DR. YITZHAK CALAFI
No es en vano que el porcentaje de Premios Nobel judíos respecto a su población mundial sobrepasa con creces al resto de nacionalidades y religiones. En este artículo se presenta un resumen de la visión despreciativa del trabajo en las distintas sociedades desde el antiguo Egipto hasta el cristianismo y protestantismo en principios del siglo XX. Además, se explica como el odio hacia el pueblo judío en Europa se alimentó, también, de la discrepancia entre la visión judía y la cristiana del trabajo.
En el Antiguo Egipto la civilización no hubiera podido desarrollarse sin el Nilo al desbordarse fertilizando periódicamente sus riberas con limo lo que permitía abundantes y excelentes cosechas. Los faraones realizaron costosas obras de canalización para domesticar al Gran Río con el fin de asegurarse las riquezas provenientes de los excedentes agrícolas. El estado nutría sus arcas de las abundantes cosechas, de su exportación y del trabajo de los esclavos.
La sociedad estaba divida en clases no habiendo prácticamente permeabilidad social. Los egipcios eran sumamente respetuosos con su religión en la que el Faraón era considerado la encarnación del dios Horus al que se le reconocía un poder absoluto sobre el resto de los mortales que daban por supuesto que era el amo de todo Egipto; sus tierras, sus cosechas, las armas e incluso la gente le pertenecía y cuanto ocurría en el país se le atribuía, ya se tratara de buenas cosechas o de una inundación a destiempo del Nilo. Él en persona nombraba visires, sacerdotes, generales y demás altos cargos y funcionarios. Sólo una pequeña parte de la población tenía privilegios, la población egipcia aceptaba su condición social sin rebelarse y era totalmente sumisa al Faraón.
El trabajo artesanal y manual era propio de las clases bajas y esclavos, que constituía la mayoría de la población. La tierra fue al principio propiedad real, pero sucesivas donaciones reales temporales derivaron en un régimen latifundista en el que se arrendaban las parcelas a distintas familias cuyos contratos eran anuales y se renovaban si no había incumplimiento, de forma que eran heredables por los hijos.
La economía del antiguo Egipto estaba totalmente intervenida por el Estado que controlaba la agricultura, y era propietario de las minas, repartía los alimentos, recaudaba impuestos y controlaba el comercio exterior. La clase media estaba constituida por los funcionarios del estado: recaudadores de impuestos, escribas, sacerdotes, y militares
Para los helenos de la Antigua Grecia el mejor trabajo era el de campesino. El trabajo asalariado era considerado como algo indigno. El ciudadano griego tenía enormes prejuicios contra el trabajo manual. Los trabajos manuales como carpinteros, alfareros, herreros eran considerados degradantes, también tenían esta baja consideración el trabajo de médico, abogado, arquitecto. En Grecia los trabajos manuales eran ejercidos por los metecos (extranjeros) y los esclavos; los ciudadanos libres no se dedicaban al trabajo artesanal, sólo se resignaban a los trabajos manuales en caso de extrema necesidad económica.
El ideal griego era la vida del campesino propietario. El heleno consideraba que con el cultivo de la tierra se formaban los mejores ciudadanos y los mejores soldados. En Esparta, cada ciudadano libre tenía derecho a una porción de tierra que la cultivaban los esclavos, el amo se consagraba a las armas. En Atenas se distingue el propietario que cultiva el terreno con sus manos y el que sólo vigila las labores del campo. Un tercer tipo es el que confía sus tierras a un capataz.
En su tratado Oeconomicus, Jenofonte pone en boca de Sócrates el siguiente juicio sobre el trabajo manual y los obreros: “Las llamadas artes mecánicas llevan consigo un estigma social y son deshonrosas en nuestras ciudades; pues tales artes dañan el cuerpo de quienes las ejercen y hasta de quienes vigilan, al obligar a los operarios a una vida sedentaria y encerrada, y al obligarlos, ciertamente en algunos casos, a pasar el día entero junto al fuego. Esta degeneración física determina también un daño al espíritu. Además, los que se ocupan de estos trabajos, no disponen de tiempo para cultivar la amistad o la ciudadanía, por ello se los considera malos amigos y malos patriotas. En algunas ciudades, especialmente las guerreras, es ilegal que un ciudadano se consagre a trabajos mecánicos” [1].
