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jueves 14 de noviembre de 2024

Jugando mal la partida de Estados Unidos con Irán

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PEGGY NOONAN

Barack Obama, a seis años de su presidencia, no tiene un legado de política exterior—o, más bien, lo tiene y es malo.

Él tiene una reticencia visceral y comprensible a extender y sobre extender el poder estadounidense, pero ese poder ha estado ausente, la violencia e inestabilidad han llenado el vacío. Cuando Obama supera su reticencia a involucrarse, elige el lugar equivocado, tal como Libia, donde el tirano que depusimos era mejor que muchos de aquellos tratando de tomar su lugar.

Siria, líneas rojas, un Medio Oriente explotando, un presidente ruso que midió al estadounidense y tomó una medida, alterando un orden construido duramente, que se había mantenido durante un cuarto de siglo desde la caída de la Unión Soviética—qué desastre.

A fines de febrero, en una reunión de intelectuales de la política exterior en Washington, Henry Kissinger resumió parte de los últimos seis años: “Ucrania ha perdido a Crimea; Rusia ha perdido a Ucrania; Estados Unidos ha perdido a Rusia; el mundo ha perdido la estabilidad.”

Lo que Barack Obama necesita es una victoria de política exterior, y no sólo por razones de legado. Él se considera un hombre serio, quiere abordar en forma constructiva la cuestión urgente de las altas apuestas internacionales, y ninguna se ajusta a esa descripción mejor que Irán y las armas nucleares. Y entonces, las conversaciones en Lausanne, Suiza.

Aquí está el hecho. La intención detrás de un acuerdo—impedir que Irán desarrolle, y al final use, armas nucleares—no podría ser más seria y crucial. El mundo árabe ha entrado en una fase de guerra que puede durar décadas. Su amenaza especial es que la lucha no sólo es una esencial—Sunismo contra Chiismo, en una lucha hasta el final—sino que es engendra y marcada por lo que el primer ministro británico David Cameron ha llamado “el culto a la muerte.” Muchos en la lucha no tienen miedo especial de convocar el fin del mundo.

Una vez que Irán tenga lo que solía ser llamado la bomba, habrá una carrera entre las naciones cercanas—estados del Golfo Pérsico, Egipto, Arabia Saudita, Turquía—para obtener las suyas propias. Mientras cada estado construye su arsenal, habrá una posibilidad, incrementada,  que los autónomos, no estados y sub-estados metan sus manos.

Las dos palabras más aburridas en la historia son “proliferación nuclear.” Jimmy Carter las pronunció el 28 de octubre de 1980, cuando, en un debate presidencial, anunció que su hija de 12 años de edad, Amy, le había dicho que la gran cuestión del día era el control de armas nucleares. Estados Unidos se rio: “Así que de ahí es de donde saca sus ideas geopolíticas el desventurado”.

La proliferación nuclear ha sido un problema durante tanto tiempo que ya no podemos hablar de ella o pensar en ella. Pero en el momento actual, en el Medio Oriente no estamos hablando de “proliferación nuclear” en abstracto. Es más como hablar sobre la propagación de armas nucleares entre los internos de una institución para los que son criminalmente dementes.

Aquí divago, pero sólo para llegar cerca del corazón de la cuestión.

Hay muchas razones por las que las armas nucleares no han sido utilizadas desde 1945. Una es que Estados Unidos no era malvado y la Unión Soviética no estaba loca. Fue también un triunfo de la diplomacia, del pensamiento estratégico, imperfecto, pero finalmente rotundo, lo que impidió que sucediera lo impensable. (También estuvo involucrada la suerte.)

Gran crédito se debe también a un libro. Es lo que hizo impensable el uso futuro de armas nucleares.

