IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hay que reflexionar sobre la presencia de este extraño libro en la Biblia. Porque, a fin de cuentas, si los judíos antiguos se dieron cuenta que los oráculos de Daniel habían fallado, ¿por qué lo incluyeron entre los textos sagrados? Porque ciertamente este libro nos dice mucho sobre lo que sucederá en el futuro. Pero una cosa es obvia: no es por medio de sus oráculos fallidos y corregidos, sino por medio de otro recurso.
En la nota anterior explicamos por qué Daniel no es, técnicamente, un “libro profético”. Es un punto que se le atora a mucha gente porque están acostumbrados a pensar que “profecía” es lo mismos que “predicción del futuro”. No: la profecía es algo más complejo que eso, porque implica también una obligada crítica a la sociedad.
Seamos correctos: Daniel es un libro de ORÁCULOS, no de profecías. Y, aunque le sorprenda a muchos, los oráculos esenciales de Daniel son oráculos fallidos. Si por una parte ya explicamos los errores de información histórica que allí encontramos, por otra parte hay que explicar qué es lo que no funciona con los oráculos de este singular libro.
Recordemos también que ya explicamos cómo se elaboró este libro, a partir de tradiciones muy antiguas que fueron editándose y adaptándose durante varios siglos, y que lograron una versión casi definitiva en el siglo II AEC, en el marco de la Guerra Macabea. A esta versión se le hicieron unos añadidos finales durante la etapa del levantamiento armado contra Roma (años 66-73).
La revisión de estas características nos da la pauta para entender el aspecto fallido de este libro. Comencemos con el asunto de la Guerra Macabea.
En este libro hay dos grandes secciones que están enfocadas a la Guerra Macabea: los capítulos 8 y 11. El primero es una bizarra “visión” que, supuestamente, le permite a Daniel ver cómo va a ser el futuro de Israel, y el otro es una supuesta explicación dada por un ángel en la que se detallan las “futuras” guerras entre dos reyes identificados como “el del norte” y “el del sur”.
En el capítulo 8, la visión se basa en dos “bestias”: la primera tiene el aspecto de un carnero con dos cuernos, pero uno “más alto que el otro” (v. 3), y que es invencible (v. 4) hasta que aparece un macho cabrío con un solo cuerno y que viene del poniente (v. 5). Este derrota de manera total y contundente al carnero de los dos cuernos (vv. 6-7), pero repentinamente su cuerno es quebrado, y en su lugar surgen otros cuatro cuernos “hacia los cuatro vientos del cielo” (v. 8).
Interpretar esta visión no representa ningún problema, ya que el propio pasaje ofrece la respuesta: el carnero con los dos cuernos representa al Imperio Medo-Persa (v. 20; la idea de “un cuerno más alto que el otro” refleja que, en la estructura imperial, los Medos dominaban a los Persas), y el macho cabrío con un cuerno representa al “rey de Grecia” (v. 21). Es decir, Alejandro Magno.
La idea esta clara: el Imperio Medo-Persa fue invencible hasta que “desde el poniente” vino la invación macedónica, y Alejandro Magno derrotó a los medos poniéndole fin a su hegemonía. Sin embargo, en la cúspide de su poder, murió (el cuerno quebrado) y su reino fue repartido entre sus cuatro generales: Ptolomeo, Antígono Monoftalmos (o más bien, su hijo Demetrio), Seléuco y Lisímaco (los cuatro cuernos que surgen tras el quiebre del cuerno original).
La segunda parte de la visión se centra en que “… de uno de ellos (se refiere a los cuatro cuernos surgidos después de que el cuerno inicial es quebrado) surgió un cuerno pequeño, que creció mucho al sur, y al oriente, y hasta la tierra gloriosa”.
Tampoco es difícil la interpretación: el propio texto nos dice del “cuerno pequeño” surgido en uno de los cuatro cuernos que es “… un rey altivo de rostro y entendido en enigmas…” (v. 23).