En su diálogo El Político Platón señala las diferencias entre una ciencia práctica, como la carpintería; una ciencia puramente teórica, como la de los números, y una ciencia mixta, como la arquitectura, en la cual el teórico dirige el trabajo manual, pero no se ocupa en él.
La esclavitud en la Antigua Grecia fue un componente esencial en el desarrollo económico y social del mundo griego de la antigüedad y estuvo vigente a lo largo de su historia. Los griegos consideraron la esclavitud no sólo como una realidad indispensable, sino también como un hecho natural, necesario y correcto moralmente. La única actividad digna para un ciudadano griego era la política, el resto de actividades le eran impropias. Muchos filósofos de la época, entre ellos Aristóteles, consideraban que el trabajo asalariado impedía al hombre conquistar la virtud, y por lo tanto tal hombre debía someterse al gobierno de los notables, todos virtuosos y únicos con la capacidad y el derecho a gobernar.
En Metafísica I capítulo 1. Sobre la naturaleza de la ciencia y las divergencias entre ciencia y experiencia. 981a, b y 982a, b, Aristóteles sostuvo que las matemáticas, como parte de “las ciencias no orientadas al placer ni a lo necesario”, nacieron en Egipto “pues allí disfrutaba de ocio la casta sacerdotal” [Metafísica, I, 981b], y respecto a los primeros que filosofaron: “…si filosofaron para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por alguna utilidad. Y así lo atestigua lo ocurrido. Pues esta disciplina comenzó a buscarse cuando ya existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida” [Metafísica, I, 982b].
Esta concepción sobre las condiciones necesarias para la sabiduría (sophia/sofía), unida a la valoración del conocimiento causal de los procesos, escindía con bastante claridad la teoría de la práctica: “…consideramos más sabios a los conocedores del arte que a los expertos, […] porque unos saben la causa, y los otros no. Pues los expertos saben el qué, pero no el por qué. Aquéllos, en cambio, conocen el por qué y la causa. Por eso a los jefes de obras los consideramos en cada caso más valiosos, y pensamos que entienden más y son más sabios que los simples operarios, porque saben las causas de lo que se está haciendo…” [Metafísica I 981a y b]. “El dominio de la teoría y el conocimiento de las causas” [Metafísica I, 982a] es según Aristóteles, el criterio que ordena los saberes y los seres en una jerarquía, desde los “seres inanimados” a los hombres más sabios. “…el experto nos parece más sabio que los que tienen una sensación cualquiera, y el poseedor de un arte, más sabio que los expertos, y el jefe de una obra, más que un simple operario, y los conocimientos teóricos, más que los prácticos. Resulta, pues, evidente que la sabiduría es una ciencia sobre ciertos principios y causas” [Metafísica I, 981b-982a]. La ciencia soberana, en efecto, la que está por encima de toda ciencia subordinada o auxiliar, es la que conoce las razones por las cuales se debe hacer cada cosa. [] Porque es necesario que esta ciencia sea un saber especulativo y de los primeros principios y las primeras causas. [Metafísica I 982b 983a]
Esto implicó una desvalorización del trabajo manual y como contrapartida, una valoración del conocimiento alejado de fines útiles, y tendió pues a justificar la separación de la filosofía y la ciencia del quehacer de la mayoría de los hombres.
Las opiniones de Sócrates, Platón y Aristóteles gozaron de indiscutido prestigio durante decenas de siglos y se dio por descontada su validez en Europa. A Aristóteles debemos la tesis del surgimiento de la filosofía y la ciencia como resultado del ocio y la especulación, es decir, una vez cubiertas lo que él consideraba necesidades básicas de la vida. Aristóteles distinguía entre actividades libres, como pensar, observar, dirigir y serviles, las manuales y rechazaba estas últimas porque “inutilizaban al cuerpo, al alma y a la inteligencia para el uso o la práctica de la virtud”; comparaba el trabajo “que se hace para otros” al del esclavo y criticaba con energía la actividad crematística que “pone todas las facultades al servicio de producir dinero”.
Consideraba que la finalidad de la actividad tenía extrema importancia, pero dicho fin no se podía restringir a la utilidad de las actividades. Aristóteles entendía que las actividades son útiles (leer y escribir, por ejemplo, era útil para la administración de la casa; el dibujo para evaluar el trabajo de los artesanos), pero las actividades, a su entender, no debían perseguir siempre la utilidad. “Buscar en todo la utilidad es lo que menos se ajusta a las personas libres y magnánimas”. Era también preciso preguntarse, según él, en que modo determinadas actividades contribuyen a la formación del carácter y del alma.
