La responsabilidad por los barcos de la muerte en el Mediterráneo

ESTHER SHABOT

Personas ahogadas buscando escapar de guerras, persecuciones y condiciones de vida deplorables, significaron, esta vez, la gota que derramó el vaso de una inconmensurable tragedia que se repite.

Cerca de mil personas ahogadas en el Mediterráneo en su intento de llegar a costas europeas, buscando escapar de guerras, persecuciones y condiciones de vida deplorables, significaron, esta vez, la gota que derramó el vaso de una inconmensurable tragedia que se ha venido repitiendo a lo largo de años con cifras cada vez más abultadas de hombres, mujeres y niños tragados por el mar, no sin antes haber sido explotados, vejados y sometidos a tratos humillantes por quienes lucran con la desesperación de estas masas humanas dispuestas a arriesgar la vida con tal de escapar de infiernos de todo tipo.

Nadie sabe con exactitud la cantidad total de víctimas producto de los hundimientos de estos desvencijados y sobrecargados barcos de la muerte. Según el cálculo de la Organización Internacional de Migración, más de 20 mil personas han perecido en esas condiciones desde 2000, al tiempo que 125 mil lograron su objetivo de llegar a tierras europeas, siendo Italia la costa receptora de cerca de 100 mil de éstos. En consecuencia, a las 24 horas del último hundimiento, representantes de la Unión Europea emprendieron el jueves pasado una reunión de emergencia dada la gravedad de la situación. Incluso, el primer ministro británico, David Cameron, suspendió su campaña electoral, para enfocarse en esta crisis.

En dicha reunión no sólo se discutió la dimensión humanitaria del problema, sino que se abordaron igualmente las cuestiones políticas, económicas y de seguridad, asociadas a él. ¿Cómo evitar que más barcos desvencijados manejados por bandas criminales sigan traficando de esa manera con tantas y tantas vidas humanas? Las opciones contempladas fueron varias: desbaratar las redes de traficantes y destruir las embarcaciones de manera sistemática, además de aumentar los presupuestos para expandir operaciones de monitoreo marítimo y de obtención de información fidedigna acerca de los solicitantes de asilo. Esto constituiría un primer paso en el abordaje del problema, paso insuficiente, sin embargo, si no se contemplan otras importantes cuestiones.

Porque la Unión Europea enfrenta muchos otros dilemas, además del humanitario en esta crisis. No es ningún secreto que existe un choque frontal entre la obligación moral y legal de proveer de refugio a estas masas de perseguidos y desposeídos, con elementos políticos, económicos y de seguridad del continente europeo. Ahí está la crisis económica de la UE, aún no resuelta, como están también las preocupaciones de que entre los aspirantes al asilo se filtren jihadistas de las diversas organizaciones militantes, que se mueven en los lugares de origen de esa población. Está también el auge de los partidos políticos de derecha y ultraderecha europeos, que satanizan en bloque a estas olas de inmigrantes a partir de la ideología islamófoba que los caracteriza, partidos que sacan raja de esta situación al explotarla en beneficio de sus plataformas xenófobas, desgraciadamente, cada vez más populares.

Pero otro factor del cual se ha hablado mucho menos es el que corresponde a la responsabilidad del liderazgo político en el mundo árabe, que es el espacio del cual huye la mayoría de los desesperados pasajeros de esas inmundas embarcaciones. Sirios, egipcios, sudaneses, somalíes, palestinos, marroquíes y libios constituyen el grueso de ellos. De hecho, Libia, como Estado profundamente fallido, se ha convertido en el centro de operación principal de las redes de traficantes de seres humanos. El caos que reina en el Medio Oriente y el norte de África con sus cruentas guerras civiles, su activismo yihadista desaforado y sus confrontaciones étnicas y sectarias sin fin, no sólo impide una colaboración activa para detener este macabro proceso, sino que es una de sus causas principales. Y sin embargo, es lamentable que organizaciones como la Liga Árabe y la Organización para la Unión Africana callen y se marginen, cuando, por un sentido de responsabilidad mínima, podrían y deberían asumir un papel activo en el manejo de esta crisis.

Fuente:excelsior.com.mx

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