“Entonces un tremendo destello de luz cruzó el cielo. El Sr. Tanimoto tiene un recuerdo distinto de cuando viajaba del oriente al occidente, de la ciudad hacia las colinas. “Parecía una lámina de sol.” Eso es de las primeras páginas de “Hiroshima,” del periodista John Hersey, publicado en un número completo de la revista New Yorker casi exactamente un año después del lanzamiento, el 6 de agosto de 1945, de la bomba atómica sobre esa ciudad. Enseguida después, el artículo fue publicado como un libro. Ambos causaron sensación, pintando por primera vez, en estilo llano y tenue, los hechos de lo que sucedió realmente cuando fue usada un arma nuclear sobre población humana. Él escribió sobre personas vaporizadas, enfermedad por radiación y agua envenenada. “El fluido de sus ojos derretidos había corrido por sus mejillas.” Un hombre alcanzó a una mujer y la piel de la mano de ella se salió como un guante. En una ciudad de 245000 personas, casi 100000 murieron de inmediato, y otras 100000 quedaron desesperadamente enfermas y heridas.

“Hiroshima” hizo algo enorme e histórico. No sólo contó al mundo lo que sucedió cuando fue utilizada un arma nuclear, sin ayuda alguna puso un poderoso tabú moral sobre su utilización futura. Después de “Hiroshima”, que vendió millones de copias, nadie quiso que sucediera nuevamente.

Pero ahora pasaron casi 70 años desde ese libro. No es necesario leerlo más. En este tiempo las armas nucleares sólo se volvieron más poderosas. Pero el mundo realmente no ha pensado en la guerra nuclear desde 1989, como si la amenaza terminó cuando lo hizo la Unión Soviética.

¿Qué saben los guerreros salvajes, jóvenes y apocalípticos del Medio Oriente sobre el viejo tabú?

Lo que se necesita es un acuerdo que impida que Irán desarrolle armas nucleares, punto. Un mal acuerdo será peor y más peligroso que ningún acuerdo. Un mal acuerdo—quizás—lentificará el proyecto letal, no lo terminará.

Ninguna de la información de Lausanne ha sugerido que surgiría un acuerdo útil. La fecha límite del martes para la producción de un marco básico se perdió; el jueves, fue anunciado un marco, cuyos contenidos no fueron divulgados. Pero el Presidente Obama no es conocido como un buen negociador. Él y su Casa Blanca han dado la impresión que quieren demasiado un acuerdo—ellos necesitan la ganancia. No es bueno cuando dejas que las personas del otro lado sepan cuánto lo necesitas.

En el inter hubo reflexiones periodísticas interesantes de izquierda y derecha. El titular del artículo de Ari Shavit del 2 de abril en Haaretz, el diario liberal israelí, llamó a las conversaciones una “marcha de la locura.” Las sanciones anteriores sobre Irán hicieron estragos en su economía y los obligaron a ir a la mesa, pero ahora, desde una posición de debilidad, escribió , ellos están “superando al Occidente” con “astucia” y “resolución.” Las señales apuntan a un mal acuerdo en junio y un mal acuerdo será peligroso.

K.T. McFarland, escribiendo online para Fox News esta semana, se opuso a las conversaciones desde un ángulo diferente. Los “neoconservadores que creen que la única forma de detener la bomba de Irán es bombardearlo” están equivocados, dijo ella, como lo está el Presidente Obama cuando dice que la opción es un acuerdo o guerra. “Nuestra política… no debe ser capitulación al estilo Obama o guerra al estilo Bush”, sino creciente presión política a través de sanciones económicas incrementadas. Más del 70% de los iraníes están por debajo de los 30 años de edad, destacó la Srta. McFarland. “¿Cuánto tiempo tolerarán ser gobernados por un puñado de mullahs de 80 años de edad que han empujado su economía en caída libre?”

Todo acerca de las negociaciones ha tenido el aspecto de un mal acuerdo, uno que no detendrá las ambiciones nucleares de Irán sino que permitirá a esa nación, en las palabras del Sr. Shavit, “proyectar una sombra gigante sobre la paz del mundo.”

Obama debió haberse alejado cuando la fecha límite del martes no pudo sostenerse. En ausencia de un acuerdo final, algo bueno puede suceder siempre en el camino. Con un mal acuerdo final, nada bueno sucederá, y seguramente seguirán cosas malas.

Al final, debió endurecer las sanciones y esperar a los mullahs. Nadie en Estados Unidos se enojaría. La mayoría pensaría “Uau, si él se alejó, debió haber sido un acuerdo terrible—denle crédito por tratar!” Todos los demás estarían aliviados.

Eso realzaría su legado de política exterior. Eso sería una victoria.

Fuente: The Wall  Street Journal-

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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