ANNE APPLEBAUM
El embajador polaco en Washington ha protestado, el presidente polaco ha protestado, el presidente del Parlamento polaco (con quien estoy casada) ha protestado — y el embajador estadounidense ante Varsovia se ha disculpado profusamente. ¿Por qué? Porque James Comey, el director del FBI, en un discurso que fue reimpreso en el Post argumentando por más educación sobre el Holocausto, demostró precisamente cuánto la necesita él mismo.
En dos frases mal redactadas, él sonó para los lectores polacos como si estuviera repitiendo el mito de la Segunda Guerra Mundial que más los enloquece: A saber, que en cierta forma, los que vivieron en la Europa Oriental ocupada compartieron responsabilidad total por una política alemana. Comey lo dijo así:
“En sus mentes, los asesinos y cómplices de Alemania, Polonia y Hungría y tantos muchos, muchos otros lugares no hicieron algo malo. Ellos se convencieron que era lo correcto lo que tenían que hacer.”
Hay una cantidad de problemas con ese par de frases débiles, comenzando con la vasta diferencia entre Alemania y el resto. Durante la guerra, Alemania tuvo una política estatal de exterminar a los judíos. Esta política no involucró a “cómplices” sino a cientos de burócratas, decenas de miles de soldados, agendas y planos de tren. Alemania también alentó la creación de gobiernos colaboracionistas en otros países – la Francia de Vichy, por ejemplo – algunos de los que utilizaron a sus propios oficiales de policía para enviar a sus ciudadanos judíos a los campos de muerte alemanes.
Alemania también ocupó Polonia, pero no hubo “Vichy” polaco. Durante la guerra, no hubo estado polaco en lo absoluto. De hecho, fue la ausencia del estado polaco la que permitió a los alemanes crear un mundo sin ley y violento, uno en el que cualquiera podía ser asesinado en forma arbitraria, cualquier judío podía ser deportado — y cualquier polaco que ayudara a un judío podía ser asesinado a tiros instantáneamente junto con su familia entera. Muchos lo fueron. Otros millones murieron también – intelectuales, sacerdotes y políticos polacos fueron todos objetivos nazis.
En el curso de la guerra, la mayoría de la infraestructura, industria y arquitectura de Polonia fueron destruidas. En esa atmósfera, muchas personas estaban atemorizadas o eran indiferentes a la suerte de los judíos, y algunos asesinaron a fin de evitar ser asesinados. Pero eso no significa que “en sus mentes” ellos “no hicieron algo malo.”
Aunque las circunstancias fueron diferentes, el rol protagónico de Alemania es igualmente claro en Hungría. El gobierno del tiempo de la guerra del Almirante Miklós Horthy aprobó legislación antisemita y se alineó con los nazis. Pero el asesinato y deportación en masa de los judíos húngaros a Auschwitz comenzó apenas en marzo de 1944, cuando se disolvió ese gobierno y fue reemplazado por una ocupación alemana lisa y llana. Una vez que el estado húngaro había sido disuelto, en otras palabras, Hungría también se convirtió en una zona sin ley y violenta, donde cualquier cosa era posible.
Entonces no es cierto, como hizo sonar Comey, que los “asesinos y cómplices” en Alemania, Polonia y Hungría y gran cantidad de otros lugares fueron en cierta forma responsables por el Holocausto. Y no, no es cierto que el Holocausto sea una historia de personas que serían “buenas” de otra forma, quienes ” se convencieron que era lo correcto.”
Al contrario, es una historia sobre el poder del miedo, el peligro de la anarquía y el horror que fue posibilitado por una forma específica de estado terrorista alemán en los años entre 1939 y 1945 – un terror que convenció a muchas personas de hacer cosas que sabían estaban terriblemente, terriblemente mal. Si el director del FBI quiere tomar algunas lecciones del excelente museo del Holocausto de Washington, eso es muy admirable. Pero primero debe asegurarse que ha entendido lo que ha visto.
*Anne Applebaum escribe una columna bisemanal en asuntos exteriores para The Washington Post. También es la Directora del Programa de Transiciones Globales en el Instituto Legatum en Londres.
Fuente: The Washington Post
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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