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jueves 21 de noviembre de 2024

El Medio Oriente en las profecías del Libro de Daniel (Séptima Parte)

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El Holocausto y la independencia de Israel son el siguiente parteaguas que habrá de redefinir al Judaísmo que conocemos. Y en este proceso, va a resultar muy importante un concepto que mucha gente todavía no sabe ni por dónde agarrar: el Mesías. Y, nuevamente, la gran lección la encontramos en el libro de Daniel.

Daniel 6En la nota anterior empezamos a hacer cálculos sobre lo que puede suceder con los Estados Unidos en un futuro a largo plazo. Dado que ha seguido exactamente la misma ruta que el antiguo Imperio Romano, su suerte no va a ser distinta. Revisamos también un poco las similitudes entre la antigua religión helénica y el actual Cristianismo tradicional, y vimos cómo -sorprendentemente- hoy está sucediendo lo mismo que hace unos diecinueve siglos: una repentina fascinación por los contenidos judaicos, que están permeando en una religiosidad que durante siglos marcó su distancia con el Judaísmo, pero que ahora está -literalmente- sucumbiendo a esta nueva moda.

¿Qué podemos decir del Judaísmo? ¿En qué condiciones estaba hace dos mil años y en qué condiciones se encuentra ahora?

Como ya se señaló, el libro de Daniel está íntimamente relacionado con la destrucción de los dos templos de Jerusalén, la provocada por los babilonios en el año 587 AEC, y la provocada por los romanos en el año 70 EC. Ambos eventos son los dos grandes parteaguas en la evolución de la religiosidad del pueblo de Israel. Con la destrucción del Primer Templo, terminó la era del antiguo Israel y comenzó la del Judaísmo, y con la destrucción del Segundo Templo, terminó la era del Judaísmo Sacerdotal y comenzó la del Judaísmo Rabínico.

¿Cuáles son las similitudes entre el Judaísmo de entonces y el de hoy, y cuáles son las previsiones que podemos hacer para las siguientes décadas o siglos?

Después de la Guerra Macabea y con la independencia del Reino de Judea, se consolidaron las cuatro tendencias básicas del Judaísmo antiguo. No eran un fenómeno nuevo, pero digamos que en esta nueva condición tomaron su forma definitiva.

En el sentido más general, lo más evidente fue la diferencia entre los Judaísmos tradicionalistas y el Judaísmo Helenista, una especie de Judaísmo “moderno”.

Pero cada grupo tenía sus matices. En el bando tradicionalistas, había un grupo aristocrático y defensor del liderazgo sacerdotal: los Saduceos; en el otro extremo social, había un grupo popular y promotor de una lenta pero -a la larga- segura democratización de la religión: los Fariseos. Y en un ala claramente extremista, había un grupo de tipo sacerdotalista pero entregado a la especulación esotérica y a las proclamas apocalíptica: la secta de Qumrán.

En el otro bando, el Helenista, había también dos extremos evidentes: por un lado estaba el refinado Helenismo de Alejandría, que siempre se vio a sí mismo como la continuidad plena del Judaísmo antiguo. Nunca tuvo la intención de generar una ruptura, y menos aún promover cambios innecesarios a las antiguas tradiciones judías. Simplemente, sus adherentes creían que se podía ser perfectamente judío en un mundo caracterizado por la modernidad helénica, y que las enseñanzas de la Torá eran afines -e incluso perfeccionaban- lo enseñado por los gandes filósofos griegos. Del otro lado, una especia de Helenismo popular se desarrolló durante los siglos I AEC y I EC, principalmente en Galilea y otras zonas circundantes a Judea. Al contrario del Helenismo alejandrino, desde varios puntos de vista ni siquiera se le podría considerar Judaísmo. En realidad, fue la religiosidad helénica traída por inmigrantes o preservada por los idumeos y nabateos, fusionada con algunos elementos superficiales de Judaísmo.

No eran ideologías nuevas, como dijimos. Ya estaban bien presentes desde un siglo antes de la Guerra Macabea, pero la severa crisis que representó ese conflicto hizo que estas tendencias llegaran a su punto de madurez, y de ese modo se llegó al formato clásico del Judaísmo del Segundo Templo.

