MAURILIO DE MIGUEL
Unos dicen que Lord Byron remaba cada mañana de la plaza San Marco a San Lázaro, para expiar excesos de dandi en la ciudad de todas las licencias y la reputación de Casanova. Otros sostienen que el poeta nadaba por la noche hasta los casinos del Lido, desde San Lázaro, a fin de disipar horas de estudio y meditación…
En todo caso, ¿qué le llevaba o traía de tan diminuta isla, situada entre el Palazzo Ducale de Venecia y sus playas del Lido? El monasterio que la ocupa desde el siglo XVIII, momento en el que el
, hoy venido a menos, asemejaba su prestigio académico al de Oxford.
Y no es que la comunidad armenia de Venecia fuera numerosa. Ocurría, más bien, que en San Lázaro había encontrado su isla del tesoro, con apenas 30 km² de área boscosa… Un lugar para guardarlo por los siglos de los siglos. Máxime teniendo en cuenta el genocidio que atentaría contra su epicentro geográfico y humano. Un holocausto del que se salvaron los armenios que viajaron allí para cegar con arena el canal que atravesaba la isla, en 1912, a golpe de pala. “En la tienda del convento exhibimos una sección de librería íntegramente dedicada a informes sobre el genocidio”, señala uno de los monjes que tratan con los visitantes.
Incluso en español tienen libros al respecto, como el que Pascual Abramín, argentino afincado en Italia, titula Orígenes del genocidio armenio. “Aquellos hermanos que lo vivieron entre estos muros, hace un siglo, sólo pudieron rezar y acoger temporalmente al puñado de compatriotas que escapó a él y llegó hasta aquí. Los que veían recrudecerse una masacre que desde 1894 venía dando señales de progresión”, sacude la cabeza el librero. Y observa, eso sí, que Italia fue el principal país europeo, a la hora de socorrer la devastación del genocidio, con ayuda humanitaria.
“La advocación que da nombre a nuestro monasterio va más allá de la metáfora”, advierte Elías, prior en su abadía, única edificación humana de la isla, cuya biblioteca tiene un techo pintado por Tiepolo. “Da sentido al vigor actual de nuestra cultura, cien años después del intento por exterminarla. Lázaro parecía muerto cuando Cristo le resucitó…”. Así se explica el monje de Antioquía que preside la congregación, desde la cual fue posible el llamado Renacimiento Armenio. Elías atracó en la isla adriática donde se guardaban sus códices, medio siglo atrás. Llegó novicio, se ordenó y celebró la vuelta a los mapas de su país soberano en 1991; pero, sobre todo, asumió la tarea que el fundador de su orden mekhitarista quiso para San Lázaro. Pensaba Mekhitar desde Estambul, en 1715, asentar en Grecia su orden renovada, adscribirla al Vaticano y no al patriarcado oriental. Sin embargo, los turcos en el Peloponeso le llevaron a girar su proa rumbo a la laguna veneciana, toda vez que la Serenissima gozaba del mayor número de imprentas de Europa. Justo el caldo de cultivo que buscaba el monje, para salvaguardar los documentos, libros capitulares y partituras de toda una idiosincrasia, tierra de paso durante siglos para asirios, persas y legiones romanas, bizantinos y hasta mongoles, antes de que otomanos y rusos se la repartieran.
Armenia entró así en su particular Edad Media, 800 años después de que Occidente lo hubiera hecho. Fruto de todo ello son los 170.000 volúmenes que custodia San Lázaro, 8.000 de ellos en estantes acristalados a la vista, amén de 5.000 manuscritos, muchos de ellos expuestos en el hemiciclo Ijpeman del monasterio. “Nuestra colección está entre las mejores del mundo, encabezada por aquel que relata La vida de Alejandro Magno, del siglo XIII y compuesto por 315 miniaturas”, advierte Elías, añadiendo que sus monjes se emplean ahora en su digitalización, con similar cuidado al de sus antecesores copistas. Ora et labora… Aunque dotado de huerto, aparte de orar, los monjes se dan al intelecto más que al trabajo físico.
