Por el Rabino David Wolpe
Los lectores de la epopeya de Gilgamesh suelen sorprenderse por su similitud con la historia bíblica. Hay un hombre creado desde la tierra que pierde el paraíso y acepta alimento de una mujer que cubre su desnudez. Se menciona una inundación masiva, una serpiente pérfida y mucho más. Gilgamesh habla de una búsqueda de la inmortalidad, y en esa búsqueda notamos una importante distinción.
En la Biblia, Adán y Eva no pierden el Jardín del Edén por buscar la vida eterna, sino porque buscan conocimiento. El hambre por comprender es lo que los motiva a lo Divino. Se habla de dos árboles en el Edén, el de la vida y el del conocimiento. La Torá enseña que la humanidad alcanzó el árbol del conocimiento primeramente.
El deseo de conocer nuestra influencia va más allá de las limitaciones terrenales. Lo que transmitimos a los demás sobrevive. El legado es una prueba más real que la inmortalidad de los años acumulados. Todos se benefician de aquellos que se dedicaron al árbol del conocimiento. Su existencia está asegurada por el hilo de quien atraviesa esta vida, incluso después de haberse ido. No se trata vivir y aprender solamente – sino también de aprender, y vivir.
Fuente: Off the Pulpit – Sinai Temple
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