También hay que señalar las posturas políticas de cada grupo: en términos generales, los Helenistas fueron poco o nada proclives al nacionalismo. Lo veían como un peligro, y consideraban que el Judaísmo podía coexistir pacíficamente con las condiciones políticas imperantes -es decir, la llamada Pax Romana-. Los fariseos de la escuela de Hillel tenían una postura que, en términos prácticos, se asemejaba. Aunque eran convencidos nacionalistas y se oponían a la dominación romana, estaban conscientes de que no había modo de sacudir ese yugo por la vía armada, por lo que -más por pragmatismo que por otra razón- en el punto crítico de la guerra contra Roma optaron por mantenerse al margen del conflicto.

Muy distinta fue la postura de los fariseos de la escuela de Shamai. Nacionalistas rabiosos, se comprometieron hasta la muerte con el objetivo de expulsar a los romanos de su territorio. En ese aspecto, coincidieron con los apocalípticos de Qumrán, aunque estos tenían ideas y creencias más sofisticadas en relación al proyecto de liberación de Judea: estos exaltados místicos nacionalistas estaban convencidos de que D-os les había “revelado” cómo habrían de suceder los acontecimientos del “fin de los tiempos”, y una idea central en ese esquema de creencias era que la humanidad tenía que purificarse por medio de una guerra devastadora que prácticamente destruiría todo el mundo, y de la cual surgiría el Reino Mesiánico.

Los Saduceos mantuvieron una postura más ambigua. Estaban en contra de la dominación romana porque consideraban que eso había generado una intromisión en el liderazgo sacerdotal, situación injustificable desde la perspectiva tradicional religiosa. Pero también eran pragmáticos. Incluso, se les puede calificar como políticos muy hábiles. Por lo mismo, se mantuvieron cerca de los cotos de poder vinculados a Roma, intentando preservar el equilibrio en una sociedad que cada vez se radicalizaba más.

Hay un detalle más que debe analizarse: el debate en el Judaísmo antiguo sobre la legitimidad del gobierno. Me refiero a esto: después de la Guerra Macabea y una vez que se logró la independencia de Judea, la familia Hasmonea -sacerdotal- tomó el poder completo. Es decir, sus líderes fueron reyes y Sumos Sacerdotes al mismo tiempo.

Esto generó un amplio debate entre las diferentes tendencias del Judaísmo, porque durante siglos y siglos el liderazgo sacerdotal lo habían llevado los descendientes directos de Zadok (Sumo Sacerdote en tiempos de David y Salomón), y el trono de Jerusalén se consideraba herencia exclusiva de los descendientes del rey David. Llegado el punto donde estas condiciones podían haberse restaurado plenamente -con la independencia de Judea-, los Hasmoneos simplemente hicieron caso omiso de esa expectativa y acapararon todo el poder, sin ser descendientes directos de Zadok, y menos aún del linaje del rey David.

Naturalmente, los grupos de orientación sacerdotal se opusieron a ello: Saduceos y Qumranitas simplemente rechazaron el nuevo estatus, pero con diferentes estrategias. Los Saduceos supieron mantenerse cerca del poder, y cuando Herodes el Grande puso fin a la dinastía de Sumos Sacerdotes Hasmoneos, los Saduceos estuvieron listos para recuperar el control del Templo de Jerusalén. En el otro extremo, los Qumranitas simplemente se confrontaron con la nueva institucionalidad, y no tuvieron más alternativa que retirarse al desierto para desarrollar, casi de manera ermitaña, sus muy particulares creencias.

Fariseos y Helenistas optaron por rutas distintas. Los Fariseos -gracias a sus dos escuelas- navegaron en una ambivalencia que iba desde el nacionalismo anti-institucional de la escuela de Shamai, al pragmatismo pacifista de la escuela de Hillel. En contraste, los Helenistas apoyaban la nueva condición política, primero a favor de los Hasmoneos y luego a favor de la Pax Romana.

La situación hoy en día es muy similar: hay una clara dicotomía entre el Judaísmo tradicionalista y el “moderno”, en donde los extremos están representados por la ultra-ortodoxia y el reformismo. Sin embargo, al analizar los detalles podemos percibir que son más evidentes las diferencias que las similitudes, tanto en lo religioso como en lo político.

En lo religioso, la moderna ortodoxia ocupa el antiguo papel de los Fariseos (y no es de extrañar; en muchos sentidos, es la continuidad histórica del Fariseísmo). Pero ya no son dos escuelas nada más: el Judaísmo ortodoxo se ha democratizado y pluralizado de un modo sin precedentes, y pese a que parece ser un esquema estrecho y acartonado, en realidad da cabida a una gran cantidad de posturas.