¿A quién se puede referir? Es simple: a un rey surgido de una de las dinastías que se establecieron después de la muerte de Alejandro (un cuerno que surge de uno de los cuatro cuernos). Ahora bien: la realidad es que de los cuatro generales de Alejandro que se repartieron su imperio, sólo dos lograron establecer dinastías duraderas: Ptolomeo y Seléuco. Además, sus descendientes fueron quienes reinaron directamente sobre Judea (primero los Ptolomeos, luego los Seléucidas). Por lo tanto, no hay ningún problema con entender que este “cuerno pequeño” es un rey ya sea Ptolemaico o Seléucida.
La característica principal de este rey es que es un gran enemigo de Israel. Dice el texto que “… se engrandeció contra el príncipe de los ejércitos, y por él fue quitado el continuo sacrificio, y el lugar de su santuario fue echado por tierra… y echó por tierra la verdad, e hizo cuanto quiso y prosperó…” (vv. 11-12). Al respecto, luego se explica que “… su poder se fortalecerá… y causará grandes ruinas, y prosperará, y hará arbitrariamente, y destruirá a los fuertes y al pueblo de los santos. Con su sagacidad hará prosperar el engaño en su mano, y en su corazón se engrandecerá, y sin aviso destruirá a muchos; y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque no por mano humana” (vv. 24-25).
Nuevamente, la identificación del personaje no es problema: Antíoco IV Epífanes, rey Seléucida, ocupó (en realidad, usurpó) el trono en el año 175 AEC, y en poco tiempo se convirtió en el gran enemigo de los judíos. Profanó el Templo, interrumpió los sacrificios, y depuso al Sumo Sacerdote Onías III. Entre los años 171 y 167 AEC, hizo y deshizo en Judea, dejando como saldo miles de muertos y un país de cabeza.
Tal y como dice el texto, fue “quebrantado, aunque no por mano humana”. Después de un intento fallido por reconquistar Babilonia, invadió exitosamente a Egipto, pero Roma intervino y Antíoco se tuvo que retirar, humillado. Decidido a reiniciar su campaña contra Babilonia, se propuso saquear Judea para financiar el proyecto, pero murió repentinamente en el año 164 AEC. Ello fue visto como una intervención divina a favor de la guerrilla judía que desde el año 167 AEC se había levantado en la población de Modín, y que entonces pudo entrar triunfante a Jerusalén bajo el mando de Yehudá Hamakabi (Judas Macabeo) y purificar el Templo, que había sido dedicado al culto a Júpiter por Antíoco y sus aliados.
Hay un detalle más: el texto nos dice que este “cuerno pequeño” mantendría su dominio sobre los judíos durante “dos mil trescientas tardes y mañanas” (v. 34). Y agrega: “luego, el santuario será purificado).
Tiene lógica: 2,300 días equivalen a un poco más de seis años, que fue el período que duró la etapa crítica desde la primera agresión de Antíoco a los judíos (171 AEC) hasta la derrota inicial de los sirios y la recuperación de Jerusalén y el Templo por las tropas de Judas Macabeo (164 AEC).
El capítulo 11 de Daniel se explaya respecto a otros detalles relacionados con Antíoco IV Epífanes. En este caso, un ángel se presenta para “… hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días…” (Daniel 10:14).
Dicha explicación comienza diciendo que “aún habrá tres reyes en Persia” (Daniel 11:2), y el cuarto “se hará de grandes riquezas” y “se levantará contra Grecia” (v. 3). Luego, “se levantará un rey valiente, el cual dominará con gran poder y hará su voluntad, pero cuando se haya levantado su reino será quebrantado y repartido hacia los cuatro vientos del cielo; no a suss descendientes… será para otros fuera de ellos” (v. 4).
Es muy clara la relación con el macho cabrío del capítulo 8, y no hay duda que el rey “valiente y que dominará con gran poder” es Alejandro Magno, que al morir no heredó el trono a sus hijos, sino a sus generales.
El versículo 5 comienza diciendo “y se hará fuerte el rey del sur…”, y el versículo 6 agrega que “… vendrá al rey del norte para hacer la paz…”. Y aquí empieza la descripción sobre la relación entre “el rey del sur” y “el rey del norte”. Tampoco es difícil saber a quiénes se refiere. Basta con mirar un mapa y corroborar el reparto entre los generales de Alejandro: al sur de Judea está el territorio que se quedó en poder de Ptolomeo (Egipto), y al norte el que se quedó en poder de Antíoco (Siria).
