ESTI PELED PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO
Por Taffy Brodesser-Akner
Un reconocido guionista/director y yo almorzábamos mientras lo entrevistaba. Yo le hice una pregunta, y él respondió algo distinto que no tenía sentido, yo lo seguí, y él dijo una vez más la otra cosa. Y de nuevo, le respondí: “Yo no sé nada de eso. Me pidió que apagara mi grabadora, lo hice, y entonces dijo: “Se trata de Israel.” Me miró, poniéndome a prueba. “Soy más o menos pro-Israel.” Abrí los ojos y le contesté que yo también lo era. Y continuó: “Soy muy, muy pro-Israel, y estoy disgustado con lo que está pasando allá, pero ¿qué podemos hacer?” Suspiró, levantó su tenedor, y regresó a su ensalada de pollo, asintiendo con la cabeza e indicando que podía volver a encender la grabadora. Volvíamos a las formalidades.
No era necesario que explicara su reticencia. Ya no es correcto ser abiertamente pro-Israel y yo sé por qué. Mis amigos en Twitter y Facebook son gente como yo – liberales, reporteros culturales, dedicados a temas de economía -desconcertados y tristes por la manera en que la causa de los judíos ha pasado de ser una causa liberal a una ultra conservadora.
No había espacio para hacer pública nuestra tristeza y el miedo durante la guerra de Gaza. No había espacio para decir: “¡Esperen, estos terroristas están disparando cohetes contra civiles!” No había espacio para decir que defender a los ciudadanos de ataques no es un defecto de carácter nacional. No había lugar para recordar a la gente lo que sintieron cuando los aviones volaron contra las Torres Gemelas. Todo esto sirvió para recordarnos lo que nuestros maestros nos habían enseñado todos estos años, que Israel existe porque nosotros no somos bienvenidos aquí, en esta tierra. Ellos nos enseñaron que sólo somos tolerados, y que cuando mejor disfrutan de nosotros es cuando somos víctimas, o cuando recordamos que somos vulnerables. Yo sé. Esto parece una locura. Pero como dice David Brooks, una de las cosas más lamentables sobre el antisemitismo es cómo la gente aquí en casa piensa que no existe como nosotros lo percibimos.
Mientras tanto, en silencio, susurramos uno al otro, sintiendo que el sentimiento anti-Israel era en realidad una nueva forma de antisemitismo envuelta en una causa demócrata. Mis bandejas de entrada se iluminaron de nuevo cuando Netanyahu habló ante el Congreso. Se volvieron a encender cuando ocurrió la masacre en el mercado Kosher de París con el hashtag #jesuisjuif, y cuando la gente identifica el hashtag y dice cómo degradó a los periodistas que habían sido asesinados pocos días antes. Una vez más cuando alguien escribió un ensayo preguntando si judíos “utilizan” demasiado el Holocausto.
Y luego, en mi bandeja de entrada, aparecemos todos nosotros, sintiéndonos justos y tristes, manteniendo estas conversaciones privadas, y también odiándonos a nosotros mismos un poco o mucho por desear ser el tipo de personas que pueden hablar. Uno de los aprendizajes de mis largos años de estudios sobre el Holocausto es que esta educación surge a través de la ósmosis implacable y la lección real cuando se asiste a la escuela- pues el por qué sucedió (siempre por nuestra culpa) es lo que intentamos asimilar. El judío, según el mundo, es insidioso porque podría mezclarse perfectamente. Yo pensaba que era una cuestión de trabajo y vestimenta. No me di cuenta que se trataba de un acuerdo silencioso, pero lo es.
La guerra y las elecciones que le siguieron liberaron algo en las personas. Se les permitió ser tan críticas como querían, y los que no criticamos callamos.
Mucho se ha hablado del llamado privilegio judío: De nuestra capacidad de adaptarnos, mezclarnos, asimilarnos a Estados Unidos. Pero el privilegio sólo existe cuando se compara entre dos pueblos, y no estoy segura de por qué lo hacemos. ¿Alguien se beneficia de este tipo de privilegio? No cambiaría mis problemas, que se centran en que el país al que puedo huir y en que puedo encontrar asilo está bajo amenaza de aniquilación nuclear por parte de Irán y un ataque no provocado de sus vecinos.
Privilegio tiene dos significados: uno es que los que son privilegiados son elevados de alguna manera. La otra es que son diferentes. Yo renuncio a la idea de que los judíos – a quienes ahora, en Europa se les advierte no frecuentar la sinagoga y permanecer en casa por su seguridad, mientras son alejados de las escuelas y ridiculizados en la calle – poseen el primer tipo de privilegio. Pero el segundo, lo poseemos en masa:
Es mi privilegio judío tener muy pocos parientes consanguíneos debido a que el resto de ellos fueron asesinados en el Holocausto. Es un privilegio para mí tener que mantener la boca cerrada por las declaraciones casualmente racistas. Es mi privilegio judío que la palabra pantalla me hace temblar, que la palabra campamento, ¡campamento! me hace estremecer. Es un privilegio preguntarme siempre qué debo hacer diferente, cómo soy una desgracia para los mártires del Holocausto porque mi indignación y la tristeza se limita a mis mensajes directos.
No hablamos ahora. No hablamos entonces. Tendríamos que mirarnos en el espejo y decir, sí, nos quedamos con los brazos cruzados. Lo hicimos mientras nuestros familiares fueron enviados a las cámaras de gas en ese entonces. Este ensayo es lo más valiente que hay en mi. No sé si publicaré esto en Twitter. Pero sé que alguien, tal vez un montón de gente, me escribirá al respecto y supongo que tendré un poco de consuelo en mi cobardía, porque será compartida.
Fuente: Tablet
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