IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – lo que la Historia nos dice es que si alguien puede llegar a ser identificado como “el Mesías”, no será el que traiga la libertad de un pueblo despojado y oprimido, sino el que dirija una defensa efectiva contra el peor enemigo posible de Israel: los Estados Unidos.
El primer problema detectable en el Judaísmo de esa época es su división. Alrededor de las cuatro tendencias básicas (Saduceos, Fariseos, Apocalípticos y Helenistas) hubo una gran cantidad de subdivisiones, grupos que tenían sus propias agendas, sus propios objetivos, y que llegados los momentos críticos no tuvieron ningún reparo en lanzarse a combatir -incluso, a muerte- contra los judíos de las otras tendencias.
El desenlace fue el levantamiento del año 66, que no sólo fue una guerra entre judíos y romanos, sino también una guerra entre judíos y judíos. Las consecuencias fueron catastróficas: el Reino de Judea quedó desolado y el Templo de Jerusalén fue destruido.
Entonces, el primer reto sería evitar que esa parte nefasta del ciclo histórico se repita. Y todo parece indicar que, de hecho, se ha logrado. Hoy por hoy no existen las condiciones para que una situación similar se dé.
Con todo y que muchos se quejan de las divisiones internas del Judaísmo y de la intolerancia que puede haber en algunos sectores, una cosa es definitiva: no existe tendencia judía que tenga la intención de levantarse en armas contra las otras, incluso asesinando a sus oponentes.
Otra diferencia relevante es que en la antigüedad el poder político en Judea lo tenía un grupo abiertamente partidario de Roma, en contraste con la población cada vez más anti-romana. En la actualidad, el grupo en el poder es tan sionista como la población, y esta última no se fía de los Estados Unidos, pero tampoco está interesada en levantarse en guerra contra el nuevo imperio.
Otra más: hace dos mil años, cuatro tendencias del Judaísmo, antagónicas e irreconciliables, mantenían una pugna religiosa sin parangón con lo que hoy vemos. Por muchas quejas que se puedan dar de los desencuentros entre liberales y tradicionalistas, o entre reformistas, conservadores, ortodoxos y ultra-ortodoxos, la realidad es que todos son parte de un mismo Judaísmo, el Rabínico. Eso significa que la esencia de su herencia espiritual viene del mismo lugar: el Fariseísmo. Dicho en otras palabras, el único Judaísmo que existe hoy por hoy es el que se derivó del antiguo Fariseísmo. Los Karaítas -una secta disidente fundada en el siglo VIII- habrían sido un intento por restaurar una ideología de tipo sacerdotal, similar al Saduceísmo, pero dado que la ruptura fue de fondo con el Judaísmo Rabínico, no tienen voz ni voto a nivel religioso. Son un grupo aparte y se desenvuelven sin influir de ningún modo en la religión judía. Por su parte, los jasídicos juegan el rol que en la antigüedad jugaron los apocalípticos, y en gran medida han recuperado muchos de sus discursos, pero están muy lejos de asumir las posturas más radicales y que resultaron más nocivas en otros tiempos: que D-os les da continuas revelaciones especiales para “entender correctamente las Escrituras”, y quese deben preparar para la guerra contra el Imperio porque sólo así vendrá el Reino Mesiánico. No sin antes ver cómo todo el mundo es destruido (muchos se podrán quejar de algunos radicalismos jasídicos, pero ninguno se parece remotamente a lo que acabo de mencionar).
En el otro extremo, la tendencia liberal del Judaísmo más relevante y extendida (la dupla compuesta por Conservadores y Reconstruccionistas) es abiertamente sionista, a diferencia de los antiguos helenistas, y mantiene un apoyo abierto y convencido al Estado de Israel (en la antigüedad, los judíos liberales estuvieron a favor de la Pax Romana y, por lo tanto, en contra de la lucha nacionalista de las otras tendencias).
Entonces, por mucho que pueda parecer que el Judaísmo de hoy está muy dividido, la realidad es que se encuentra en una situación maravillosa en comparación a lo que sucedía hace dos mil años. Por ello, la gran crisis de entonces no tiene modo de repetirse de manera integral en la actualidad.
Dejemos de lado ahora este asunto político y la tragedia que se vivió en el siglo I. Enfoquémonos en lo estrictamente religioso: el lapso posterior a la Guerra Macabea -cuando Judea recuperó su independencia- y el momento posterior a la destrucción del Templo fueron el parteaguas que definió al Judaísmo por casi dos mil años.
