ANDRÉ MOUSSALI PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Tal vez tengamos que volver a los valores humanos fundamentales, inculcar a nuestros hijos que el bien es el que debe vencer al mal, y que el mundo puede ser transformado en un lugar donde el hombre sea capaz de satisfacer sus necesidades y gestar familias que disfruten de la paz y la abundancia, como nos los han enseñado los preceptos bíblicos de las religiones monoteístas.
Todos los alojamientos en esa ciudad sufrieron las mismas alzas. Los espectadores de ese encuentro tuvieron que pagar hasta $41,000.00 dólares, para sentarse cerca del ring; y los más alejados, unos $2,700.00 dólares. Y todo para ver pelear a dos individuos, tratando de noquearse el uno al otro. Sin embargo, y a pesar de toda la publicidad que se le hizo a la pelea, la gente salió decepcionada porque no hubo ni sangre ni nocaut.
La violencia se ha vuelto parte de nuestra cultura en esta segunda década del siglo XXI. La gente asiste a peleas donde los contrincantes están encerrados en una jaula, y a los peleadores se les permiten toda clase de golpes. Lo que impera es la brutalidad.
Este tipo de peleas me recuerda lo que se hacía en el Imperio Romano hace miles de años, cuando los gladiadores se enfrentaban hasta que uno podía asestar un golpe demoledor y matar al otro, y, así, satisfacer el morbo de los espectadores. Definitivamente, la humanidad del siglo XXI ha avanzado a pasos agigantados en el terreno de la ciencia y la tecnología pero moralmente se ha quedado estancada en la antigüedad.
En el Medio Oriente estamos viendo cómo los soldados del Estado Islámico decapitan a sus opositores y a los que no profesan su misma religión. A los cristianos se les decapita en Libia, Irak y Siria, y el espectáculo está siendo filmado y proyectado en los medios de comunicación occidentales. Parece que la violencia no tiene límites. Y si estas decapitaciones espantan al mundo occidental, nosotros tendríamos que fijarnos en lo que ocurre en nuestro país, donde las decapitaciones también están siendo filmadas y proyectadas en los medios.
Invito a todos aquellos que son curiosos a que busquen en Internet las decapitaciones que llevan a cabo los narcotraficantes mexicanos, y que son tan brutales y sádicas como las que se realizan en Medio Oriente. No nos espantemos nada más del salvajismo de los musulmanes; aquí en nuestro país también ocurre. Las cifras de los muertos y desparecidos en nuestro país tal vez alcancen inclusive las de Siria e Irak. Definitivamente, nuestra era es la de la violencia. Si nos horrorizamos de los asesinatos en masa en los campos de la muerte nazis, y nos prometimos que algo así jamás volvería a suceder, las promesas fueron vanas.
Estamos viendo como todo un continente, el continente africano, ha sido un escenario donde la misma población negra asesina a otras poblaciones enteras de la forma más brutal y espantosa. Y si creemos que algunos pueblos viven todavía en la edad de piedra, no hace falta ver tan lejos.
La prohibición de la droga ha hecho encumbrarse a estos señores, que con su capacidad financiera están dominando la economía de los países y regresando a muchas naciones a la época de los vaqueros del Viejo Oeste, que portaban armas en la cintura y mataban indiscriminadamente a sus adversarios.
La televisión y el cine no hablan más que de violencia y de matanzas. Los programas más famosos son los de héroes que matan a sus enemigos. Y por si esto fuera poco, uno nada más tiene que visitar cualquier tienda Sanborns y ver que, en los estantes donde se exhiben los libros, una sección entera está dedicada a la vida de los narcotraficantes y sus fechorías, como si fueran los nuevos héroes de nuestra cultura, y cuyas aventuras al parecer debieran ser imitadas por nuestra juventud.
Están contaminando la mente de las nuevas generaciones, que aspiran a obtener dinero fácil y rápido vendiendo estupefacientes. Aun con la instrucción más rudimentaria, muchos jóvenes sienten que así pueden rodearse de mujeres atractivas, disfrutar de drogas y alcohol, poseer armas, joyas y automóviles último modelo, y hasta tener lujosas residencias con zoológico, como los grandes reyes de la Edad Media que vivían en medio de la lujuria y todos los excesos.
Si otrora se mataba por conquistar tierras y bienes, ahora se mata por obediencia a una religión que no permite vivir a los infieles. Tal vez tengamos que volver a los valores humanos fundamentales, inculcar a nuestros hijos que el bien es el que debe vencer al mal, y que el mundo puede ser transformado en un lugar donde el hombre sea capaz de satisfacer sus necesidades y gestar familias que disfruten de la paz y la abundancia, como nos los han enseñado los preceptos bíblicos de las religiones monoteístas.
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