Es no sólo injusta, ofensiva y soez la andanada de comentarios antisemitas que se ha lanzado en estos días contra el periodista Ezra Shabot por seguir trabajando para Multivisión. Se trata de un despliegue de estupidez, de una forma perversa de presunta solidaridad con Carmen Aristegui, quien tiene un diferendo con la misma empresa.
Cuando Carmen salió de MVS, Ezra Shabot hizo público su respeto por ella, pero muy en su derecho, anunció que él continuaría trabajando al frente de su noticiero, en el que está desde hace años. Ezra no usurpaba el lugar de Carmen, que a fin de cuentas cada quien tiene el suyo, y tampoco descalificaba su tarea informativa. Simplemente, teniendo un espacio distinto, anunció que seguiría en él. Eso bastó para que en redes sociales le cayera encima una tupida lluvia de invectivas antisemitas.
Sorprende que el torrente de groserías racistas provenga del público que sigue a Carmen, en el que hay militantes y simpatizantes de izquierda, gente ilustrada y pensante.
Pero tampoco se puede pecar de ingenuo y creer que las mentalidades de izquierda están vacunadas contra la enfermedad del antisemitismo. En Europa, en la segunda mitad del siglo XIX, había entre las organizaciones revolucionarias algunos brotes antijudíos pese al internacionalismo que se pregonaba. El propio Marx llamó al antisemitismo “el socialismo de los imbéciles”, pues resulta imposible construir un mundo igualitario y fraternal desde la exclusión.
El antisemitismo es la peste de la civilización occidental. “Un hombre —escribió Jean-Paul Sartre— puede ser buen padre y buen marido, ciudadano escrupuloso, amante de las letras, filántropo y, además, antisemita. Puede ser aficionado a la pesca y a los placeres del amor, tolerante en materia religiosa, lleno de ideas generosas sobre la condición de los indígenas del África central y, además, aborrecer a los judíos”.
Hay personas que piden tolerancia o resignación ante quienes son distintos. Pier Paolo Pasolini, homosexual de izquierda, era tolerado por el Partido Comunista Italiano debido a la extraordinaria proyección que le había dado su genio, pero el cineasta, poeta y pintor escribió que “la tolerancia es una forma de condena más refinada”. No se trata de soportar al diferente, sino de respetarlo.
En muchos casos, el prejuicio se deriva de generalizaciones que suelen ser injustas e inexactas. Se parte del supuesto de que todos los judíos son iguales. Sin embargo, como en los grupos de cualquier otra identidad, los hay ricos y pobres, inteligentes y tontos, estudiosos e ignorantes, respetuosos e irreverentes. Por eso resulta estúpido condenar a una persona por judía, negra, india, gringa, católica, mestiza, china, homosexual, protestante, islámica, budista o lo que se quiera.
Pobre humanidad si todos fuéramos iguales. Lo que nos enriquece como especie es la confrontación de nuestras ideas y nuestras prácticas con las de otros seres humanos. Contra cualquier sueño totalitario está la verdad irrebatible de que cada ser humano es único e irrepetible. Todos tenemos el derecho a ser distintos, pero en el respeto a lo que nos distingue está la llave para ser todos iguales.
Humberto Musacchio, periodista y autor de Milenios de México.
Fuente: Excélsior.
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