IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAL ENLACE JUDÍO MÉXICO – En las notas anteriores expusimos los hechos por los cuales el libro de Daniel no debe ser considerado simplemente una colección de oráculos sobre el futuro, en cuyo caso los oráculos no serían sencillos -hasta el momento, todavía NADIE habría logrado descifrarlos correctamente-, pero como concepto general si estarían sometidos a una idea sencilla: son una serie de predicciones sobre lo que va a suceder en algún momento.
Las principales razones para descartar esta idea son tres:
1. Hay una gran cantidad de inexactitudes históricas (como el rol de Belsasar, su parentesco con Nabucodonosor, el orden cronológico en el que gobernaron Ciro el Persa y Darío el Medo, o el error de más de un siglo al ubicar a Darío el hijo de Artajerjes (en realidad, Darío II) como contemporáneo de Daniel). Si el supuesto profeta no puede describir correctamente su presente, es imposible que pueda describir correctamente el futuro.
2. Los oráculos medulares del libro están en los capítulos 8 y 11, y están claramente enfocados en la idea de que terminada la Guerra Macabea, habría de comenzar la Era Mesiánica. Sobra decir que dichos oráculos fallaron.
3. Por esa razón hay oráculos correctivos, que están en los capítulos 2, 7 y 9, y que proponen una nueva interpretación que ubica el inicio de la Era Mesiánica al final de la guerra contra Roma. Dichos oráculos también fallaron.
Por esas razones, Daniel no fue incluido en la sección de Libros Proféticos de la Biblia Hebrea (Tanaj), sino en la de Hagiógrafos o, simplemente, “escritos”. Es decir: los rabinos que aceptaron la inclusión de Daniel en la colección de libros sagrados del Judaísmo sabían que lo que este libro podía enseñarnos NO IBA EN LA DIRECCIÓN DE LOS ORÁCULOS QUE SE CUMPLEN O SE DEBEN CUMPLIR.
El Talmud lo evidencia al preguntarse cuándo habrá de cumplirse lo anunciado por Daniel, a lo que se da una respuesta escueta pero contundente: el tiempo para que todo eso se cumpliera ya pasó. Y, sin embargo, la tradición rabínica insiste: en Daniel está la clave para conocer el futuro y el momento de la llegada del Mesías.
Entonces, ¿es o no un libro de oráculos fallidos? ¿Sirve o no sirve para conocer el futuro?
Aquí el detalle medular es entender el concepto de “historia” que albergaron tanto los fariseos que marcaron las pautas de pensamiento principales de la tradición Rabínica, como los apocalípticos que escribieron el Libro de Daniel y muchos otros similares. Y es que fueron conceptos antagónicos e irreconciliables.
Para la mentalidad apocalíptica -que impregna todo el libro de Daniel- la historia es una sucesión lineal de eventos que ya están predestinados por D-os mismo y, por lo tanto, no pueden alterarse. Una vez que se le revelan al “profeta”, lo único que resta esperar es su cumplimiento. En otras palabras, se acepta que hay un destino irremediable y que nada de lo que hagamos lo puede alterar. D-os ya lo ha escrito en los cielos y su cumplimiento es sólo cuestión de tiempo.
En cambio, para la mentalidad farisea -y luego para la tradición Rabínica- la historia no está escrita y el destino no es definitivo: el ser humano tiene la capacidad de construir su vida y decidir hacia dónde quiere llevarla.
Por ello, en la Biblia Hebrea tal y como la conocemos, la profecía no es un asunto de predicciones u oráculos, sino de exhortaciones al arrepentimiento. Si se anuncian eventos futuros, es en la idea de advertir lo que va a suceder si no se toman las medidas adecuadas, no en la de anticipar un destino inevitable.
Y hay algo más: para el fariseísmo y la tradición Rabínica la historia es un proceso cíclico, y la idea concreta la da la propia Escritura: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará, y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: he aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido” (Eclesiastés 1:9-10)
La idea es clara: la historia se repite, el movimiento del mundo entero nos vuelve a poner exactamente en la misma situación que estuvimos -literalmente- hace siglos. Si a eso le agregamos el sentido de las exhortaciones de los profetas, entonces el mensaje es conciso y directo: en la medida en la que conozcamos qué es lo que ya fue, podemos prever qué es lo que viene por delante y, en la medida en que nuestro compromiso por corregirnos sea completo y consistente, podremos evitar los errores del pasado y construir una nueva realidad, mejorada en todo sentido, para nosotros mismos y para nuestros descendientes.
Esa es la clave en la que se tiene que entender el Libro de Daniel, y justo por ello sus errores no son un estorbo, sino todo lo contrario: son la luz que nos guía a no volver a caminar la senda que YA SE RECORRIÓ, y que en su momento NO FUNCIONÓ.
¿Cuál es esa senda?
