El Medio Oriente en las profecías del Libro de Daniel (Cuarta Parte: las Setenta Semanas)

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El pasaje del libro de Daniel que más ha obsesionado a los lectores durante casi dos mil años es el llamado Oráculo de las Setenta Semanas. La razón es obvio: una lectura rápida nos sugiere poderosamente que allí está indicada la fecha para la llegada del Mesías. En consecuencia, muchas sectas cristianas suelen citarlo como una prueba “contundente e irrefutable” de que Jesús de Nazaret es el Mesías, porque se señala su arribo en una época que sólo coincide con la de Jesús. Se agrega, lógicamente, que “los judíos no lo pueden refutar”.

El pasaje crítico dice esto: “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí” (Daniel 9:25-26).

Y la interpretación tradicional es esta:

a) La “orden para restaurar y edificar a Jerusalén” fue dada por algún emperador medo-persa a lo largo del siglo V AEC. Generalmente, se asume que se trata del decreto de Artajerjes dado en el año 445 AEC.
b) Las “siete semanas y sesenta y dos semanas” son “semanas de años”, es decir, períodos de siete años. Por lo tanto, equivalen a 483 años en total.
c) Se dice que “después de las sesenta y dos semanas (en realidad, sesenta y nueve, ya que se acumulan las siete semanas mencionadas previamente) se le quitará la vida al Mesías”. Si partimos del siglo V AEC, entonces los 483 años se cumplen justo en el siglo I EC. Por lo tanto, es en esta época que “se le quitó la vida al Mesías”. El único que cumple con esta condición profética es Jesús de Nazaret.

Parece simple, pero no lo es tanto. Vamos a desglosar los elementos relevantes de este oráculo.

Lo primero relevante que hay que señalar es que esta idea de un oráculo organizado en “semanas” no era nueva en ningún sentido. Se trata, simplemente, de la expansión de una idea que evidentemente tuvo bastante arraigo en la tradición apocalíptica. Dicho en otras palabras, intentar dilucidar el futuro de Israel por medio de una organización simbólica del tiempo (“semanas de años”) fue algo que se intentó varias veces, y lo que encontramos en Daniel 9:20-27 es la versión más depurada de dichos intentos.

Por lo menos tenemos identificados dos estadíos previos de esta idea de oráculo basado en “semanas” simbólicas. El primero es el punto de partida: la profecía de los Setenta Años de exilio hecha por Jeremías. De hecho, el capítulo 9 de Daniel comienza con esa referencia: “En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló el Señor al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años” (versículos 1-2).

Entonces, la idea general es clara (y muy típica en la mentalidad apocalíptica): a partir de una profecía bíblica (los setenta años de exilio predichos por Jeremías), un ángel le ofrece a Daniel una suerte de ampliación del oráculo, y si Jeremías habló de setenta años de exilio, Daniel entonces hablará de setenta semanas de años (490 años). Esta idea tuvo mucho arraigo en las creencias apocalípticas judías: los oráculos de los profetas bíblicos tenían una especia de “segundo nivel de interpretación” que, supuestamente, se relacionaba o se proyectaba hacia los acontecimientos del Fin de los Tiempos. Por eso, Jeremías habla del exilio en Babilonia, pero un ángel le muestra a Daniel otra dimensión de cumpimiento, donde los 70 años pasan a ser 490 (70 veces 7), y la proyección no es a la época del final del exilio, sino a la del Fin de todo lo que conocemos.

En el lapso intermedio entre Jeremías y esta, la versión final de Daniel, hubo por lo menos un claro intento por organizar un oráculo del Fin de los Tiempos en “semanas”. Se trata de lo que hoy se conoce como los capítulos 91 y 93 del Libro de Enok, aunque lo más probable es que originalmente se tratase de un libro autónomo ciertamente atribuido a Enok, pero que los especialistas han llamado El Apocalipsis de las Diez Semanas.

En este texto, la historia de la humanidad de principio a fin (es decir, a lo que se creía que sería el fin) fue organizada en “diez semanas”, aunque en este caso la “semana” no equivale a un período de siete años, sino a un período indefinido de tiempo. En ello se nota una construcción más rudimentaria de la idea, depurada sólo hasta el Libro de Daniel.

