AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El mundo está mucho mejor informado hoy que cuando comenzó la matanza de Pol Pot en Camboya hace 40 años.
La vigorosa declaración del Papa Francisco el domingo en torno a que los asesinatos en masa de armenios a manos de los turcos en medio de la Primera Guerra Mundial constituyeron el “primer genocidio del siglo XX” pueden tener el beneficio agregado de atraer la atención sobre el constante fracaso del mundo en impedir la violencia masiva en el siglo desde esa matanza.
Un horror que merece nueva atención comenzó a desarrollarse hace 40 años: soldados vestidos de negro del Khmer Rouge, un grupo radical comunista, marcharon dentro de Nom Pen y obligaron a dos millones de residentes a partir, a punta de pistola, al campo para crear una “utopía” agraria.
La captura de Camboya por parte de la milicia de fanáticos liderados por Pol Pot ha desaparecido en gran parte del recuerdo. Pero fue la culminación de una saga que una vez preocupó al público y elaboradores de políticas estadounidenses como parte del enredo de una generación de la nación en Indochina.
Habiendo tratado sin éxito de apuntalar a gobiernos corruptos aunque pro-occidentales, Estados Unidos se retiró de la región bajo las acometidas finales comunistas en Vietnam y Camboya. Esta decisión, comprensible en el contexto de la época, tuvo consecuencias catastróficas para el pueblo camboyano.
Antes que el Khmer Rouge tomara el poder, el embajador estadounidense John Gunther Dean advirtió a Washington que espere un baño de sangre. Abandonar a los camboyanos “a su propia suerte”, escribió al Secretario de Estado Henry Kissinger, “no es digno del esfuerzo que hicimos aquí durante los últimos cinco años, ni de los valores morales que defendemos”.
El Sr. Dean conocía personalmente lo que podría significar la partida de la comunidad internacional. Refugiado judío de la Alemania Nazi, él y su familia habían escapado del régimen de Hitler después de Kristallnacht en 1938.
Al final resultó que el Sr. Dean había subestimado los peligros en Camboya. Entre abril de 1975 y enero de 1979, aproximadamente dos millones de personas—más de un cuarto de la población de Camboya—fue asesinada por inanición, ejecutada u obligada a trabajar hasta morir en granjas que llegaron a ser conocidas como los “campos de la muerte”. Con crueldad increíble, los Khmer Rouge tomaron como blanco a una serie entera de clases y grupos—intelectuales, la clase media, los religiosos, chinos y vietnamitas étnicos y muchos otros. Sigue siendo el mayor asesinato en masa sistemático de civiles después del Holocausto.
Los comentaristas en la época vieron claros paralelos con los hechos de la década de 1930 y 1940. “¿Podría tener lugar nuevamente el exterminio de un pueblo indefenso sin que el mundo se levante en justa indignación?”, preguntó el Washington Post en un editorial de 1978. “La respuesta evidentemente es que podría. De hecho, mientras tomamos nuestro cafe del domingo, hoy está teniendo lugar otro holocausto, esta vez en Camboya”.
Pero en un patrón que se repetiría en otros casos—muy notablemente en el genocidio de 1994 en Ruanda—Estados Unidos y otras potencias mundiales desviaron su vista. No hubo ningún clamor del Congreso o de las Naciones Unidas. Fue solo la intervención del ejército vietnamita la que terminó las masacres, con los tanques rodando dentro de Nom Pen en enero de 1979 después de una breve guerra fronteriza con Camboya.
Todo esto llegó tres décadas después del Holocausto y la adopción a raíz de él de la Convención de Genocidio, que comprometió a las naciones del mundo con la “prevención y castigo” de un crimen definido recientemente como genocidio. Las razones por las que el mundo fracasó en Camboya siguen siendo relevantes en una época en que la violencia masiva se está desplegando en lugares tan diversos como Siria, Burma y Sudán.
La dura realidad es que los campos de la muerte en Camboya, con todo lo horrendos que fueron, nunca amenazaron los intereses de seguridad de Estados Unidos. La lucha de poder de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética también desempeñó un rol. Los finales de la década de 1970 fueron un período de relaciones estadounidenses cálidas con China, el patrón más fuerte del Khmer Rouge. El gobierno de Estados Unidos tenía poco interés en confrontar a Beijing por su apoyo a los asesinos en masa.
Por supuesto, como con Siria y el Medio Oriente hoy, Estados Unidos estuvo buscando en forma activa permanecer fuera de la lucha después de una década de fuerte involucramiento militar en Indochina.
Puede haber cualquier cantidad de explicaciones para no actuar a pesar de las pruebas que están teniendo lugar atrocidades masivas—aislacionismo, cansancio de la guerra o política pragmática. En un mundo donde la información fluye más libremente a través de las fronteras, sabemos tanto más hoy sobre qué países podrían entrar en erupción en la violencia masiva que lo que sabíamos una generación atrás. Tenemos más herramientas para impedir la violencia, incluyendo sanciones, diplomacia coercitiva y otras intervenciones no militares. Fortalecer a organizaciones como la Comunidad Económica de Estados Africanos Occidentales alentaría soluciones regionales para amenazas de atrocidad masiva, probablemente más eficazmente que la intervención de lejos.
En resumen, el mundo tiene menos excusas para eludir su obligación de impedir el genocidio que las que tuvo en Camboya hace cuatro décadas.
Michael Abramowitz.
Traducción: Marcela Lubczanski
Fuente: The Wall Street Journal
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