En primer lugar y antes que nada, la expectativa irracional de que la purificación del mundo sólo puede venir después de una guerra devastadora. Esa era la idea de los judíos apocalípticos que elaboraron la versión casi definitiva de Daniel durante la Guerra Macabea, idea que se reprodujo íntegramente un poco más de dos siglos después durante la primera revuelta anti-romana.
En ambos casos, las expectativas apocalípticas fallaron.
Entonces, la primera lección es simple: esas ideas no funcionan. No vale la pena invertir ni cerebro ni corazón en ello. De hecho, en la derrota judía ante los romanos la convicción de que esa guerra devastadora era un paso necesario para llegar a la Era Mesiánica no sólo resultó equivocada, sino perniciosa en extremo: Judea quedó devastada, Jerusalén destruida, y el Templo reducido a escombros.
Pero sería muy simplón suponer que se incluyó un libro tan estrambótico como el de Daniel en la Biblia sólo para aleccionarnos sobre lo improductivas y hasta contraproducentes que pueden ser las creencias apocalípticas.
Hay más. Mucho más.
Ya dijimos que la historia es, según lo plantea el Eclesiastés, un proceso cíclico, y el texto dice de manera precisa que cada ciclo dura siglos.
Aquí es donde empiezan a aparecer los detalles interesantes del libro de Daniel: tomando en cuenta que narra la historia de un joven llevado a Babilonia durante el primer exilio -es decir: durante la época de la destrucción del Primer Templo-, pero que por otro lado incluye agregados que se hicieron hacia el año 73 -es decir: durante la época de la destrucción del Segundo Templo-, entonces tenemos claramente fijados los límites del ciclo histórico al que nos confronta el libro de Daniel: desde la destrucción de un Templo hasta la destrucción del otro.
Según la lógica bíblica, todo lo que sucedió en ese ciclo sólo está esperando el momento de repetirse.
¿Realidad o ficción? Veamos.
En un momento de la historia, el pueblo judío se vio enfrentado a una catástrofe sin precedentes: un intento definido por EXTERMINAR al Judaísmo. Fue una idea bien planificada, y en la que un sistema político implacable y que pretendía traer una “nueva era” a la humanidad -pasando por la obligada conquista del mundo-, invirtió una gran cantidad de recursos para borrar al Judaísmo de la faz de la tierra. Muchos, muchísimos judíos murieron, y su patrimonio espiritual, cultural y artístico se vio severamente afectado.
Contra todas las expectativas, el pueblo judío no sólo sobrevivió, sino que se levantó de sus cenizas y se impuso a sus enemigos. Pocos años después de estar sufriendo la peor catástrofe de su historia, se logró lo que casi nadie creía posible: la independencia. La nación judía recuperó su lugar propio y autónomo, si bien tuvo que enfrentarse a una implacable oposición por parte de sus vecinos. En sucesivas guerras, fue derrotándolos al extremo de que pudo ampliar su control territorial, y no sólo se llegó al punto donde el pequeño país judío garantizó su existencia, sino que además se convirtió en la más poderosa potencia militar de la zona, y su ejército se volvió temido y respetado. Se llegó a un esplendor político, militar, económico, social y cultural que, inevitablemente, generó una gran creatividad religiosa que provocó que el Judaísmo empezara a ser admirado por mucha gente en todo el mundo.
Claro, esto no se logró sin ayuda. En todo el proceso hubo un aliado fundamental: una gran nación ubicada en el occidente, recientemente consolidada como la más grande potencia militar del mundo, poseedora además de un admirable sistema republicano que durante los últimos siglos había forjado el mejor ejemplo de democracia. Una potencia que, con todo, tenía también sus lados oscuros: una ambición de dominio, poder y riqueza, y una obsesión incluso insana con los espectáculos. Sin embargo, estos promotores de la democracia moderna estuvieron desde un inicio al lado del pueblo judío, y los enemigos más poderosos que hubieran podido alterar el proceso de independencia de nuestra pequeña nación, se vieron obligados a aplacarse para no entrar en conflicto con un país contra el que no hubieran podido pelear.
Pues bien: no estoy hablando ni del Holocausto, ni de Hitler y los Nazis, ni de la refundación de Israel en 1948, ni de sus victorias sobre los países árabes, ni de la alianza que se tuvo desde ese momento con los Estados Unidos.
Estoy hablando de la Guerra Macabea, de Antíoco IV Epífanes y la Siria Seléucida, la independencia del Reino de Judea bajo el gobierno de Simeón Macabeo, las victorias de los Hasmoneos sobre los reinos vecinos, y la alianza que desde un inicio se tuvo con Roma.
Lo dice el texto bíblico: no hay nada nuevo debajo del sol. Lo que vemos ya ha sucedido en los siglos anteriores.