Enok, el protagonista, dice que “yo nací en la primera semana, cuando el juicio y la justicia aún duraban”. Entonces, la “primera semana” sería la de la era de los primeros patriarcas. Luego, la “segunda semana” es descrita como una donde habrá “una gran maldad y brotará la mentira; habrá un primer final y entonces se salvará un hombre”. Es evidente que se refiere a la decadencia pre-diluviana, y el “primer final” es el Diluvio, mientras que “el hombre” que se salva es, a todas luces, Noaj (Noé). Sigue el oráculo: “… en la “tercera semana”, en su final, será elegido un hombre como vástago del justo juicio…”. Se refiere al período que culmina con la elección de Abraham. La “cuarta semana” se caracterizará porque “… en su final, tendrán lugar las visiones de los justos y los santos, y se les dará una Ley…”. Es claro que se refiere al período que culmina con Moisés y la recepción de la Torá en Sinai. Para la “quinta semana”, se dice que “al concluir, se alzará eternamente la casa gloriosa y real…”, y se refiere al período que concluye con la construcción del Templo de Salomón. De la “sexta semana” se dice que “todos los que vivan en ella serán ciegos y todos sus corazones caerán en la impiedad, apartándose de la sabiduría. En ella subirá un hombre, y en su final arderá en llamas la casa del reino, y en ella se dispersará todo el linaje de la raíz escogida”. Es evidente la alusión a la corrupción de Israel previa a las invasiones asiria y babilónica, y el “hombre” que subirá es -sin duda- Nabuodonosor, que destruirá al reino de Judá y llevará a los judíos al exilio. En la “séptima semana” no aparecen datos históricos demasiado precisos. Se dice que “surgirá una generación malvada cuyos actos serán muchos, todos ellos malignos. Al concluir serán elegidos los justos escogidos de la planta eterna y justa, los cuales recibirán sabiduría septuplicada sobre toda su creación…”. Si podemos ubicarla cronológicamente, es más bien por lo que se dice de la “octava semana”, en la que “se dará una espada para ejcutar una recta sentencia contra los iolentos y en la uqe los pecadores serán entregados en manos de los justos. Al concluir adquirirán casas por su justicia. Se construirá una casa para el Gran Rey para siempre”. La frase final se refiere, seguramente, a la reconstrucción del Templo después el exilio en Babilonia. Por lo tanto, el período correspondiente a la “séptima semana” debe ser el exilio mismo, y los “justos elegidos de la planta eterna” que “recibirán sabiduría septuplicada” debe referirse a ciertos líderes espirituales de la época final del exilio o de inicios de la época de la restauración. Finalmente, el período de la “octava semana” se extendería a lo largo del siglo V AEC, hasta la conclusión de la restauración del Templo.

Las referencias claras y definidas a eventos históricos concluyen aquí. A partir de la “novena semana” lo que se dice es más bien ambiguo, y no refleja eventos ocurridos, sino expectativas que -por cierto- no se cumplieron. Dice el libro que “en la novena semana se revelará el justo juicio a todo el mundo, y todas las acciones de los impíos desaparecerán sobre la tierra, y el mundo será asignado a eterna ruina, pues todos los hombres mirarán hacia caminos de rectitud. Luego, en la décima semana, en la séptima parte, será el gran juicio eterno, en el que tomará D-os venganza de los vigilantes. El primer cielo saldrá, desaparecerá y aparecerá un nuevo cielo, y todas las potestades del cielo brillarán eternamente siete veces más. Después habrá muchas semanas innumerables, eernas, en bondad y justicia, y ya no se mencionará el pecado por toda la eternidad” (las traducciones del texto en griego y en etíope clásico son de Federico Corriente y Antonio Piñero, publicadas en el libro Apócrifos del Antiguo Testamento, volumen IV, páginas 39-157).

El hecho de que las referencias históricas concretas lleguen a la época de la reconstrucción del Segundo Templo, nos sugieren poderosamente que este texto fue elaborado en su versión original (que no se sabe si es la que tenemos) en una época tan antigua como el siglo V AEC.

