Lo que se juega en Yemen

 

ESTHER SHABOT

 

La ofensiva hutí contra el poder presidencial establecido logró avanzar.

Un indicador más de la gigantesca explosividad instalada en el mundo árabe y musulmán es la crisis que hoy vive Yemen, el más pobre de los países árabes. Con sus 27 millones de habitantes, 60% de analfabetismo, desempleo rampante y una fractura étnico-religiosa cada vez más grave —dos tercios de su población se identifica con el Islam sunita y el otro tercio con el chiita— se está convirtiendo en estos días en la arena de confrontación de grandes poderes regionales que luchan por imponer su hegemonía.

La revoltura de fuerzas contrapuestas en Yemen puede apreciarse con una descripción sintética de lo ahí acontecido en los últimos años: ha sido un refugio ideal para múltiples células de Al-Qaeda, las cuales desde ese espacio han podido operar con relativa comodidad; tuvo su propia versión de la Primavera Árabe en el tiempo en que Túnez y Egipto derrocaron a sus añejos dictadores, logrando igualmente deshacerse de su presidente, Abdulah Saleh, luego de 33 años en el poder; a partir de tal cambio, se fortaleció la oposición chiita representada por los rebeldes hutíes, oposición que ha recibido entrenamiento, recursos y apoyo logístico y militar de Irán. La actual crisis tiene que ver precisamente con que la ofensiva hutí contra el poder presidencial establecido ha conseguido avanzar hasta el grado de estar cerca de adueñarse del control total del país.

Y ese avance constituye una amenaza no sólo para la mayoría sunita tradicionalmente dueña del poder, sino también para los vecinos en la Península Arábiga que ven en este proceso una peligrosa infiltración iraní destinada a ampliar el poder regional de Teherán hacia esa zona, incluido el control del Estrecho de Bab el Mandeb, el cual es vital para el tráfico naval del Mar Rojo al Canal de Suez. De ahí que Arabia Saudita, en alianza con el resto de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), haya emprendido desde mediados de la semana pasada una campaña militar aérea destinada a combatir a los rebeldes hutíes y a restituir al régimen del presidente Abdo Mansur Hadi, hoy en el exilio.

Un alto oficial de las fuerzas árabes hoy en combate contra los hutíes ha señalado que el operativo es indispensable, ya que éstos se han apoderado de un arsenal de cerca de 300 misiles Scud de largo alcance (entre 250 y 650 km) y los han reposicionado en distritos norteños cercanos a la frontera con Arabia Saudita. Igualmente, denunció que las huestes hutíes son apoyadas en el terreno por cerca de cinco mil expertos iraníes y miembros del Hezbolá libanés y de las milicias chiitas iraquíes. De hecho, el jeque Hassan Nasrallah, máximo líder del Hezbolá, pronunció apenas ayer un encendido discurso amenazante contra Arabia Saudita y las fuerzas del CCG condenando el operativo militar contra sus aliados, los hutíes.

La situación puede calificarse ya de guerra civil abierta en la que intervienen múltiples actores externos. Por su parte, Estados Unidos ha manifestado su disposición a apoyar logísticamente a Arabia Saudita y a su coalición en la medida en que coincide con ellos en la necesidad de reinstalar al régimen de Mansur Hadi y evitar mayores avances de los intereses iraníes en la región. Sin embargo, se trata de una disyuntiva por demás incómoda para Washington en estos momentos: está a punto de concluir el tramo de negociaciones en las que está embarcado el G5+1 con Irán referentes al desarrollo nuclear de ese país y a las sanciones que se le han impuesto. En tales circunstancias resulta problemático establecer una nueva relación con un Irán que, por un lado, presuntamente se compromete a acatar la voluntad internacional en cuanto a poner fin a su desarrollo nuclear bélico, y, por el otro, continúa abiertamente intentando expandir su influencia mediante intervencionismos descarados en áreas ajenas a su esfera geográfica.

Fuente:excelsior.com.mx

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