Por otra parte, no existe una tendencia equivalente al Saduceísmo. Los sobrevivientes de la casta sacerdotal se asimilaron al Judaísmo Rabínico heredero del Fariseísmo, y si existen grupos sacerdotales que guardan expectativas de que se restaure la antigua gloria de los Kohanim, están plenamente integrados al Judaísmo ortodoxo y no funcionan como un sistema de poder o de creencias distinto. Si comparamos con la situación del Judaísmo antiguo, podemos decir que los Saduceos fueron absorbidos por los Fariseos y, aunque se perciben sutiles diferencias en ciertas expectativas, durante los últimos 1800 años han funcionado armoniosamente.

Tampoco existe una tendencia apocalíptica como la del antiguo Qumrán, aunque hay un aspecto en el que el Jasidismo moderno está repitiendo, de manera prácticamente íntegra, un detalle relevante del antiguo Qumranismo. En primera, es evidente que el Jasidismo se asemeja al Qumranismo en su gusto por el ostracismo. Ambos han sido sistemas religiosos que se desenvuelven mejor en los espacios privados e incluso herméticos.

Claro, hay una diferencia: los Qumranitas antiguos estuvieron en conflicto abierto con todas las tendencias del Judaísmo, y los Jasídicos no. Al igual que los descendientes de los Saduceos, los Jasídicos también son parte inherente del Judaísmo ortodoxo, y si tienen cierto gusto por encerrarse en sus barrios y en sus costumbres, lo hacen sin romper con una idea de Judaísmo más amplia e incluyente. Se podría decir que, al igual que los Saduceos, los apocalípticos también fueron absorbidos por el Judaísmo fariseo.

Pero hay un detalle donde, en definitiva, los Jasídicos son la repetición definitiva de los antiguos Qumranitas: la obsesión mesianista. La antigua secta de Qumrán fue la primera -en su momento, la única- que hizo de las expectativas mesianistas una gran bandera. Aunque su discurso fue muy diferente al del posterior Judaísmo Rabínico, para los Qumranitas era fundamental la idea de que tenía que aparecer “el Mesías”. Poco a poco y apoyados por la forma en la que se fue complicando la relación de Judea con Roma, lograron que esta expectativa se impusiera en amplios sectores de la sociedad judía.

El Jasidismo es idéntico en ello: a diferencia del Judaísmo ortodoxo tradicional, pone un énfasis inusual en la expectativa por la llegada de “el Mesías”, y acaso este es el punto de mayor tensión y debate entre ortodoxos jasídicos y no jasídicos.

Hay otro detalle sorprendentemente idéntico entre el Jasidismo moderno y los antiguos Qumranitas: su rechazo a la legitimidad del Estado Judío independiente, y POR LAS MISMAS RAZONES. Los antiguos Qumranitas rechazaron la legitimidad del reino Hasmoneo porque consideraban que era incorrecto tener una nación independiente, pero sin Saduceos en el Sumo Sacerdocio y sin un descendiente de David en el trono. Ciertos sectores jasídicos (no todos) rechazan la legitimidad del Estado de Israel por lo mismo, aunque hoy en día se dice de otra manera: “mientras no llegue el Mesías, no debe existir un Israel independiente”.

Sin embargo, a diferencia de la antigüedad, no estamos hablando de diferencias entre tres tendencias DISTINTAS del Judaísmo (Saduceos, Fariseos y Apocalípticos), sino de una pluralidad que se da en el seno de UN MISMO JUDAÍSMO.

Con el Judaísmo Liberal (o “moderno”) suceden cambios interesantes también: todavía existe una línea que marca una ruptura abierta con el tradicionalismo ortodoxo, en el sentido de que proclama la necesidad de un Judaísmo “libre” de atavismos anacrónicos, plenamente integrado a la modernidad actual. Es, naturalmente, el Judaísmo Reformista, principalmente el que se ha desarrollado en los Estados Unidos desde que el Holocausto hizo desaparecer casi por completo al Reformismo en Europa.

Los antiguos Helenistas estaban a favor de Roma; muchos reformistas estadounidenses de hoy asumen una postura semejante, e incluso están más a favor de los Estados Unidos que de Israel.