Los reyes del sur y del norte son, respectivamente, los reyes de Egipto y Siria.
Los siguientes versículos, hasta el 20, relatan los encuentros y desencuentros entre Ptolomeos y Seléucidas, que desembocarían en la aparición de un personaje claramente identificable como el “cuerno pequeño” del capítulo 8. Es decir, Antíoco IV Epífanes.
La descripción que se nos da de él es más amplia. Por ejemplo, sobre su condición de usurpador y su ataque al Sumo Sacerdote Onías III nos dice: “… un hombre despreciable, al cual no darán la honra del reino; pero vendrá sin aviso y tomará el reino con halagos. Las fuerzas enemigas serán barridas delante de él como con inundación de aguas; serán del todo destruidos, junto con el príncipe del pacto” (vv. 22-23).
Sobre su intervención en Judea: “estando la provincia en paz y en abundancia, entrará y hará lo que no hicieron sus padres, ni los padres de sus padres; botín, despojos y riquezas repartirá a sus soldados, y contra las fortalezas formará sus designios…” (v. 24).
Sobre su fallida invasión a Egipto y su desencuentro con los romanos (a quienes se les llama Kittim): “Y despertará sus fuerzas y su ardor contra el rey del sur con gran ejército; y el rey del sur se empeñará en la guerra con grande y muy fuerte ejército, mas no prevalecerá… y volverá a su tierra con gran riqueza, y su corazón será contra el pacto santo; hará su voluntad y volverá a su tierra. Al tiempo señalado volverá al sur, mas no será la postrera venida como la primera. Porque vendrán contra él naves de Kittim, y él se contristará y volverá, y se enojará contra el pacto santo, y hará según su voluntad…” (vv. 25-30).
Sobre la profanación del Templo en Jerusalén y las masacres de judíos: “Y se levantarán a su favor tropas que profanarán el santuario y la fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación desoladora… y los sabios del pueblo instruirán a muchos; y por algunos días caerán a espada y a fuego, en cautividad y despojo… también algunos de los sabios caerán para ser depurados y limpiados y emblanquecidos, hasta el tiempo determinado…” (vv. 31-35).
Y sobre su repentina muerte: “Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas las cosas preciosas de Egipto… pero noticias del oriente y del norte lo atemorizarán, saldrá con gran ira para destruir y matar a muchos. Y plantará las tiendas de su palacio entre los mares y el monte glorioso y santo; mas llegará a su fin y no tendrá quién le ayude” (vv. 43-45).
Estos pasajes han fascinado y estimulado la imaginación de muchas personas a lo largo de los siglos, y generalmente son vistos como “profecías” (en realidad, oráculos) sobre el Anticristo. Pero, en términos simples y llanos, eso es un error. Las referencias concretas dadas por el propio texto son claras, y no queda duda respecto a que en estos dos capítulos (8 y 11) se habla de Antíoco IV Epífanes y su rol durante la Guerra Macabea.
Lo interesante es esto: en ambos pasajes, se da por sentado que con la caída de Antíoco en la Guerra Macabea, llegará el “tiempo del fin”. Según lo que un ángel le dice a Daniel en el capítulo 10, se supone que es una visión sobre lo que le sucederá a Israel en “el tiempo postrero”.
Y, como bien sabemos, la realidad es que ese no fue el tiempo del fin.
Ese es el punto donde muchos insisten en la tesis del Anticristo: dado que el fin no llegó en tiempos de Antíoco, entonces esto debe referirse a eventos que no tienen que ver con la Guerra Macabea, sino con el verdadero “fin”.
Pero es absurdo. Si se tratase de eso, no tiene ningún sentido que TODAS las referencias históricas dadas para enmarcar a este personaje -el cuerno pequeño o rey del norte- sean el Imperio Medo-Persa, Alejandro Magno, sus cuatro generales, y los conflictos entre los Ptolomeos y los Seléucidas. Significaría que D-os, en un gesto del todo innecesario, dio montones de oráculos sobre eventos ocurridos entre los años 332 y 164 AEC, y luego se saltó toda la historia judía (con eventos tan importantes como la destrucción del Templo en el año 70, la expulsión de los judíos de España en 1492 o el Holocausto entre 1939 y 1945) para hablar de los “tiempos postreros”.
