MAURICIO MESCHOULAM
El pasado 2 de abril, casi 150 estudiantes kenianos de la ciudad de Garissa murieron en su universidad tras un ataque efectuado por militantes de Al Shabab. En medio de una serie de noticias internacionales que se desarrollaban en esos momentos, el ataque recibió relativamente poca cobertura, considerando el tamaño de tragedia que se había generado.
Esto, sin embargo, es ya muy común y es una situación de la que en este blog hemos hablado con frecuencia. Considere estos hechos como ejemplo: el 9 de enero de este 2015, dos días después de los atentados de París -que tan ampliamente fueron cubiertos- Boko Haram atacó una serie de poblaciones en Nigeria matando a cientos, quizás a miles de civiles (no hay cuentas precisas). El 9 de febrero, 22 personas murieron y 45 más fueron heridas en una sucesión de ataques terroristas en Bagdad. El 5 de marzo, en Mali, cinco civiles murieron en un ataque a un restaurant. El 15 de marzo, un comando de militantes atacó una iglesia en Pakistán matando a 14 personas. ¿Me voy un poquito atrás? El 22 de noviembre del 2014 Al Shabab mató a 28 pasajeros que viajaban en un autobús. El 16 de diciembre los talibanes mataron a casi 150 personas, la mayoría niños, en una escuela en Pakistán. Antes, el 6 de julio, 22 civiles kenianos murieron en su aldea en otro ataque de Al Shabab. Podría seguir sin parar. ¿De cuántos de estos atentados conservamos registro en nuestras cabezas? ¿Los recordamos igual que recordamos los ataques de París de principios de este año o los del maratón de Boston hace dos, o los de Madrid o Londres años atrás? ¿Por qué? Hoy en el blog intentamos algunas respuestas, sin pretender cubrirlas todas.
El ataque terrorista en Kenia
Se calcula que alrededor de cuatro atacantes penetraron el 2 de abril en los dormitorios de la universidad de Garissa, Kenia. Seleccionaban a los estudiantes no musulmanes y los sacaban para acostarlos boca abajo y los fueron matando uno a uno de un tiro en la cabeza. El “trabajo” les tomó horas, y eso es también lo que tomó a las autoridades kenianas llegar al lugar desde la capital, Nairobi. Los autores: el temerario grupo somalí de Al Shabab, una de esas organizaciones que hemos acá descrito como portadoras de la bandera de Al Qaeda.
Los móviles: Desde el 2011, Kenia forma parte de una fuerza multinacional que combate a Al Shabab en Somalia.Tras décadas de inestabilidad y de no contar con un gobierno formal en ese país, la organización terrorista tenía el control de amplias franjas del territorio somalí, en donde a través del terror contra la población civil, estaba estableciendo un gobierno islámico. Así, un grupo de países auspiciados por la Unión Africana, entraron a combatir a Al Shabab, y desde entonces han mermado enormemente sus posiciones y han recuperado la mayor parte del territorio que este grupo controlaba para irlo regresando al gobierno de ese país, un gobierno interino formalmente reconocido. Kenia aporta el mayor contingente a ese cuerpo multinacional de combate.
Como resultado, Al Shabab se ha venido replegando y ha estado haciendo uso de estrategias terroristas en contra de quienes considera sus agresores y enemigos, incluida Kenia. Sin embargo, de todos los atentados cometidos por Al Shabab en Kenia, el del 2 de abril es el más severo en cuanto a pérdidas de vidas humanas inocentes.
Kenia, por supuesto, decide responder y ha lanzado una serie de bombardeos a campos de entrenamiento de Al Shabab en Somalia. Pero lamentablemente, el uso del terrorismo termina cumpliendo con los objetivos buscados por la organización islámica: (a) coloca a la sociedad keniana en estado de shock y tensión colectiva, (b) sube a la agenda la cuestión de la participación keniana en las fuerza multinacionales que combaten en Somalia, y la pone en cuestión ante los ojos de ciertas capas de la población de ese país, sobre todo ante ciudadanos de población musulmana, y (c) proyecta a Al Shabab (y de paso a Al Qaeda de quien Shabab es filial) como si continuase siendo la organización materialmente fuerte y amenazante que ya no es. Estos temas se refuerzan con los últimos hallazgos que indican que uno de los atacantes terroristas era no solo ciudadano keniano, sino incluso hijo de un funcionario del gobierno de ese país, tema que eleva los temores del terrorismo gestado en casa y de la penetración de la jihad en Kenia, situaciones que no pueden combatirse con aviones ni con fuerzas militares.
Terrorismo como guerra psicológica
Ahora bien, lo más importante a subrayar respecto del terrorismo es que se trata de estrategias de guerra esencialmente psicológicas que utilizan a la violencia material -y consecuentemente a las lamentables víctimas directas- solo como instrumentos para producir efectos psicosociales en terceros, tales como el terror, la desesperanza y el sentimiento de vulnerabilidad, y así, canalizar mensajes o reivindicaciones a través de esas emociones colectivas.
Por consiguiente, el tamaño o la eficacia de un acto terrorista no son medidos en términos del daño material causado, o de cuantas muertes generan (lamentables todas y cada una de las víctimas sin importar quienes sean, cuál sea su origen ni donde se encuentren). La eficacia de un atentado terrorista tiene que ver en esencia con factores como: ¿Qué tantos efectos psicosociales produce el acto y en qué cantidad de población los produce? Lo que nos lleva a una variable adicional a considerar: ¿Qué tanto impacto mediático -y hoy también habría que agregar, en redes sociales- consigue un atentado terrorista, al margen del número u origen de las personas muertas o daño material causado?