En la Antigua Roma la sociedad estaba dividida grosso modo en hombres libres, contrarios al trabajo manual y los esclavos, a los cuales se les imponía el trabajo. De esta manera, la economía se sustentaba por un lado, en el trabajo escasamente rentable de los numerosos esclavos y de los impuestos que se recaudaban a los países sometidos al Imperio. Para los romanos, el objetivo del trabajo era siempre reunir un patrimonio para conseguir el ocio, y en ello se asemejaban a los griegos. Tanto en Roma como en Grecia, el trabajo fue desde siempre considerado por parte de las altas esferas como indigno de los hombres libres.
El comercio también era despreciado, salvo por Platón que veía en él una necesidad, pero a parte de él, la mayoría de filósofos y pensadores grecorromanos consideraba que el comercio debía ser nada más que un medio para ser dueño de las tierras; un comerciante, por más rico que fuese, no era nunca respetado debidamente si no era poseedor de tierras.[2]
Este desprecio por el comercio lo podemos encontrar en distintas culturas. El hombre libre era aquel hombre que poseía el patrimonio suficiente como para no trabajar, es decir, para dedicarse al ocio. Las élites romanas no destinaban ni esfuerzos intelectuales ni recursos económicos en mejorar la tecnología, esto recaía en los esclavos y extranjeros. Los romanos despreciaban a los que se veían obligados a trabajar para subsistir y también desaprobaban el comercio atribuyéndole al comerciante todos los vicios imaginables: desarraigado, actuar por avaricia, lo que “llevaba dentro el germen de todos los males, engendra el lujo, la molicie, y falsea la naturaleza, porque se dirige hacia mundos lejanos de los que nos separa la barrera natural de los mares y trae de allí productos que la naturaleza no quiso hacer crecer entre nosotros”. [3]
La etimología de la palabra “negocio” en español procede de la palabra latina negotĭum formada de nec y otium, o sea “sin ocio”. Ocio quería decir en la Antigua Roma: “hacer algo en el tiempo libre y sin remuneración”. El ideal del hombre libre romano era aquel hombre que poseía el patrimonio suficiente como para no trabajar, es decir, para dedicarse al ocio.
La sociedad en la China Imperial (fundada en el sigo XXI A.E.C., y hasta su desaparición a principios del siglo XX) era esclavista. El Emperador, llamado “El Hijo del Cielo” estaba en la cúspide de la pirámide social y era considerado el intermediario entre los dioses y los hombres. Por debajo de él, la estructura social China agrupaba a los ministros y otros funcionarios que eran responsables de la administración y de las acciones en el Imperio Chino. Esas personas encargadas del gobierno eran llamadas Mandarines (cultos burócratas de alto rango que adquirían su cargo tras aprobar pruebas públicas basadas en las teorías filosóficas de Confucio).
La estructura social era muy rígida y sin permeabilidad social. La aristocracia dominaba las funciones políticas y religiosas; la no numerosa clase media estaba constituida por los funcionarios del estado de bajo rango; y la muy numerosa clase baja estaba constituida por artesanos y campesinos. Los dos primeros grupos detentaban la propiedad de la tierra, lo cual les permitió tener grandes ingresos económicos. Por encima de esta clase se encontraba el Gobierno, compuesto por la poderosa monarquía y su corte y altas burocracia, grandes comerciantes, militares de alto rango. Los aristócratas, como gobernantes locales, protegían el sistema de derechos legales y consuetudinarios sobre el uso y tenencia de la tierra. Muchos miembros de la realeza se destacaron como grandes artistas que desarrollaron diversas refinadas artes plásticas de uso exclusivo.
El trabajo artesanal era realizado por miembros de clase baja y esclavos. Los mandarines chinos se dejaban crecer indefinidamente las uñas porque estas simbolizaban la ociosidad de los hombres ricos y poderosos y como muestra de nula actividad manual.
El Diario del Pueblo, órgano oficial del Partido Comunista de la República Popular de china, publicó el 1 de octubre de 2011 una editorial titulada “No hay nada de vergonzoso en el trabajo manual” refiriéndose a las amargas quejas de universitarios por sus bajos sueldos en comparación con los trabajadores manuales y argumentaba que “Detrás de este contraste se oculta el concepto aún vigente en China, el cual ensalza al trabajo intelectual en detrimento del manual. Los trabajos manuales no son una opción para los jóvenes urbanos, noción que además se extiende a sus coetáneos del campo”.