Puede verse que el oráculo de Daniel 9:20-27 no era un formato literario desconocido para la apocalíptica judía. Incluso, puede decirse que era un intento por “corregir” el oráculo del libro de Enok que, evidentemente, había fallado varios siglos atrás (una situación similar a la que se detecta en las visiones de las “bestias” de Daniel 7 y 8).

Entonces, olídémonos de que las Setenta Semanas de Daniel sean una “revelación dada por un ángel” para “conocer el futuro”. En realidad, sólo era un tipo de especulación propia del ambiente apocalíptico de la época.

Hay otro problema con la pretensión de que en Daniel 9:25-26 se habla de “la época en la que tenía que llegar el Mesías”. En realidad, allí se habla de DOS MESÍAS. Y aquí el asunto es la traducción de muchas Biblias cristianas, generalmente incorrecta o, por lo menos, ambigua.

La traducción que citamos al inicio de la nota es la de Reina Valera de 1960, y podemos ver que dice al inicio que “desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas”. Y allí se pone un punto y coma para concluir la frase. De ese modo, se crea la idea de que el texto quiere decir que “desde la salida del decreto hasta el Mesías habría sesenta y nueve semanas”, aunque por una absurda e irracional causa, el autor puso “siete semanas y sesenta y dos semanas”.

La realidad es que el texto original en hebreo dice otra cosa: “desde la salida de la orden hasta un Mesías habrá siete semanas y en sesenta y dos semanas se construirá el muro y la plaza…”.

Traduciendo la idea la “semana” como período de siete años, el texto dice que “desde la salida de la orden hasta un Mesías habrá 49 años, y en 434 años se construirá el muro y la plaza…”. Entonces aquí no se está hablando de que “el Mesías” se vaya a manifestar casi cinco siglos después de la orden para restaurar Jerusalén, sino apenas medio siglo después.

Pero luego dice: “y después de las sesenta y dos semanas se le quitará la vida a un Mesías”. Eso sí se refiere a un Mesías al final de los 434 años anunciados previamente. Por lo tanto, es evidente que se habla de DOS MESÍAS, uno que se manifiesta 49 años después de la orden para restaurar Jerusalén, y otro que… ¿muere 434 años después?

No. Allí hay otro error de traducción. El texto hebreo dice que “se cortará a un Mesías”, no que “se le quitará la vida al Mesías”. La frase “mas no por sí” que agrega Reina Valera no existe en el texto hebreo.

Lo primero que llama la atención es que Daniel nunca dice “el Mesías”, sino “un Mesías”. En el texto hebreo en cuestión, en las dos ocasiones la palabra MASHIAJ aparece sin el artículo HA. Para que pudiésemos traducir “el Mesías”, debería decir HAMASHIAJ. Al sólo decir MASHIAJ, se traduce “un Mesías”. Entonces no se está hablando de “el Mesías”, sino de “dos mesías”.

Otro detalle: es tramposo por parte de los traductores de Reina Valera de 1960 poner “el Mesías”. Todas las veces que la palabra MASHIAJ aparece en el texto bíblico, la traducen como “ungido”. Por ejemplo, en Isaías 45:1 se le dice “mesías” a Ciro el Persa, pero los traductores ponen “ungido”. Por coherencia intelectual, aquí tenían que haber puesto lo mismo, porque es exactamente la misma palabra. Sin embargo, hay un evidente intento para convencer al lector de que aquí se habla de “el Mesías” (aunque sólo diga “un ungido”).

Es una idea insustentable en el hebreo original, porque en hebreo no existe una diferencia entre “mesías” y “ungido”. Son una y la misma palabra. Entonces, la traducción correcta en Daniel 9:26 debería ser “desde la salida… hasta un príncipe ungido habrán siete semanas… y después de las sesenta y dos semanas, un ungido será cortado…”.

Y ese es el otro asunto: el texto dice “será cortado”, no “se le quitará la vida”. Ciertamente, la palabra “cortar” se puede entender como “morir”, pero también como “ser despojado”.

En resumen, el pasaje dice lo siguiente: “… desde la salida de la orden para restaurar Jerusalén hasta un príncipe ungido, siete semanas, y en sesenta y dos semanas se reconstruirá el muro y la plaza en tiempos de angustia; después de las sesenta y dos semanas, un ungido será cortado…”.

