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Por Eyal Zisser
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Un año después de capturar áreas extensas de Siria e Irak, el grupo Estado Islámico ha levantado la cabeza una vez más. Resulta que, mientras que Washington se ocupaba de elogiar a la organización, difundiendo rumores sobre la muerte de su líder, el Estado Islámico se preparaba para la próxima ronda de combates.
La semana pasada, el Estado Islámico asestó un golpe a los regímenes de Siria e Irak luego de capturar la ciudad iraquí de Ramadi, a 120 kilómetros al oeste de la capital de Bagdad, y la ciudad Siria de Palmira localizada a 200 kilómetros al noreste de Damasco.
Al parecer, el gobierno de Obama, convencido de la retirada del Estado Islámico, que incluso se encontraba al borde del colapso, fue el único en sorprenderse por el éxito del grupo.
El avance del Estado Islámico es una prueba contundente del fracaso de la estrategia estadounidense, que pretende hacer frente a la amenaza a través de ataques aéreos e incursiones de comandos encubiertos. Por otra parte, el éxito del grupo es también una prueba contundente de que Washington se encuentra aislado de la realidad.
El problema es que en su afán por entender mejor la situación, los americanos han decidido adoptar el punto de vista de Irán, confiando en Teherán, y Hezbolá, para que indirectamente ayuden a frenar al Estado Islámico en Siria e Irak.
Los avances del Estado Islámico en Irak son inquietantes, aunque no es seguro que el grupo invada Bagdad y las zonas chiíes en el sur de Irak, cuyo gobierno, como todos saben, ha desaparecido y ya no presume representar al pueblo iraquí.
En realidad, lo único que queda del Irak soberano es el pueblo chiíta, que disfruta del respaldo de Estados Unidos y la ayuda de la Guardia Revolucionaria de Irán. Ellos se han unido para combatir al Estado Islámico en los territorios chiíes del sur de Irak, pero carecen de interés y abilidad de defender el norte de Irak del grupo yihadista.
A diferencia de la complicada situación en Irak, los combatientes del Estado Islámico consideran que el régimen del presidente sirio Bashar Assad es una presa fácil. Tras la captura de Palmira, el Estado Islámico asestó un golpe al debilitado régimen de Assad.
El presidente sirio prácticamente no tiene fuerzas militares que luchan por él en los cientos de campos de batalla en Siria. Lo que queda del ejército sirio es un grupo de soldados exhaustos y desmotivados que superan en número, y Assad poco puede hacer para ayudarles.
Mientras que Assad, respaldado por varios miles de miembros de Hezbolá, libra una batalla de retaguardia en las montañas de Qalamoun localizadas en la frontera entre Siria y Líbano, el Estado Islámico ha avanzado unos 100,000 kilómetros cuadrados en Siria, y aunque la mayoría de esta zona está deshabitada, aún representa dos tercios del país.
El control de Palmira es un trampolín hacia corazón de Siria, Damasco y Homs, que conecta el norte y el sur de Siria, en el este.
Sin embargo, los problemas de Assad van más allá del Estado islámico, ya que también tiene que lidiar con el Frente Nusra, que está colaborando con varios grupos rebeldes respaldados por Jordania, Turquía y Arabia Saudita. Actualmente, los grupos de oposición se han unido y amenazan al régimen de Assad desde el sur, cerca de la ciudad de Daraa, en el Golán sirio, y desde el norte, donde ya han tomado las ciudades de Idlib y Jisr al-Shughur.
Ahora estos grupos están amenazando a Alepo, la segunda ciudad más grande de Siria, así como a los bastiones del régimen en la costa de Alawi.
Bajo este contexto, la ayuda que Hezbolá otorga al presidente sirio es una gota en el mar. Sólo un milagro puede salvar el régimen de Assad y, pese a las ilusiones de Washington, el Estado Islámico pronto puede convertirse en una de las entidades que llenan el vacío en Siria. Esto también representará un problema para Israel.
Fuente: Israel Hayom
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