Vulnerabilidad
Esto se relaciona principalmente con lo siguiente: el efecto psicológico más importante de un ataque terrorista es que produce en amplísimas audiencias un sentimiento de vulnerabilidad. Es decir, a partir del ataque, es inevitable que por nuestras cabezas cruce la idea de “Esto pudo pasarle a cualquiera y por lo tanto, también podía haberme ocurrido a mí”. Por consiguiente, nos convertimos o nos percibimos como víctimas potenciales de ataques de esta índole.
Vulnerabilidad por efecto geográfico
La investigación especializada normalmente demostraba que este sentimiento de vulnerabilidad se presentaba en mayor grado a través de círculos concéntricos. Entre más cerca nos encontramos geográficamente de la ubicación de los actos terroristas, la sensación de percibirnos como víctimas potenciales, aumentaba. Este tema, podríamos decir, sigue siendo tan válido como siempre para las poblaciones directamente afectadas, en este caso, la sociedad keniana. Por ello, sería impreciso decir que debido a una relativamente baja cobertura en medios occidentales o globales, estos ataques son ineficaces. Al contrario, son tan eficaces que se siguen repitiendo y su uso se mantiene en dramático aumento.
Vulnerabilidad por efecto psicológico
De manera adicional a los factores geográficos, la globalización económica, política, cultural y podríamos decir mediática -lo que ahora incluye redes sociales- contribuyen al desencadenamiento de otro fenómeno: la expansión del sentimiento de vulnerabilidad y de la autopercepción como víctimas potenciales, mucho más allá de las zonas geográficas directamente afectadas. No en todos los casos, pero sí en muchos.
Tomo un caso extremo solo para ejemplificar: Los ataques del 11 de septiembre del 2001 produjeron temores a subirse en avión en muchísimos pasajeros de sitios completamente lejanos a Nueva York o a Estados Unidos, o incluso en ciudadanos de países que no tienen nada que ver con Medio Oriente o que no se relacionan con los conflictos de aquella región. Esto se repite cuando por ejemplo se atacan sitios donde hay turistas extranjeros, o un maratón como el de Boston, en el que en el caso nuestro, había decenas de corredores mexicanos.
Normalmente, no siempre pero sí normalmente, lo que jala nuestra atención como audiencias es más ese miedo o efecto psicológico, y menos la concientización de que hay otras personas en peligro o sufriendo. Muchos medios, no todos, simplemente reaccionan a ello y cubren lo que resulta más llamativo a sus audiencias.
Otros ataques simplemente no nos generan a todas las audiencias el mismo efecto de shock o estrés colectivo. Si acaso la nota es emitida y llegamos a leerla o a verla, quizás terminamos horrorizándonos solo por unos instantes, para pasar a otras cosas que percibimos como asuntos de mayor interés, impacto o efecto cercano.
Habituación
Hay un factor adicional: la cuestión de la peligrosa habituación. Hace unos años calculé que en Irak durante 2013 y 2014 se efectuaba un ataque terrorista cada tercer día. Y en Afganistán y Pakistán uno cada semana. Tristemente, nos acostumbramos. Nos dejan de funcionar como “noticias”. Ya no nos es “novedad”. Nos cansamos y dejamos de interesarnos. Eso, por supuesto, conlleva muchos riesgos como lo son la falta de conciencia de eventos que tienen lugar ante nuestros propios ojos, o la falta de empatía. Pero también incluye otro riesgo: muchos grupos terroristas se van dando cuenta de que si como parte de sus estrategias quieren llamar la atención de las audiencias de potencias y de medios globales, es necesario efectuar ataques en contra de turistas, en contra de ciudadanos extranjeros, o bien, perpetrar masacres de tamaños tales que sí consigan reflectores.
El control de la narrativa
Y por último, también juega un importante papel la guerra por el control narrativo. En este tema, grupos como ISIS son especialmente diestros. Cometen atentados -o a veces incluso ya los cometieron pero los guardan y solo los sacan a la luz posteriormente- en momentos precisos, en ubicaciones precisas y contra víctimas cuidadosamente seleccionadas, para generar los efectos que buscan generar, para posicionar los temas en la agenda que desean posicionar, y ocluir los que quieren ocluir.
Pero esto también puede funcionar en otro sentido. El control y manejo de la información no se encuentran exentos de agendas e intereses diversos. Muchas veces funciona el empujar ciertos ataques terroristas más que otros. Por ejemplo, si dentro del interés de la administración de un país o potencia se encuentra intervenir o invadir cierto territorio, es posible que funcionarios clave emitan declaraciones al respecto de determinados atentados, argumentando el peligro que los grupos perpetradores representan. O al revés, si cierto tema o cierto sitio no son prioritarios en la agenda política y por lo tanto, es preferible que algún ataque terrorista reciba una menor cobertura, entonces los actores políticos pueden, estratégicamente, callar.
Un caso reciente lo tenemos justamente en la cuestión de ISIS o “Estado Islámico”. Hace un par de años, este grupo sí recibía cobertura pero relativamente poca. Su protagonismo fue creciendo no solo con sus ofensivas, sino con la decisión estratégica por parte de Obama de liderar una coalición internacional para atacarle. A partir de ese punto, ISIS sustituye a Al Qaeda en los discursos de la Casa Blanca, como “el mayor riesgo a la seguridad estadounidense” y por ende, en aquél país donde durante 2011, 2012 o 2013, los ataques terroristas recibían muy poco espacio en medios -Irak- ahora, si el autor es ISIS, la cobertura es mucho más amplia.
Pues bien, en este blog intentamos, dentro de lo posible, seguir esforzándonos por la permanente concientización de asuntos como el que hoy se aborda. Y lo seguiremos haciendo. ¿Usted qué piensa?
Twitter: @maurimm
Fuente:blogs.eluniversal.com.mx
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