MARK DOSS
Debido a que arriesgaron sus vidas para ayudar a las tropas estadounidenses, ahora enfrentan amenazas de muerte. Aquí está una de sus historias.
Las tropas estadounidenses han llegado a casa provenientes de Bagdad, Fallujah y Mosul, pero muchos de los iraquíes que pusieron en riesgo sus vidas para ayudar a las fuerzas de Estados Unidos están todavía esperando sus boletos de salida del peligro.
Cientos de aliados de los estadounidenses, quienes trabajaron como intérpretes o proporcionaron información valiosa, están atrapados en un pantano burocrático en los departamentos de Estado y Seguridad Interna.
En el año 2008 el Congreso creó la Visa Especial para Inmigrantes Iraquíes para ayudar a estos valientes hombres y mujeres. Desde entonces 6378 solicitantes han recibido visas para reasentarse en Estados Unidos. Pero más de 1800 solicitantes han terminado atascados en el limbo, sin que se diga “si” ni “no” a sus solicitudes interminablemente pendientes. Mientras tanto, ellos enfrentan la amenaza constante de represalias por haber ayudado a la misión estadounidense.
En febrero, el Proyecto de Ayuda al Refugiado Iraquí, donde trabajo, junto con Freshfields Bruckhaus Deringer, presentó una demanda federal en nombre de nueve de estos iraquíes cuyas solicitudes de visa han estado pendientes sin respuesta por un promedio de cuatro años y tres meses. Ellos incluyen a muchos intérpretes, un doctor y un ingeniero, pero son identificados por nombres en código en los documentos del tribunal debido al peligro que enfrentan. Aquí está la historia de uno de estos hombres—contada en su voz pero sin su nombre para protegerlo a él y a su familia.
Dicen que pertenezco a una familia de traidores.
Soy uno de siete hermanos. Todos nosotros nos desempeñamos como intérpretes para las tropas estadounidenses en la Guerra de Irak durante la década pasada. Lo hicimos fielmente, voluntariamente y orgullosamente.
Saddam Hussein era un tirano que oprimió brutalmente a mi país. No podíamos hablar contra él o su partido Ba’az porque seríamos encarcelados o asesinados. Como intérpretes, nuestras bocas se abrieron finalmente. Estuvimos hablando por el futuro.
Yo quería que Irak fuera una nación verdaderamente libre y tolerante, así que supe que tenía que participar en la misión estadounidense—a pesar de los muchos riesgos que ponían en peligro mi vida.
En el año 2006, me uní a dos de mis hermanos, quienes ya se estaban desempeñando como intérpretes para el Ejército de Estados Unidos en el Campamento Taji. Durante los siguientes cuatro años fui en cientos de misiones con las tropas estadounidenses a algunas de las zonas más peligrosas en el país.
Fui la voz de mi unidad. No sólo traduje lo que estaban diciendo los soldados y civiles, también comuniqué tono, acento, credibilidad y confiabilidad. Asumí mis deberes con la máxima seriedad, porque los hombres y mujeres uniformados estadounidenses me confiaron sus vidas.
Aún con todas las precauciones que tomamos, sabía que cada misión que seguía podría ser la última para mí. Cada vez que viajaba, rezaba en silencio por la seguridad de mis hermanos de sangre y de mis nuevos estadounidenses. Estuve ingresando en ciudades llenas de francotiradores y artefactos explosivos improvisados. No sabía si retornaría a la base en un ataúd. El olor de la muerte persistía en mis ropas después de toda misión.
En el verano del 2007, mi hermano menor, cuyo nombre en clave era “Águila”, y cuatro soldados estadounidenses, resultaron muertos mientras viajaban en un Humvee al norte de Bagdad. Un terrorista arrojó un artefacto explosivo improvisado a su vehículo. Los cinco murieron en forma instantánea. Cuando mi oficial de mando me contó, me sentí superado por la locura. Se volvió un dolor implacable.
Mi madre nos rogó a mí y a mis hermanos que dejáramos de trabajar con Estados Unidos. Dijimos no.
En su lugar, el resto de mis hermanos se inscribió como intérpretes—todos ellos queriendo honrar el recuerdo de Águila y salvar a Irak de las milicias.
Mi vida ahora está en grave peligro debido a mis servicios para el Ejército de Estados Unidos. Yo he sobrevivido a dos coches bomba cerca de mi casa. He recibido llamados telefónicos de números desconocidos amenazando con meter una bala en mi cabeza. Uno de mis hermanos fue golpeado brutalmente por milicianos. El sólo sobrevivió porque los milicianos dijeron que querían matar a todos los hermanos—“una familia de traidores”—juntos.
Tengo tres niños pequeños a quienes no puedo enviar a la escuela normalmente debido a que pueden ser secuestrados o asesinados. Mi esposa y yo dejamos la casa sólo para obtener artículos esenciales. No tengo fuente de ingresos estable y no puedo revelar mi historia laboral a los empleadores potenciales.
No resulté muerto en el campo de batalla, pero no estoy vivo en el país que amo. Existo en un mundo medio entre la vida y la muerte.
En el año 2009 solicité una Visa de Inmigrante Especial, la que me permitiría vivir en seguridad en Estados Unidos. Más de cinco años más tarde, el gobierno estadounidense todavía no ha decidido sobre mi solicitud de visa.
Cada día que espero me acerca más a que un grupo terrorista como el Estado Islámico me encuentre y me mate. Rezo porque mi visa sea concedida antes que sea demasiado tarde.
Esa es nuestra esperanza aquí en Estados Unidos también. En el año 2013 el Congreso aprobó un proyecto de ley que requiere que estas visas sean completadas dentro de los nueve meses de la solicitud. Pero sin resultados. El Departamento de Estado no ha ofrecido ninguna explicación más que una respuesta automática que las solicitudes están en “procedimiento administrativo.”
Si el poder ejecutivo no actúa, entonces el poder judicial debe hacerlo. Con algo de suerte, podremos dar la bienvenida a estos individuos valientes y a sus familias—aspirantes a estadounidenses que han pagado el precio por creer en la libertad—en su nuevo hogar muy pronto.
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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