El Himno de los Partisanos Judíos, por Moshé Korin

SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Las leyendas populares judías son múltiples y diversas. A veces, la presencia de una persona singular hace resurgir el recuerdo de los “lamedvóvnikes” (la suma de las letras L y V en hebreo equivale a 36). Según esta tradición, por el mundo circulan sin sitio fijo, treinta y seis santos varones. Su presencia adopta las formas más imperceptibles, más humildes, de modo tal que puedan hacer el bien en el más discreto de los anonimatos. Así encubiertos, pueden preservar a los seres humanos de los males que los acechan.

Miembros de la Organización de Partisanos Unidos, un movimiento judío clandestino conocido como el FPO, que operaba en el gueto y en los bosques alrededor de Vilna.

En un suburbio de Vilna (Vilne en ídish), en la calle Pequeña Sznipiszok (Wilkomirska 118), a comienzos de la década del ’20 del siglo XX, vivía un humilde botellero llamado Vélvl Glik. Era un hombre de una religiosidad tan profunda y una honestidad tan incuestionable, que muchos sospechaban -entre veras y burlas- que era uno de los treinta y seis santos varones (“lamedvóvnikes”).

Si alguien le otorgara valor a la leyenda, si le atribuyera a Vélvl Glik el papel de benefactor anónimo, no dudaría en sostener que una de sus obras más pías la realizó a través de su hijo Hirsch, que nació en 1922.

¿Cuánto bien puede hacer un hombre? Si ese hombre es un poeta, ¿cuántas almas pueden ser arrancadas del más profundo abatimiento por sus palabras entusiastas? Y si ese poeta atraviesa las circunstancias más duras que puede atravesar un pueblo, ¿cuántas fuerzas puede reclutar su poesía, cuántas esperanzas y cuánta voluntad de combate pueden nuclearse en torno de unos versos?

Quizá el destino más noble de un poeta sea el de perdurar a través de sus obras. Si la obra es un canto, y esa canción es del pueblo que en las circunstancias más extremas, con un pie en el infierno, puede apoyar gracias a ella el otro pie en el futuro, perdurará el autor en los estremecimientos de su poesía. Si es militante de una causa, y su aliento es una fuerza en esa causa- se hará inmortal a través de un himno. El hijo del humilde Vélvl, el joven poeta Hirsch Glik, compuso en el campo de trabajos forzados de Resze, durante la ocupación alemana, el Himno de los Partisanos. 

EL POETA DE LOS SUBURBIOS

La calle Pequeña Sznipiszok era “la calle de los poetas”. Las conquistas del movimiento jalutziano (pionero) en Éretz Israel se transformaban rápidamente en noticias; y de noticias pasaban a ser mitos populares. La esperanza que se abría a través de esta promesa, mitigaba en parte el rigor de las condiciones de vida en lo que había sido la Zona de Residencia (“Tjum Hamoshav”) del Imperio Zarista.

En casa de los Glik resonaba siempre el eco de las canciones populares judías y de los cantos litúrgicos. Quizá fue allí donde Vélvl transmitió a su hijo las artes que tanto bien harían a su pueblo ante el riesgo del exterminio nacional. La esperanza es esa cosa que se canta. Y que se canta en reuniones de amigos, de compatriotas, de camaradas. La poesía que de niño escuchó Hirsch fue siempre poesía comunitaria, poesía para cantar, para alegrar las almas, para reunir a la gente en torno de un problema, de un sufrimiento, de una esperanza.

No extrañará entonces que, una vez cumplido su “bar-mitzvá”, su modo de relación con la comunidad fuera fundamentalmente poético. Pero no se trataba del héroe romántico que, en su interioridad individual, sufre y se desvela por su pueblo. Hirsch Glik, espontáneamente, concebía la poesía como obra colectiva.

Así, la calle judía pronto conoció una revista de poesía llamada “Yúngvald” (Bosque joven). La revista era editada por un grupo de muy jóvenes poetas -el promedio no pasaba de los 16 años. Hirsch Glik es el más destacado de esta camada, que descubre la pobreza y el dolor de los suburbios de Vilna. 

