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En una pequeña ciudad del centro de los Estados Unidos vive un Rabino muy bondadoso y generoso llamado Shmotkin. Cada año tiene la costumbre, en la época de Pésaj, de enviar por correo cajas de Matzá Shmurá (una Matzá especial, cuidada de todo contacto con agua desde el momento en que se cosechó el trigo) a fin de aportar un sentimiento de celebración a la Festividad de Pésaj. Esta es la historia de cuatro cajas de esta Matzá Shmurá.
La primera caja llegó al hogar de un solitario contador de mediana edad, cuyos únicos compañeros eran los habitantes de su pecera. Dado que los peces tropicales no son conocidos particularmente como grandes conversadores, nuestro contador a menudo se quedaba de noche en su casa escuchando radio.
Recuerda haber ido esa tarde hasta la puerta para retirar su correo. Cuando abrió la puerta, una caja de cartón cayó a sus pies. Su primer pensamiento era que se trataba de una pizza mediana que por error había sido enviada a su casa, pero cuando la abrió y vio la carta adentro, una sonrisa cubrió su rostro –algo bastante inusual para ese período de su vida– y dio unas gracias especiales al Rabí Shmotkin, simplemente por acordarse de él.
A la tarde siguiente, el solitario contador fue nuevamente a la puerta para retirar su cuota diaria de correo. Una vez más, cuando abrió la puerta, otra caja de cartón cayó a sus pies. La examinó minuciosamente y de vuelta se encontró con que se trataba Matzá Shmurá, obsequio de la Casa Lubavitch.
“Qué extraño”, pensó. “Recibir una caja de Matzá de regalo es muy bonito, pero dos, me parece un tanto extravagante por parte del Rabí”. “Quizás los Lubavitch tengan más dinero del que pienso”, se dijo a sí mismo. “Quizás he estado aportando en exceso”, notó en su cerebro de contador.
La tarde siguiente, nuestro triste contador fue nuevamente a la puerta, por su correo. Esta vez notó una cierta trepidación en su paso y una sutil vacilación cuando la abrió.
Lo adivinaste. Cayó otra caja de Matzá Shmurá.
Ahora bien, debes comprender que este contador conocía una cosa o dos sobre computadoras, por lo que su pensamiento inicial fue que quizá su nombre estaba en algún tipo de ciclo repetitivo de la computadora jasídica, como cuando el gobierno olvida que te ha enviado su reembolso impositivo y decide enviarte el mismo reembolso cada semana por el resto de tu vida.
“¿Por qué”, caviló, “no puedo lograr estar en un ciclo repetitivo del reembolso del gobierno, en vez de estar en el de la Matzá Shmurá? Este es mi mazl (suerte)”, se dijo. “Todos los demás reciben dinero cuando hay una equivocación, y yo recibo Matzá”.
La tarde siguiente fue como de costumbre para retirar su correo, y al abrir la puerta… ¡Acertaste! Cayó una cuarta caja de Matzá Shmurá. “Shmotkin está tratando de decirme algo”, pensó nuestro contador. “Pero, ¿qué puede ser? Cuatro cajas de Matzá Shmurá tienen que ser una señal, como las Cuatro Preguntas, sólo que más caras”, siguió reflexionando nuestro amigo. ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer?”
Finalmente, después de una profunda búsqueda interior del alma, decidió hacer exactamente lo mismo que hacía el Rabí Shmotkin — distribuir la Matzá Shmurá. Como no conocía mucha gente, regaló dos de las cajas a sendos compañeros del trabajo; una a una mujer judía que se había casado con un no-judío, y otra a un judío que se había casado con una mujer no-judía. La tercera caja la llevó consigo a su cena del Seder y la cuarta la guardó para sí.
El Seder del pequeño contador fue muy deprimente. La esposa de su padre estaba muy enferma y a duras penas podía sentarse a la mesa. No le quedaba mucho tiempo de vida, les pareció a todos los congregados, quienes hicieron gestos entre sí con miradas de incertidumbre. Cuando llegó el momento de mostrar y degustar la primera Matzá, el rostro de la madrastra del contador se iluminó.
“¿Quién trajo Matzá Shmurá al Seder?”, preguntó, más bien enérgicamente para el gusto de los comensales.
“¿Por qué? Fui yo”, respondió el pequeño contador.
“Quiero agradecértelo de todo corazón”, dijo ella. “Ahora cada día me es muy precioso, y con este regalo inesperado hiciste lo imposible; lograste que este día fuera un tanto más precioso aún que lo usual”.
Todos en la mesa estaban radiantes y de algún modo una noche muy triste y distante se había convertido en algo más cercano.
“Rabí Shmotkin hace algo bueno cuando reparte esta Matzá”, pensó el contador para sí.
Tres días después, cuando regresó a la oficina, el hombre al que había dado la Matzá se acercó al contador casi antes de que tuviera oportunidad de hacerse su café de la mañana.
“Sabes”, dijo, “aquella Matzá especial que me diste para Pésaj tuvo un efecto más bien profundo sobre mi esposa, que no solamente no es judía, sino que ni siquiera es muy religiosa. Nosotros ya no hacemos un Seder en casa en Pésaj, pero le di tu Matzá y estaba fascinada. No podía creer cuán antigua se veía, y dijo que le proporcionó un sentimiento de conexión con un pasado que apenas sabía que existía.
“¿Y sabes qué es lo realmente sorprendente? Me hizo bajar nuestra polvorienta Biblia sin usar y esa misma noche (“casualmente” era la noche de Pésaj) me hizo leer toda la historia del Exodo en voz alta, para ella y los niños. ¿Sabes? Las mujeres nunca dejan de asombrarme”.
“Es simplemente pasmoso”, pensó el pequeño contador. “A duras penas es una conversión, pero este programa de Rabí Shmotkin ciertamente ha tenido efecto de las formas más inesperadas”.
Caminó lentamente hacia su oficina, cuando la mujer judía que se había casado con el gentil virtualmente lo empujó al vestíbulo. “Quiero agradecerte profundamente por esa Matzá que nos diste para Pésaj. Cada año, mi hija, mi esposo y yo, vamos a la casa de mis padres para un semi-Seder. En verdad es apenas una cena, porque mi esposo no está muy interesado. Cuando nuestra hija abrió la caja de Matzá en la casa y dio a cada uno un trozo y luego leyó la carta del Rabí que vino con la Matzá en voz alta, sabes, mi esposo me dijo: `A ella realmente le gusta este servicio´, y aceptó que la enviara a la escuela hebrea dominical. Antes de esa noche estaba en contra de toda la idea. No sé qué le hizo cambiar de opinión, pero pienso que la Matzá del Rabí tuvo algo que ver con ello”.
Demás está decirlo, yo estaba conmocionado por estas revelaciones, y tuve un sentimiento nada pequeño de culpa por aferrarme a mi propia caja. Mira el bien que podría haber hecho por otro, si hubiera repartido toda la Matzá Shmurá del Rabí Shmotkin.
Pero entonces recordé cómo me sentí cuando recibí mi primera caja, y estuve contento de haberla apartado.
Stan Lapon
Fuentes: Jabad.org y visavis.com.ar
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