Este tipo de Judaísmo “moderno” tiene su más interesante oposición dentro de las mismas filas del Judaísmo Liberal: una tendencia que apela a la adaptación del Judaísmo a la actualidad moderna, pero sin renunciar a ninguno de sus elementos tradicionales. Se trata del Judaísmo Masortí o Conservador, que en todo caso sería el que mejor reproduce el perfil del antiguo Judaísmo Helenista de Alejandría. En un rango muy amplio de posibilidades que van desde un tradicionalismo idéntico al ortodoxo, a un liberalismo casi extremo, el Judaísmo Masortí insiste en la defensa de los valores netamente judíos sin perder de vista que estamos en una etapa donde las condiciones de vida han cambiado radicalmente, principalmente por los avances tecnológicos.

Y hay otra diferencia sustancial con la antigüedad: hace dos mil años, ese Judaísmo Helenista aristócratico y refinado de Alejandría se opuso al nacionalismo anti-romano de los Fariseos, e insistió en que lo mejor era vivir en el marco de la Pax Romana. Hoy en día, el Judaísmo Masortí es abiertamente Sionista y está comprometido en cada detalle con el Estado de Israel.

¿Qué es lo que tenemos, en resumen? Un panorama general muy similar al de hace dos mil años, pero cuyos detalles fundamentales han cambiado radicalmente.

¿Por qué? Por una razón muy simple, que podríamos decir de este modo: POR EL LIBRO DE DANIEL.

¿A qué me refiero con esto? Como he venido señalando, el libro de Daniel no es una compilación de oráculos. Es, más bien, una tremenda lección de Historia, cuyo objetivo es mostrar los errores que se cometieron durante un ciclo completo -desde la destrucción de un templo hasta la destrucción de otro-, JUSTO PARA QUE EL PUEBLO JUDÍO PUDIESE APRENDER DE ELLO y así EVITAR repetir esos mismos errores.

Y las diferencias que he señalado al interior de la religión judía demuestran que se tuvo éxito en el proyecto. Por eso, el Judaísmo ha llegado a su nueva cita con la independencia en una situación sustancialmente mejor que en la época de los Hasmoneos.

Hace dos mil años, cuando se llegó al punto donde Judea y Roma se enfrentaron en una guerra brutal, el bando nacionalista estaba profundamente dividido, y el poder político lo tenían los descendientes de Herodes, un grupo completamente a favor de Roma, que además tenía un fuerte apoyo de la Casta Sacerdotal (más por pragmatismo que por convicción, pero apoyo a fin de cuentas).

Hoy en día, pese a todos los matices políticos que hay, el gobierno israelí está a favor de Israel, no del moderno imperio, y no hay nada similar a una Casta Sacerdotal que esté “colaborando con el enemigo”. Por el contrario: los descendientes de la Casta Sacerdotal judía son parte inherente del Judaísmo que se consolidó después de la catastrófica revuelta contra Roma.

En consecuencia, los sectores abiertamente anti-israelíes dentro del propio Judaísmo se han reducido y han quedado muy al margen de la capacidad del gobierno para tomar decisiones. Los que pertenecen al bando liberal -reformistas- prácticamente viven fuera de Israel, y los sectores jasídicos anti-sionistas están fuera de toda posibilidad de influir en la política israelí.

En resumen, comparando el Judaísmo actual al de hace dos mil años, cualquier reto que se enfrente será de un modo más cohesionado, con una mayor conciencia de unidad.

Y lo cierto es que viene un reto muy grande. O más bien, ya se está viviendo.

No, no es una guerra con el Imperio. Las relaciones con Estados Unidos pasan por un mal momento, pero es evidente que las cosas no son como hace dos mil años (y no gracias a los estadounidenses, que están repitiendo los mismos errores de la antigua Roma; es gracias a la monumental lección de Historia que el Judaísmo se dio a sí mismo).

Se trata de algo inevitable con la nueva independencia (sí, ya sé: llevamos 67 años de independencia, pero eso en términos históricos sigue siendo “nuevo”).

Veámoslo de esta manera: la destrucción del Primer Templo marcó el fin del antiguo Israel y el inicio del Judaísmo; la Guerra Macabea y la independencia del Reino de Judea permitió la consolidación del Judaísmo antiguo clásico; la destrucción del Segundo Templo marcó el fin del Judaísmo Sacerdotal y el inicio del Judaísmo Rabínico. Luego entonces, el Holocausto y la independencia de Israel son el siguiente parteaguas que habrá de redefinir al Judaísmo que conocemos.

Y en este proceso, va a resultar muy importante un concepto que mucha gente todavía no sabe ni por dónde agarrar: el Mesías.

Y, nuevamente, la gran lección la encontramos en el libro de Daniel.

Pero eso lo empezaremos a analizar la próxima semana.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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