Siguiente punto: ¿cuándo se dio la orden para restaurar Jerusalén? La idea es que fue en el año 445 AEC, con el llamado “segundo decreto” de Artajerjes I. Pero eso implica un problema: 445 AEC más 483 años (las 69 semanas acumuladas) nos lleva al ño 38 EC, un año en el que Jesús no pudo morir, porque para entonces Pilato tenía dos años de haber sido destituido como Procurador Romano en Judea.

Para resolver el asunto, los cristianos fundamentalistas se han -literalmente- INVENTADO el argumento más estrafalario e irracional: hay que contar en “años bíblicos” de 360 días. Descontando esos 5 días por cada año normal y 6 por cada año bisiesto, llegamos entonces al año 32, no al 38.

Genial, pero resulta que NO EXISTE sustento alguno para hablar de ese tipo de “años bíblicos”. Se conocen diferentes tipos de calendario usados por los judíos de esa época, pero ninguna se asemeja remotamente a eso. El pretexto es que Apocalipsis 11:2 y 13:5 hablan de un período de “1260 días”, y Apocalipsis 11:3 y 12:6 hablan de un período de tres años y medio referido como “tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo”. Entonces, se deduce que se está contando en años de 360 días para que tres años y medio equivalgan a 1260 días.

Sí, pero eso es… en Apocalipsis. En Daniel sólo una vez se usa una cifra similar, en 12:11, pero es de 1290 días. Así que es una arbitrariedad aplicar un criterio deducido de un libro en otro libro, basándose en el también arbitrario presupuesto de que “debe hablar de lo mismo”.

El argumento cristiano fundamentalista se derrumba, porque primero apuesta a que “Daniel 9:26 es una profecía que dice con toda precisión la fecha en la que debería morir el Mesías”, pero luego las cuentas no resultan tan precisas, y tienen que recurrir a un concepto -el “año bíblico de 360 días”- completamente arbitrario y sacado de la manga.

¿Cómo debe entenderse, entonces, el oráculo de las Setenta Semanas?

Lo primero que hay que hacer es respetar lo que dice el texto: en resumen, que desde la salida de la orden para retaurar Jerusalén hasta la manifestación de un “príncipe ungido” pasarán 49 años (siete semanas), y que después de otros 434 años (sesenta y dos semanas) otro ungido será “cortado” (muerto o despojado). Y, además, tomar en cuenta lo que sucede con la “semana setenta”, que -como ya vimos en la nota anterior- se refiere a la guerra entre judíos y romanos entre los años 66 al 73 (en este punto, los cristianos fundamentalistas también tienen que recurrir a un argumento sin pies ni cabeza: la “semana setenta” sigue pendiente; es decir, D-os habla en su oráculo de “490 años para que termine todo”, pero entre los años 483 y 484 de la cuenta ya hubo un paréntesis de casi 2 mil años no previsto por la supuesta profecía).

O, dicho en otras palabras, que INMEDIATAMENTE después de que el segundo ungido sea “cortado” (muerto o despojado) comenzaría la guerra entre Judea y Roma.

Empecemos por el inicio: ¿cuándo se emitió el decreto? Aquí el error es suponer que se refiere al segundo decreto de Artajerjes en el año 445 AEC. Para ese momento, Jerusalén ya estaba rehabitada, por lo que Daniel no puede referirse a ese momento. Pero tampoco hay que especular. La respuesta la ofrece el propio texto bíblico que, seguramente, el autor de Daniel 9 conocía a la perfección.

En I Crónicas 36:22-23 y en Esdras 1:1-4 está mencionado el edicto de Ciro para que comenzase la reconstrucción del Templo de Jerusalén, evento con lo que comenzó el repoblamiento de la ciudad. Y se dice claramente que la orden, en realidad, no fue de Ciro: “… para que se cumpliese la palabra del Señor por boca de Jeremías…”.

La orden para restaurar Jerusalén fue dada por D-os mismo, por medio del profeta Jeremías. Entonces, para hacer el cálculo inicial (los 49 años para la manifestación del “príncipe ungido”) hay que ubicar en qué momento fue que Jeremías anunció la restauración de Jerusalén.

