Cómo encontré el sentido y el amor de mi vida: Oren Raz, Rabino de la Casa Jabad en Chiapas

MAY SAMRA Y MIRIAM BALEY PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO –

“Después de terminar el ejército, decidí que tenía que viajar de mochilero como hacen muchos israelíes”.

Así es cómo el rabino Oren Raz, quien lidera la Casa de Jabad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, decidió buscar el sentido de su vida. En entrevista, nos platicó los pormenores de sus tribulaciones.

Su vida era muy desordenada.  Se inscribió a la Licenciatura de Ingeniería Industrial, en Israel,  pero, justo antes de que las clases comenzaran, decidió que no era lo que quería hacer en la vida, así que se fue a Seattle, Washington:

“Yo crecí en una familia no religiosa. Estaba un día parado en el centro comercial, sin vender nada, pensando en muchas cosas; las empecé a escribir en un diario. Mi jefe se me acercó y, al ver que no había hecho ninguna venta, me regañó y me dijo que no había vendido nada porque mi puesto estaba muy lejos del pasillo central del centro comercial, así que empezamos a moverlo”.

“Ese mismo día, mi amigo de Kenia- un católico ferviente que generalmente me platicaba cosas del Cristianismo que a mí no me interesaban- me dijo ‘no importa si tomas tu puestito y se lo pones a la gente encima de la cabeza; si D-os no quiere que vendas, no vas a vender nada’. Sus palabras fueron como un flechazo para mí. Se me abrió un canal de espiritualidad, un canal de que hay algo arriba que no entendemos y no vemos”. Ahí comenzó mi proceso”.

“Al principio no quise volverme religioso pero sí me encontraba en una búsqueda de espiritualidad.  Era parte de un grupo de 100 o 150 personas y solíamos ir al Desierto de Judea a meditar y ese tipo de cosas hippies. Muchos de mis amigos habían ido a India y me convencieron de que tenía que ir. Me dijeron: ‘Si vas a India, hay dos opciones: que regreses como delfín- una referencia a las drogas- y la otra es que hagas teshubá y creemos que eso es lo que vas a hacer’. Me reí porque pensé que sería la última persona que lo haría”.

“En India todo el mundo se sienta y fuma pero eso no era para mí, así que me volvía loco y me iba a escalar todo el tiempo. Conocí a una persona que buscaba lo mismo que yo, así que empezamos a viajar juntos. Fuimos a Dharamsala, en la parte de India, no del Tíbet, donde se encuentra el templo del Dalai Lama, y un viernes me convenció mi compañero de ir a la Casa de Jabad que estaba ahí para hacer Kabalat Shabat”.

“Allí, cuando entramos, el rabino estaba a la mitad de la perashá de la semana y mi amigo me dijo que la voz del rabino era igual a la de su hermano; ‘por su voz, siento que lo conozco”, me dijo. Nos acercamos a platicar con él. El rabino le preguntó que en qué unidad del Ejército había servido y a mi amigo le dio risa porque pensaba ‘¿qué sabe el rabino de cuestiones militares?’. Le contestó que estuvo con los paracaidistas y el rabino le preguntó ‘¿en qué unidad de los paracaidistas?’ y le respondió. Finalmente, se dieron cuenta de que él había estado en un equipo debajo del otro y que habían estado juntos en el entrenamiento de médicos militares. Habían sido amigos pero no siguieron en contacto. Se abrazaron y se besaron”.

“Miré al rabino a los ojos y noté algo que no sé cómo explicar- la verdad, tal vez, o algo que me llamaba y decidí quedarme ahí por dos meses y medio. Y estudiamos sobre el judaísmo; comencé a ponerme el tefilin. Después de ese tiempo, viajamos un poco más por India y luego fuimos a Tailandia. En el sur, hay muchísimas playas pero eso no era lo que yo estaba buscando, así que me fui hacia el norte”.

“Antes de eso, estuvimos en Bangkok, en una Casa de Jabad y luego fui a Chiang Mai, al norte de Tailandia. Mi horario era una locura: en la mañana iba a la Casa de Jabad y me ponía el tefilin; luego, nos íbamos en tuk tuk (rickshaw) a todas las casas de los israelíes a ponerles el tefilin; luego iba a un lugar donde rentaban motocicletas muy grandes porque me gustaba mucho la adrenalina y me iba manejando rapidísimo en las carreteras de Tailandia. En las noches, me iba a los bares y antros”.

“Esto fue así durante un mes. Era como una doble vida. Decidí que quería relajarme un poco así que me fui en motocicleta y recorrí el Triángulo de Oro, Laos, Camboya, Tailandia. Regresé; estaba todo mojado y sucio y entré en la Casa de Jabad y vi a dos niñas: miré a una y vi algo en ella. En la noche, me le acerqué y platicamos- como no me crié en un hogar religioso, entre otros.  Le dije “me gustas, hay que salir”. Ella era religiosa y respondió: ‘Así no se hacen las cosas. Yo soy religiosa y tú, no’. Y le dije que sí lo era porque desde hacía unos meses ya me ponía el tefilin y estaba estudiando para respetar Shabat más o menos. Me preguntó que cómo podía estar segura de que yo no iba a volver a lo que era. Entonces, la miré y le dije ‘Tienes razón’.

“Nuestros caminos se separaron pero seguimos en contacto por correo electrónico. Tiempo después, me invitó a Israel para celebrar Sukot con su familia y se dio cuenta de que la cosa era más seria porque yo había empezado a estudiar en una yeshivá en Israel. Empezó a hablar sobre casarnos y le dije que esperara a que terminara de estudiar- cuatro años- y que después nos iríamos a viajar por el mundo; yo quería que fuéramos paso a paso. Pero ya conoces a las mujeres y lo insistentes que pueden ser, como una gota de agua sobre una piedra. Así que, después de seis meses, nos casamos. Y hoy, soy el líder de la Casa de Jabad, en San Cristóbal de las Casas y ella es mi esposa: Einat”.

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