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jueves 07 de noviembre de 2024

Enfermedad: Humillación y humildad

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ARNOLDO KRAUS

 

No recuerdo bien la cita. Palabras más, palabras menos, dice, “La vejez es la única humillación de la cual no se puede escapar”.

La idea es cruda y (casi) cierta. Salvo cuando la muerte llega en forma inesperada y acaba con la vida en un santiamén —infarto agudo al miocardio, accidente automovilístico—, la enfermedad, universal y omnipresente, humilla de otra forma. De otras formas significa: confrontar la muerte, padecer dolor, tener miedo, saberse vulnerable, cohabitar con un cuerpo enfermo, vejado y disminuido, aguardar en las salas de espera de laboratorios, rayos X y médicos, ser tratado, en ocasiones, con indiferencia o displicencia y, vivir, cuando no hay diagnóstico, la cruda realidad de la incertidumbre. El listado previo es infinito: resume la vida, toca la muerte.

La enfermedad es maestra. No todo es negativo. Reparar en la finitud de la vida y atesorar la salud son algunos legados. La idea de la humildad es otra lección. La certeza de que ni la tecnología, ni los saberes médicos resuelven las interrogantes y las mermas de la enfermedad, es un terreno en el cual también se debe cavilar.

Con la enfermedad se vive una zona entre gris y negra, donde los colores desaparecen y la indefinición azoga: se camina entre la esperanza y el desasosiego, entre la espera de una buena nueva y una mala noticia, entre el largo minuto mientras se aguarda el diagnóstico y el infinito tiempo que le toma al médico explicar; se vive entre la luz del día y la incertidumbre de la noche copada por demonios y pensamientos sobre la finitud de la vida. Una suerte de soledad individual, interrumpida por las salas de espera, el piquete para recolectar sangre o el ruido de los aparatos de rayos X que persisten hasta que el reporte final le llega al interesado.

Pocas veces el azar es la razón de la enfermedad. Algunas personas, cuando el azar llega e irrumpe en el orden del cuerpo, en las manecillas internas que controlan el funcionamiento exacto, perfecto, de cada una de las incontables células que nacen y fenecen cada día, se consideran víctimas de la mala suerte. En El año del pensamiento mágico, Joan Didion narra la muerte de su marido y su lucha por entender lo inentendible. “La vida”, escribe Didion, “cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida acaba de repente”. En ocasiones de repente, otras veces, no.

Muchas enfermedades advierten, mandan mensajes premonitorios. Cuando se instala modifica la armonía del cuerpo y altera el orden. Casi nada queda en su lugar. La mirada cambia sus blancos, las piernas su posición, el pensamiento su fluidez. La mañana llega tarde o no llega. Las distancias entre el cuarto y la cocina, se duplican, se quintuplican. La noche profundiza el silencio y éste se contamina por murmullos otrora desconocidos: el corazón desordenado, el sudor nocturno, las pisadas sin brío. La enfermedad atrapa. Uno se convierte en su propia víctima; todo es desaseo: ¿cómo escapar de uno mismo?, ¿cómo evadir la nueva realidad?: la nada, el miedo y la incertidumbre son nuevos e ingratos compañeros.

Humillación y patología son binomio frecuente. El cuerpo deja de pertenecer, responde a cuentagotas, pierde independencia. Poco a poco el desorden celular impera y con él la imposibilidad de vivir como antes. La autonomía y la dignidad se modifican y la autoestima se erosiona. Se muere lento. Pocos son conscientes de esa realidad. Un día, un poco, un mes, otros pocos. La enfermedad revela esa inconsciencia. Lo hace conforme avanza y manifiesta la fragilidad corporal, conforme la voluntad de seguir pierde ante el peso de la patología.

La enfermedad es maestra. No todo es malo. La humildad es legado valioso. En estas épocas enjutas de solidaridad, ruidosas, la humildad es bienvenida. La humildad honra. T.S. Eliot lo dice bien. En el segundo de los Cuatro cuartetos, escribe: “La única sabiduría que podemos esperar adquirir es la sabiduría de la humildad: la humildad es infinita”.

Salvo por las muertes repentinas nadie escapa de ser humillado por la enfermedad. No hay remedio, no hay pócimas, no hay vacunas. Salir avante, concebir la vida y al otro desde la perspectiva de la enfermedad, y adquirir una dosis de humildad es legado de la patología.

Notas insomnes. La enfermedad humilla y enseña. Reparar en el valor de la humildad es útil.

Médico

 

Fuente: eluniversalmas.com.mx

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