No. La lógica del texto es clara: el “cuerno pequeño” o “rey del norte” es un personaje cuyo entorno histórico son los conflictos entre Ptolomeos y Seléucidas, y que muere en el marco de la Guerra Macabea.
Y no hay alternativa: allí está el fallo. El autor de estos capítulos creía que el “fin de los tiempos” vendría tras la muerte de Antíoco.
¿Qué fue lo que sucedió cuando quienes conocieron este texto hacia el año 164 AEC se dieron cuenta que el oráculo, simplemente, estaba equivocado?
En resumen, quienes promovían este tipo de ideas -apocalípticas- se replegaron bajo el evidente pretexto de que habría un “error de cálculo”, y se dedicaron a esperar que se dieran las condiciones para corregir su interpretación de las “señales de los tiempos”.
¿Cómo lo sabemos?
Porque el propio libro de Daniel nos ofrece tres capítulos donde las ideas generales de estos oráculos fallidos (una guerra atroz, un enemigo terrible, hombres santos martirizados) se retoman y se proyectan en otra época, en la del levantamiento armado contra Roma.
Es decir: son una corrección de los capítulos 8 y 11. Son el modo de decir “en ese entonces, nuestros ancestros se equivocaron; esta es la interpretación correcta…”.
A muchos especialistas no les gusta esta alternativa, y se han obsesionado por intentar demostrar que los capítulos 2, 7 y 9 (por lo menos en los versículos 20-27) también deben entenderse en el contexto de la Guerra Macabea.
Pero es imposible. El asunto simple y sencillamente no cuadra, y en la próxima nota explicaremos a detalle por qué.
¿Qué es lo que tenemos hasta este punto?
En resumen, que hacia el siglo VI AEC, después del retorno del exilio en Babilonia, debieron empezarse a coleccionar tradiciones sobre un personaje llamado Daniel, del que no sabemos demasiado. No se puede asegurar -ni a favor ni en contra- que dichas tradiciones se hubiesen puesto por escrito en un solo libro, pero lo que está claro es que fueron continuamente reelaboradas hasta que, en el año 164 AEC, un autor anónimo, convencido de que en el marco de la Guerra Macabea se estaban dando las condiciones para “el fin de los tiempos”, elaboró la versión original del libro que conocemos. Allí, concretamente en los capítulos 8 y 11, explayó sus creencias y esperanzas en relación a la muerte de Antíoco IV Epífanes.
Sus cálculos fallaron, y es muy seguro que el tema haya sido archivado durante mucho tiempo. Pero, ya bajo la dominación romana, otro judío apocalíptico exaltado creyó que su anterior colega se había equivocado en la “interpretación” de la señales, y que en vez de esperar el “fin” después de la guerra contra los sirios, había que esperarlo después de la guerra contra los romanos. Por ello, escribió las correcciones al texto de Daniel, elaborando tres secciones que tenían que exponer la “interpretación correcta” de los oráculos sobre el “fin de los tiempos”.
La mejor prueba a favor es que no tiene absolutamente ningún sentido la existencia conjunta de los capítulos 7 y 8.
En esencia, se trata de la misma visión, que gira en torno a la aparición de unas “bestias”. Pero las diferencias son enormes, y un análisis objetivo del contenido de ambas demuestra que se refieren a diferentes épocas y diferentes “cuernos pequeños”.
Entonces, la posterior (capítulo 7) debe ser la corrección de la anterior (capítulo 8).
En la próxima nota comenzaremos a analizar el contenido de estos pasajes relacionados con la guerra contra Roma, para con ello reflexionar sobre la presencia de este extraño libro en la Biblia. Porque, a fin de cuentas, ese es el meollo: si los judíos de ese momento se dieron cuenta que los oráculos de Daniel habían fallado, ¿por qué lo incluyeron entre los textos sagrados?
Porque, como ya dije, ciertamente este libro nos dice mucho sobre lo que sucederá en el futuro. Pero una cosa es obvia: no es por medio de sus oráculos fallidos y corregidos, sino por medio de otro recurso. Pero, claro, antes de analizarlo, primero tenemos que terminar de revisar qué fue lo que no funcionó.
Sólo después estaremos en mejor posición para conocer algo de lo que viene en el futuro según el libro de Daniel.
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