TAMARA TROTTNER PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
Cada día veo a más personas en la búsqueda de un camino “espiritual”, lo pongo entre comillas porque no logro entender bien a bien qué significa este término.
Los caminos son tan diversos como las explicaciones que me dan los que están en uno u otro. “Yo medito cada mañana, a través de la meditación encuentro a mi ser interno y mi conexión con lo divino… Yo practico yoga, a través de las asanas encuentro equilibrio con el cosmos… yo canto, yo bailo, yo soy budista, yo rezo cada noche…”
Me pregunto…
¿Todos los caminos llevan al mismo lugar? ¿hay unos mejores que otros?
Los seres humanos debemos tener un propósito en la vida, bien lo dice Víctor Frankl en su gran escrito “El hombre en busca de sentido”. Cuando los seres humanos perdemos la ilusión, la búsqueda, el asombro, el cuestionamiento, se extravía la razón para vivir.
Me imagino a los primeros pobladores del planeta (y aquí me tengo que ir con Darwin y no con el Antiguo Testamento, por cuestiones de logística) los primeros hombres y mujeres, abrigados con pieles de animal, resguardados dentro de cuevas ante las inclemencias de la naturaleza. El sol les da vida, pero también los puede matar si no encuentran una sombra. La lluvia es el sustento de los animales que después se convertirán en su alimento, pero también desborda ríos, ahoga, destruye. Una mañana alguno de ellos pide con fervor: dios lluvia te ruego que nos regales tu preciado líquido… dios día, dios noche, dios viento ayúdenme. Y, quizás el rezo funciona, ese día cae la esperada lluvia y todos los hombres ven al primero con veneración. Y, comienza un rito. El que lo hizo por primera vez les enseña a los otros la forma que utilizó, las exactas palabras que dijo para que cada dios lo escuche y cumpla sus deseos.
Ahora los otros tienen miedo… qué tal si no hacemos el rezo exactamente como él lo hizo, quizás alguno de los dioses se enoje y nos castigue… yo quiero estar en el favor divino y no en su furia.
Estoy buscando imaginar cómo pudieron haber nacido los ritos, algunos de los cuales, el día de hoy, controlan por completo las vidas de miles de millones de personas que ya no pueden visualizar sus vidas sin un complejo instructivo de todo aquello que su muy particular dios necesita para estar contento y no enojarse.
Nace un instructivo, un libro, una serie de reglas escritas hace siglos por algunos hombres, tan hombres como tú y como yo, con limitaciones y sabiduría, que deciden qué sí se puede y qué no. Y tienen injerencia en situaciones tan precisas que dictan con qué pie levantarse en la mañana, qué zapato ponerse primero, hacia dónde se debe rezar, qué se puede comer, cómo lavarse los pies, cómo se debe hacer el amor… porque si esto no se hace AL PIE DE LA LETRA, Dios se va a enojar…
¿¿¿QUÉ??? ¿Dios se enoja? ¿castiga? ¿premia?.
Cuando el rito domina nuestra vida la espiritualidad se diluye, se fragmenta tanto que se vuelve inexistente. Llenamos la vida con la forma en la que se deben hacer las cosas y deja de caber el fondo, porque la forma es en general irracional, se hace porque sí, sin cuestionar. Aquel hombre de las cavernas rezó y esa mañana cayó una copiosa lluvia. Unos meses después volvió a rezar, pero la lluvia no llegó. ¡Dios está enojado! Tenemos que matar vírgenes en un cenote… tenemos que quemar brujas en leña verde… hay que matar infieles explotándonos con una bomba… Porque Dios está enojado, tenemos que hacer más ritos, más leyes, más prohibiciones. Y aquél que no las siga no merece ser parte de mi grupo, es inferior y debe morir apedreado, o en una cruz, o colgado de algún poste. Morir en mi aprecio y mi respeto. Volteo la cara al otro lado y decido que es inferior a mi. No puede casarse con mis hijos, no puede venir a mis templos, no merece compartir mi mesa…
Cada día me encuentro con más personas que buscan por algún lado la espiritualidad. El rito, el dogma, la forma ya no les son suficientes. Muchos de ellos pertenecen a comunidades, a templos, a iglesias y siguen las reglas que les dicta su muy particular “Club Privado”, generalmente las siguen sin siquiera cuestionarse por qué lo hacen. Ayunan cuando hay que ayunar, no comen lo que no se debe de comer, dicen mecánicamente las palabras escritas en el libro que se debe de leer. Muchas veces juzgan y critican con pupilas dilatadas y ojos rabiados, con la boca llena de prejuicios, a quienes no hacen lo que se tiene que hacer. Después compran un mat de yoga y se lanzan a un retiro. Toman clases con algún gurú que habla de ser mejores seres humanos, del poder del ahora, de la fuerza de la mente, de metafísica, el secreto…. Y asienten con la cabeza, han descubierto el camino… ahora son seres espirituales.
Me pregunto…
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