texto se hizo en ese momento.
Sin embargo, hay tres pasajes que se salen de esa lógica. No porque evidencien un conocimiento de eventos posteriores, sino porque parecieran más bien ser un ajuste a un evento posterior en concreto. Son los capítulos 2, 7 y 9. Concretamente, el Sueño de Nabucodonosor, la visión de las Cuatro Bestias y el Oráculo de las Setenta Semanas.
El “evento posterior en concreto” es el levantamiento armado contra Roma entre los años 66 y 73 EC. En el capítulo 2 (el Sueño de Nabucodonosor) se nos habla de “cuatro imperios” que precederían a la llegada del Reino Mesiánico, y es muy claro que están íntimamente relacionados con las Cuatro Bestias del capítulo 7.
Esta visión nos da las pistas para identificar a las bestias: la primera (7:4) es un “león con alas de águila”, una imagen muy común en la iconografía babilónica. Tomando en cuenta que en Daniel 2:37-38 se le dice a Nabucodonosor que el es el primero de los cuatro reyes, entonces es claro que Babilonia es la primera de las “cuatro bestias”.
La segunda bestia (7:5) es un oso que “se levanta más de un lado que del otro” y que va devorando “tres costillas”. Se trata del Imperio Medo-Persa. Un lado “levantado más que el otro” refleja el dominio de los medos sobre los persas, y las tres costillas devoradas son los reinos de Egipto, Lidia y Babilonia, que intentaron formar una coalición para detender el embate persa, proyecto que fracasó rotundamente. Los tres reinos fueron conquistados.
La tercera bestia (7:6) es un leopardo con cuatro alas. Se refiere al imperio de Alejandro Magno, veloz como leopardo -conquistó Grecia, el Imperio Medo-Persa y parte de la India apenas en un poco más de una década-, pero que se dividió entre sus cuatro generales tras la prematura muerte de Alejandro.
La cuarta bestia (7:7-8, 19-25) es Roma. Pese a las objeciones que ofrecen algunos especialistas que se obstinan en querer encuadrar esta imagen en algún otro reino anterior, la descripción es perfecta: es una bestia feroz, peor que las anteriores, que ha sido gobernada por “diez cuernos” (diez reyes), de los cuales tres fueron “quebrados” para que surgiera uno más (el onceavo), a quien le fue dada “la potestad para hacer guerra contra los hijos del Altísimo y vencerlos”.
El Imperio Romano comenzó en los tiempos en que César Augusto co-gobernaba con Marco Antonio y con Lépido. Son los primeros tres “cuernos”. Luego vinieron Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Hasta allí van siete “cuernos”. A partir del suicidio de Nerón, Roma entró en una fase de inestabilidad en la que, apenas durante un año, tres emperadores cayeron uno detrás del otro (“tres cuernos quebrados” para que surgiera el onceavo): Galba, Otón y Vitelio. Después de ello, Vespasiano se consolidó en el poder y vino a ser uno de los más importantes emperadores romanos. Justo en el momento de la crisis (año 69), Vespasiano estaba combatiendo y derrotando a los rebeldes judíos.
Entonces, Vespasiano es el último cuerno, lo que nos sugiere que este capítulo 7 (además del 2) fue agregado hacia el año 73, cuando estaba por concluir la guerra contra Roma.
Lo confirma el oráculo de las Setenta Semanas, que plantea que a la historia del mundo sólo le quedan “setenta semanas” (un periodo simbólico de 490 años), la última de las cuales es una perfecta descripción de lo que sucedió en la Primera Guerra Judeo-Romana.
En resumen, el Libro de Daniel se habría escrito de este modo:
Hacia el siglo VI AEC se compilan las primeras tradiciones sobre Daniel, que se van reelaborando durante unos cuatro siglos. En el siglo II, en el marco de la Guerra Macabea, se logra la versión casi definitiva. El autor no dispuso de información exacta sobre acontecimientos o personajes ocurridos casi 400 años atrás, y por ello cometió los errores que hemos señalado. Un poco más de dos siglos después, otro autor intentó actualizar los oráculos sobre la Guerra Macabea y por ello elaboró lo que hoy son el capítulo 2, el capítulo 7 y el capítulo 9 (por lo menos, los versículos 20-27 o el oráculo de las Setenta Semanas).
Pareciera, de entrada, que lo que tenemos en realidad es un desastre de libro: mendado y remendado durante siglos, con parches por aquí y por allá, y con errores históricos que lo hacen impreciso.
No era extraño hacia el siglo I EC. En realidad, mucha de la literatura apocalíptica estaba exactamente en la misma situación, y por ello los fariseos nunca le tuvieron mucho aprecio a este tipo de textos.
Y, sin embargo, a Daniel lo permitieron entrar en la lista de textos sagrados, aunque no como libro profético (Daniel siempre estuvo colocado en la sección de Hagiógrafos).
¿Por qué?
Porque en medio de todas esas visiones e imprecisiones históricas, el libro contiene algo especial que nos ofrece una clave para la interpretación de la Historia. Y, con ello, nos da la pauta para calcular lo que va a suceder en el futuro.
Pero eso lo empezaré a explicar la próxima semana.
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