La actividad poética cubre todos los ratos libres de una vida laboriosa. Casi no pasa semana en que no escriba una nueva poesía.

Pero como la motivación inicial había surgido de las reuniones y de los cantos, no se conformaban con hacer circular el texto escrito. Los jóvenes integrantes de la revista se reunían a leer en voz alta las composiciones de la semana. El rito de la recitación era el primer fin y el primer examen del valor literario de las composiciones. Allí se observa claramente que esta poesía de sesgo popular y social no tenía como destino la crítica estilística de los textos escritos, sino la recitación por millares de voces judías en rincones insospechados de Europa.

EL POGROM Y EL GUETO

Muchos jóvenes judíos de Vilna temían al pogrom como al peor de los males. La poesía llena de esperanza en una tierra redimida en Éretz Israel, soñaba entonces, ante todo, con un país libre de amenazas, con una ciudad donde se pudiera salir a caminar por la noche sin temor a una golpiza, una humillación o un asesinato impune.

El muchacho que había redactado su propio discurso para el “bar-mitzvá” se había unido a las filas del movimiento “Hashomer Hatzaír”. Tal vez por esa razón, sus primeras composiciones estaban tejidas en hebreo. Quizá luego, la realidad del gueto impuso el ídisch: la poesía al servicio del pueblo tenía que estar escrita en la lengua que hablaba el pueblo en la resistencia.

Al estallar la contienda, en septiembre de 1939, el joven que aún no había llegado a los veinte años percibió la nueva presencia soviética como una liberación de los peligros pogromistas. Irónicamente, la guerra aparecía como liberadora. Pero la esperanza en el “Mesías del tanque rojo, en los mongoles que cuidan el puente verde”, pronto se iba a desvanecer.

En esos días, en el poema “Alguna vez”, Hirsch Glik escribió: “Alguna vez soñé con ser el héroe de una leyenda”. Aunque el sueño se haya cumplido en el seno de una pesadilla, efectivamente se cumplió. Veamos cómo:

Cuando las tropas alemanas se acercaban a Vilna, el día anterior al ingreso definitivo, Hirschke Glik y miles de judíos huyeron rumbo a Rusia. No todos llegaron. Los bombarderos y los motociclistas alemanes interrumpieron la huida de muchos de esos miles. A pocos kilómetros de la frontera soviética fue detenido Glik. Allí comenzaba otra existencia. Las condiciones absolutamente transmutadas, el pasaje de la esperanza a la más cruel opresión, terminaron por darle a la poesía de Glik un destino totalmente distinto. Se transformó inmediatamente en un arma de resistencia. Quizá en pocos sitios sea tan precisa como en el Gueto de Vilna la sentencia: “la poesía es un arma cargada de futuro”.

Los nazis comenzaron a trasladar a los judíos de Vilna. La meta era siniestra, pero la maquinaria de exterminio aún no estaba allí suficientemente aceitada. Establecieron en los pantanos de Resze, en las afueras de la ciudad, un campo de trabajos forzados. Por propia voluntad era posible elegir ese sitio. Con treinta judíos más, Glik decidió marchar así hacia el primer destino que le ofrecía la guerra.

Pero el poeta no había formado parte de “Yúngvald” para abandonar su oficio ante circunstancias adversas. En los pantanos, entre el estiércol y la extenuación, sentó sus reales. Los caballos fueron expulsados de los establos y allí se amontonaron los residentes del campo de trabajo. Pero la aniquilación subjetiva no podía ser inmediata. Al contrario, rápidamente la poesía de Glik entró a formar parte de las tareas de la resistencia. Era preciso conservar la esperanza, era preciso que el yugo nazi no quebrantara el ánimo de los judíos.

Los días de trabajo en Vilna de preguerra habían sido duros. Sin embargo la poesía encontraba siempre su tiempo. Los días en Resze eran tal vez más duros, pero la poesía se había hecho más necesaria que nunca. No sólo para el espíritu del poeta; era necesaria para la comunidad prisionera. Los domingos se reunían los cautivos en el establo devenido barraca y allí, como otrora en la Pequeña Sznipiszok, los poemas de Glik iniciaban su ciclo de recitados. A partir de ese epicentro, por vasos capilares imperceptibles, las composiciones pasarían de boca en boca. Quizá era la obra del santo varón, que a través de su hijo proporcionaba una casi imposible alegría al gueto.