Durante el siglo XII tomó su isla nombre del lazzaretto que allí confinaba leprosos, antes de ser abandonada y cedida a Mekhitar. “La isla vecina de San Clemente era entonces psiquiátrico femenino. La de San Servolo, psiquiátrico masculino”, recuerda Elías. “Nada en estas aguas auguraba progreso, sino alejamiento, rechazo, cuarentena interminable… Sin embargo, a día de hoy, San Lázaro no sólo conservó sus señas de identidad y las del pueblo que lo hizo posible, sino que prosperó. Sólo San Francesco dell Deserto, en la laguna norte de Venecia, guarda su inicial fundación monástica, como nosotros. El resto de las islas venecianas se han convertido en explotaciones hoteleras”.
Lejos de lamentarse por el turismo que invade Venecia, la comunidad de Elías agradece el flujo de visitantes que a diario la visita, entre las 15,30 y las 18,30 horas, sin interferir en sus quehaceres. Es la suya una manera de estar en el mundo “con dignidad, tesón y valores espirituales invictos”, según Elías. De ahí el rito del pasado Domingo de Ramos que el abate ofició con sus diáconos, entre nubes de incienso, oraciones corales y vestuario talar.
“La simbología y el ritual es importante”, razona el abate. “Podría decirse que nuestra liturgia se ha petrificado, pero en clave de piedra viva, frente a la simplificación de otras liturgias cristianas en Occidente”, comenta a pasos lentos por su claustro, en cuyos muros se exponen fotografías del Monte Ararat, aquel en el que Noé desembarcó cuando cesó el Diluvio Universal. Es el Monte una reivindicación geográficaque el moderno estado armenio tiene pendiente frente a los herederos del sultán otomano.
De Antioquía y las zonas limítrofes entre Siria y Turquía han llegado los últimos diáconos a San Lázaro, cuya población monacal ronda la treintena de varones. “El holocausto continúa”, apunta uno de ellos, frente a la antorcha siempre encendida que, junto a su iglesia, recuerda a los mártires de 1915. No hace un año que por su parte escapó a la guerra civil siria, donde las minorías cristianas pagan a menudo como chivos espiatorios. Sin embargo, la lectura de la Historia que prevalece en San Lázaro quiere ser siempre optimista, a razón de cómo se explaya el abate Elías, recordando que los mayores poetas en lengua armenia tomaron y aún toman los hábitos en San Lázaro.
“¿Quién se acuerda ya del holocausto armenio?”, se preguntaba en voz alta Hitler, a punto de perpetrar el judío, convencido de que la Historia le absolvería. Poco o nada tienen que ver, finalmente, la cultura hebraica y armenia, a juicio del bibliotecario de San Lázaro, Alberto Peratoner. “A diferencia de los judíos, los armenios siempre buscaron el contacto con pueblos diferentes y se mezclaron con ellos, eso sí, protegiendo sus señas de identidad”. No fue, pues, la endogamia motivo alguno para el genocidio, asegura Alberto. Tampoco los armenios se hicieron fuertes nunca, como lobby, dentro del imperio otomano. En opinión de Alberto, la segregación religiosa y el expolio dieron alas a semejante holocausto, al margen de las versiones oficialistas que lo achacaban a revueltas civiles y a la animadversión por la presencia armenia en los ejércitos rusos, enemigos del sultán.
Armenia, para aclarar todo ello, montará en mayo su pabellón de la Bienal veneciana en San Lázaro, trayendo al monasterio lo mejor de sus artes contemporáneas. Se comprobará así la lectura que el abate Elías quieren para el centenario del holocausto. Celebrar, se celebrará que la cultura cristiano-armenia sigue viva, más que nunca, desaparecidos del mapa los poderes imperialistas que intentaron estrangularla.
Fuente: elmundo.es
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