Tampoco es difícil: la primera vez que Jeremías habló de ese tema está registrada en el capítulo 33 de su libro, y el propio texto nos da las referencias cronológicas. Jeremías 33:1 dice que el profeta estaba “preso en el patio de la cárcel”, y Jeremías 32:1-2 dice que eso fue cuando los babilonios tenían sitiada a Jerusalén, en el año décimo de Sedequías. II Reyes 25:2 dice que la ciudad estuvo sitiada hasta el onceavo año de Sedequías, y II Crónicas 36:11 dice que su reinado duró, justamente, once años. Entonces, Jeremías estuvo preso en el patio de la cárcel un año antes de la caída de Jerusalén, que aconteció en el año 587 AEC.

Con eso obtenemos la fecha: la orden para restaurar Jerusalén (Jeremías 33) “por boca del profeta Jeremías” se dio en el año 588 AEC. A eso hay que sumarle 49 años para ver si, efectivamente, se manifestó “un príncipe ungido”. El año es el 539 AEC, y sí, el dato es correcto: en ese año, Ciro -llamado “mi ungido” en Isaías 45:1- se convirtió en el soberano de los judios cuando derrotó a los babilonios y vino a ser el emperador en todo Oriente Medio.

Resuelto el primer punto: la “orden para restaurar Jerusalén” se da en el año 588 AEC, y el “príncipe ungido” se manifiesta 49 años después.

Ahora vamos con el otro “ungido”, el que tiene que ser “cortado” al final de la Semana 69. Curiosamente, este caso también es muy fácil de resolver. Si algunos cristianos fundamentalistas se han pasado haciendo cuentas infructuosas o inventando calendarios que nunca existieron, es porque están atorados con el error de que la Semana 70 se quedó en una especie de limbo. En realidad, no es necesario hacer demasiadas cuentas: el final de la Semana 69 está pegado al inicio de la Semana 70 (perspicaz, el muchacho…). Por lo tanto, basta con ubicar la Semana 70 para, automáticamente, ubicar el fin de la Semana 69. Y como ya vimos en la nota anterior, la Semana 70 es la que corresponde a los siete años de guerra entre Roma y los rebeldes judíos, entre los años 66 y 73.

Entonces, la Semana 69 terminó en el año 66. Ese es el año en donde, según este oráculo, “un Mesías será cortado”.

¿Sucedió algo que pueda identificarse como dicho evento? Sí. De hecho, sucedieron dos cosas que pueden aplicarse fácilmente a los dos sentidos posibles de “cortar” (despojar o matar): al inicio de las hostilidades entre judíos y romanos en el año 66, el Sumo Sacerdote (por definición, “un ungido”, porque para acceder al cargo el elegido tenía que ser ungido tal y como lo establece Éxodo 29) Matatías ben Teófilo fue depuesto (despojado) de su cargo para imponer a como nuevo Sumo Sacerdote a Pinjas ben Shmuel, partidario de los rebeldes. Él cumpliría con el anuncio de “un ungido será cortado” si entendemos eso como “despojado”.

Pero también hubo un Sumo Sacerdote fuera de funciones asesinado: Anán II, que fue “ungido” en el año 63, si bien fue depuesto casi de inmediato. Al inicio de las hostilidades, fue cruelmente ejecutado por los rebeldes, debido a su proclividad hacia Roma. En caso de que se quiera entender “un ungido será cortado” como “será muerto”, Anán II cumple los requisitos.

Listo: esos son los dos “ungidos” anunciados por el oráculo de las Setenta Semanas.

Sólo resta un problema por resolver: el asunto de los 490 años. Según Daniel 9:24, es el plazo para “terminar la rebeldía, poner fin al pecado y expiar la iniquidad, para traer la justicia eterna y sellar la visión y la profecía, y ungir al Lugar Santísimo”.

Ya mencionamos un problema con este asunto, propio de la interpretación cristiana fundamentalista: suponer que la cuenta empezó en el año 445 AEC, pero que en el 2015 todavía no terminan “la rebeldía, el pecado o la iniquidad”, ni ha llegado “la justicia eterna”, ni se ha “sellado la visión ni la profecía”, ni se ha ungido el nuevo Lugar Santísimo del Nuevo Templo.