La poesía tenía que ser himno para convertirse en arma. Y para ser himno requería música. Con música, las palabras se propagarían más rápidamente, la emoción calaría más hondo. Cuando Hirschke transportaba turba, solía pedirle a su acompañante, el músico Dimitri Pokras, que le cantara una hermosa melodía. “Trataré yo de adaptarle una letra”, decía Glik.


EL HIMNO DE LOS PARTISANOS 

No digas nunca que transitas tu final 
si el día ocultan cielos de metal. 
Nuestra hora tan ansiada, ha de venir 
cuando redoble nuestro paso : ! Henos aquí !” 

Desde el país de la palmera al de la nieve 
es nuestro inmenso dolor el que nos mueve. 
Y allí donde nuestra sangre haya caído 
brotarán nuestro valor , nuestro heroísmo”. 

Se borrará el ayer con el enemigo, 
la luz del alba alumbrará nuestro camino. 
Pero si tarda, pasará nuestra canción 
como consigna de una a otra generación”. 

Con sangre y plomo la canción escrita está, 
no es la de un pájaro feliz en libertad, 
sino que un pueblo, entre muros derrumbados, 
la cantó con las armas en las manos”. 

No digas, pues, que transitas tu final …” 

Texto en ídisch: Hirsch Glik 
Traducción: Moshé Korin (1) Música: Dimitri Pokras (1) La presente versión castellana del Himno de los Partisanos de Hirsch Glik, 
se ajusta en lo posible al ritmo de la letra original en ídish.


Las canciones populares polacas y rusas, las canciones tradicionales hebreas, recibieron de este modo contenidos totalmente nuevos. Así como era nueva la situación que debía atravesar el pueblo judío, el vino nuevo debía ser vertido en los antiguos odres para mejor colaborar en la empresa de mantener el ánimo. 

LA LIQUIDACIÓN DEL CAMPO DE TRABAJO Y LA RESISTENCIA DEL GUETO.

En mayo de 1943, las autoridades alemanas deciden liquidar el campo de concentración de Resze. El traslado al Gueto de Vilno es la etapa siguiente de la peregrinación de Glik. La actividad cultural era necesaria no sólo para mantener viva a la población, sino sobre todo para mantener la condición judía de la vida comunitaria. En los múltiples sitios de desplazamiento, la presencia de Glik trae su gota de esperanza. La poesía de la calle judía se junta con las antiguas canciones grabadas en el alma para hacer fuertes a los hombres de un pueblo amenazado de desaparición definitiva.

Las fechas que se atribuyen a la composición del Himno difieren en detalle. Tal vez la canción inició su recorrido antes de la primavera de 1943. “No digas nunca que transitas tu final // Pase esta canción como lema de una generación a otra // Un pueblo, entre muros derrumbados, // la cantó con las armas en la mano…”. O quizá la fuerza de estas palabras haya sido escuchada por primera vez en una de las tantas operaciones “culturales” de la resistencia en el gueto. El Primero de Mayo tenía, en aquellos tiempos, desde hacía ya casi medio siglo, el valor de un símbolo en la lucha de los pueblos por la liberación. En la Zona de Residencia del Imperio Zarista, no pasaba un primero de mayo sin que las masas trabajadoras judías se manifestaran de alguna forma en pos de una sociedad más justa.

Esta costumbre no podía perderse en el gueto. El primero de mayo de 1943 se organizó la velada con el nombre de “Primavera en la literatura ídisch”. “Primavera” no era el nombre de la estación del año sino del Primero de Mayo. Por entonces, ya habían llegado noticias de la rebelión en el Gueto de Varsovia. Según lo refiere el escritor Schmerke Katzerguinsky, que después vivió en la Argentina, Hirsh Glik se le acercó esa noche para hacerle saber que había compuesto “una nueva poesía, que se canta”. Al día siguiente se la leyó, y la Jefatura de la Organización de Partisanos en el Gueto decidió que la canción pasara a ser el Himno de los combatientes. En realidad, se difundió con tanta rapidez que ningún dictamen en ese sentido fue necesario.

