AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Como Dóvaleh, el ‘stand up comedian’ que protagoniza la última novela de David Grossman (Jerusalén, 1954), Israel podría estar caminando sobre sus manos, y mirando el mundo, viendo a los demás, cabeza abajo, y aunque el escritor podría estar de acuerdo con dicha afirmación, acaba sacudiendo la cabeza y dice que no. Que, todo caso, si algo ocurre es justo lo contrario. “Israel no camina sobre sus manos, porque hacerlo te da una perspectiva distinta, más flexible, menos rígida. Israel es cualquier cosa menos algo flexible. Es un país atrapado, de rígidas creencias, al que se bombardea constantemente con amenazas. Amenazas que lo paralizan”, dice el escritor. Así que, no definitivamente, Israel no camina sobre sus manos, “ni hay suficientes personas que lo hagan como para formar gobierno, un gobierno distinto”.
No, dice el escritor, no estaba pensando en Israel cuando creó a Dóvaleh, el protagonista de ‘Gran Cabaret’ (Lumen/Edicions 62). Más bien estaba pensando en el artista. En los dos tipos de artistas que conviven en una figura como la suya. “Existen en la novela dos partes muy diferenciadas. Una primera parte en la que Dóvaleh flirtea con su audiencia [Dóvaleh está en un teatro, ante una audiencia], contando chistes de mal gusto, y en un momento dado se produce una inflexión cuando una mujer diminuta, prácticamente una enana, se pone en pie y suelta: ‘Tú no eres así. Eres un buen chico’. La mujer conoce a Dóvaleh desde niño. Y no puede creerse en lo que se ha convertido. En ese momento, Dóvaleh cambia. Se vuelve más humano. Sus chistes son más profundos. La opinión de la mujer del público hace que algo se rompa en su interior y cambie”, explica.
“Dóvaleh ha estado viviendo una especie de vida paralela a la que debería haber vivido. Le ocurre a mucha gente. En cierto momento de su vida toman un desvío y viven una vida que jamás hubieran sospechado vivir. Podemos ser nosotros mismos. Un día podemos tomar una mala decisión y encontrarnos en un lugar en el que no deberíamos estar. Y creo que eso es algo que no sólo les ocurre a las personas. También les ocurre a los países, a las naciones. Y acaban viviendo de una forma que es completamente contraria a su carácter. Lo que ocurre con Dóvaleh es que el comentario de esa señora del público le reconecta con aquel que fue. Le reúne en cierto sentido consigo mismo. Todos deberíamos aspirar a eso. A reunirnos en algún momento con nosotros mismos”, considera Grossman que, además de una señora que conocía a Dóvaleh, ha situado entre el público a un juez, que también fue amigo de niño del protagonista.
La elección del juez no es casual, por supuesto. “El juez tiene un talento especial para captar los matices del comportamiento de las personas. Dóvaleh le ha invitado a venir expresamente para descubrir qué irradia cuando está en el escenario. Qué es aquello de sí mismo que no puede esconder. Todos tenemos algo que no podemos esconder. Dóvaleh necesita saber qué es porque necesita recordar quién es”, señala el escritor. ¿Y qué hay de la comedia? Porque ‘Gran Cabaret’ es su obra más cómica. “Para mí cada libro es una especie de experimento. Intento inventar un nuevo estilo para cada historia porque, en el fondo, todo el tiempo estoy contando la misma historia, y lo que debe ser distinto es la manera en que me aproximo a ella”, contesta.
En ese sentido, opina que el deber de cualquier escritor es “tratar de reinventar la rueda cada vez que se sienta a escribir, aunque sepa de sobra que la rueda está inventada”. ¿Diría que ‘Gran Cabaret’ es una novela sobre la soledad? “Sí, pero también es una novela sobre la infancia, sobre los recuerdos, sobre la tristeza, sobre la melancolía, y sobre el lugar que ocupa el artista, sobre aquello que tiene que hacer para atraer al público, y cómo lo hace”, responde. Y, aunque prefiere no hablar sobre Israel, deja caer que está convencido de que las últimas declaraciones de Benjamín Netanyahu, el líder israelí, apuntan hacia una nueva tragedia. “El hecho de que rechazara un Estado palestino anima a un nuevo estallido de la violencia, a una nueva tragedia”, dice el escritor. “Tengo la sensación de que, fuera de Israel, nadie se lo toma en serio, pero deberíamos escucharle. Deberíamos escucharle atentamente. Obama debería haberlo hecho, porque, aunque en todo lo que dice hay una importante dosis de manipulación, dio datos perturbadores sobre la relación entre Israel y sus países vecinos durante su reciente visita al Congreso de Estados Unidos. Y luego el líder de Irán contraatacó diciendo que hoy por hoy es una necesidad acabar con Israel. Y nadie se lo tomó en serio. Ni siquiera Obama. Creo que Obama y los suyos reaccionaron con suma debilidad al respecto”, añade.
Infatigable activista por la paz en Medio Oriente y firme defensor del entendimiento entre pueblos, Grossman no es, sin embargo, optimista. No puede serlo, dice, tras la reciente victoria, la reciente reelección, de Netanyahu en las elecciones israelíes. Dicha reelección, dice, tiene mucho que ver con lo que está pasando en el país, un país, asegura, que vive atenazado por una “maquinaria de agresión”, por “el miedo” y “las amenazas”. “Es cierto que hay personas más dialogantes, sí, pero como se acaba ver, no son suficientes para formar gobierno”, concluye el escritor, que participó hace un par de semanas en la octava edición de Kosmópolis, la Fiesta de la Literatura Amplificada.
Broma macabra
Dice David Grossman, cuyo nombre suena una y otra vez para el Nobel, que no había otra manera de plantear esta novela que como una especie de broma macabra. De hecho, la idea de la que partió todo sitúa al protagonista en un coche, siendo aún niño, camino del funeral de su padre o de su madre. Sabe que uno de los dos ha muerto, pero no sabe quién de los dos. Y en el camino, sin atreverse a preguntarlo, lucha contra la tentación de decidir quién de los dos no estará cuando llegue a casa. Cualquier parecido con la realidad (padre y madre, dos estados, decidir la muerte de uno de los dos) no es mera coincidencia, aunque él insista en que prefiere no hablar de política. Tampoco quiere hablar más de su hijo Uri, que falleció en 2006 en la segunda guerra del Líbano, porque ya lo dijo “todo” en su anterior libro, ‘La vida entera’. En el extremo opuesto del cuadrilátero (Grossman es también sinónimo de lucha, lucha literaria pero lucha al fin y al cabo), se sitúa este Gran Cabaret que a menudo se le antoja, al propio autor, como la más “kafkiana” de las novelas que ha escrito porque, dice, “el protagonista está atrapado en su propia vida y necesita escapar”. Y valga la doble lectura en este caso también. / L. F.
Laura Fernández
Fuente: elmundo.es
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