Es decir: Daniel habla de un período de 490 años, pero ya van 2460 y el asunto sigue sin resolverse. Se pueden poner muchos pretextos, pero son sólo eso: pretextos. La cruda realidad es que donde el supuesto profeta habló de 490 años, ya pasaron casi 2500.

Pero mi explicación también presenta un problema similar: si la orden para restaurar Jerusalén la dio Jeremías en el año 588 AEC y la Semana 70 concluyó en el año 73 EC, el período total fue de 650 años. Claro, mi “error” es bastante menos grave que el de los cristianos fundamentalistas, pero sigue pareciendo un error.

Al respecto hay que explicar dos cosas. La primera es que yo no estoy partiendo de la idea de que esto es una “profecía revelada por D-os”. Por el contrario: vengo explicando que el Libro de Daniel es un texto con oráculos fallidos, así que las Setenta Semanas sólo sería otro más. En este contexto, el error en la suma de años sería muy sencillo de explicar: el autor de este anexo al libro de Daniel -ya expliqué mis razones para afirmar que se elaboró en el año 73- no tuvo a la mano la información precisa para poder calcular correctamente el tiempo que separaba el anuncio de Jeremías y la guerra entre judíos y romanos.

Y tengo un buen argumento para demostrar que su percepción del tiempo fallaba: justo en Daniel 9:1, menciona que esta supuesta visión ocurrió en el primer año del rey Darío hijo de Asuero.

Ya había señalado ese error: el Darío “hijo de Asuero” fue Darío II, que reino UN SIGLO DESPUÉS del momento en que, supuestamente, vivió Daniel. Es una pista sugerente de los vacíos de información que tuvo el autor del oráculo de las Setenta Semanas: tenía una confusión entre Darío el Grande (cuyo padre se llamó Histaspes) y Ciro el Grande (recuérdese que en Daniel aparecen invertidos en orden cronológico: primero Darío, luego Ciro, cuando en realidad fue al revés). Este autor creía que Darío habría sido rey de los judíos entre los años 539 y 530 AEC, pero además lo tenía confundido con Darío II, el hijo de Asuero, que reinó entre los años 423 y 404 AEC.

Entonces, el autor del oráculo de las Setenta Semanas está mencionando a un rey cuyo primer año de reinado fue el 423 AEC (Darío II hijo de Asuero), pero confundiéndolo con otro cuyo primer año de reinado fue el 539 AEC. Es decir: este autor se estaba comiendo un poco más de un siglo (116 años, para ser exactos). Entonces, aunque entre “la orden dada por boca del profeta Jeremías” y el fin de la guerra entre Judea y Roma hubo 650 años, la información de nuestro autor tenía un error de 116 años. Si su dato de que Daniel fue contemporáneo de Darío II hubiese sido correcto, entonces la cifra de años se reduciría a 534.

Claro, el habló de 490 años, cuando en sus cálculos lo mejor que podía obtener eran 534. O sea, 44 años de error.

La verdad es que si tomamos en cuenta los recursos con los que contó este autor, un error de 44 años en un período de 534 es sorprendente. Herodoto cometió errores mayores, y era un historiador profesional.

¿Qué es lo que tenemos, en resumen? Que el oráculo de las Setenta Semanas es otro oráculo fallido del libro de Daniel (además de sus errores de cálculo, la predicción de que al final de la Semana 70 vendría el fin de la maldad y la purificación del mundo falló rotundamente). Pero hay más: está claro que este pasaje no sirve para demostrar que “el Mesías ya vino”.

Pero sirve. ¿Para qué? Según la tradición rabínica, junto con todo el libro sirve para conocer el futuro. Entonces ¿son oráculos fallidos o no? ¿Sirven para conocer el futuro o no?

Sí. Las dos cosas. Son completamente fallidas sus predicciones, pero quien entiende el concepto rabínico del tiempo y la Historia, realmente puede descifrar mucho sobre el futuro partiendo del Libro de Daniel. Y eso lo voy a comenzar a explicar en la próxima nota.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.