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Por Dan Margalit
La única familia que los israelíes no quieren ver crecer es aquella que ha perdido a sus seres queridos. Este año se han añadido 116 nombres desde el último Día de la Independencia: 67 soldados de las FDI cayeron en la Operación Margen Protector y el resto de las víctimas han muerto en ataques terroristas o accidentes. Israel tenía la esperanza de que transcurra un verano en paz, pero esto no funcionó. Hamas inició una guerra en el sur, causando gran desastre a sí mismo y profunda tristeza entre nosotros. Intencionalmente intentó presentar a Israel como aquel que cometió presuntos, mientras que las FDI se enfocaron en evitar el derramamiento de sangre.
Algunas personas malas o insensibles desean disminuir el sentimiento de luto, particularmente su aspecto nacional, compartido. Otras personas bien intencionadas sugieren diferentes formas de conmemoración de los caídos. Pero ellos también están equivocados. Las formas en que recordamos a nuestros seres queridos, aquellos que murieron en las guerras de Israel desde los primeros judíos que fueron asesinados en el siglo 19 (muy probablemente en Nahalat Reuven, lo que hoy es Nes Ziona, o posiblemente en Jerusalem) se grabaron en nuestra conciencia nacional después de la Guerra de la Independencia en 1948.
Estas formas deben permanecer intactas – aunque no sean modernas, el adherirse a ellas posee un poder que se acerca al mito: El discurso del Jefe del Estado Mayor en el Kotel, siempre pronunciado en la víspera del día de la conmemoración de los soldados caídos; la lectura de “La Bandeja de Plata” de Nathan Alterman en las escuelas de todo el país; las reuniones con las víctimas del terrorismo en la Knesset. La tradición y la continuación tienen su propia fuerza.
Esto no viene del conservadurismo, sino de los hechos que año tras año nos enseñan que la cadena permanece intacta de generación en generación. Desde el músico Zvi Ben Yosef, quien fue asesinado en Gush Etzion y cuyas últimas palabras fueron: “No llores, hemos continuado” – tan diferente a la serenidad de su canción “Yesh Li Kinneret” (“Tengo mi mar de Galilea”), hasta el paracaidista Nadav Raymond, que 10 días antes de morir en la Operación Margen Protector escribió una profecía oscura que llevaba en el bolsillo:” Mi vida podría haber sido más corta de lo habitual, pero disfruté cada minuto, y quiero que todo el que me conoce siga disfrutando de ella”. Prosa que es más que poesía, sublime, simple.
El reunirse detrás los que se han ido para nunca regresar no es un deseo de victimización, sino la voluntad de identificarse con lo más alto del compromiso con la sociedad, la renuncia del egoísmo y la auto-realización para un propósito más elevado, porque no hay otra opción. Aquellos que en cuyo nombre recitamos: “Somos la bandeja de plata sobre la que se nos ha facilitado un Estado judío.”
Fuente: Israel Hayom
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