Llama poderosamente la atención que las circunstancias en las que el Reino Hasmoneo y el moderno Israel se independizaron hayan sido tan similares. Y las semejanzas no se quedan allí: basta con revisar los rasgos fundamentales de los aliados principales -Roma y Estados Unidos- para encontrarnos con un panorma desconcertante, perturbador. Veamos:
1. Roma era una república en el momento en que Judea se independizó, y tenía un enemigo en el Mediterráneo que le competía la supremacía: Cartago. Justo durante el proceso en que el Reino de Judea estaba consolidándose como la mayor potencia regional, Roma derrotó de manera definitiva a los cartagineses y con ello se convirtió en la principal potencia del mundo. Del mismo modo, cuando Israel obtuvo su independencia Estados Unidos todavía tenía una fuerte competencia en Rusia, pero al tiempo que Israel se consolidó como la mayor potencia militar en Medio Oriente, Rusia se desmoronó y Estados Unidos quedó solo como el país más poderoso en todo sentido.
2. Roma era una suerte de cultura “reciclada”: en realidad, la esencia de su cultura venía de Grecia, aunque se había dado una gran transformación en todo sentido. Mientras que los griegos fueron refinados y amantes del arte matemáticamente equilibrado, los romanos se decantaron por el concepto de espectáculo. Donde los griegos hicieron teatro, los romanos hicieron circo. Es exactamente la misma relación de los Estados Unidos con Europa: culturalmente, uno es la continuidad del otro pero transformando el refinamiento artístico en mero espectáculo. Donde los griegos hicieron ópera, los estadounidenses hicieron cine.
3. Judea llevaba ya varias décadas consolidada como nación independiente cuando Roma entró en una fase de inestabilidad que marcó el fin de la era de la República y el nacimiento del Imperio. El deterioro de las instituciones políticas romanas generó que se fueran redefiniendo dinámicas cada vez más autoritarias, que marcaron el nuevo rumbo de esa gran nación. Es exactamente lo mismo que le viene sucediendo a los Estados Unidos de unos años para acá: su modelo político y económico parece haber llegado a un punto donde es obligatoria una gran reestructuración, y los valores democráticos que se habían consolidado ahora están siendo desplazados por prácticas cada vez más autoritarias, corruptas y verticales por parte del gobierno.
4. Pese a que Roma se consolidó como la potencia militar más grande del mundo en la época de la independencia judía, siempre se topó con pared en oriente, ya que nunca pudo conquistar al Imperio Parto. Del mismo modo, el imperialismo económico estadounidense topó con pared también en oriente, al nunca lograr el sometimiento de China, el otro gran imperio económico de nuestros días.
5. Los antiguos romanos de la era imperial estaban verdadaderamente convencidos de que le hacían un favor a otras naciones al conquistarlos: los sacaban del barbarismo, los civilizaban, ponían a su alcance todas las ventajas de la modernidad, y los integraban a la Pax Romana. No es necesario redundar en el punto: es exactamente la idea que han tenido muchos líderes políticos y militares de los Estados Unidos.
¿Qué es lo que tenemos? Que los dos procesos de independencia judía se dieron en contextos históricos, políticos y religiosos muy similares.
Ahora bien: en el panorama del ciclo que comenzó con la destrucción del Primer Templo y culminó con la destrucción del Segundo, la independencia del antiguo Reino de Judea marca el inicio de la etapa final: con ella, se establecieron las diferentes tendencias del Judaísmo clásico (saduceos, fariseos, helenistas y apocalípticos) y se consolidó el poder Hasmoneo, cuyo declive propició el inicio de la dominación romana, lo cual provocó el inicio y desarrollo del nacionalismo radical que, finalmente, devino en los violentos levantamientos armados contra Roma entre los años 66 y 135.
Entonces, dado que estamos hablando de procesos históricos similares, la independencia del actual Estado de Israel debe estar ubicada en un punto similar del actual ciclo.
Incluso, desde la primera vez que expuse esta idea -hace ya varios años- señalé que así como se había dado un distanciamiento, luego ruptura y finalmente abierta enemistad entre Judea y Roma -originalmente, grandes aliados- era previsible que llegaría un momento en que la relación entre Estados Unidos e Israel también se vería en riesgo de fracturarse. Justo lo que ha venido sucediendo con la administración de Barak Obama.
En la próxima nota vamos a analizar qué fue lo que sucedió con el antiguo Reino de Judea y con la antigua Roma, porque esas son las pautas que nos permitirán prever qué es lo que puede pasar con el moderno Israel, y -me atrevo a decir- lo que va a suceder con los Estados Unidos.
Y puedo anticipar lo siguiente: en términos generales, el panorama no es muy alentador. Estoy firmemente convencido de que la humanidad en general se dirige hacia un punto de colapso.
Y no estoy hablando de apocalíptica. Sólo estoy analizando un proceso histórico actual a la luz de lo que sucedió en los siglos anteriores.
Este artículo consta de diez partes, esta es la quinta parte, si quieres leer la continuación (la parte #6) entra aquí: El Medio Oriente en las profecías del Libro de Daniel (Sexta parte)
Si quieres leer la parte anterior a esta (la parte #4), entra aquí: El Medio Oriente en las profecías del Libro de Daniel (Cuarta Parte: las Setenta Semanas)
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