El artículo finaliza interpretando el histórico rechazo chino hacia el trabajo manual y la preferencia por el trabajo “intelectual”: “A través de la historia china, como país construido sobre bases agrícolas, la educación fue privilegio de una élite y era la única manera de ascender a una posición de liderazgo”. [4]
La sociedad en la India ha sido durante milenios muy estratificada y la jerarquía social aún hoy en día es estricta, las clases sociales perviven en grupos endogámicos hereditarios, denominados castas. Las castas más bajas, los parias, son los que realizan los trabajos manuales. La religión mística hindú cree en la metempsicosis, al morir el cuerpo, el alma afronta su destino transmigrando a un ser inferior o superior (karma).
Quienes siguen fielmente la “senda del deber”, dharma, se encontrarán un poco más altos en el cuerpo de Purusha en la próxima reencarnación. La violación de “la senda del deber”, dharma, lleva a un descenso en la próxima reencarnación hacia el rango de paria o incluso a la reencarnación en un animal.
Siguiendo los libros sagrados, los arios que se establecieron en la India hacia el 1500 A.E.C., fundaron un orden de castas inamovible: brahmanes o sacerdotes, chatrías o guerreros, vaishias o comerciantes, artesanos y agro ganaderos, shudrás o siervos (trabajadores y servidores). Por último están los que no tienen casta, intocables (parias o dalits). Los dalits están fuera de este sistema y por lo tanto están tradicionalmente relegados a realizar los trabajos de más ínfima importancia e incluso se les prohíbe beber de las mismas fuentes de agua que las demás castas.
El sistema de castas fue desafiado por el budismo, la principal disidencia del hinduismo, y flexibilizado en el siglo XX de la E.C., por los movimientos de derechos sociales. Actualmente el matrimonio con una persona de inferior casta es considerado contaminante, también lo es aceptar alimentos tocados o cocinados por una persona de casta inferior. El simple contacto corporal entre un brahman y un shudra, viola el dharma (la senda del deber). Los brahmanes son la casta superior y dicen ser portadores del mismo Brahman, el poder sagrado que sostiene el Universo. En el pasado fueron considerados como dioses entre los hombres (o incluso como dioses de dioses, como lo afirman las Leyes de Manu). Según este libro, los brahmanes tenían el poder de hacer y deshacer dioses según su deseo, puesto que eran los señores de la creación y del dharma (la religión):
De todas las criaturas, las mejores son las criaturas animadas, y de las criaturas animadas las mejores son aquellas que viven de su ingenio, y de aquellas que viven de su ingenio las mejores son los brahmanes. […] Cuando nace un brahman, nace superior a la Tierra entera, es señor de todas las criaturas, y tiene que guardar el secreto del dharma. Todo lo que existe en el mundo es propiedad privada del brahman. Por la alta excelencia de su nacimiento, él tiene derecho a todo. Esto es, es él quien goza, quien viste, quien da a otros, y es a través de su gracia que otros gozan. Manu, 1.96-101
Las funciones del brahman son puramente religiosas: el estudio y la enseñanza de los Vedás y los smriti y el sacrificio a los dioses. Los brahmanes son los guardianes del conocimiento del Vedá, y tienen el deber de instruir a las otras dos castas de “nacidos dos veces”, los chatrías (militares políticos) y los vaishias (campesinos y comerciantes), pero jamás debe instruir a los shudrás (esclavos) y mucho menos a los intocables, puesto que ese es un pecado que el rey chatría debe castigar mediante la tortura física.
En el cristianismo se ha basculado entre la valoración del trabajo manual como en la época de la Antigua Roma a posiciones más cercanas al judaísmo. El cristianismo del medioevo continuaba minusvalorando el trabajo en general como en la época romana y el trabajo artesanal no ganó mayor aprecio. La gran mayoría de la población era analfabeta, en claro contraste con la población judía, toda ella letrada e instruida. Desde la perspectiva cristiana había una inclinación a justificar el trabajo, pero no a verlo como algo valioso. Los pensadores cristianos hacían referencia al principio paulino “que si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. [2 Tesalonicenses 3:10] considerando que el trabajo era un castigo divino o, cuando menos un deber. Se justificaba el trabajo por la maldición bíblica y por la necesidad de evitar estar ocioso.
