RAV KEN SPIRO – El rey judío no estaba por sobre la ley, sino que la ejemplificaba.
El requisito para un juez de ser recto y no tener favoritismos está reafirmado constantemente en toda la Biblia:
“Justicia, justicia perseguirás” (Deuteronomio 16:20).
“No harás injusticia en el juicio. No favorecerás al pobre ni complacerás al rico, sino que con justicia juzgarás a tu prójimo” (Levítico 19:15).
En la ley judía, el juez tiene totalmente prohibido mostrar favoritismo hacia alguien por riqueza o influencia. Eso no es justicia.
El Sanedrín
Hace dos mil años, cuando el pueblo judío gobernó su propio territorio, no era ni una monarquía pura ni una teocracia. Fue un sistema de gobierno muy sofisticado, con controles, balances y división de poderes. Había un rey (poder ejecutivo), un sumo sacerdote (poder religioso), y el Sanedrín (poder judicial).
No había necesidad de un poder legislativo porque toda la ley estaba en la Torá. La autoridad principal para interpretar la ley, el poder real en el estado judío, descansaba en las manos del Sanedrín – la Suprema Corte judía – compuesta por 70 jueces.
Uno de los requisitos para ser miembro del Sanedrín era que había que ser padre. ¿Por qué?
La Torá dice que sólo alguien que tiene hijos entiende completamente el concepto de piedad, un rasgo crítico para jueces que podrían juzgar en casos capitales. Ser padre te da la sensibilidad de que todo ser humano es el hijo de alguien.
Un juez también tenía que poseer un conocimiento enciclopédico – de ley judía, ciencia, sociología, etc. – y ser fluido en 70 idiomas. También tenía que ser absolutamente íntegro y honesto. Más allá del estatus, esta posición estaba disponible para cualquiera, siempre y cuando cumpliera con el criterio.
La Monarquía Judía
En la antigüedad, los reyes y las reinas eran personas increíblemente poderosas, no sólo símbolos. A menudo eran vistos como dioses o semidioses, estando completamente por encima de la ley.
El concepto de realeza en el judaísmo difiere marcadamente del de otros tipos de monarquías en la antigüedad. El rey judío tenía privilegios y poderes, pero por sobre todo, la posición traía una tremenda responsabilidad. El rey estaba para representar al judío ideal, quien personificaba el rol para el resto de la nación.
Para este fin, al rey se le encomendaba llevar con él un rollo de la Torá en todo momento:
Y cuando el rey se siente en el trono de su reinado, escribirá una copia de la Torá que estará con él, y leerá de ella todos los días de su vida. Para que aprenda a temerle a Hashem, su Dios, y para que cumpla todas las palabras de su Torá, y para que haga sus estatutos (Deuteronomio 17:18-19).
Más que cualquier otra persona, el rey debe reconocer que hay un poder Divino sobre él, el “Rey de reyes”, cuyas leyes deben ser obedecidas incluso por el rey. El rey judío no estaba por sobre la ley, sino que estaba encargado de ejemplificarla.
La Educación Judía
La obsesión judía por la educación es bien conocida. Si bien es verdad que cuando un hijo se gradúa de la universidad, le da a sus padres una alegría enorme y cumple de ese modo uno de los Diez Mandamientos – Honra a tu padre y a tu madre – hay una razón mucho más profunda para el gran éxito judío en la educación. El estímulo para aprender está profundamente arraigado dentro de nosotros.
Desde sus comienzos como pueblo, los judíos han entendido su especial responsabilidad en el mundo y eso nos ha dado fuerza para lograr el éxito. Para obtener conocimiento y realmente asumir la responsabilidad, un judío tiene que ser instruido.
El enorme énfasis judío en la educación está codificado por Maimónides:
Designa maestros para los niños en cada país, provincia y ciudad. En cualquier ciudad que no haya una escuela, excomulga a las personas de esa ciudad hasta que consigan maestros para sus niños. Si no lo hacen, destruye esa ciudad – porque el mundo existe sólo a través del aliento de los chicos estudiando” (Maimónides, Mishné Torá, Leyes del Estudio de Torá 2:1).
Imagina qué diferente hubiera sido el mundo si esta ley hubiese estado en vigencia en todo el mundo hace mil años. Qué diferente era la actitud de los judíos hacia la educación, respecto del resto del mundo. Jamás hubo una ciudad judía carente de una escuela, ni siquiera en la diáspora. El monje medieval francés, Pedro Abelardo (1079-1142), escribió sobre la educación judía:
“Un judío, por muy pobre que sea, incluso si tiene diez hijos, los pondrá a todos a estudiar, no para lucrar, como hacen los cristianos, sino para entender la ley de Dios. Y no sólo a sus hijos, sino también a sus hijas” (Pedro Abelardo, Comentario a la Epístola de Pablo a los Efesios, capítulo 6).
En 1910, la Comisión de Inmigración de los Estados Unidos llevó a cabo un estudio sobre alfabetización entre los nuevos inmigrantes en ese país. La Comisión descubrió que el índice de alfabetización entre los judíos llegados desde Europa oriental era del 74%, significativamente más alto que el 60%, que era la cifra global en los Estados Unidos. ¡Y esos eran judíos que venían de una de las más pobres y oprimidas comunidades judías del mundo!
Hoy, los judíos comprenden alrededor del 25% tanto del alumnado como de los docentes de la liga de universidades Ivy, a pesar de que en Estados Unidos constituyen menos del 2.5% de la población.
En la teoría y en la práctica, las comunidades judías siempre han hecho de la educación una prioridad máxima.
Este ensayo está adaptado de “Mundo Perfecto: El Impacto Judío en la Civilización” (WorldPerfect: The Jewish Impact on Civilization). En esta notable obra, el rabino Ken Spiro analiza 4.000 años de historia humana para mostrar cómo los valores éticos y morales occidentales provienen de la Torá.
Fuente: aishlatino.com / #DiadelMaestro
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