Al terminar la Guerra Macabea se definieron las tendencias clásicas del Judaísmo (Saduceos, Fariseos, Helenistas y Apocalípticos), y después de la destrucción del Segundo Templo se llegó a un nuevo sistema de organización: el Judaísmo Rabínico. En otras palabras, fue una de los momentos de mayor creatividad religiosa y espiritual, porque hubo que redefinir los parámetros fundamentales del Judaísmo, debido a que el sistema y liderazgo que habían funcionado durante un milenio -el sacerdotal- simple y sencillamente se colapsó.
La actualidad ha puesto, por razones similares pero también distintas, al Judaísmo en una situación similar, una profunda necesidad de responder con mucha creatividad.
Lo más evidente es lo distinto: los nuevos retos de la modernidad -transplantes de órganos, derechos de minorías (como la comunidad Lésbico-Gay-Transgénero), bioética, etcétera- han obligado a las autoridades rabínicas a definir nuevas posturas o a construir nuevas interpretaciones de los criterios halájicos (legales) tradicionales.
Es algo que está sucediendo en todas las religiones, y el Judaísmo poco a poco va construyendo sus respuestas.
Pero hay un asunto más complejo, muy propio del Judaísmo, cuyas repercusiones van a provocar cambios considerables en aspectos que parecían inamovibles. Y ese asunto es el de las expectativas mesiánicas.
Tradicionalmente se cree que el Judaísmo es una religión que siempre ha estado esperando la venida de un Mesías. En estricto, semejante idea es un error. Las expectativas mesiánicas sólo se consolidaron en el Judaísmo hasta la segunda mitad del siglo II EC. Antes de ello, el único grupo que había hablado sistemáticamente de una “espera del Mesías” fue el Qumranita, pero en términos muy distintos al mesianismo clásico del Judaísmo Rabínico.
Para los Qumranitas, la aparición del “Mesías del Linaje de David” era indispensable para que el sistema estructural de la religión judía (según ellos mismos la entendían) estuviese completo, pero el liderazgo final (especialmente el de la rebelión contra los Romanos) tendría que estar a cargo de los verdaderos jefes en Israel: los Saduceos (claro, no cualquiera de ellos; única y exclusivamente los que se habían integrado al movimiento Qumranita).
En cambio, en las expectativas clásicas del Judaísmo Rabínico la figura mesiánica que se consolidó en las expectativas fue la del líder guerrero, victorioso, imponente, liberador de su pueblo.
La realidad es que esa figura no tiene sustento en las Escrituras Hebreas. A muchos les sorprenderá, pero no existe un sólo versículo que diga algo así como “tienen que esperar la llegada de un Mesías que los salvará de sus enemigos…”, y todas las ideas clásicas al respecto se nutrieron de textos bíblicos disociados e incluso extrapolados de sus contextos reales.
Pero eso tiene una razón de ser: en el año 135, Simeón bar Kojba, el más grande líder militar judío de esa época angustiosa, y que estuvo a punto de derrotar a los romanos, murió en batalla. Con él, murieron las esperanzas judías de liberarse del yugo imperial. De hecho, la derrota de Bar Kojba fue más dolorosa y traumática que la destrucción del Templo, porque de todos modos se conservaba la esperanza de que una vez que Bar Kojba hubiese expulsado definitivamente a los romanos, el Templo sería reconstruido. En cambio, derrotado Bar Kojba, el pueblo judío se quedó sin nada. Absolutamente nada.
En resumidas cuentas, las expectativas mesiánicas que desde entonces empezaron a desarrollarse y consolidarse, simplemente son la nostalgia por Bar Kojba. Se puede decir que no sólo se está esperando al Mesías, sino que se está esperando a un nuevo Bar Kojba que logre el triunfo que el primero no pudo lograr.
El rigor del exilio, la angustia de ser un pueblo apátrida y errante en todo lugar, siempre viviendo al filo del riesgo, siempre marginado, perseguido y acusado de matar a un dios al que ni siquiera le encontraban sentido, hizo que en el corazón de todos los judíos se arraigara profundamente esta expectativa, la de la llegada de un varón enviado por D-os mismo con la sagrada misión de restaurarlos, devolverlos a su tierra y lograr lo que sólo parecía un sueño: que vivieran allí libres y en paz o, por lo menos, que tuvieran la capacidad de derrotar a sus enemigos.