Otra versión, la de Aba Kóvner (luego combatiente en la Guerra de la Independencia de Israel, 1948-49, y miembro del “Kibutz Ein Ha-Joresh”.), señala que la canción había sido compuesta con anterioridad, cuando la Unión de Partisanos celebró su primer aniversario.

Según el testimonio de la guerrillera Réizl Kórchak, un miembro de su comando llegó a afirmar: “Aunque ninguno de nosotros quede con vida y sólo nuestro himno permanezca, éste será suficiente para que las nuevas generaciones comprendan lo que nuestra vida fue y puedan honrar el legado que les dejamos con nuestra muerte”.

La canción de Hirshke Glik, tal como lo expresa Mark Dvordyetzky, “llegó a ser el símbolo de la resistencia en los bosques, en los guetos, en los campos de concentración; en los altillos, en sótanos y bunkers; en el trabajo y en las reuniones clandestinas”

La citada Réizl Kórchak llama al Himno de los Partisanos “el maravilloso canto de esperanza y heroísmo, la majestuosa canción que emergía de nuestros corazones…”

LA LIQUIDACIÓN DEL GUETO

Partisanos judíos en el bosque

En el Gueto de Vilna, Glik pertenecía al grupo de los que habían decidido luchar con armas reales contra el despotismo nazi, aunque la victoria fuera una quimera imposible. Varias veces le ofrecieron partir a los bosques, para unirse al combate de la guerrilla. Pero la opción de salvarse solo, aunque fuera para seguir luchando, no estaba en su horizonte.

En septiembre de 1943 llega la orden de liquidar el gueto. Los diez mil judíos del Gueto de Vilna son conducidos a distintos campos de concentración en Estonia. Comienza así una peregrinación casi infinita por diversos campos de horror: Narwa, Kiwiali, Azari. El Nunca digas se entonaba en todos los campos, de noche, cuando la vigilancia nazi dormía. Pocos sabían que entre los que cantaban se encontraba el propio autor , el silencioso Hirsch Glik.

LA “MARCHA FINAL”

La resistencia continuaba de modos insospechados. Glik componía para la recitación colectiva versos de esperanza, pero también versos satíricos relacionados con la vida en el campo. Sentados en el camastro , cien reclusos que lo rodeaban, milagrosamente, podían reír.

En enero de 1944, en los días de Janucá, los trescientos reclusos de la barraca decidieron celebrar. Con tenedores y cucharas se hizo el candelabro de ocho brazos. Glik leyó dos largos poemas suyos augurando la hora de la liberación. En el ágape, el café y las rebanadas de pan untadas con fina capa de manteca fueron más que un manjar: ¡fueron una victoria!

En el verano de 1944, las noticias de la retirada alemana traían esperanzas y terrores. ¿Qué harían los alemanes con los prisioneros? ¿Cómo podrían éstos alcanzar la liberación antes de que los sacrificara la furia homicida de los derrotados? Era preciso huir hacia los bosques para unirse a la guerrilla.

Nadie era confiable; pero era preciso confiar. Distintos grupos se organizaron para huir por tandas. El cucú del cuclillo sería la señal para atravesar las alambradas. Hirsch Glik fue uno de los que respondieron a esa señal. Aparentemente, la huida fue exitosa. Pero Glik fue sorprendido por una batida alemana, que se había internado en el bosque a fin de eliminar a guerrilleros soviéticos y estonios. Glik y ocho de sus camaradas, refugiados en un establo, sucumbieron.

El Himno de los Partisanos, que él compuso, ¡vivirá para siempre!

Fuente: Anajnu

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Silvia Schnessel: Silvia Schnessel es corresponsal de Enlace Judío en España. Docente y traductora, maneja el español, el hebreo, el francés, el inglés y el catalán. Es amante del periodismo, del sionismo y de Israel.