El ideal cristiano en la Edad Media era la vida monástica dedicada a la contemplación, ésta, mejor valorada que el trabajo en general y el manual en particular. Para legitimar esta excepción al principio paulino, filósofos como Tomás de Aquino argumentan que el trabajo es un deber que incumbe a la especie humana, pero no a cada hombre en particular.
En los países cristianos con numerosa presencia de judíos en los que a estos les estaba permitido ejercer profesiones, lo que no siempre sucedía, no todos los artesanos y profesionales eran judíos ni todos los judíos eran artesanos o profesionales; el porcentaje de judíos con oficios o profesiones era muy elevado comparado con el de los cristianos. Estos eran mayormente campesinos, militares o bajo clero. Tradicionalmente en España se llegó a considerar como apellidos propios de los judíos todos aquellos apellidos de origen toponímico, de oficios o de profesiones. [5]
En el sistema feudal los nobles y hombres libres protegen a los campesinos a cambio de su trabajo agro ganadero. Los judíos no serán ni libres ni siervos, sin derecho a portar armas ni poseer tierras, son sólo contribuyentes extranjeros y una fuente de ingresos. Los reyes y nobles de las ciudades mercantiles de Europa reciben a los judíos ya que necesitan mercaderes y se dan cuenta de que los judíos aportan riquezas a las ciudades que los recibe; después de haberles servido y haberlos apuntalado económicamente, los judíos son expulsados en innumerables reinos y ciudades, muchas veces con violencia y asesinatos contra estos por presiones de la Iglesia, la nobleza, la monarquía, la nueva burguesía y el pueblo llano, éste incitado por la Iglesia.
Muy raramente los judíos se establecieron como campesinos, si lo hacen es en general como arrendatarios, nunca como siervos ni como señores, es más habitual encontrarlos como comerciantes con productos agrícolas, ganaderos o vino. La palabra española “res”, ejemplar de ganado vacuno, etimológicamente procede de la palabra hebrea rosh (cabeza), muchos comerciantes de ganado vacuno españoles empleaban la palabra rosh al contar las cabezas de ganado en sus operaciones de compraventa.
En los grandes pueblos los judíos eran posaderos, curtidores, herreros, carpinteros, zapateros, sastres, sopladores de vidrio, tejedores de seda (por tradición, la seda de la capa que se lleva durante la coronación de los Habsburg es tejida por un judío), orfebres, taladores de piedras preciosas. En las ciudades, los judíos son a menudo agentes, es decir, intermediarios, compradores y vendedores de todo tipo de productos, médicos y cirujanos.
El capitalismo naciente requerirá agentes que ayuden a comparar la oferta y la demanda, a encontrar el financiamiento de una a otra, y a hacer progresar la calidad de los productos. En todas partes los judíos son médicos, y la mayoría de médicos y cirujanos y comadronas son judíos por ser en principio los únicos que tienen derecho de disecar cadáveres, muchos judíos son músicos ambulantes, otros fabricantes de jabón, agentes marítimos, en el tinte de paños, tejedores de seda, recaudadores de impuestos o tienen el privilegio de acuñar moneda.
Cuando los judíos son expulsados de las corporaciones artesanales y se les excluye de sus profesiones, no les queda otra cosa que el comercio de caballos, el oficio de carnicero y el de prestamista. Los judíos serán útiles en la fase del capitalismo naciente y la constitución de las naciones europeas, pero serán odiados por los servicios prestados, como explica Jacques Attali en su obra de Los judíos, el mundo y el dinero. En la España de finales del Medioevo, la primera potencia económica de la época, la nobleza cristiana estrecha su alianza con la Iglesia que ve peligrar su estatus de privilegio ante la fuerte pujanza de la burguesía naciente, tanto productiva como financiera, identificadas mayormente con judíos.
Con el Edicto de Expulsión de los Reyes Católicos de 1492, la Iglesia, a través de la Inquisición, se apropiará de los bienes de los judíos y criptojudíos (anussim) y controlará en el país con su mortífera maquinaría institucional de manera brutal y criminal a los judíos y los incipientes brotes de proto Reforma nacidos dentro del seno del catolicismo, la reducida –en número- burguesía cristiana podrá eliminar la potente y briosa competencia de la (burguesía) judía, y la nobleza podrá continuar manteniéndose en el pináculo social sin riesgos frente a la amenaza de cambio de régimen que lleva implícito el ascenso de la burguesía, como ocurrió en Europa. Todo ello llevará una decadencia en España y Portugal – amortiguada por el descubrimiento, colonización y expolio de América -, que se arrastra hasta los días de hoy.