La idea llegó a ser tan importante, que la oposición anti-sionista de muchos grupos religiosos se basó precisamente en ella: la restauración de Israel en 1948 no fue obra de alguien identificado como “el Mesías”, por lo que el nuevo estado no podía ser considerado legítimo (un argumento idéntico en su lógica al que llevó a los Qumranitas a no reconocer la legitimidad de los reyes Hasmoneos). En su lógica, estos grupos opositores al sionismo suponían que lo único que podía esperarse era una nueva tragedia -estamos hablando de tres años después de concluido el Holocausto-, una de la que tal vez el pueblo judío no podría reponerse.
Pero no sucedió. El nuevo estado se refundó y poco a poco fue consolidándose en todo sentido. Derrotó a sus enemigos vecinos en tres guerras cruciales (1948-1949, 1966 y 1973), e incluso terminó por imponer su hegemonía en la zona. No nada más eso: además, se convirtió en el mayor polo de desarrollo tecnológico e industrial, y pese a que es un país que en la actualidad apenas rebasa los 8 millones de habitantes, está a la punta de la vanguardia en muchas áreas importantísimas para la humanidad, como la investigación médica. Y, al contrario de otras épocas, sus rabiosos enemigos le temen.
En pocas palabras, nunca en la Historia la nación judía había estado tan sólida y tan preparada para enfrentar cualquier cosa.
Y todo eso, sin “el Mesías”.
Guste o no, es una situación que ha obligado al Judaísmo entero a reconsiderar sus creencias sobre el Mesías. La restauración nacional se logró sin la presencia de esa figura arquetípica (y no es de extrañar: muchos sabios de la ortodoxia -y no se diga del entorno liberal- señalan que en Deuteronomio 30, donde se habla de la restauración de Israel, no se menciona a nadie identificable como “el Mesías”). En ese aspecto crucial de liberar el país y derrotar a los enemigos de Israel, este personaje ya no es necesario.
¿En qué será necesario, entonces?
Volvamos al libro de Daniel y a su magnífica lección de Historia: al igual que en este ciclo, en el anterior la independencia del Reino de Judea no se logró porque hubiera un “mesías” que llevara en sus hombros toda la responsabilidad. Si acaso alguien pareció jugar ese rol, fue Judas Macabeo, pero murió en batalla dos años después de reconquistar Jerusalén.
A su muerte, su hermano Jonatán continuó con la lucha, y luego el menor de la familia, Simeón. Este último fue quien consolidó el reino Hasmoneo, y fue precisamente al que los sectores religiosos más radicales declararon como “ilegítimo”. De todos modos, el nuevo Reino de Judea se convirtió en un poderoso enemigo que, poco a poco, derrotó a todos sus vecinos.
Entonces, el Mesías ni siquiera fue necesario en lo que tuvo que ver con la independencia. Los únicos que en ese momento estaban obsesionados con una “restauración mesiánica” (entiéndase: el regreso de los descendientes del rey David al trono de Jerusalén) eran una secta tan extraña como pintoresca, minoritaria y que, a la larga, no tuvo influencia alguna en contra del poderío Hasmoneo (entiéndase: los Qumranitas).
En realidad, el Mesías fue necesario DESPUÉS. ¿Cuándo? Cuando la relación entre Judea y Roma empezó a enturbiarse. Allí fue cuando más hizo falta la figura mesiánica, un líder con la capacidad de neutralizar el poder romano en Judea, pero también con la habilidad militar como para derrotar al mejor ejército del mundo.
Por eso, fue en ese entorno de conflicto con Roma que apareció el único personaje que cubre el perfil ideal de “el Mesías”, salvo porque no tuvo éxito en su lucha contra Roma: Simeón bar Kojba (en realidad, es falaz decir que “cubre el perfil del Mesías”; es al revés: el perfil del Mesías se diseñó en función de Bar Kojba).
Entonces, lo que la Historia nos dice es que si alguien puede llegar a ser identificado como “el Mesías”, no será el que traiga la libertad de un pueblo despojado y oprimido, sino el que dirija una defensa efectiva contra el peor enemigo posible de Israel.
Los Estados Unidos.
Con estas ideas aclaradas, podemos tomarnos la libertad de especular un poco sobre cuándo vendrá ese personaje. Pero eso lo haremos la próxima semana, comenzando por un tema que ha causado bastante controversia en los últimos años: la profecía del Rav Itzjak Kaduri.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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