Viviendo afuera de la burbuja

 

EDUARDO SCHÑADOWER MUSTRI PARA ENLACE ENLACE JUDÍO MÉXICO

Soy un judío mexicano, y si bien no soy ortodoxo, tampoco me considero completamente secular. Quizá la palabra más adecuada para definir mi forma de llevar la religión es “tradicionalista”. Una de las cosas que me diferencia de muchos miembros de la comunidad es que la mayor parte del tiempo estoy rodeado completamente de gentiles. Vivo en el centro de la delegación Cuajimalpa y mi trabajo es cerca de Lomas Verdes, en el corporativo de una importante cadena de supermercados.

Mi horario de entrada es a las 8:00 A.M. Para poder llegar a tiempo, tengo que salir de mi casa a las 6:50.  Si hacen cuentas, verán que ahora, con el horario de verano, ese es apenas el horario en que uno puede empezar a ponerse los tefilín. Si llego tarde al trabajo por eso me descuentan un retardo. Y mi economía no está para eso. La religión prohíbe rezar en el baño, y hacerlo en cualquier otro lugar de la oficina resultaría sumamente incómodo y desconcertante, ya que no hay ningún lugar suficientemente discreto.

Trabajo en sistemas y a mi cargo está el sistema de nómina.  En muchas ocasiones, durante el viernes en la tarde o el sábado, se presentan problemas que ponen en peligro la paga puntual y correcta de 30,000 personas. A esas personas no se les puede decir que su pago no llegó porque el encargado de sistemas es judío y no arregló el problema a tiempo porque era Shabat.

Para Rosh Hashaná y Kipur pido esos días como vacaciones. Pero si quisiera respetar todos los jaguim, no me alcanzaría con los días de vacaciones que da la ley. Y sí, tengo derecho a la libertad de culto, pero mi empresa tiene el derecho de descontarme los días que no vaya a trabajar. Y perder dos semanas al año de mi sueldo me resulta incosteable.

Estamos en pleno Omer, y si llego a la oficina con una semana de  no haberme rasurado el personal de seguridad me dice: “joven, le recuerdo de su barba”. Es una política de mi empresa que los hombres deben estar siempre bien rasurados. Se permite el bigote, pero la barba no.

Tengo muchos amigos gentiles, y todos ellos asistieron con gusto a mi boda y estuvieron en la sinagoga. Ellos también tienen sus eventos con ceremonia religiosa a los que me invitan, y bajo el principio de reciprocidad he asistido a dichos eventos, y les puedo decir que no resulta nada cómodo. La semioscuridad, junto con los cuadros y esculturas de los santos, y por encima de todo el imponente crucifijo arriba del altar, me resultan desconcertantes, por lo que mantengo mi mirada en la gente. Ser el único sentado en las banca, aún si es en la parte más alejada, cuando todos los demás se hincan, resulta también algo desolador.

Por otra parte, mis compañeros siempre han sido muy curiosos en cuanto a mis tradiciones y es para mí un gran placer hablar de ellas. Extraño les resulta cuando vamos a comer fuera y yo ando siempre evitando el cerdo y los mariscos. “Si fuera ortodoxo, ni siquiera podría comer aquí”, siempre les digo. Asimismo, contribuye a mi cúmulo  de sabiduría y alimenta mi curiosidad conocer sus costumbres, creencias y tradiciones.

Sobra decir que las diferencias desaparecen por completo cuando juega la Selección Mexicana y nos juntamos a ver el partido en la oficina del jefe, ya que juntos celebramos los goles y lamentamos las derrotas.

Cuando estalla un conflicto importante en el estado de Israel, siempre escuchan mis explicaciones con atención y  les queda claro que el conflicto no es precisamente como lo tratan de dibujar los medios. Al menos, entre la gente que a mí me ha tocado, la mayoría reconocen que no son conocedores del tema, afortunadamente hasta ahora no me han intentado rebatir, aunque siempre estoy preparado y consciente de que en cualquier momento puede ocurrir.

Previamente mencioné que vivo en Cuajimalpa. Y efectivamente, eso no está muy lejos de las instalaciones de la comunidad. Maguen David, la más cercana, está a diez minutos en coche y a cuarenta caminando. Pero cuando uno habla de Cuajimalpa es muy diferente referirse a Bosques de las Lomas que al centro de la delegación. Vivo a dos cuadras del edificio de gobierno, y constantemente se llena de peregrinos, con mucha frecuencia cierran las calles por procesiones, y el escandaloso estallido de la pirotecnia no hace diferencia entre noche y día, ni entre días laborales y de descanso. En la llamada “Semana Santa” cierran la calle principal de la colonia para instalar una pintoresca y gigantesca feria, donde el muy apetecible pan resulta incomible para nosotros por estar hecho con manteca de cerdo. Como experiencia sociológica resulta por supuesto muy interesante y enriquecedora, aun a pesar de todas las molestias.

Siempre he pensado que la religión debe llevarse con amor, que uno debe hacer todo con gusto y convicción y no por obligación. Todos los judíos que conozco que cuidan Shabat y las fiestas, y que van a rezar todos los días tienen negocios propios, trabajan en empresas de otros judíos o bien en instituciones comunitarias y sus relaciones con los gentiles son muy limitadas. Pero ninguno trabaja en una de sus empresas y mucho menos en grandes corporaciones. Resulta entonces fácil para algunos de ellos decir que si quisiera, podría cumplir más mitzvot, que sólo se trata de que me lo proponga y alguna manera debe de haber algo para lograrlo.

Pero cuando en la balanza está tu estabilidad e independencia financiera, cuando en ti está lograr que salgan bien las cosas en un lugar que da qué comer a más de cien mil personas (considerando a las familias de los colaboradores),  cuando las distancias y tus horarios no coinciden con los de la religión, resulta entonces difícil ese asunto de volverse “más religioso”. Sufrir por hacerlo haría que pierda todo el sentido.

Mi judaísmo lo llevo como puedo y lo disfruto al máximo. Me encanta cantar en los rezos de Shabat en la sinagoga, y llegar al Seder de Pésaj y leer la Hagadah aunque haya salido tarde de la oficina y eso me obligara a usar el automóvil en Yom Tov. Me encantan las hakafot de Simjat Torá y la lectura de Meguilat Esther en Purim. También disfruto y aprendo de la compañía de los gentiles, y jamás mi alma se ha sentido tentada por abandonar el judaísmo, sino al contrario. Mientras más conozco de otras tradiciones, más orgulloso me siento de las mías. No me malinterpreten, no veo nada de malo en las creencias de otros, simplemente es que al conocerlas me doy cuenta de que, para mí al menos, el judaísmo es ciertamente lo que más me llena y alimenta mi alma. Y no se trata de seguir al pie de la letra una serie de reglas y rituales, sino del espíritu que llevan las tradiciones y sus enseñanzas morales, éticas y filosóficas. Eso no lo sabría si no hubiera salido de la burbuja.

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