El cristianismo de la Reforma. En el Renacimiento, los intelectuales de Europa Occidental de los siglos XV y XVI retoman del pensamiento filosófico greco-romano de la Antigüedad una nueva concepción del hombre y del mundo. Se volvió a los valores de la cultura grecolatina y a la contemplación libre de la naturaleza tras siglos de predominio de un tipo de mentalidad extremadamente rígida y dogmática establecida en la Europa de la Edad Media. Se pasó del geocentrismo católico al antropocentrismo.
Se levantarán teólogos que rechazarán la visión religiosa del catolicismo y recordarán a sus fieles que Jesús había sido carpintero y fabricaba casas de madera para el pueblo en su época durante la mayor parte de su vida y que los discípulos y apóstoles eran mayormente pescadores, por lo que el trabajo artesanal era totalmente digno ya que el mismo dios en persona lo había hecho.
Estos teólogos de la Reforma intentaron en diversos grados volver a las fuentes primigenias y originales del Tanaj y de los Evangelios (ambos constituyen la Biblia cristiana), tuvieron interés en aprender hebreo, consultar con rabinos y entender la hermenéutica hebrea de los libros sagrados del judaísmo. Todo ello en diversos grados según las diversas iglesias reformadas. Estas, cuanto más se acercaban a los textos hebreos y su espíritu adoptaron una nueva mentalidad sobre el trabajo, como lo describirá Max Weber en 1905-1906 en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, como hoy en día podemos ver reflejados en las diferencias en el espíritu de trabajo manual e intelectual y sus resultados en los países de substrato protestante y católico en Europa y/o América. Max Weber afirmará: “Y en especial el judaísmo tuvo una importancia histórica en el desarrollo de la ética occidental en materia económica” [6].
Pero Weber caerá en su delirio antisemita al afirmar que el judaísmo practica un “capitalismo paria” de bandolerismo, que viola su propia Ley, y es moralmente condenable, en contraposición del capitalismo protestante que es virtuoso y justo y afirmará que es en el protestantismo donde radica la ética burguesa. Weber no percibe que los judíos inventaron la ética mucho antes que los griegos y los puritanos protestantes, y también ignora, como recuerda Jacques Attali [7] que fueron banqueros judíos, primeramente prestamistas forzados, quienes ayudaron a constituir las administraciones y los tesoros públicos. Sin ellos ningún capitalismo privado habría podido desarrollarse.
Por no haber estudiado los textos del judaísmo, (habitual entre gran mayoría de los intelectuales occidentales que emiten opinión sobre Am Israel y el judaísmo), ni indagado la realidad histórica, Weber no ve que la moral judía, presente en cada detalle de la conducta individual y colectiva, prohíbe el comportamiento que él describe sobre el judío.
Al hacer del judío un paria del capital, ignora su papel de descubridor, de organizador de las finanzas pública, de inventor de la ética individualista a partir de Hilel y, aún más, de inventor de la civilización al reemplazar la ley del talión por la indemnización monetaria de las heridas, ni tampoco ve que en el mismo momento que él escribe numerosos judíos están inventando las principales tecnologías con que se alimentarán las industrias del siglo XX.
No en vano el porcentaje de Premios Nobel judíos respecto a su población mundial sobrepasa con creces al resto de nacionalidades y religiones, destacando en todos los campos, y de una manera excelsa en los de Economía. En innumerables oportunidades a lo largo de la historia, los judíos fueron expulsados luego de haber servido. Los judíos llegaron a mundializar la economía.
NOTAS
[1] Jenofonte, Oeconomicus, iv, 203
[2] Benjamín Farrington https://enebro.pntic.mec.es/~phum0000/cts/Farrington.htm
[3] https://www.hipernova.cl/LibrosResumidos/Historia/LosRomanos/TrabajoAntiguaRoma.html
[4] No hay nada de vergonzoso en el trabajo manual. Pueblo en línea. https://spanish.peopledaily.com.cn/31619/7208209.html
[5] https://es.wikipedia.org/wiki/Sefard%C3%AD
[6] Die protestantische Ethik und der ‘Geist’ des Kapitalismus.
[7] Los judíos, el mundo y el dinero. Historia económica del pueblo judío. Jacques Attali.
Fuente: centrokehila.org/
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